Hoy, 30 de septiembre, saludo en presente el aniversario 99 de Jesús Orta Ruiz, aquel hombre modesto y jovial a quien conocí desde mis tiempos de estudiante de Periodismo. Conocido como el Indio Naborí, sus raíces estuvieron en Los Zapotes, San Miguel del Padrón, y vino de familia campesina conservadora de las tradiciones de los campos de Cuba. Cuando se cumplieron 40 años de la Campaña de Alfabetización, lo entrevisté. Estaba muy enfermo y ciego, pero igual de acogedor, junto con Eloína, de quienes tocaban a su puerta. Volví a admirar del Premio Nacional de Literatura su sencillez. Para él lo importante era lo que decían sus versos, no los reconocimientos: “Van y vienen”, me dijo: “La obra es la que perdura”.
Sentado en la mecedora, rodeado de viejos libros, de fotos que atrapan la memoria de la vida, el busto que hiciera Delarra y le regalaran las FAR, medallas y reconocimientos que dan cuenta de una sólida obra en la cultura nacional y a favor de la Revolución, y una pintura del quinceañero de Limonar, JoeHz, así transcurren las horas de un día tras otro para el Poeta de la Alfabetización, ese hombre querido y admirado a quien sus padres nombraron Jesús Orta Ruiz, pero que prefirió bautizarse como Indio Naborí, en evocación a los más trabajadores y humildes aborígenes cubanos.
El rostro le viene iluminado por la entrevista para el periódico Granma, donde trabajó por 30 años. Hablar de la Alfabetización le hace revivir “el punto de partida de la universalización de la cultura que ya hemos logrado”, como define a la Campaña, 40 años después de la epopeya en que fuera protagonista y verso portador de una de las más hermosas páginas cubanas porque “borró fronteras entre el campo y la ciudad, entre la mujer y el hombre, entre blancos y negros: contribuyó a la unidad nacional”.
Quiero que cuente vivencias e insiste en retomar sus versos: “En ellos resumo lo que pudiera decirte, los fui construyendo en la medida que sucedían los hechos y se publicaron en la sección Al son de la historia, del antiguo periódico Hoy, y después los compilé en el libro Cartilla y farol“.
Eloína Pérez, la esposa a quien dedicó el íntimo poema Con tus ojos míos, acude precisa a buscar los textos, en una labor auxiliadora por más de 15 años, cuando definitivamente se apagó la visión de Naborí. Canción del padre brigadista recoge el ambiente familiar de aquellos días: “Anda, brigadista mío,/ a las cumbres más remotas,/ vete a bautizar las botas/ con la tierra y el rocío./ Aprende a cruzar el río,/ a salvar monte y pantano,/ que así, llevando en la mano/ la luz que tu bien reparte,/ vas a enseñar, y a graduarte,/ a graduarte de CUBANO”.
Cuando fue asesinado el maestro voluntario Conrado Benítez, el primer mártir de la Campaña, Cuba entera vivió momentos de conmoción y el poeta, pueblo él mismo, escribió: “Se pulió como un diamante/ en su voluntad de acero:/ era de día un obrero/ y de noche un estudiante./ Le dolió el campo ignorante/ más allá de la amargura/ y aceptó la prueba dura/ de ser maestro rural…”.
Me dice, entonces, que la poesía es emoción y tiene que conmover para que florezca entre la gente: “Los creadores siempre hemos estado en todas las batallas de la Revolución” y, al menos él, de pueblo en pueblo, de monte en monte, recorrió la isla echando, como Martí, los versos del alma. De ahí viene a la memoria el Guateque de la Alfabetización, una cruzada que muchos artistas emprendieron desde la localidad habanera de Melena del Sur, primer territorio libre de analfabetismo, hasta El Cobre, en Santiago de Cuba.
Verso y acción juntos
Hago paréntesis recordatorio de su quehacer popular, él mismo viéndose parte indisoluble del pueblo: el Premio Nacional de Literatura escribió tempranamente en 1959 su primer canto a la Revolución Cubana y lo llamó Marcha Triunfal del Ejército Rebelde, un año después publicó De Hatuey a Fidel y Cuatro cuerdas, asumió asesoría literarias en la Escuela Makarenko de las 10 000 campesinas, editó Cartilla y Farol, poemas antológicos de la alfabetización, y concibió para la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños el proyecto de la Jornada Cucalambeana para preservar la cultura campesina.
Junto a ese andar como creador, Naborí también abrazó la realidad de su país al incorporase a una unidad militar a las órdenes del Comandante Vitalio Acuña, durante la Crisis de Octubre, en la zafra azucarera de 1970 participó como periodista y machetero voluntario en el municipio holguinero de Banes, recitó en la bienvenida a los siete pescadores secuestrados por autoridades yanquis y recorrió el sur de Angola declamando sus versos épicos a los internacionalistas cubanos.
Apenas unas líneas para sintetizar una vida, una obra, una voz privilegiada para la improvisación y la controversia. La Controversia del Siglo, protagonizada por él y Angelito Valiente en las localidades de San Antonio de los Baños y Campo Armada, concentró a miles de personas para escuchar sobre el campesino, el amor, la muerte, la libertad y la esperanza. .
Y una última arista, su periodismo, del que el maestro Raúl Ferrer expresó: “El periodismo de Jesús Orta Ruiz se caracteriza por dar, de vez en cuando, un toque subjetivo en medio de la objetividad habitual de los textos de prensa. No es un artificio retórico, sino una cálida identificación del autor con los temas que trata. No sería difícil descubrir que quien escribe es poeta”.
Siempre la campaña
Retornando los cauces de la entrevista a la Campaña de Alfabetización, su poética halló una voz de privilegio en la de la actriz Alicia Fernán, que aparecía diariamente como declamadora en el noticiero Venceremos, de la otrora CMQ: “A ella la llamé La brigadista del verso revolucionario, y me acompañó por todos los lugares, a veces tenía que esperar porque yo terminara un poema y ya de inmediato lo daba a conocer”.
Alicia, que está en esta tarde con nosotros, sonríe jubilosa del tiempo: “Como actriz, la campaña significó vivir plenamente momentos grandiosos de la Revolución. Recuerdo cuando se produjo el ataque a Playa Girón. Naborí y yo nos encontrábamos en el campamento de los brigadistas, en Varadero. Muchos padres fueron a buscar a sus hijos, casi niños, pero ninguno se fue. Mire, hubo un instante en que se levantaron y cantaron el Himno Nacional. No pude menos que recitar un poema y ante aquella efervescencia, varios familiares se quedaron y pidieron un fusil para combatir”.
Naborí no es hombre de andar con silencios. Aporta en toda anécdota algún dato, incluso lleva su preciosismo de viejo redactor a dictar puntos y comas: “También estuvimos con los milicianos en la lucha contra bandidos en el Escambray. Uno no puede temer, no se puede andar solo por donde el peligro no aceche. Participé activamente en la Campaña con profundo amor porque siempre me dolió la ignorancia del campesino y porque como poeta y periodista tenía que acompañarla para que miles y miles de cubanos pudieran después leer y escribir”.
Repaso una amarilla libreta donde guarda recortes de sus escritos en el periódico Hoy. Anoto versos que dan la medida de aquellos días de urgencia, de reclutar para una causa, de convencer: “… Yo iré alumbrando los montes/ con el sol del alfabeto”, y otros: “Tuya es mi casa, cubano/ que un día de luz abierta/ apareciste en mi puerta/ con la cartilla en la mano”. Y aún unos más: “Por fin, brilló tu alborada/ puntual en todos los retos,/ tierra sin analfabetos,/ que es decir… mejor armada”.
No puede faltar en el recuento el asesinato de otros dos humildes cubanos: “Manuel Ascunce Domenech,/ Pedro Lantigua Ortega,/ yo os veo aquí, del brazo de Conrado Benítez,/ repartiendo cartillas, lápices y libretas,/ acelerando el ritmo de la educación,/ para que Cuba escriba, para que Cuba lea/ los nombres de los mártires del Pueblo/ en la Historia, en el verso y en la piedra”.
Le pregunto por la utilización de mayúsculas en varias palabras dentro de un texto: “Es que las idealizo y así las escribo”. ¿Y cuáles fueron para usted los momentos mayores de la Campaña?: “No tengo ni que pensarlo: el dolor por los mártires”.
Han transcurrido horas de recuento en verso y verso, y pido un poema para el final de la entrevista. Y porque en Naborí poesía y comprometimiento político van indisolublemente unidos, Eloína, con solicitud proverbial, acerca un fragmento de Marcha triunfal del ejército de la Alfabetización: “El BIEN cuesta sangre… Siempre ha sido así/ Los monstruos son crueles en su pataleo./ Ya ves, la batalla ganada por ti/ se abrió con un mártir color de Maceo,/ cerró con un mártir color de Martí”.
Foto: Aldo Mederos