GLORIAS DEL PERIODISMO CUBANO

Gladys Egües Cantero: El periodismo que no imaginó

En sus fotografías de todas las épocas no se le desdibuja la mirada honda. Con los ojos fijos, anclados en la firmeza del carácter, Gladys Egües Cantero atraviesa umbrales, extiende su dedo índice y, cercana a las siete décadas, rueda escaleras abajo, cual si nunca hubiera dejado de ser la quinceañera a la que el padre le compuso un danzón.

Aunque el camino trillado no es esquivo en su gesto, cincuenta y siete años después de que Gladys sonara una y otra vez en victrolas y artilugios radiales de su tiempo, todavía la revela cierto halo púber, evocador de aquella muchacha que, impecablemente vestida, descendió del automóvil paterno en plena ciudad de Matanzas para empezar a edificar su existencia alejada de las dadivas del amparo filial.

Y nada, nada anuncia que haya perdido un ápice de su temperamento determinativo, que hace pocos años la salvó de morir, cuando escaleras abajo solo detuvo la caída el impacto de su cabeza contra una reja de hierro forjado, en la vieja casa habanera de su hermano Rembert, donde vive, con la familia de él. Desde entonces, se agudizaron sus lapsus de memoria y solo duerme un par de horas y media en la noche, en un butacón, no en la cama, rodeada de periódicos y libros, y con el mando del televisor a mano. Tomar sopa, le gratifica durante esos insomnios acostumbrados.

La casa, en el barrio de Centro Habana, muy cerca del Malecón, evidencia su antigüedad a través del puntal, las columnas, los pisos… Gladys Egües Cantero está de pie en el mismo estribo de la escalera por la que rodó años atrás. En la sala, la espera un sillón que no desafina con el estilo del inmueble. Hay butacas, mesas, un piano, fotos…

—Siéntate, dice, e indica un sitial frente al sillón que se dispone a ocupar.

Su familia —cuenta mientras señala a quienes asoman desde los enmarques— es como todas las cubanas: “contradictoria, problemática, fuerte, solidaria: una tribu”.

Y es categórica cuando dice: “Tuve una infancia maravillosa”.

La figura de Richard Egües, su padre, era el centro. Y el abuelo, Eduardo Egües, el maestro de todos los músicos de la familia. “Él montó casi todas las bandas musicales de los pueblos de la antigua provincia de Las Villas: Sancti Spíritus, Cienfuegos y Villa Clara…”.

—Tengo entendido que entre los dos y los cuatro años de edad mi padre empezó a tocar en las bandas de su progenitor. Hay una anécdota muy simpática; en uno de los bailes con la orquesta de mi abuelo, la música no empezaba porque mi papá, que ya era músico oficial (entonces tocaba clarinete, piano, saxofón), no aparecía: andaba con pantalones cortos y no lo dejaban pasar al salón.

Sus recuerdos más pretéritos giran en torno al parque de Santa Clara, que solía atravesar de la mano del padre. Richard tocaba en la banda de conciertos de la Ciudad. Era un hombre importante, muy seguido—narra. También tenía un negocio de reconstrucción de pianos.

—Había entonces muchos prejuicios y expresiones de racismo. Al pasear por el vergel, no todas las personas podían ir por el mismo lado: las blancas, las mestizas y las negras debían utilizar sendas distintas. Mi padre rompía con aquellos esquemas.

Junto a su padre y a amigos de la televisión venezolana (1994). Foto: Cortesía de la entrevistada.

Pero los arraigos de esta mujer elocuente y resuelta, de baja estatura y que ha sido feliz, no solo afincan en Villa Clara, en su pueblo natal: Manicaragua, al pie del Escambray, donde su madre iba a dar a luz, a casa de sus padres. Porque en Matanzas, su otra tierra, inició la vida laboral, y en La Habana ha transcurrido la mayor parte de su existencia y, además, fue inscrito su nacimiento.

Desde pequeña conformó también una familia agnática (tías, sobrinos, primos…), que sigue creciendo, y que la considera la tía mayor. Como la estirpe de Elizabeth, la China, la esposa de Rembert, cuyos hermanos eran niños y adolescentes cuando ellos se casaron.

Gladys es la segunda hija del matrimonio de Richard y Nora. Y la única niña.

—Mi madre fue una mujer maravillosa, todo amor y dulzura. Me siento muy feliz de haberla tenido y de haber contado siempre con su apoyo, impulso, comprensión y sensibilidad, advierte, como quien no quiere dejar escapar esa felicidad.

Gladys y Nora, su madre, en París. Foto: Cortesía de la entrevistada.
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La rama genética paterna no la proveyó de talento musical. En una familia tan exigente —dice—, con unos oídos musicales tan maravillosos, quien no fuera perfecto no valía. “Ninguna de las muchachas de la casa somos tan buenas como ellos para la música”.

Su hermano menor, Rembert, con once años ya tocaba en Los Chicos del Jazz — ¿Quién podía decir que tenía once años?—. Ricardito, con catorce, dirigía la Orquesta Jóvenes del vals, y estaba en varios grupos; después fue director de Sensación durante más de 20 años. Manolito, el más pequeño de los hermanos, aunque se formó como especialista en Rutas de vuelo y Meteorología, también estudió piano al unísono en las escuelas de la antigua Unión Soviética. El tío Blas Egües, un excelente percusionista desde la adolescencia, fue fundador de los Van Van. “Rembert, Ricardito y yo, que somos los hijos mayores de Richard, siempre estuvimos vinculados al arte”.

Como muchas crías de su época, estudió piano. Luego se interesó por la abogacía, la más recurrente elección profesional de los miembros de la estirpe materna. A los ocho o nueve años, por sus frecuentes visitas a Matanzas, le atrajeron las fincas, los caballos, y quiso ser veterinaria. Era casi una niña cuando triunfó la Revolución y todo aquel proceso de transformaciones, de revalorización social de la cultura y de la música, la atrapó.

—Estuve en la Academia de Bellas Artes San Alejandro en 1961: quería ser crítica de arte.

Poco le duró ese impulso, pero le quedó su amistad con el pintor Juan Moreira y el grabador y periodista Juan Sánchez (fallecido), y el recuerdo de cómo el profesorado de la escuela estaba conformado por artistas de gran reconocimiento e impronta en la plástica nacional.

Matanzas fue su estación siguiente. Allí había conocido, a los once años, a Zenobio Faget, alias Puri, “quien se convirtió en hermano de ideas y de corazón”. Él, maestro voluntario del primer contingente en la Sierra Maestra y dirigente de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), le dijo un día: “Ven para acá”.

—Y de pronto me vi con mis maletas, impecablemente vestida, en Matanzas. Me llevó el chófer de mi padre.

Las ciudades y los campos de la provincia fueron como su alquería fecunda: constituyó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), organizó las primeras recogidas de café de estudiantes, participó en la transformación de la AJR en la Unión de Jóvenes Comunistas, en una etapa en que los contrarrevolucionarios alzados pululaban por la zona.

—A veces salía y pensaba, si no regreso, pondrán: Casa cultural Gladys Egües. Pero en ese tiempo, las y los adolescentes tomamos el cielo por asalto, como solía decirse.

—En los años iniciales de la Revolución los jóvenes teníamos en nuestras manos buena parte del peso de lo que sucedía en Cuba. Era la juventud del proceso revolucionario. Las oportunidades de hacer desbordaban la realidad, los sueños se hicieron cotidianos; las ideas sobrevolaban y prácticamente las podíamos agarrar.

Entonces puso toda su constancia en la creación de las brigadas de los instructores de arte, desde los primeros que fueron a estudiar al Hotel Habana Libre por decisión de Fidel hasta las siguientes hornadas.

—En Matanzas, el ambiente cultural era muy rico. Había un grupo de artistas de gran valía: Agustín Drake, director de la escuela de artes plásticas; Pedro Esquerré, de las galerías de arte; Carilda Oliver Labra. Allí estuve hasta finalizado el año 1966.

— ¿El Festival del Carbón? Ya nadie lo recuerda, pero hizo historia. Fui una de las fundadoras cuando Fidel lo inauguró. En todas las granjas se seleccionaba a la joven que representaba a su comunidad, a partir del desarrollo socioeconómico conseguido por el grupo. Luego las muchachas venían a La Habana para aprender a utilizar los cubiertos, a vestirse, a tener ademanes.

Sus peregrinaciones tuvieron un impase. Fue a parar a un central azucarero al sur de La Habana, a la Escuela Nacional de Cuadros de la UJC, que estaba instalada en aquellos predios. Luego, devuelta a Matanzas, se dedicó a trabajar con los comités de base de la UJC del sistema de becas de jóvenes alfabetizadores, en las áreas relacionadas con las artes.

Tenía dieciséis años de edad cuando encabezó la dirección de actividades del movimiento de aficionados en el Consejo de Cultura en Matanzas. Fue responsable de más de 300 trabajadores, y de más de un millón de pesos, “que entonces era un presupuesto extraordinario”.

— ¿De ese tiempo? La secretaria Nilda Cañizo, me enseñó mucho. También recuerda a Marcelino Roda Real, el director provincial y artista de referencia en la música de cuartetos; a Adelina Vázquez Noriega, que se consagró a la formación de las nuevas generaciones y a las escuelas de arte. Y a Pury —por supuesto— el primero en llevar cantantes del filin a un gran teatro: El Sauto.

Entre sus aficiones infantiles se hallaba escribir; tal vez, por la influencia de Nancy Morejón, a quien considera una hermana.

—Yo siempre estaba detrás de ella tratando de absorber un poquito de su educación y cultura. Imagínate, Nancy publicó un libro de poesía con dieciséis años: Mutismos, todo un suceso, y aun estaba en el preuniversitario. Andábamos juntas desde que yo tenía nueve o diez años, éramos del mismo barrio. Fue una niña brillante, estudiaba con mi hermano mayor, con Ricardito, era la más culta de toda la barriada. Su familia era marxista, comunista, bien educada; la mía era un poco bohemia, artística. Pero nos entroncamos desde entonces.

Y con ese apego Gladys relaciona su decisión por el periodismo, sin desdeñar los vínculos que tuvo con escritores matanceros, con  otros intelectuales, la propia constitución de la Casa de las Américas, el trabajo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, los contactos con profesores e investigadores como Tomás González, Alberto Pedro Díaz, Leyda Oquendo.

Nancy Morejón: su amiga desde la infancia. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Había vuelto a residir en La Habana meses antes de ingresar en la Escuela de Periodismo (1967-1971). La Facultad radicaba en aquella época en los predios de la Escuela de Letras.

—De cien estudiantes con que inició el curso, una veintena hicimos amistad en los primeros quince días y casi todos mantenemos el vínculo ¿Mis profesores? Mirtha Aguirre, Roberto Fernández Retamar, Vicentina Antuña, Lucía Sardiñas, Nuria Nuyri, Pelegrín Torras, el rector José Millar Barruecos (Chomi) y el decano Carlos Amat, entre otros.

“En un grupo de excelencia, Gladys Egües Cantero fue de las mejores alumnas. Yo daba clases de Gramática, redacción y composición. Su consagración es siempre absoluta; es entregada a su familia, sus amigos; generosa, inteligente y sacrificada. Creo que le debemos mucho a ella”, dice Lucía Sardiñas, su profesora.

En la UH, con un compañero, 1971.

La escuela de periodismo —cuenta Gladys— era entonces un punto en ebullición; los estudiantes participábamos en investigaciones sociológicas y en coberturas de prensa. Formamos parte del grupo que investigó sobre el desempeño de la zafra azucarera de 1970, y de otros momentos históricos.

Estuvo en el periódico El Mundo, desde alrededor de 1968 hasta su desaparición, en un taller de creación comunicativa que califica de auténtico; trabajó en la página cultural del rotativo y en la revista Cuba. También, en el Granma, muy cerca del Dr. Agustín Pi, un maestro de la comunicación.

En la Isla de la Juventud, otro destino de sus prácticas pre profesionales, probó aptitudes en el universo del audiovisual. La cineasta Sara Gómez, hacía su documental La otra Isla, y en una de las historias del filme, Lázaro la violencia y Gladys, la tomó como una de las protagonistas.

Al graduarse, Gladys Egües Cantero ejerció como profesora e investigadora en el Centro de Investigaciones de las Ciencias Agrícolas (INCA).

Dos años después, en 1973, le dijeron: vas a trabajar en la revista Romances, aunque ella había pensado que iba a dedicarse a un periodismo más importante: la cultura, la música, el teatro, las artes plásticas.

— ¿Sintió que la habían sancionado?

—Sí, porque ese era un periodismo poco valorado. Pero me quedé allí y descubrí que había personas muy profesionales: Renee Méndez Capote, Mariblanca Sabas Alomá, Silvia Bota, Rodolfo Santovenia, y empecé a ver la revista de otra manera”.

Todavía el concepto de género no era mencionado en Cuba, pero bullía la incorporación de la mujer a las tareas de la sociedad y Gladys se sumió en ese mundo. Se trataba —opina— de darle cuerda al feminismo que nos acompañó durante todo el siglo XX.

Enfocó, desde la ideología, una nueva temática que llamó “el camino de la imagen”, vinculada con el vestir “como un reflejo consustancial de la lucha de clases, el desarrollo económico de cada país, región, de las revoluciones tecnológicas, la transformación de las costumbres sociales, el papel de las ideologías, las filosofías y las religiones en las tradiciones de los pueblos”. Sin obviar el rol de la publicidad, “ingrediente sustancial del capitalismo, que se instaura como una fábrica de ilusiones para conformar gustos, necesidades y, por supuesto, mentalidades”.

—Cuba, desde 1959, puso el verde olivo, los trajes militares, los collares de los milicianos que llegaron a La Habana con el Ejército Rebelde, en el proscenio del vestir nacional. Y cambió el panorama: ya no eran aquellos atuendos que llegaban de Estados Unidos o de Europa; o la tienda El Encanto, donde las mujeres iban a mirar las vidrieras y las echaban para que no copiaran los modelitos en exhibición.

Cuatro de los libros publicados por Gladys. Fotomontaje: Ary Vincench.

—Era una época en que el noventa por ciento de las ropas las hacían las modistas, condicionante que propició el surgimiento de Las Anitas, una agrupación de muchachas campesinas, que al mismo tiempo aprendieron a leer, a escribir, se hicieron costureras y fueron dotadas de máquinas de coser. A partir de esas transformaciones de la vida revolucionaria y de las mujeres, la imagen personal tuvo otro engranaje.

—Yo comencé en ese periodismo e imaginé que me consideraban una periodista de segunda. Me preocupó que me encasillaran en un “tema banal”, hasta que me di cuenta de su recurrencia en el gran asunto del desarrollo de los valores humanos. Y a partir de ahí, comencé a adentrarme en aspectos teóricos.

En torno al ambiente en el que Gladys Egües Cantero comenzó a ejercer la profesión desde su llegada a Romances, gravitó el nacimiento, en agosto de 1960, de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Luego, un centro de orientación de la moda, creado por la organización femenina, e instalado en La Rampa capitalina, rigió la educación en el terreno del vestir y el comportamiento social.

—Diseñadores de vestuario y un cuerpo de modelos representaban a las mujeres profesionales, estudiantes, milicianas, trabajadoras, amas de casa…

En la década de los años sesenta, ya hubo dos o tres maniquíes de piel negra y mestiza que rompieron los esquemas precedentes, aunque todavía era un mundo demasiado blanco. Me encontré que, incluso, a finales de ese período a algunas personas las maquillaban más oscuro para salir en las publicaciones.  La revista Mujeres, desde su número uno (1961), y por primera vez en el continente americano, presentó en su portada a una mujer negra. A partir de entonces esta ha sido una práctica cotidiana de la publicación.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

En las páginas de belleza, higiene y vestuario de Mujeres Gladys Egües Cantero siguió este canon: poner muchachas mestizas y negras. Y entregada a la pasión del cambio, durante 1973, hizo un trabajo de maquillaje y moda, que muy bien recuerda, con la colega Alicia Cascaret.

El nacimiento de la Editorial de la Mujer en 1978 integró a Mujeres, la revista líder, dirigida por Carolina Aguilar Ayerra, y al grupo de Romances, “por orientación de nuestra querida Vilma”.

—A través de investigaciones realizadas en toda la Isla se indagó acerca de cómo transformar Romances en una revista especializada en la adolescencia y primera juventud. Las jóvenes cubanas decidieron que se llamara Muchacha, sin olvidar a los hombres. Y así quedó conformada la editorial, con Mujeres y Muchacha, que en los años 80 encabezó la periodista Ángela Oramas Camero. Soy fundadora de esta publicación, aunque he simultaneado en ambas.

—En el equipo de Mujeres se han formado profesionales como Isabelita Moya, que llegó casi recién graduada, y por su inteligencia y sensibilidad se convirtió en una de las más importantes especialistas de género y comunicación de Cuba y Latinoamérica. Se hizo Doctora en Ciencias, Profesora y asesora de estos temas en múltiples universidades del mundo, hasta el final de su corta vida”.

A la derecha, Isabelita Moya. Foto: Cortesía de la entrevistada.

—Gladys hace propios los problemas ajenos: los interioriza, aconseja, gestiona soluciones, dice Heidy González Cabrera, periodista de Mujeres tiempo atrás, de 80 años de edad, que es parte del equipo de Cubaperiodistas. Su preocupación por la apariencia de la mujer cubana —añade— trasciende la promoción del vestir con elegancia y se proyecta a su actuar. Gladys tiene una gran oratoria: enlaza criterios con las palabras precisas.

—Tengo muchos sueños e insatisfacciones, pero me siento realizada como ser humano, sobre todo, por ser cubana y vivir en Cuba, Me considero una mujer feliz, siempre he trabajado en lo que me ha gustado hacer, con lo que he soñado. Mis ideas han coincidido con las labores que me han asignado,  afirma con la frescura de la primera vez.

Detesta la grosería, la vulgaridad, la envidia, la falta de lealtad y la desmemoria. Cree en la solidaridad y el respeto. Tiene amistades que mantiene desde la infancia, con la gente del barrio, de la calle Peñalver, de la plazoleta de la iglesia de la calle San Nicolás, en Centro Habana, donde transcurrió parte de su niñez.

Dice: 1959 le dio la posibilidad a Cuba, que era un país que ni se veía en el mapa, de tener voz, voto, de ser reconocida en el mundo, con un líder de influencia mundial, de gran peso en toda la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

Evoca las aspiraciones de los cubanos de entonces: alcanzar educación, acceder a la cultura, tener un trabajo estable. Y compara: “antes era casi un sueño que en una familia hubiera un universitario; esos anhelos hoy constituyen un bien conseguido en Cuba. Por eso no se aprecia en toda su magnitud.

—Cierto aire de cotidianidad que a veces roza lo vulgar y chabacano, y que se ha ido asentando en las relaciones sociales, está entre los desafíos que tenemos como país. Es un fenómeno universal: hay un retroceso hacia la vulgaridad. También hacia formas de percibir los gustos y las necesidades materiales por encima de las espirituales. Esos son valladares que también tenemos en Cuba, si queremos fortalecer la identidad, la cubanía y el camino que hemos emprendido.

Cuando lo dice, no baja el tono de voz. Gesticula con los brazos. Y añade:

—Mientras en la década de los sesenta, los jóvenes luchaban contra la guerra de Vietnam, por un mundo mejor, por las utopías, en la actualidad los centros de poder mundial hacen énfasis en que la juventud se desmovilice políticamente, y en que la industria de la moda, del vestir, se convierta en una herramienta de conformación de mentalidades, que lo más importante sea tener lo que está de moda, porque “la vida es una sola” y las posibilidades pueden estar al alcance de la mano. Satisfecha la renta de un hogar, actualmente el 70 por ciento del salario en los países capitalistas se gasta en cosmetología, vestuario y aparatos tecnológicos.

—Si en mi época las muchachas queríamos estar bonitas por ser expresión de educación y estatus social, ahora es una expresión de: “yo tengo, yo puedo, yo represento”.

Se pregunta y responde: ¿Es fácil darse cuenta de que la vida tiene otras aristas? Bueno, he ahí la lucha cotidiana. Muchas veces nos hermanamos con la superficialidad con que se tratan estos temas y mientras no nos percatemos de que la apariencia personal, la imagen, los sentimientos y las necesidades tienen que ver con la identidad de cada persona, y con la situación que tiene en el mundo, entonces no podrá ser entendido en toda su complejidad.

— ¿El buen periodismo? Aquel que está en función de las necesidades de la población, de horadar todo lo que sucede, de expresar y reflejar la situación que tiene el país. Es muy fácil decir: “el periodismo en Cuba no sirve, el periodismo en Cuba tiene muchas deficiencias”.

—Pienso que el periodismo en Cuba tiene objetivos y calidades, y que choca muchísimas veces con dificultades externas al desempeño, que le ponen freno. El servicio social, la ideología, necesita siempre de gente sin ataduras, que vea un poquito más allá, que se convierta en mano derecha e izquierda de las ideas del Partido, del Gobierno, del Estado, de toda la sociedad.

Las palabras, de golpe, transitan la cuerda que bosqueja ambos ancladeros, el del ejercicio en plural y el propio.

—Soy una periodista de la prensa escrita, aunque durante más de 35 años he aparecido en espacios televisivos y radiales. Envejecí ante las cámaras con la satisfacción de haberme acercado a las dificultades y éxitos de las personas, no solo de las mujeres; también tengo muchos seguidores masculinos. Gracias a Alberto Pozo, un gran publicista, investigador y periodista, ya fallecido, fui parte del equipo iniciador de la revista de la mañana.

Gladys Egües Cantero ha dedicado más de cuarenta y cinco años al periodismo, especialmente, al periodismo escrito, “y en el periodismo finalizo mi existencia”.

Enlaza los dedos, reflexiona, y dice:

—Aunque nunca escribo. Dicto.

 

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Flor de Paz
Periodista y Editora.

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