El muchacho jura, en la ribera del Danubio. Las manos tan cerradas que las daña con las uñas: “Padre, seré el mejor nadador de Hungría, el mejor del mundo…”. Se seca las lágrimas mientras se marcha sin mirar hacia atrás. Su progenitor, al caer en las aguas del famoso río, murió ahogado recién.
De niño y adolescente, Alfred Hajos convierte esas palabras en hechos: practica atletismo, fútbol y, claro, natación. Y tiene 18 años cuando representa a su país en los I Juegos Olímpicos modernos, albergados por Atenas en 1896. Alfred está dispuesto a cumplir su promesa. As del torneo nacional en los 100 estilo libre, además de haber ganado los 100 metros planos y el lanzamiento del disco y haberse destacado en balompié, tiene suficientes condiciones para triunfar.
Mírenlo, lo está logrando: le saca un enorme trecho a los rivales. Aunque… ¡cuidado, te has desviado del trayecto programado…! No te amilanes… ¡Bien…, ya retornó a la zona válida! Se esfuerza más aún. Y es tanta su ventaja que, a pesar del error, se convierte en el primer campeón olímpico de la disciplina en la justa rescatada por el francés Pierre de Coubertin. Tiempo: 1:22.2. El vencedor no se conforma. Repite la alegría en los 1 200 al recorrerlos en 19: 22.2.
Ni hablar de piscina magnífica. “La natación se desarrolló en los alrededores de la Bahía de Zea, en aguas del Mar Egeo, en el puerto del Pireo. A los competidores hubo que trasladarlos en barco hacia allí. Líneas de salida y llegada marcadas con sogas sujetas a boyas. Otras dificultades: mar tormentoso, neblina, agua muy fría: 13 grados centígrados. Los competidores tenían que nadar con el cuerpo embadurnado de grasa…” según expresa el historiador cubano José Elías Bermúdez Brito en Por los caminos del olimpismo (Editorial Deportes, 2013).
No obstante, ha nacido una gran fiesta. Crecerá. Mas no hubo segundos Juegos para quien salió de la lid helena con una nueva denominación: El Delfín Húngaro. Dedicado a los estudios, sin abandonar del todo lo atlético, se graduó de arquitecto en la Universidad de Budapest y comenzó a escribir sobre su otro gran amor: lo deportivo.
Pionero de las edificaciones deportivas, obtuvo medalla de plata en París 1924, junto a su compatriota Deszo Lauber, con Plano para un estadio, en el Tercer Concurso de Artes y Letras, certamen incorporado a la gran fiesta del músculo desde Estocolmo 1912. Llamado también el Pentatlón de las Musas, duró hasta Londres 1948. Varias instalaciones de su nación se deben a la dirección de Hajos. La más importante -lleva su nombre- es un complejo para la natación ubicado en la isla Margertszget, escenario del Mundial de 2017.
Brilló también en otra profesión: el periodismo. Sus textos sobre la cultura física eran profundos y hermosos. Por su calidad, llegó a redactor y editor del primer semanario deportivo húngaro Sporthirlap. El Comité Olímpico Internacional le otorgó el Diploma al Mérito Deportivo en 1953, al tener muy en cuenta la labor realizada en lo constructivo y en la prensa. Alfred Hajos falleció a los 77 años de edad el 12 de noviembre de 1955.