Si hay un amor de larga data en don Pablo, con lances en el campo del honor incluidos, esa es Cuba. No empezó, por cierto, en enero de 1959 cuando los barbudos entraron en La Habana, sino casi veinte años antes en el Colegio de México, donde él conoció al historiador cubano Julio Le Riverend.
En más de una ocasión Pablo González Casanova ha admitido que aprendió de Le Riverend, a quien conoció en 1943, a hacer fiestas muy alegres con sabor antillano, pero solo después de deberle nada menos que el encuentro con el pensamiento de José́ Martí́, a través del cual llegó al comunismo, como otros brillantes intelectuales y líderes revolucionarios del siglo XX en Cuba empezando por Julio Antonio Mella. En su itinerario intelectual, González Casanova se reconoce como un comunista “martiano”, apellido que lo diferenciará de los estalinistas y de los comunistas mexicanos, y que explica su temprana vocación interdisciplinaria, su apego a la historiografía con ideas, a la sociología crítica, a la teoría política con punto de vista, al anticolonialismo raigal y al marxismo como ideario y como movimiento de liberación de los pobres de la Tierra.
“Es imposible pensar en otro mundo posible sin las lecciones de Martí”[1], expresó Pablo cuando recibió en 2003 el Premio Internacional “José Martí” de la UNESCO, cuya recompensa en metálico donó íntegramente a los programas educacionales de la Revolución cubana. Esta distinción la recibiría con especial cariño: “Martí́ es un pionero del pensamiento socialista, porque descubre el síntoma de este mal (el imperialismo) sobre todo en lo relacionado con el colonialismo… Su intuición sobre el imperialismo del que posteriormente hablaría Lenin es asombrosa. Cuando escribe: ‘el monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres’, está ya señalando la fase que abrirá́ el imperialismo en lo referente a la política colonial.”
Quienes coincidieron en Cuba con Pablo y Julio Le Riverend, una amistad que duró hasta la muerte del cubano en 1998, no solo recuerdan las fascinantes conversaciones en las que se trenzaban, sino el aire de sabios en las nubes que compartían. Un amigo se tropezó con ellos a la salida del Hotel Riviera y los vio perderse en las calles de La Habana del brazo de Mercedes, la esposa de Le Riverend. Pablo iba vestido con camisa de manga larga, corbata perfectamente anudada y una guayabera por encima, a modo de chaqueta. “De Julio aprendí́ -escribió́ González Casanova- algo notable, que a diferencia de los comunistas mexicanos a quienes había conocido, hablaba bien de quienes no pensaban como él y respetaba y cultivaba con afecto a ciertos conservadores y burgueses… Después descubrí́ que su actitud correspondía a un cierto estilo de los martianos, que ni en Martí ni en Le Riverend era cosa de oportunismo de salón, sino de siembra y amplitud”.
Como tantos otros intelectuales de su generación, Pablo no quiso perderse las primeras horas del triunfo de la Revolución cubana. A inicios de 1960 llegó en barco a La Habana para asistir al encuentro de solidaridad con Cuba, organizado por la Revista Política, y acompañado, entre otros, de Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, David Alfaro Siquerios… Todos firmaron una declaración que encabezaba el titular “Cuba es el ejemplo actual de América”.
En su libro La batalla de Cuba, el primero de Ediciones Era, Fernando Benítez describía las impresiones de aquel momento en el que se vivía como dentro de un huracán el cambio del régimen de Batista a un proyecto socialista de nuevo tipo: “Las estaciones de la policía batistiana se transformaron en escuelas, los hoteles en hospitales y las prostitutas en milicianas, remplazando la antigua fantasía erótica del Caribe con una nueva y solemne utopía política”.
El entusiasmo de Pablo por Cuba convenció a su compatriota y compañero de estudios en París, el doctor Enrique Cabrera. Dejó su brillante carrera en el Departamento de Electrocardiografía del Instituto Nacional de Cardiología de México y se mudó a La Habana con su esposa e hijos, en un momento en que los médicos de la élite cubana iban en dirección opuesta, hacia Miami. El Hospital Nacional de Cuba lleva el nombre de este amigo de Pablo que, como recordaría el ex rector de la UNAM, “me enseñó las reglas del bridge y de las discusiones escolásticas, y a quien yo hice comunista, según su padre, don Luis, autor del notable libro sobre La herencia de Carranza y del Artículo 27 constitucional”.
Los hechos del primero de enero de 1959 en Cuba marcaron no solo el nuevo rumbo social que tomaría la segunda mitad del siglo xx, sino la adhesión de González Casanova a las luchas de liberación que aparecían por doquier en el denominado Tercer Mundo.
La isla era un laboratorio de cambios en un continente hecho para minar las verdades convencionales. La evolución histórica ocurría a la velocidad de un tren expreso y podía ser realmente observada durante la vida de una única persona. “Cuba influyó enormemente en mi manera de pensar y me ayudó durante todos estos años de tormentas ideológicas, teóricas, terminológicas, políticas y de otras especies, a mantener ciertos principios fundamentales por los que sigue luchando hoy la Revolución cubana, y con ella un mundo que nace”, escribió. El caso de Cuba, añadió, significa el esfuerzo más avanzado del ser humano en la lucha por la democracia, la liberación y el socialismo.
Cuando le pidieron hacer un balance del socialismo en Cuba en el contexto de la debacle soviética, Pablo proclamó que en el Caribe seguía existiendo “una auténtica revolución de la esperanza”. Conversando con un amigo en La Habana se preguntaban por qué resistía Cuba cuando el capitalismo se había restaurado en Rusia, China y Vietnam. Su interlocutor respondería: “Cuba es la mejor prueba de la existencia de Dios”. González Casanova, que se declaraba no ser lego en argumentaciones teológicas, se planteó la pregunta con el rigor de un problema científico: “En ese sentido quiero recordar algo que dijo Martí: ‘Hasta aquello de lo que se está cierto, hasta allí llega la ciencia del hombre’.”
En Dialéctica de la imaginación, Jaime Torres Guillén, biógrafo de González Casanova, escribe que Pablo eligió una contradicción difícil, “defender la Revolución cubana no de la derecha, esta ya se sabe que busca desde hace décadas derrocarla, sino de la izquierda, aunque esto implique rupturas serias con compañeros de viaje”. González Casanova ha añadido que esta defensa la ha hecho a conciencia, pero sin adulonería, un hábito que aprendió con su amigo guatemalteco Luis Cardoza y Aragón: “Cardoza fue pionero en un método que otros -como Octavio Paz- no lograron dominar, y que consiste en distinguir claramente el pensamiento neoconservador, hecho de argumentos de izquierda que se emplean para apoyar a la derecha y para apoyarse en ella, del pensamiento que critica las revoluciones pero siempre con ellas y con los pueblos desamparados, como el de Guatemala, o poderosos, como el de Cuba”.
En 2003 Pablo pondría sobre la mesa el método Cardoza cuando defendió a Cuba de una campaña feroz que invocaba desde Miami la invasión primero a Iraq y luego a la isla. La lengua común de Estados Unidos y Europa era la de la amenaza al gobierno cubano bajo el supuesto de que “ni la democracia, ni los derechos humanos, ni la libertad de expresión formaban parte de las ideas de Fidel Castro”. Como la Revolución parecía no estar de moda, a las críticas se sumaron los acentos moralistas de algunos notables de la izquierda. El artículo en La Jornada titulado “Con Saramago hasta aquí y con Cuba hasta siempre”, fue una especie de alarido del sentido común con el que González Casanova respondió a un texto del Nobel portugués publicado en el diario El País de España. En la postdata, escrita entre México y Madrid, decía esperar que José Saramago no apoyara la campaña contra Cuba. Previó así la rectificación del portugués, cuya amistad con la isla continuó hasta el final de sus días.
Estos episodios llevarían al llamamiento “A la conciencia del mundo”, al que se adscribieron cientos de intelectuales, entre ellos Gabriel García Márquez. El documento, leído por Pablo el 1 de mayo de ese año ante cientos de miles de cubanos en la Plaza de la Revolución, pedía a todos los pueblos, incluido al de Estados Unidos, detener “la ofensiva temeraria contra Cuba, que es una ofensiva contra la humanidad. Esa ofensiva está hecha de bloqueos, de acciones intervencionistas abiertas y encubiertas y de opiniones orquestadas como una campaña de engaños y mentiras”. La invitación llevaría, unos meses más tarde, al nacimiento de la Red de Redes en Defensa de la Humanidad.
Desde 1960 González Casanova regresó cada año a Cuba, participó en decenas de congresos, se reunió muchas veces con Fidel Castro, recibió el honoris causa de la Universidad de La Habana y las más altas distinciones del país: la Orden Nacional “Félix Varela” de Primer Grado, en reconocimiento a aportes extraordinarios realizados en favor de los valores imperecederos de la cultura nacional y universal, y la Orden José Martí, la más alta condecoración que entrega el Estado. En el camino, ha acompañado a la Unidad Popular con Salvador Allende en Chile como antes lo hizo con la Guatemala de Arbenz, al sandinismo en Nicaragua, a la revolución encabezada por el comandante Hugo Chávez en Venezuela y, desde luego, a la rebelión zapatista.
Coherente y vital, el joven Pablo cumple 100 años.
[1] Las citas han sido extraídas de: Torres Guillén, Jaime (2014). Dialéctica de la imaginación: Pablo González Casanova, una biografía intelectual. México: La Jornada/Demos. Y de los libros de Pablo González Casanova, La Democracia en México (Ediciones Era, 1965), Imperialismo y liberación. Una introducción a la Historia (Siglo XXI Editores, 1975) y De la sociología del poder a la sociología de la explotación (compilación de Marcos Roitman Rosenmann, Clacso, 2009).
(Publicado originalmente en La Jornada, de México)