En el Informe Central al VIII Congreso del Partido, el compañero Raúl expresó que “En el trabajo político-ideológico no es suficiente hacer más de lo mismo…”. Si el partido es el principal dinamizador del proceso revolucionario, lo que significa no solo tener iniciativa y creatividad, sino ser responsablemente audaces, se impone revisar cómo hemos trabajado en lo tocante a la labor política e ideológica en estos años que no ha sido suficiente, y en lo adelante hacerlo mejor en todos los órdenes de la vida.
El partido, en tanto realidad organizada políticamente en la sociedad cubana tiene siempre dos dimensiones que participan al unísono y siempre es importante evitar descuidar cualquiera de esas dos caras de una misma moneda.
Una de esas dimensiones es el partido en tanto su existencia estructural, orgánica, que se refiere no solo a sus eslabones y funcionamiento interno, sino también a los métodos establecidos estén o no plasmados en orientaciones o indicaciones.
La otra es el partido como acción política e ideológica, como dinamizador, orientador, vehículo para la participación democrática de la ciudadanía.
Ambas dimensiones son inseparables, mientras la dimensión organizativa-estructural debe potenciar y viabilizar la dimensión actividad ideológica y política, función principal del partido.
El partido en tanto estructura y funcionamiento
En lo tocante a la misión del partido en las organizaciones de base, ha habido formalismo. Las orientaciones mismas de los organismos superiores pautando puntos fijos en la agenda -aún cuando en el lugar donde actúa dicha organización no sea tema de actualidad e importancia- ha contribuido a eso. Las comisiones que se forman para supervisar políticamente el trabajo de las administraciones lo que hacen habitualmente es duplicarlo por carecer de un enfoque ideológico y político para los temas a considerar. Tal proceder a menudo ha conducido a restar autoridad a esas estructuras.
Raúl habló con la franqueza que lo ha caracterizado siempre cuando expresó críticamente al referirse al papel del partido y a la necesidad de evitar la suplantación por este de las funciones y decisiones que corresponden al Estado y las administraciones, que : “—llevamos más de 60 años repitiendo eso y, realmente, hay que decir que se cumple muy poco—: cada uno en lo suyo, y el Partido en lo que le corresponde, sin dejar de conducir, de conjunto con dichas autoridades, el enfrentamiento a las situaciones que afectan a la población.”
La democracia interna del partido ha estado obstaculizada por el débil flujo de información sobre las buenas y malas experiencias en la labor partidista y en lo tocante a la participación de la membrecía sobre importantes temas de la construcción del partido, vista la construcción como un proceso constante. Tal es el caso, por ejemplo, de la acotación que pauta la dirección del partido con respecto a las propuestas para elegir los delegados a las asambleas y congresos o a los órganos de dirección que indica a los militantes ver quiénes de su propia organización de base tienen las cualidades requeridas, o sea, a pensar en pequeño cuando sus capacidades de análisis y propuestas son mayores y pueden pensar como país, lo que ha hecho que el partido pierda una valiosa información para enriquecer ese proceso que en lo tocante a la decisión queda circunscrito a los organismos ya establecidos del partido.
El método de invitar a no militantes a las reuniones partidistas para debatir determinados puntos y en especial a las reuniones de estudio, se practica poco y no se estimula suficientemente desde los órganos correspondientes. Tal proceder es uno de los que mejor y más directamente puede vincular a la organización partidista con los trabajadores, no en el plano de “vínculo con la masa” sino concretamente con personas con las que conviven los militantes cotidianamente. Al analizar estos aspectos de la vida partidaria, el Primer Secretario del CC del PCC en el discurso de clausura del octavo congreso afirmó que: “…por el carácter de Partido único, el nuestro tendrá siempre el desafío de ser cada vez más democrático, más atractivo, más cercano al pueblo en su conjunto y no solo en su entorno inmediato.”[1]
Ha sido muy escasa la presencia de integrantes de los órganos superiores del partido, elegidos para ser los que tiendan lazos de integración política en cada territorio. Se ha dejado el trabajo a los instructores quienes han intermediado entre el órgano superior y las organizaciones de base, perdiéndose lo fundamental que es la vivencia del integrante de las asambleas municipales y provinciales del partido y las bases militantes. Se ha trabajado más por las actas y los criterios de los instructores que por los integrantes de estos órganos.
Se han aprovechado poco las ventajas de la automatización de los procesos de información interna. Se ha orientado por el Primer Secretario de nuestro partido, potenciar el empleo de las nuevas tecnologías para facilitar todos los procesos de organización y de comunicación interna del partido, así como el adiestramiento y participación de los militantes, en particular de los “inmigrantes digitales” en las redes sociales.
Solo he apuntado algunos aspectos del funcionamiento partidario que considero relevantes, sin embargo, tocará a cada organización de base replantearse su actuación a tono con las orientaciones que emanan del Informe Central de Raúl, de las conclusiones de Díaz-Canel y los planteos que éste ya ha comenzado a desarrollar después del congreso.
Sería bueno reconsiderar, inicialmente en formato digital, la recuperación de la revista “El Militante Comunista” que sería un espacio para la promoción de los mejores ejemplos, la crítica constructiva, la orientación revolucionaria, cómo emplear los medios para hacer la comunicación política incluyendo los digitales.
El partido como movimiento sociopolítico
En medio de la tarea Ordenamiento como parte fundamental del proceso de reforma económica y de una mayor visibilidad de desigualdades ya existentes, así como el surgimiento de nuevas dadas por las diferentes capacidades de las personas es imprescindible potenciar el enfoque ideológico de los cambios en curso.
Los apremios de la escasez y del incremento de la producción para superarla obligan a poner el énfasis en la economía, lo cual no solo es urgente, sino impostergable. El tema de fondo y por ende estratégico es que el socialismo es ahora. No se abre un paréntesis económico para después retomar los valores ideológicos de la revolución socialista plasmados en la Conceptualización y codificados en la Constitución.
Me refiero no solo a los fundamentales valores patrióticos, a la identidad cultural, a la independencia y a la soberanía nacional, sino a los valores humanistas relacionados con la economía, con el mundo del trabajo, con los conceptos de distribución del producto social, indisolublemente ligados a los primeros, pero que se manifiestan de modo más cercano a la actividad económica. La política y la ideología revolucionarias hay que defenderlas frente a la guerra cultural que nos impone la agresividad imperialista, pero mucho más difícil resulta hacerlo cuando se trata de argumentar su papel en la cotidianidad. Velar por eso es tarea principal del partido.
Fidel el 1 de mayo de 1971 en el teatro de la CTC Nacional insistió en preservar a la ideología de derrotas. Esa verdad sigue siendo tan válida como el día que la pronunció: “Hay que procurar que la ideología no sufra derrotas –dijo- , porque las derrotas de la ideología se pagan con retrocesos en el camino de las revoluciones. Marchemos tan lejos como podamos, tan rápido como podamos, pero no más allá de lo que podamos, para preservar la ideología de derrotas”.
Raúl en el Informe Central al VIII Congreso retoma estas ideas en las actuales circunstancias: “Parecería que el egoísmo, la codicia y el afán de mayores ingresos provocan en algunos el aliento para desear que se inicie un proceso de privatización que barrería los cimientos y las esencias de la sociedad socialista construida a lo largo de más de seis décadas. Por ese camino, en poco tiempo se desmontarían también los sistemas nacionales de educación y de salud pública, ambos gratuitos y de acceso universal para todos los cubanos.
“Son estas, cuestiones que no pueden prestarse a la confusión y mucho menos a la ingenuidad por parte de los cuadros de dirección y los militantes del Partido. Hay límites que no podemos rebasar porque las consecuencias serían irreversibles y conducirían a errores estratégicos y a la destrucción misma del socialismo y por ende de la soberanía e independencia nacionales.”[2]
Y poder avanzar, cuando los apremios económicos son de tal magnitud que resulta urgente crecer todo lo posible, el límite de “…tan lejos como podamos, tan rápido como podamos, pero no más allá…” dependerá no solo de un pensamiento de largo plazo de todo lo que se hace hoy, sino del modo como lo hacemos dentro de lo cual hay un papel decisivo para la actividad ideológica. Es fundamental tener presente que la teoría de la economía política de la construcción del socialismo en Cuba se está generando en la práctica, no es una ciencia ni acabada ni exacta, sino un proceso de conocimiento en el que las generalizaciones conceptuales marchan junto con las experiencias prácticas. La guía para no perder el rumbo radica en que cada paso que se dé en lo adelante debe perseguir el propósito de dejar atrás algo de capitalismo y fomentar el socialismo.
Hablamos a menudo de ideología y las percepciones suelen ser no pocas veces reduccionistas. En el discurso político, por ejemplo, se repiten las frases: trabajo ideológico, trabajo político-ideológico, incrementar el trabajo ideológico, firmeza ideológica, defender valores, mientras, lo que ello significa -tanto para los que las expresan, como para quienes las reciben- presenta un mosaico muy diverso que va desde repetirlas formalmente hasta una conciencia más clara de su significado y se acercan a un panorama más complejo y completo.
La importancia de la actividad ideológica revolucionaria cubana -martiana, marxista, leninista, fidelista, comunista- en modo alguno es menor, ya que el propósito de construir una sociedad de orientación socialista significa retar siglos de subordinación de la sociedad al mercado capitalista que ha logrado imponer su jerarquía, que ha instalado una psicología de intercambio de equivalentes, hábitos no solo de consumo, sino de relacionamiento entre las personas, el no considerar al individuo ante todo como parte integrante de la sociedad, sino exacerbar su importancia y papel hasta hacer del interés puramente individual la motivación para trabajar y vivir. Es un hecho: sin educación no hay socialismo.
Revisitando a Lenin y a Marx
El rechazo al marxismo-leninismo como doctrina acabada –no como orientación ideológica y tradición cosmovisiva-, y a la práctica perniciosa de tratar de encontrar en ella todas las soluciones, ha derivado en muchos hacia el olvido de los aportes de los clásicos que no son ideas y conceptualizaciones desconectadas de la historia, sino todo lo contrario, desarrolladas en ingente batalla ideológica por impulsar los derechos de los trabajadores, de las grandes mayorías explotadas por el capitalismo en momentos de álgidas luchas proletarias y encierran ideas y valores que tienen vigencia en la actualidad no para copiarlas o “aplicarlas”, sino para pensar el socialismo en nuestro tiempo.
El por no pocos olvidado Lenin, -y con ello el olvido de la experiencia histórica de la revolución rusa-, expresó a mediados de 1918 que ningún país podrá transitar del capitalismo al socialismo sino en medio de la descomposición de ese capitalismo y en dura lucha contra él. Muchas veces ese pensamiento de Lenin se ha simplificado con la frase “es más fácil matar al capitalismo que enterrarlo”.
Se trata de que el capitalismo luego de más de medio siglo de existencia ha devenido un sistema integral. Se equivocará de plano quién piense que se trata exclusivamente de “economía”, mucho menos de “economía eficiente”, sino que actúa integralmente. Si se lo deja entrar por la vía del mercado terminará re-implantando su lógica total, su simbología, su sistema de relaciones explotadoras e inhibidoras de la libertad del pueblo trabajador.
En Cuba tenemos la oportunidad histórica que vino de la mano de la revolución de 1959 que conquistó el poder para el pueblo trabajador, de retar al capitalismo integralmente. Es una batalla en todos los órdenes: económico, político, jurídico, comunicacional, cultural, ético, psicológico, simbólico, ecológico, medioambiental… Por cualquiera de estos ámbitos de nuestro universo nacional puede intentar penetrar la acción contrarrevolucionaria ideológica, psicológica y política del imperialismo.
Si bien el capitalismo exhibe hoy cosas nuevas, tecnologías nuevas, valiosos descubrimientos científicos, desde el punto de vista humanista hace rato que en él no hay nada “moderno” mientras deja a su paso arrollador un legado de individualismo, de egoísmo y de corrupción. La ideología liberal se fue en vicio con el neoliberalismo y a cada paso demuestra su caducidad. Solo hay que fijarse en lo que ha pasado con la pandemia de la COVID19, para no hablar de los problemas crónicos de desempleo, hambre, miseria y desigualdades, o del inminente desastre ecológico y medioambiental.
Es ya un lugar común el hecho de que el capitalismo no tiene la capacidad de resolver en función del bienestar de la humanidad en su conjunto, de la preservación de la naturaleza y del medio ambiente, la contradicción de una sociedad capaz de generar enormes producciones y junto con ello una enorme y creciente desigualdad social, pero lo cierto es que ahí está parasitando a costa del presente y del futuro de la humanidad y del planeta. No es razonable negar la capacidad del capitalismo para generar riquezas, pero el individualismo en que se fundamenta esa capacidad productiva, la ley de la ganancia y su correlato: el afán de lucro impiden la posibilidad real de una regulación en el sistema.
Por otro lado, hace rato ha quedado claro que en las circunstancias actuales de la humanidad es impensable una transición siquiera relativamente rápida del capitalismo al socialismo, lo que en modo alguno significa que hay que adoptar una actitud y orientación socialdemócratas en la construcción social. La concepción socialdemócrata, aunque se autodefina “socialista” no lo es en el sentido de proponerse la superación del capitalismo, sino únicamente su “aterrizaje suave”. Y aunque puede resultar aceptable durante determinado tiempo para sociedades desarrolladas, pretender adoptarla en una sociedad como la cubana significaría abandonar el modelo de desarrollo que permite tener un proyecto propio de nación.
Pero he aquí que hoy las relaciones mercantiles y la ampliación de formas de la propiedad privada son impulsadas desde el partido y el Estado revolucionarios, a sabiendas que son el sustrato material para el resurgimiento del individualismo, del egoísmo y del afán de lucro y su eventual articulación en el modo de apreciar la realidad de los sectores vinculados a estas por sus intereses individuales. Pero son necesarias en la actual coyuntura y en lo adelante, sin que tenga sentido poner plazos, sino aceptar desprejuiciadamente su existencia y reconocerla partícipe activo del metabolismo socioeconómico que genera el bienestar y el progreso del país y, en consecuencia, tener para ello una política previsora de inclusión y regulación.
Junto con lo anterior, no es ocioso recordar que esa nueva realidad tiende a desvincularlos de los objetivos sociales de la economía nacional, forja en ellos una psicología que de no contrarrestarse terminará dándose la mano con la ideología liberal y con sus fórmulas de organización política de la sociedad. Siendo así, es imposible desde la perspectiva socialista subestimar hoy el papel de la política y de la ideología.
El argumento de Marx en los “Manuscritos económicos y filosóficos de 1844” que explica que el sentido abstracto y simple del tener como sublimación que supera los sentidos físicos y subjetivos sirve para entender la importancia hoy de la labor ideológica:
“La propiedad privada –escribió- nos ha vuelto tan estúpidos y unilaterales que sólo consideramos que un objeto es nuestro cuando lo tenemos, es decir, cuando ese objeto representa para nosotros un capital o lo poseemos directamente, lo comemos, lo bebemos, lo llevamos sobre nuestro cuerpo, lo habitamos, etc.; en una palabra, cuando lo usamos. (…)
“Todos los sentidos físicos y espirituales han sido sustituidos, pues, por la simple enajenación de todos estos sentidos, por el sentido de la tenencia.”[3]
La labor ideológica y política tiene que dirigirse hacia contrarrestar esa enajenación, lo cual tiene que ver no solo con los contenidos, sino también con los términos que se emplean.
El socialismo en modo alguno puede pretender la igualación de todos los seres humanos. Es elemental el reconocimiento de las individualidades, el respeto al individuo, a sus derechos. Es elemental que al individuo se le reconozcan sus méritos, su significación personal, su aporte a la sociedad. El socialismo no puede ser construido exitosamente sobre la base del igualitarismo, tampoco sobre la base del enriquecimiento egoísta.
El principio socialista de la igualdad y la equidad social no anula el papel y significado de las individualidades, pero si bien lo reconoce, no cultiva el interés individual como propósito supremo de la personalidad, antes bien promueve la solidaridad como motivación suprema de la persona, no el egoísmo.
La actividad ideológica -y con ella la ideología socialista- ejerce su papel no solo en relación directa con los productores de bienes y servicios, sino también en la orientación de la labor organizativa de la sociedad, en la planificación, en la generación de leyes, en las normas de distribución del producto social. La actividad ideológica vista como elemento educativo, de influencia en la sociedad a través de la comunicación política, de la educación, si bien resulta fundamental no tiene sentido práctico si no se enmarca en un sistema integral de funcionamiento de la sociedad en el que actúen eficazmente articuladas las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica-normativa e ideológica política.
Al funcionar armónicamente los componentes de esa articulación, la actividad ideológica, el discurso político en tanto actividad educativa, formativa, cobra su mayor relevancia.
Los contenidos y su expresión
El discurso de contenido político, de contenido ideológico, como cualquier otra actividad humana tiene que ser pensada, lo que requiere armonizar la finalidad de su expresión, el contexto en el que tiene lugar, los interlocutores que participarán. No pocas veces ocurre en el proceso de comunicación entre los referentes políticos y los auditorios que prima la improvisación y es ahí donde suelen aparecer las frases formales relativas a la actividad ideológica.
Un punto de partida fundamental es que el partido en su papel dinamizador no persigue sustituir el protagonismo popular, sino acompañarlo y potenciarlo propiciando su empoderamiento en todos los órdenes del proceso de construcción social de orientación socialista y el desarrollo cultural político de la ciudadanía. El discurso político debe elaborarse siempre desde esta perspectiva.
A la hora de expresar el discurso político, entre los contenidos que hacen a su claridad de objetivos está la correcta selección de las palabras. Es que ellas pueden ser importantes cuando contienen mensajes importantes. En esas circunstancias las palabras construyen realidad. Por tal razón, hay una gran diferencia, por ejemplo, entre enarbolar el llamado a ser prósperos o enarbolar el llamado a enriquecerse. “Enriquecerse” es hacerse rico, “prosperar” es mejorar progresivamente de situación. Necesitamos ser prósperos, la sociedad cubana debe ser –como señala nuestra constitución- próspera individual y colectivamente. Hay similitud en el significado de ambos vocablos. En un sentido significan lo mismo, pero parafraseando al querido Silvio “no es igual”.
No estimular el enriquecimiento individual no significa igualitarismo, tampoco significa prosperar con límites retardadores, pero sí significa no poner las miras en el tener al que se refería Marx. Una cosa es el crecimiento de la riqueza, que debemos fomentar en toda la economía nacional incluyendo el estímulo a los emprendimientos privados o cooperativistas y otra es la concentración de la riqueza que pone las mira en el tener. Si el propósito es fomentar el enriquecimiento al estilo del fracasado capitalismo ¿de qué estamos hablando?
El valor de los principios y convicciones de una ideología solo pueden corroborarse en su papel práctico. No porque se enarbole una idea, un principio, se tiene razón sobre algo. Una ideología sin argumentos, es un dogma y los dogmas solo sirven para la fe. Hoy en día la ideología y la política tienen que servir de correlato argumentativo, estimulador y fomentador de optimismo de los cambios en curso. Reconocer que la ideología revolucionaria es algo vivo, en constante validación y enriquecimiento en la práctica social, en modo alguno es relativizarla, sino por el contrario, es el único modo de fortalecerla, lo que equivale a preservarla de derrotas.
No por gusto el presidente Díaz-Canel al intervenir en la clausura del VIII Congreso de la ANEC en junio de 2019 recordó varios pasajes de lo dicho por Fidel a los economistas en 1998 que como expresó parecen haber sido dichos “ayer mismo”, entre ellos el que sigue:
«Economistas del pueblo, y hoy para ser economistas del pueblo —repito— deben ser economistas políticos; y los políticos deben ser políticos, con un mínimo de conocimientos económicos y si es posible con un máximo de conocimientos en ese campo, que hoy es la base realmente sobre la cual se está jugando el destino la humanidad, la base sobre la cual se desarrollan nuestras luchas. Y los políticos que no entiendan, o no quieran entender, o que no se esmeren en conocer la economía, no son dignos de ejercer las funciones que ejerzan como tales políticos».
Se trata de conocer de economía para saber dialogar con el pueblo trabajador, aprender de sus experiencias y argumentar la validez y potencialidad de los cambios en curso para la prosperidad de todos, teniendo siempre presente el papel de los valores socialistas de la revolución cubana. Voy a referirme a dos ejemplos de enfoque ideológico y político relacionados con los cambios en el ordenamiento económico y financiero en curso: el trabajo y la descentralización. Se trata de dos asuntos de primera importancia por su carácter transversal en todo el metabolismo socioeconómico del país.
El enfoque político e ideológico del trabajo
Como parte de la tarea Ordenamiento, se ha desarrollado una amplia reforma salarial dirigida a incentivar el trabajo. De hecho, en tanto palanca económica, ya está rindiendo sus frutos. Lo revelan las cifras de personas que han acudido a solicitar empleo y han aceptado alguna de las opciones existentes.
Pero uno de los aspectos fundamentales en los cuales la actividad ideológica política del partido debe poner el máximo de interés al enfocar el trabajo en una sociedad de orientación socialista no se refiere solo a su justa remuneración, sino a su sentido. ¿Para qué, por qué y para quién se realiza una determinada actividad económica? Es obvio que el trabajo es una necesidad material, económica, lo es para la sociedad, lo es para el individuo, mientras el sentido de la actividad laboral toca a todos, al trabajador que presta sus servicios en una entidad estatal, al cooperativista, al cuentapropista, al que trabaja en una empresa mixta, al que lo hace en una escuela o en un hospital.
Entre los modos que hay para pensar el trabajo, los elementos que promueven la actividad laboral concreta, están la remuneración y la ganancia, la preservación del puesto de trabajo, el orgullo del trabajador, la protección ante el control, el hacer realidad planes personales, y también pensar en quienes van a recibir el resultado de su trabajo, en su bienestar, en la calidad de lo producido, en su satisfacción.
La actividad ideológica debe ser orientada hacia el fomento de una conciencia de productores que a la vez que procuran su sustento y el de su familia y una mejor calidad de vida, se centran en la satisfacción de las necesidades sociales en el ámbito de su actividad. De hecho, una vez establecidos los mecanismos tecnológicos, económicos, financieros de funcionamiento del metabolismo socioeconómico, la realización del trabajo en acto es, cada vez, algo que puede hacerse bien o mal, poniendo o no atención en su significado social. Y es en ese terreno, en el del sentido de la producción de bienes y servicios donde tiene un objetivo primordial la actividad ideológica.
En Cuba, donde perseguimos una construcción social de orientación socialista, aún con el complemento de las formas privadas con todos sus bemoles económicos e ideológicos, no se trabaja para engrosar capitales nacionales o foráneos, se trabaja para incrementar las riquezas a favor del pueblo, para incrementar las prestaciones sociales en materia de vivienda, servicios de educación y salud pública, descanso para los trabajadores, enriquecimiento cultural. Ese es el sentido del trabajo en el socialismo.
Esa conciencia laboral acerca del significado último del trabajo si bien se realiza en la subjetividad de los individuos, se promueve también como hecho colectivo, como propósito, como misión del colectivo laboral y es preciso fomentarla a través de la actividad ideológica política sin detrimento del funcionamiento de los mecanismos de retribución por el buen trabajo, de control, de protección del ciudadano, que también educan.
El enfoque político e ideológico de la descentralización
Como parte de todo el proceso encaminado al estímulo al aprovechamiento de las reservas, de las potencialidades productivas del país, está en marcha la descentralización en las empresas que son propiedad estatal. Un conjunto de aspectos deben ser tenidos en cuenta: incentivar la creatividad y el pensamiento económico, aprender a tomar decisiones, lograr ponderación y estabilidad en los precios, cohesionar a los colectivos laborales y un largo etcétera.
Pero un gran significado ideológico y político lo tiene la descentralización y no solo como un mecanismo para activar la creatividad individual y colectiva de los centros de producción y de servicios para aprovechar todas las reservas productivas. La descentralización que dispone el actual proceso de reforma económica en el país tiene un sentido ideológico y político fundamental: debemos verla también como un proceso de democratización, de empoderamiento. Se descentralizan no solo las decisiones, sino también las responsabilidades, se incrementa de modo natural el papel de los liderazgos colectivos y locales, se democratiza la sociedad.
Son innumerables los temas que requieren de atención y de reflexión desde el punto de vista del discurso de contenido político que debe acompañarlos. El papel social de las empresas, de las cooperativas, de los emprendimientos privados, el papel de los contratos, el papel de la ciencia y de la tecnología en función productiva, la participación de los trabajadores en las decisiones. En cada caso, en cada centro de trabajo, en cada lugar hay que pensar a fondo en el papel de la ideología y poner el resultado en lenguaje diario.
Significado ideológico de la planificación
La planificación estatal de la economía soportada por la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción y servicios, es la que permite que las riquezas que el país crea se distribuyan con equidad y justicia. De ahí que el fomento de las inversiones de capital extranjero se dirijan al sector productivo de la economía y no al comercial que permitiría al capital privado extraer lo que produce el país.
Socialismo sin planificación articulada a escala de toda la sociedad, es un disparate. Ya decía el Ché que si alguna ley fundamental tiene el socialismo esa sería la ley de la planificación.
En las condiciones de Cuba, cuando hay un estímulo necesario a la iniciativa privada y cooperativa y se necesita la inversión extranjera directa, el papel de la planificación junto con el fundamento socioeconómico del predominio de la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción de bienes y servicios del país, siguen siendo condiciones inexcusables de partida en el proceso de construcción social de orientación socialista.
No se trata, en modo alguno, de una “tiranía” estatal instituida para enajenar en un pequeño grupo de decisores, por mejor intencionados que estén, el resultado del esfuerzo de toda la sociedad lo que convertiría a los trabajadores en un ejército disciplinado que sólo recibe órdenes. Se trata de organizar el funcionamiento del metabolismo socioeconómico del país, de modo eficiente para potenciar al máximo posible los resultados del trabajo, algo no solo necesario por razones del funcionamiento económico interno –en particular para controlar y subordinar el mercado a la sociedad-, sino por la realidad de un entorno internacional cada vez más complejo y retador. ¿Qué hay más ideológico y político que eso?
Vale aquí recordar la crítica que hace Engels en carta a Bernstein, del 12 de Marzo de 1881, la cual, aunque refiriéndose a una deformación burguesa del concepto de socialismo, encierra una importante distinción que es válida para el intento científico de su construcción: “Es pura y simplemente una falsificación interesada de los burgueses de Manchester –escribe- llamar <<socialismo>> a toda intervención del Estado en el libre juego de la competencia: tarifas proteccionistas, reglamentación de las corporaciones, monopolio del tabaco, nacionalización de ciertas ramas de la industria, del comercio marítimo, manufactura real de porcelana. Nosotros debemos CRITICAR este punto de vista, pero no AÑADIRLE CRÉDITO. Si lo creemos, si nosotros basamos en esto un desarrollo teórico, este se hundiría con sus premisas, tan pronto como se demostrara que ese pretendido socialismo no es otra cosa, por un parte, que reacción feudal, y por otra, un pretexto para echar a andar la máquina de hacer dinero, con la intención adicional de transformar lo más posible a los proletarios en empleados públicos y jubilados dependientes del Estado; es decir, de organizar junto a un ejército disciplinado de funcionarios y de militares, un ejército disciplinado de trabajadores. Remplazar la presión electoral de los contramaestres por aquella de los superiores jerárquicos dependientes del Estado -¡Qué socialismo más bello!- A eso es a lo que se llega, cuando se confía en un burgués, cuando se cree en lo que él mismo no cree: que el Estado es… el socialismo…”[4].
No por gusto Raúl alertó en su informe central al octavo congreso, contra quienes esperan “hacer estallar el principio socialista del monopolio del Estado sobre el comercio exterior” que “vienen reclamando que se autorice la importación comercial privada en el ánimo de establecer un sistema no estatal de comercio exterior.” El que se ponga bravo porque el Estado revolucionario cuida el producto social para dedicarlo a los intereses del pueblo trabajador, tendrá dos trabajos. Un Estado que tiene la obligación de ser eficiente y de estar siempre sometido al escrutinio popular. Para ello, tiene que haber –excepción obvia de lo que es preciso que tenga la máxima discreción- total transparencia en las acciones y los gastos del Estado, de manera que queden expuestos al escrutinio de la sociedad. Eso incluye todos los gastos, los que se refieren a los insumos, a los medios disponibles, a los salarios de todos los funcionarios sin excepción, las dietas, las prestaciones, en fin, a lo que cuesta a la sociedad el mantenimiento de su Estado socialista. Para ello puede apoyarse en las ventajas que otorga el Gobierno digital o electrónico.
Un lugar para la crítica y el disenso
El partido tiene como función permanente el diálogo, en el que es imprescindible la aceptación de la opinión divergente, incluso contraria, que debe asumirse como algo inherente a la diversidad natural entre personas diferentes.
Corresponde al partido promover, argumentar, explicar y defender desde la ideología revolucionaria cubana el programa de país que se discute con todo el pueblo trabajador.
El único modo de realizarse plenamente la aceptación popular de un solo partido político en el país es que en este quepan la discrepancia, la crítica y el disenso en el camino de la construcción y reconstrucción del consenso. La historia de la revolución cubana condujo a un único partido, el sistema político cubano excluye el pluripartidismo, no así el pluralismo político. El ejercicio de los derechos políticos en Cuba se ejerce, como en cualquier otro país, en los marcos legales establecidos por la Constitución. Y si sobre algo hemos discutido por años en Cuba es sobre las políticas de la revolución y en esos debates se han expresado libremente opiniones y criterios de todo tipo incluyendo los que están en las antípodas del socialismo.
Oposición, disenso y crítica, son términos muy habituales en las sociedades contemporáneas que se emplean no pocas veces de modo indiferenciado, independientemente de que constituyen realidades habituales.
Disentir es no estar de acuerdo con algo o con alguien. El disenso o disentimiento es discrepancia, desacuerdo. Nada más común en cualquier sociedad humana. Disidente no es solo el que disiente en general, sino aquel que muestra disconformidad con la opinión general sin que necesariamente esa postura lo lleve a una ruptura sustancial. La guerra mediática y psicológica ha acuñado a través de los grandes medios de comunicación este último término para referirse a su expresión equivalente a la oposición.
El disenso, a su vez, si bien implica un desacuerdo no es equivalente a la crítica. La crítica es la acción de criticar. Una crítica contiene el conjunto de puntos de vista, valoraciones, criterios de alguien sobre algo o alguien que pueden constituir juicios positivos o negativos. Crítica es balance, ponderación, análisis. Sin embargo en la cotidianidad la crítica se suele entender como la expresión de juicios negativos. Para disentir y criticar lo primero es saber exponer bien de qué se está hablando y hacerlo con respeto a los interpelados.
Es bastante frecuente ver en alguien que está expresando una crítica, una total incapacidad de ser receptivo ante ella cuando le corresponde escuchar el criterio de otro sobre su obra o su comportamiento. Antes bien, resultan en extremo celosos de lo que hacen, que ven como algo único e inmejorable, simplemente porque se auto-solazan en su ego. Si alguien osa referirse a su obra, a su trabajo, a su comportamiento, se insultan, pero no se aplican la misma regla cuando critican a otros, reclaman el tiempo y la atención de otros sin tener para ello el derecho que dan los argumentos sólidos, el pensamiento riguroso y el respeto por lo que hacen los demás. Hay una gran distancia entre una “descarga” con mayor o menor animosidad y la crítica rigurosa. Y nadie debería molestarse si su crítica, si su opinión no tiene la argumentación suficiente como para merecer ser escuchada con atención.
La crítica debe ser constructiva. Tal carácter lo dan cuatro componentes: primero la intencionalidad y junto con ella su argumentación, la oportunidad y el tono. Una sólida argumentación es condición sine qua non para una buena crítica, sin embargo puede no resultar constructiva si esta se realiza en un momento inadecuado o en un tono agresivo y rotundo.
La oposición resulta del enfrentamiento de ideas, personas, sistemas, grupos, en posiciones antagónicas respecto de cualquier tema. El antagonismo siempre contiene un dato de partida: los elementos que se oponen entre sí tienen intereses, características, posiciones muy diferentes, contrarias por definición.
Los medios de comunicación que son propiedad de todo el pueblo cumplen una función de información, transparencia, diálogo ciudadano. Constituyen vehículos para el enriquecimiento cultural, la educación ciudadana, el desarrollo del civismo, y en ese tenor tienen mucho por hacer en cuanto a la presencia en ellos de la crítica y el disenso que respetan los marcos establecidos por la Constitución. La crítica y el disenso no son per se señales de debilitamiento de la cohesión política de la ciudadanía, imprescindible para enfrentar el desafío imperialista. La total ausencia de crítica y de disentimiento puede estar ocultando la negligencia, el oportunismo y a la misma oposición, mientras que la fluidez del diálogo ciudadano, la confrontación de ideas y criterios, el disenso y la crítica oportuna son imprescindibles para mantener alerta al partido y al Estado revolucionario y que estos se movilicen mejorando su enfoque de los problemas, enriqueciendo la política desde la cotidianidad y la sabiduría popular.
Ya está, por mandato de la revolución, una nueva dirección política al frente del país. Ha sido un proceso fluido, cuasi natural. El desafío que implica vencer la inercia de nuestras propias insuficiencias, el bloqueo económico de los EEUU cruelmente recrudecido por la administración Trump y sin cambios en esta, los efectos de la pandemia y la contracción económica mundial y despegar económicamente no puede ser obra solo de la dirección, de un partido, un gobierno o un Estado, tiene que ser obra de todo el pueblo en la que prime la confianza mutua, la cohesión y el propósito de la prosperidad y sostenibilidad del socialismo cubano. La ideología no está en lista de espera.
[1] Ver: Díaz-Canel Bermúdez, Miguel, Discurso de clausura del Octavo Congreso del Partido, en el Palacio de Convenciones, el 19 de abril de 2021.
[2] Castro Ruz, Raúl, “Informe Central al VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba”, Periódico Granma, 17 de abril de 2021.
[3] Marx, Carlos, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, en ESCRITOS ECONOMICOS VARIOS. Recopilación y traducción directa del alemán por WENCESLAO ROCES, EDITORIAL GRIJALBO, S. A. México, D. F., 1966, pág.85.
[4] Carlos Marx, Federico Engels, Cartas sobre <<El Capital>>, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 313.