LAS CARABINAS DE POCHO

Imagen de Pablo de la Torriente Brau

Ilustración: Aldo Cruces

Creo que lo que Pablo de la Torriente Brau aportó al periodismo cubano  fue su pasión por el oficio, lo que en este caso equivale a decir su pasión por  la justicia. Eso se expresaba tanto a través de sus temas como de su lenguaje. De los primeros, porque implicaban siempre una toma de partido por las causas populares, y del segundo, porque su misma frescura era ya un desafío, una permanente invitación al dialogo con amplios sectores del público. El discurso de los políticos y sus voceros tenía que haber llegado a un nivel de desgaste irreversible para que pareciera un mérito llamar por sus nombres a cosas tan simples como el vino y el pan. A Pablo no le costaba ningún trabajo hacerlo. No porque fuera temerario o escandaloso, sino porque él era así. Al clásico “escribo como hablo”, él pudo haber agregado sin jactancia “escribo como soy”. Se trata de una simple cuestión de convicciones: la fuerza de sus argumentos radicaba en eso, en que  creía en lo que decía. Y, además, creía que era necesario decirlo. ¿No está concentrada en esa actitud toda la ética del oficio?

De ese código surgen las tácticas de persuasión, lo que hoy solemos llamar la estrategia discursiva del periodista. Pablo va a buscar o simplemente encuentra sus ambientes y personajes en las cárceles de Machado, entre los campesinos del Realengo 18, entre los milicianos que combaten en España por la república…, y cuando nos los describe, a grandes trazos o en detalle, los ambientes parecen cobrar vida y los personajes estar hablando. Fue esta movilidad, esta dinámica interna lo que, hace años, me hizo asociar la prosa de Pablo con el lenguaje del cine, lo que es también una forma de decir con la literatura y el periodismo norteamericanos de la época. Sabemos muy bien que la sintaxis del movimiento no se genera en la superficie del escritorio sino antes de llegar ahí, en el turbulento espacio de la práctica y la experiencia. Hay una carta de Pablo a José Antonio Fernández de Castro, fechada en Nueva York a principios de 1935 –con la que, por cierto, abre Víctor Casaus el prólogo a su memorable selección Cartas cruzadas—, en la que Pablo hace un vertiginoso recuento de su vida de revolucionario desde que participa, dice, en “la famosa tangana del 30 de Septiembre” hasta que sus denuncias contra el ejército batistiano lo obligan a volver precipitadamente al exilio, porque “si me cogen esta vez me la arrancan”. Este segundo exilio no sería tan llevadero como el primero, cuando logró sobrevivir trabajando en una fábrica de escobas y vendiendo helados en la calle. En fin, eran muchas las vivencias, mucha la experiencia acumulada por el joven periodista cuando tomó allí mismo, en Nueva York, la intempestiva decisión que acabaría convirtiéndolo en un héroe trágico. Lo que ahí entraba en juego, para el escritor, no eran solo la integridad, la vocación de servicio y el talento, sino algo más: señas verificables o impalpables que ayudarían, por ejemplo, a despejar el estupor de Marinello cuando se preguntaba cómo era posible que Pablo, “con solo algunos datos atrapados al vuelo”, fuera capaz de “construirse una visión cabal de un fenómeno complejo”. ¿No es ese el mayor elogio que puede hacérsele a un periodista? “Su capacidad de síntesis asombraba”, comenta Marinello.

Es la sensación que experimentamos todavía al asomarnos a ciertos desoladores espacios de Presidio modelo, a esa pieza maestra de Peleando con los milicianos que es “En el parapeto”, a los divertidos o reveladores exabruptos que salpicansu epistolario. No sé si esas cosas pueden o no enseñarse, pero estoy seguro de que valdría la pena tratar de aprenderlas. (Respuesta a un cuestionario de la Dra. Miriam Rodríguez Betancourt, profesora de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana).

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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