Ni en materia de información ni en ninguna otra ha de tener Cuba por premisa básica la de “no dar armas al enemigo”, sino la de hacer lo que debe, y hacerlo bien, sin resignarse a “lo mejor posible”. Y su enemigo no necesita que le den armas: él las inventa. Para ello tiene recursos de todo tipo y, en especial, desvergüenza infinita.
Tampoco debe Cuba menospreciar el valor de la información efectiva, a base no solo de la veracidad y la ética sin las cuales su proyecto no podría sobrevivir, sino a la vez de inteligencia, de la mejor astucia. Tal propósito incluye seguir avanzando en el reconocimiento y la puesta en práctica del valor de la inmediatez comunicacional.
El desafío implica riesgos, pero ninguno mayor ni más costoso que los efectos de las demoras, aunque estas se justifiquen con el sentido de responsabilidad, necesario asimismo. Las imprecisiones derivadas de la agilidad podrán subsanarse sobre la marcha. Más difícil, si resultara factible, sería recuperar el espacio que otros hayan ocupado aprovechándose de nuestra ausencia, lo que les permitirá minar el terreno con falsedades, verdades a media, cizañas y veneno.
Sucesos recientes han propiciado ver un buen desempeño de nuestros medios ante lo que no admite espera para hacerle llegar noticias a la población, que debe recibir información seria y puntual, no enterarse de los hechos por voces programadas para tergiversar y calumniar. Si de algo han servido para nuestro aprendizaje en esa esfera las redes sociales —con lo que tienen de bueno y de malo, y hasta de peor—, habrá que agradecérselo.
Frente a tragedias como las del hotel Saratoga y la base de supertanqueros de Matanzas, medios y profesionales de la información ofrecieron con rapidez noticias veraces. No solo por los órganos oficiales, sino valiéndose del acceso personal a plataformas digitales diversas.
El enemigo, desvergonzado y rápido para el mal, intentó cebarse en esas tragedias, como en otras. ¿Qué no habría dado por anotarse en su currículo la autoría de esos incendios? Pero no encontró el asidero —de las dudas al menos— que otras veces pudo buscar en nuestra lentitud. Ni nos precipitamos en asegurar que la explosión en el hotel la había provocado un accidente, ni para informarlo tardamos un minuto más de lo exigido por la honradez y la seriedad.
Quizás en Matanzas, ante un fuego provocado por algo tan incontrolable como un rayo, se afirmó con tan buena voluntad como premura que disponíamos de todos los recursos necesarios para sofocarlo. Pero, si hubo alguna precipitación en decirlo, resulta edificante saber que se ubicó en el arrojo con que una dirigente política aún joven cumplió su papel.
En sus funciones asumió ser polea de la información, al tiempo que otros dirigentes políticos del territorio y del país, y profesionales de la prensa, ocupaban asimismo con celeridad el lugar que les correspondía. Pronto se vio que teníamos el principal recurso: la decisión patriótica, revolucionaria, y la capacidad para hallar —en bien abonada solidaridad— los auxilios técnicos necesarios. Todo eso significó de veras no darle armas al enemigo, aunque él no dejó de actuar como el buitre que es. ¡Allá él!
No obstante, se diría que a veces sigue dominándonos lo que se podría llamar el “síndrome de lo extraordinario”. Parece ser una tendencia a no reaccionar con igual efectividad ante lo que, por cotidiano o menos conspicuo, pudiera considerarse menor y ya sabido.
Un caso es el déficit de generación eléctrica. Gran parte de la población es consciente de que en esa penuria opera una desgracia mayor, pilar de las demás: el bloqueo imperialista, garra enemiga omnipresente. Pero, a fuerza de ser tan pertinaz, a menudo para algunos parece hacerse invisible, y no faltan quienes responsabilicen de todo al gobierno cubano.
Como precisamente para eso impusieron los Estados Unidos el bloqueo, ningún esfuerzo para mostrar la realidad será excesivo, máxime tratándose de hechos tan molestos y de tantas implicaciones para la vida cotidiana y el funcionamiento del país como los apagones. Si todo lo dicho no basta, y repetir puede ser aburrido, hallemos cómo hacerlo sin merecer el dictamen del borracho tras oír la misa del gallo: “Lo mismitico del año pasado”.
Mucho se debe seguir explicando, por ejemplo, sobre la escasez de combustible y el estado de las plantas generadoras, y sobre la necesidad de nuevas fuentes de generación, y hasta de cambiar la matriz energética. Si contra todo eso opera el bloqueo, sobre todo eso actuemos, lo que incluye explicar con suma inteligencia y sin el cansancio que el imperio aprovecha.
Es igualmente necesario seguir informando con eficacia sobre lo que se hace para resolver los problemas que padecemos. Se ha visto que hay a quienes hablar del cambio de matriz energética les parece poco menos que una ilusión, cuando no un acto sospechoso, pese a las evidencias de que el país se esfuerza y debe seguir dando pasos en ese camino, tan necesario.
En general, peor que el aburrimiento por la reiteración informativa que no seamos capaces de hacer bien, sería que el proyecto revolucionario se quedara sin suficientes personas que crean en él. Las protestas contra apagones se pueden explicar, hasta elaborar conceptos dignos de Hegel para mostrar que no están dirigidas contra la Revolución, y no lo parezcan. Pero lo vital es impedir que ella sufra daños, y será necesario que no nos sintamos complacidos con lo que hayamos hecho, incluida la información.
No incurramos en el candor de menospreciar la propaganda enemiga. Si de inconformidad contra los apagones se trata, ¿se sabe que alguien haya propuesto —y logrado—, en vez de expresarla frente a instituciones nacionales, organizar marchas hasta la Embajada estadounidense para hacer frente a ella una gran manifestación popular de condena al bloqueo?
Vale suponer que las autoridades cubanas tratarían de impedir esa manifestación “antidiplomática”, para no agravar más, y sin lograr buenos frutos, una realidad ya grave. Pero el modo como se han hecho las protestas sugiere que no se conoce del todo bien, masivamente, la causa mayor de los apagones, o que hay quienes prefieren ignorarla, y que la ignoren otros.
Los chistes pueden ser una vía de escape, pero la índole y el martilleo de algunos de ellos pueden tener también efecto nocivo. No es cosa de proponer que haya temas tabú. Es cada vez más ostensible que eso sí beneficia a nuestros enemigos, a quienes les irrita la crítica franca ejercida dentro de la Revolución para salvarla. Pero no todo es lo mismo, ni igual.
Una amiga de confianza le contó al articulista algo que él no ha podido comprobar, pero invita a meditar sobre “ingenuidades”. La amiga no anotó la fuente de internet ni la identidad de quien lanzó el reclamo que veremos, pero sí que este no parecía hecho desde Miami, sino en Cuba.
Dirigido a la Unión Nacional Eléctrica, el reclamo parodió: “Yo no te pido que me bajes una estrella azul,/ solo te pido que el espacio llenes con luz”, y acreditó el texto original a Pablo Milanés, “compositor y visionario”. El crédito y el primero de esos términos sobran.
En estos días se han alternado informaciones y desmentidos sobre la producción de pan, y se ha podido sentir, de paso, el sabor de lo no bien explicado. Hoy en el mundo la escasez de harina de trigo —y de otros productos— acecha a naciones que están muy lejos de ser bloqueadas, y cuyos gobiernos sirven al imperio con inmoralidad terrible, patética; pero parecería que Cuba es la única responsable de las carencias que ella sufre.
No obstante, muchas cosas pueden aprenderse. En suelo europeo —y en “condiciones normales”, no en las de hoy— el articulista ha disfrutado que le ofrezcan pan especial… hecho con harina de maíz. Ese cereal es básico en la cultura de nuestra América, y de aquí llegó a tierras de Europa, donde, como otras maravillas naturales del mismo origen, salvó de hambrunas a millones de seres humanos. Pero entre nosotros se ha visto en peligro de extinción, junto al plátano vianda y productos vegetales, sin que hayan faltado vaticinios sobre la imposibilidad de seguir cultivándolos.
Hace más de cuarenta años, el autor de este artículo era militante de un núcleo del Partido en las Microbrigadas de Alamar, y allí pasó una escuela política. En ella conoció a un experto en confitería —recuerda su apellido, Perdomo—, y le comentó que ya no le gustaban los barquillos de los helados, a diferencia de los que disfrutaba en su infancia. La respuesta del confitero lo sacudió: “Antes se hacían con harina de boniato”. Por cierto, es probable que ese tubérculo también llegara a Europa desde América.
Pero resolver los problemas de un país, trabajando con seres humanos y en medio de un feroz bloqueo imperialista, es harina de otro costal. Y el horno no admite descuidos, demora ni autocomplacencia. Ni pobre información, aunque ella, por muy rica que sea, no puede sustituir a la realidad.
Sí, hay que ser imaginativos y diligentes. Si las empresas fueran ambas cosas, habría reacciones más rápidas, pero algo traba esa reacción que una empresa privada no se permitiría se traduciría en pérdidas de ganancia y despido de trabajadores. Por eso le echaría mano al maíz, al boniato y lo que fuera con tal de mantener el negocio. Un abrazo y gracias por la reflexión