A las 19 horas del lunes 22 de octubre de 1962, el presidente de Estados Unidos John Kennedy “reveló” a su nación la presencia de armamento nuclear soviético en Cuba y anunció el bloqueo naval a nuestras costas. Una hora y 25 minutos antes de que hablara Kennedy, Fidel ordenó la alarma de combate y todo el pueblo se puso en pie de guerra.
El gobierno estadounidense había fracasado ruidosamente en su invasión con mercenarios por la Ciénaga de Zapata. Consecuente con su naturaleza imperialista y la línea de acciones iniciada y sostenida contra la Revolución cubana, desde que esta ascendiera al poder, tomaron la decisión de invadirnos empleando tropas y medios propios.
La tarea la pasó Kennedy al Pentágono por estar muy desacreditada la CIA con el desastre sufrido en Girón. Esta se concretó en noviembre de 1961 bajo el nombre de Operación Mangosta. Puesta en marcha en enero de 1962, tenía el propósito de culminar en octubre de ese año con el derrocamiento del Gobierno Revolucionario.
En aras de lograr esos objetivos desarrollaron, en la cuenca Sur del Caribe, maniobras de desembarco e incrementaron acciones criminales, prácticas del terrorismo de estado de las élites gobernantes de ese país.
Para hacer frente a tales acciones y amenazas, Cuba solicitó a la Unión Soviética (URSS) mayor suministro de armamento. Entonces el primer ministro de aquel país, Nikita Jrushov, propuso instalar misiles con carga nuclear en la isla como recurso disuasivo.
La dirección del Estado cubano acogió la propuesta movida por un sentimiento internacionalista, apreciando que ello contribuía, en primer lugar, al fortalecimiento del campo socialista y, después, a nuestra defensa ante cualquier agresión militar estadounidense.
Tras elaborar el Acuerdo para la defensa de Cuba y la cooperación militar entre los dos países, Fidel expresó en el documento con una visión realista que “en caso de confrontación militar entre Estados Unidos y la URSS, Cuba se convertiría automáticamente en objetivo estratégico”, pues cohetes de alcance medio e intermedio con una característica táctico-operativa en territorio soviético ganaban calidad de estratégicos al ser instalados en la nación caribeña.
Fidel propuso hacer público el acuerdo, pero Jrushov planteó hacerlo después de las elecciones al Congreso de Estados Unidos, el 6 de noviembre, y que él vendría al país a firmarlo.
La parte cubana era partidaria de publicarlo, incluso antes del movimiento de tropas y medios al amparo del acuerdo, un acto que no contradecía normas del Derecho Internacional. Asimismo, advirtió sobre la reacción norteamericana al tomarlos por sorpresa el potencial nuclear desplegado aquí.
El comandante Che Guevara viajó a Moscú el 27 de agosto con el proyecto de acuerdo aceptado e insistía en que ser hiciera público ya que estaba creándose una atmósfera negativa al respecto.
Jrushov respondió que los misiles no serían detectados y dio garantías de dar respuesta ante una agresión militar estadounidense.
Al término de las conversaciones se divulgó un comunicado que explicaba que el gobierno soviético acogía la petición cubana de asistencia en armamentos y especialistas para adiestrar a sus combatientes. Asimismo, hacía referencia a la colaboración en la industrialización y la producción azucarera.
Operación Anadir
El traslado por vía aérea y marítima de la Agrupación de Tropas Soviéticas (ATS), así como su despliegue y puesta en disposición combativa, se realizó en 76 días —entre julio y octubre—, con la denominación codificada de Anadir, nombre que llevaban indistintamente una región, un río y un lago de Siberia.
Esa acción constituyó una hazaña militar de la URSS. Fidel la calificó de perfecta desde el punto de vista logístico, una afirmación basada en la experiencia que tuvo años después cuando fueron enviadas tropas cubanas a Angola.
La Casa Blanca supo la ubicación de los proyectiles estratégicos con la ayuda del sistema dotado de satélites espías Sam y los vuelos de reconocimiento, en particular de los U-2.
Hoy se sabe con exactitud —como dijera nuestro Comandante en Jefe al periodista español Ignacio Ramonet para el libro “Cien horas con Fidel”— que, en realidad, fue un miembro de los Servicios de Información Soviéticos, el coronel Oleg Penkovski, quien dio a los norteamericanos el emplazamiento de los misiles, que más tarde un avión espía U-2 confirmó, mediante fotografías, entre el 14 y 15 de octubre.
Kennedy fue informado el día 16, y el 18 contactó a Jrushov para decirle que tenía información de las rampas de cohetes emplazadas. Sin embargo, este le respondió que eran armas defensivas. Mintió, cometiendo un error táctico y político.
Fidel había dicho que siempre defenderíamos el derecho a adquirir los medios más convenientes para nuestra defensa y nunca negaríamos ni afirmaríamos el carácter de nuestras armas.
Por su parte, la dirección soviética entró en ese juego y Kennedy lo descubrió, presentándose como un hombre engañado ante la opinión pública de su país y del mundo; tomó la iniciativa, endureció sus posiciones y apeló a Jrushov para que confirmara la presencia de los misiles estratégicos aquí. Los acontecimientos tomaron un giro brusco.
El día 20 Kennedy decidió poner a sus fuerzas militares, en todo el mundo, en estado de alerta. EE.UU. se había preparado para la guerra mundial termonuclear.
A esta altura de los acontecimientos, había casi 43 mil soviéticos con su técnica de combate en Cuba. La mayor parte de los cohetes balísticos eran operacionales. De ahí que el día 22, a una hora y veinticinco minutos antes de que Kennedy revelara la presencia de armas estratégicas en suelo cubano y anunciara el bloqueo naval, Fidel dio la orden de alarma de combate. Y a nuestra artillería antiaérea, ante el incremento de los vuelos de reconocimiento del enemigo, abrir fuego contra los que volaran rasantes, decisión que conocieron los responsables militares soviéticos.
El 27 de octubre fue derribado un U-2 en La Anita, localidad de Banes, en la provincia de Holguín, por un proyectil SA-75 tierra-aire disparado por el Grupo Cohetero de Combate Soviético acantonado en el lugar.
Conocí al teniente general Gueorgui Alexseevich Voronkov, recién cumplidos sus 72 años de vida. Él estaba de visita en La Habana para implantarse una prótesis de pierna izquierda que le había sido amputada en Moscú por un accidente vascular.
Durante la crisis era jefe de la División cohetera Antiaérea Oriental al que pertenecía el Grupo de Banes.
Me comentó que desde su puesto de mando, instalado en el Club de Cazadores de Camagüey, ordenó seguir al intruso en el espacio aéreo que defendía su división y derribarlo. El primero de los dos proyectiles disparados lo impactó a unos 22 mil metros de altura. El jefe de la pieza era el mayor Gonchariov.
Voronkov explicó que el aparato cayó en dos lugares distantes: el fuselaje en uno y la cola en otro. El piloto fue hallado con toda su documentación. Se llamaba Rudolph Anderson y cumplió misiones de espionaje en Corea Popular Democrática y Cuba. Después de ser embalsamado por el Dr. Víctor César Pupo Silva, médico de los hospitales de Antilla y del central Nicaragua, el cadáver fue trasladado a Estados Unidos el domingo 4 de noviembre por gestiones de U Thant, entonces Secretario General de la ONU.
Los cinco puntos
Las negociaciones soviético-estadounidenses continuaron a espaldas de Cuba, en tanto los halcones de Washington seguían presionando a su presidente para el lunes día 29 dar un golpe contra la pequeña isla caribeña y pasar a la ofensiva.
El 28 de octubre, la dirección cubana se enteró por la radio que la URSS y EE.UU. llegaron a un arreglo sin contar con Cuba. El presidente Dorticós pidió informe al embajador soviético y este no sabía nada. Dos horas después, Fidel recibió un breve mensaje de Jrushov en el cual le explicaba que las conversaciones tuvieron como objetivo principal “defender a Cuba de la invasión”.
Fidel explicó que “no se había discutido con nosotros. No estábamos en contra de una solución porque era importante evitar el conflicto nuclear. Pero Jrushov tenía que haber dicho a los norteamericanos: hay que discutir también con los cubanos. Por una cuestión de principios lo debieron consultar con Cuba”.
De haber participado nuestro país en las discusiones, quizás las condiciones hubieran cambiado. La posición cubana está contenida en los cinco puntos formulados entonces por Fidel:
-Cese de los ataques piratas y de todos los actos de agresión y terrorismo; fin del bloqueo económico; devolución del territorio, ilegalmente ocupado por la base naval de Guantánamo; supresión de los vuelos de espías y de otras violaciones de nuestro espacio aéreo y marítimo por aviones de guerra de Estados Unidos.
Las relaciones cubano-soviéticas se deterioraron por esos días, pero luego se estrecharon hasta el desmoronamiento y desaparición de la Unión Soviética como estado socialista.
Jrushov erró en el manejo del asunto de los misiles y de la crisis, en general. A pesar de este desacuerdo, la dirección cubana lo consideró siempre un buen amigo y gran admirador de la isla desde los primeros años de la Revolución.
La estremecedora movilización de aquellos días de octubre y noviembre, hace casi 60 años, ha sido la mayor de toda la historia militar cubana; además, no se paralizó el país ni se afectaron la producción y los servicios.
Yo me desempeñaba como corresponsal de guerra de la revista Verde Olivo y pude percibir la dignidad y el coraje de nuestro pueblo, dentro y fuera de las trincheras, lo mismo que la fuerza indestructible de la unidad forjada en torno del Comandante en Jefe.
Es justa la apreciación del Che Guevara cuando escribió en la carta de despedida que leyó el mismo Fidel, el 3 de octubre de 1965, en la reunión de secretarios de los núcleos del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURSC): “(…) he vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días (…)”.