Cinco años de espera le costó a Ciro Bianchi Ross entrevistar a Gabriel García Márquez. El creador de Macondo nunca le dijo que no, pero tampoco le daba cita. Un día a las nueve de la mañana Gabriel llamó a Ciro y le pidió que se quedara al lado del teléfono, que le iba a avisar. A las cinco de la tarde Bianchi decidió discarle. El escritor colombiano le respondió desde México; el periodista no se dio por vencido.
En un desfile de modas, en el restaurante habanero La Maison, en un cruce definitivo, Bianchi lidió otra vez el diálogo con el Premio Nobel, quien estaba bebiendo en el bar. No lo quiso molestar; más en el momento en que Gabriel se sentó a la mesa con su mujer, Ciro se acomodó en un lugar donde no lo iba a perder de vista. Y para su buena suerte, por la relación de amistad que tenía con ella, llegó al encuentro de la pareja Nélida Piñón, una escritora brasileña, Premio Cervantes. La oportunidad se le pintó fácil al periodista.
— ¿Qué hay Nélida?, preguntó Bianchi Ross sin mirar a García Márquez.
— ¡El hombre que me quiere entrevistar!, dijo él.
— No, el hombre que lo va a entrevistar. Vamos a salir de esto hoy.
—Pero, ¿tienes el grabador?
—No, yo no uso grabadora, lo mío es a punta de lápiz.
—Bueno, mira, yo nunca he hecho una entrevista.
—No. Nada más que la del cura que vio caer la bomba atómica en Hiroshima; la del Relato de un náufrago, que, por supuesto, no es una entrevista, y la de Miguel Littín, que tampoco es una entrevista. Usted nunca ha hecho entrevistas.
—Bueno, al final del desfile. Pero mira, tú puedes hablar del desfile, de estas muchachas tan lindas, puedes hablar de Nélida.
—No, no quiero.
Cuando se terminó el desfile, García Márquez salió como una flecha y se metió en el baño, cuenta Ciro. “Y yo fui tras él”.
—Oye, déjame mear.
—Sí, sí, pero yo quiero la entrevista.
“Y en la mesita donde ponen el papel higiénico, el jaboncito, el perfumito, la propinita, a la salida del baño, entrevisté a García Márquez. Entonces, mi mujer en esa época, que era un sargento de la caballería prusiana, se paró en la puerta y no dejó entrar a ningún otro periodista. Y, ¡finalmente logré la exclusiva!
…
A los diecisiete, cuando estudiaba en el preuniversitario de la Víbora, Ciro Bianchi Ross empezó en el periodismo. Le prestaron una máquina de escribir y redactó un artículo. No lo halló tan malo y se lo mandó por correo a Wangüemert, el director del periódico El Mundo, cuenta sentado en el comedor de su casa, delante de una pared que agrupa una buena parte de las caricaturas que le han hecho en su vida.
Wangüemert le contestó que lo iba a publicar y lo publicó. Ciro le envió el segundo. Al tercero, le pidió que llevara sus trabajos a la redacción, que estaba en Virtudes 257, esquina a Águila. Y allí cobró su primer sueldo: treinta pesos por cada texto.
Con ese dinero se fue a la Librería Económica, que estaba en la calle O’Reilly, y compró los tomos que le faltaban de las obras de Martí; Hombradía de Antonio Maceo, de Raúl Aparicio (un libro muy importante por la forma de ver al héroe, de contar la historia); Un verano en Tenerife, la edición del ‘58, de Dulce María Loynaz, y Analecta del reloj, de Lezama Lima, del año 1953.
En El Mundo permaneció hasta que se acabó el periódico, porque luego pasó a ser taller de la Escuela de Periodismo, y aunque era más joven que los estudiantes de la Universidad, representaba al equipo anterior, al de Wangüemert.
Entonces, empezó en La Gaceta de Cuba, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), y en el 1972 se fue para la Revista Cuba, de Prensa Latina, donde para estrenarse hizo un trabajo sobre Nicolás Guillén, por sus setenta años. “Tuvo ocho páginas y la portada. En la revista Cuba escribí más de dos mil trabajos. Era mensual, pero a veces tenía hasta cinco en cada número, con otros dos nombres”. Como siempre ha pensado que un periodista joven debe hacerse imprescindible en la redacción, aceptaba “todo lo que caía”. Le daba lo mismo irse al interior del país que trabajar en La Habana.
—En Juventud Rebelde llevo diecisiete años. Me llamó Rosa Miriam Elizalde para encargarme la parte de arriba de la página que hacía Núñez Rodríguez; en el espacio en que habían estado Leonardo Padura, Luis Sexto y García Márquez. Entonces Núñez fue mi vecino de los bajos; nunca quiso subir. Tiene un libro que se llama así: El vecino de los bajos. Cuando él dejó la sección, me dieron la página completa, que tengo desde hace más de 20 años, lo cual es mejor y es peor: escribo más, pero tengo más espacio.
El martes es el día de la semana que Ciro redacta su columna para Juventud Rebelde. Se considera un hombre metódico, tiene un programa y trata de cumplirlo. Entre sus pilares éticos como periodista coloca en primer lugar el respeto al lector.
— El otro día alguien me decía: han venido dos presidentes americanos, tres papas, y tu columna no ha dejado de salir.
“No es cierto, sí ha dejado de salir, pero la gente no lo ha notado. Y yo siempre la he tenido a tiempo”. Y en realidad, ni siquiera en la Sala de Terapia Intensiva, infartado, Ciro dejó a un lado su responsabilidad.
—Fue en el 2010. Cuando ingresé ya estaba listo el trabajo del domingo inmediato, pero la crónica del siguiente la hice en la Sala. Mandé a pedir la laptop y escribí sobre el tema más increíble del mundo: las comidas en el año ‘58 en Cuba; a memoria, para desquitarme del régimen dietético a que estaba sometido allí.
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Las crónicas de Bianchi apuntan de manera recurrente al latir de La Habana, a sus personajes y a sus historias, porque sabe que en las coexistencias entre paredes y moradores habitan torbellinos de realidades y alegorías desconocidas aún.
—De niño viví intensamente la historia de La Habana desde la narración oral. Tanto mi padre como mi abuela, y los tíos de mi padre, eran grandes contadores de historias, y siempre que hacían un cuento lo adornaban con todos los detalles: “Salí, me encontré a Fulano, conversé”… Ellos relataban pasajes que llamaron mi atención: sobre la caída de Machado, el ascenso de Grau a la presidencia de la República, que fue apoteósico. Mis tíos decían: “Nosotros estábamos en Prado, cerca del necrocomio, y vimos el carretón que traía el cadáver de Quintín Banderas, y le faltaba una oreja”. Y yo después, tratando de reconstruir el hecho, me encuentro con que, a Quintín Banderas, le arrancaron la oreja del primer machetazo que recibió. O sea, lo que ellos me contaron era cierto. Y todas esas memorias se me quedaron, y traté de reconstruirlas de alguna manera.
Ciro Bianchi Ross es habanero. Las últimas cuatro generaciones de sus ancestros nacieron en La Habana. De oficio constructor, el padre pudo propiciarle algunas comodidades a la familia, sin que dejara de ser humilde; su madre, tiene más de 90 años, y siempre fue ama de casa.
—Papi ganaba muy buen dinero en la construcción. Porque en el año cincuenta y pico se hicieron muchas edificaciones y calles en La Habana. Él cobraba a destajo, por cada metro que tiraba, por cada metro que preparaba, y había semanas en que lograba hasta más de doscientos y pico de pesos. También tuvo otras muy malas.
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Cuando se le pide que hable de alguna pericia para narrar la historia, a través del periodismo, Bianchi resume con trazos expeditos: “Yo trato de no usar el recurso de la cronología de los hechos; es decir, intento agarrar el tema por sus aristas más interesantes, después lo empato con la fecha. Si a mí me aburre cuando la estoy escribiendo, la hago de otra manera. Pero el hecho, es el hecho, si no lo cuentas estás muy mal. Luego viene la interpretación, el ajuste, el desmentido”.
Y de la misma manera discrepa cuando se dice que a los jóvenes no les gusta la historia. Su experiencia es opuesta, porque en el Parque Maceo, por ejemplo, un grupo de muchachos de unos diecisiete años, le han dicho: “Alto, alto, maestro”, para hacerle preguntas sobre historia. Igual le pasa en la guagua, en la calle.
—Durante una etapa, traté en Juventud Rebelde el tema de la República, que tiene sus luces y sus sombras, como dice Eusebio Leal. Tengo la satisfacción de que nunca me han censurado ni una línea; es decir, yo he escrito, yo he dicho lo que he creído que debo decir y no ha pasado nada: eso es importante. Y hay que hablar de esa historia, porque no todos los gobernantes fueron ladrones, no todos fueron asesinos, y si no se cuenta, y si no se recupera, se va perdiendo. Entonces ese es el asunto: contar hasta donde uno pueda.
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Ciro escribe, en primer lugar, “para el cubano de a pie, para el viejito de al doblar, para el bodeguero, para el tipo que se sienta en el parque a leer el periódico, para ese cubano que no tiene nada, que hace una cola de una hora para montarse en una guagua, que te lee y luego te reconoce en la calle”.
Son razones por las que siempre recurre a frases populares. “Si estoy hablando del presidente Zayas, digo: ‘se corría que la mujer le arañó la pintura’, y todo el mundo sabe que lo corneaba. “Es un gancho que atrapa al lector”.
También considera que “hay que tener paciencia para oír a la gente, porque la gente a veces, con sus preguntas, te pone a pensar”.
—Un día yo estaba en La Palma, y viene un tipo con una botella detrás y un pañuelo en la boca, y me dice:
—Asere, se le quedó el seso hueco.
— ¿A mí, por qué?, le respondo
—Por lo que usted dijo de Yarini. Usted sí le sabe a las jevas. Usted dijo que Yarini se cogió con una jeva y por eso se embarcó.
Son experiencias que a Bianchi le confirman que “la gente sabe cosas y quiere contarlas, quiere verse reflejada de alguna manera”. Como aquella vez que un hombre se le acercó y le dijo que él había estado en la Ciudad de los Niños, y le hizo el cuento con detalles y todo.
—Cuéntame cómo era aquello. Nunca he podido conseguir la historia de aquel lugar, cómo funcionaba, aunque conocía que estaba en Bejucal y que el padre Testé recogía a los niños pobres sin amparo filial y se los llevaba para aquel lugar.
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La bibliografía de Ciro Bianchi incluye títulos compiladores de sus crónicas o de sus entrevistas; otros, están construidos desde los podios del investigador, del periodista agudo, como por ejemplo Hemingway en La Habana. En su opinión, el libro es el destino final de los textos que salen en los rotativos, para otorgarles mayor durabilidad; además de aquellos que son concebidos como tal desde sus raíces. En uno de esos está enfrascado ahora, es un pedido de la universidad colombiana de Magdalena, sobre Gabriel García Márquez.
Pero no por haber escrito libros Bianchi es considerado un maestro del periodismo literario, sino que esta práctica le resulta de gran utilidad narrativa a la hora de hacer un texto atractivo. Aunque hace un distingo entre literatura y periodismo, “porque no son lo mismo”, y aclara: “dicha tradición arrancó en Cuba con Enrique de la Osa, en Bohemia”.
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¿De qué se compone una buena crónica? “De lo cotidiano, de lo humano. Mis referencias fundamentales están en la prensa, en lo que dijeron otros periodistas y, sobre todo, en lo conmovedor del personaje sobre el que voy a escribir”.
—En una crónica que hice sobre Amado Trinidad, que era el dueño de la emisora Cadena Azul, un hombre riquísimo que terminó en la miseria, lo describo bajando los estudios radiales, llorando. Y digo: “Viró la cara para que sus empleados no se dieran cuenta de que iba llorando”. Imagínate, él era capaz de encender un tabaco con un billete de cien dólares; e incluso, una vez le regaló catorce mil pesos a una muchacha que le había escrito porque no tenía dinero para celebrar sus quince años. Entonces, “trato de acentuar lo humano, no quiere decir que lo logre. Porque una cosa es que uno trate y otra es que lo logre, ¿no?”
A diferencia de la crónica, Bianchi estima que el éxito de una entrevista radica, en primer lugar, en una relación de empatía, confianza y cordialidad entre el periodista y el entrevistado, además de conocer a priori todo lo posible acerca de la vida de esa persona.
—Yo he entrevistado a la gente más importante de Cuba: a Nicolás Guillén, a Alejo Carpentier, a Tomás Gutiérrez Alea, a Lezama Lima, y a casi todos los grandes escritores y artistas; a Portocarrero, a Mariano… Y en mis búsquedas de información previa, las malas entrevistas me aportan mucho, porque dejan huecos que yo trato de llenar luego. Los enemigos del personaje también dan aristas que pueden explotarse.
“También hay que saber cuándo parar. Cuando la entrevista se extiende demasiado, casi siempre vuelve a preguntarse lo mismo. Además, hay una preparación inmediata y una preparación remota; es decir, tú siempre estás listo para una entrevista y cuando te dicen, ‘fulano de tal’ te dispones para esa. Pero también es preciso ser consciente de las carencias culturales propias, porque la cultura es aquello que se queda cuando a uno se le olvidó lo que leyó. Así es que se hace la entrevista posible, nunca la mejor. Una entrevista depende de muchos factores, depende del entrevistado, depende de tu estado de ánimo…
“Por ejemplo, con Guayasamín me pasó algo parecido que con García Márquez. Lo vi en la calle y le dije que quería entrevistarlo. Me dijo que no.
—Quiero entrevistarlo, insistí.
—Vaya a mi casa mañana, a las ocho de la mañana.
Cuando llegué allí me pasaron al comedor, Guayasamín estaba desayunando, y no me brindó ni agua. Yo sentado ahí y él comiendo. Luego empezamos la entrevista y a los veinte minutos me dice:
—Mi amigo, se le acabó el tiempo.
— ¿Cómo?
—Yo no doy entrevistas de más de veinte minutos, así es que lo siento.
—Pero no he terminado.
—No, no, eso no es problema mío.
Empiezo a recoger mis papeles mientras pienso cómo salir del aprieto. Y le digo, ayer leí en la revista Fortuna un artículo sobre usted…
—Imagínate, la revista Fortuna, ¿qué dice de mí?
—Que usted, que se presenta como apóstol de los indios, tiene aquí en su casa cincuenta indios y los trata como esclavos.
—Eso es una pendejá, eso es mentira. Siéntese, no se vaya, que vamos a seguir conversando.
Otra vez, en una entrevista con “una persona muy importante”, Ciro tomó sus notas y al final escucha de su interlocutor:
—Bueno, Bianchi, no es por usted, pero yo quisiera que cuando tuviera listo su texto me trajera el material para leerlo y revisarlo por si acaso me equivoqué.
—Mire, usted no se equivoca, pero si usted se equivoca y quiere revisar su entrevista llame al director de la revista, que se llama Jacinto Granda, que él seguramente le va a mandar la entrevista. Yo, por regla no hago eso. Si yo me equivoco, usted me muele.
Y nunca la mandó a pedir. El periodista tiene que darse su lugar, porque si no, imagínate.
Además, nadie sabe el mecanismo de relojería que arma el entrevistador para presentar al entrevistado de la mejor manera posible. Y, a veces, el periodista es tan coherente que el mismo entrevistado se da una palmada en el hombro felicitándose por la forma brillante en que habló, y no sabe que es producto del trabajo del periodista. Eso es increíble, porque te rompes la cabeza para armar aquello, porque muchas veces si publicas las cosas que te dicen, el entrevistado la pasa mal. Así que tienes hasta que cuidarlo.
…
—Ciro, ¿y qué es para usted el periodismo?
—Todo. Yo no he hecho otra cosa en mi vida. Empecé con diecisiete años y tengo setenta. El periodismo es dedicación, entrega, compromiso, fidelidad y respeto, respeto al lector, a esa persona que te lee, que te busca, que confía en lo que tú dices, que da como cierto lo que tú dices, o que polemiza contigo también, que es muy importante.
“Siempre hice periodismo en la prensa escrita, aunque he tenido momentos en la radio, en la televisión. Durante cuarenta y cinco años he trabajado para las publicaciones de Prensa Latina, y hace dieciséis, para Juventud Rebelde. He hecho de todo, muchísimos reportajes, entrevistas, crónicas.
“Ahora estoy preparando un programa para el Canal Habana que va a ser como una sucesión de Como me lo contaron; se va a llamar Contar La Habana. La diferencia entre ambos radica en darle más protagonismo a la imagen de archivo en movimiento, que hay mucha, solo hay que buscarla. Y que tampoco exceda los quince minutos para que la gente no se quede dormida delante del televisor”.
Ciro Bianchi no tiene hobbies, siempre está trabajando y cuando no, está leyendo, buscando materiales. “Manualmente soy muy torpe; además me parece que todo lo que haga fuera del periodismo es perder el tiempo. Soy incapaz de practicar un deporte, de ver un juego de pelota. ¡Eso para mí es un sacrilegio! Entonces, en realidad, no tengo tiempo, tengo mucho trabajo. Pero toda la vida he sido, más o menos, así”.
En video:
SOBRE LA ENTREVISTA HECHA A CIRO BIANCHI ROSS POR FLOR DE PAZ
Buena labor. Bien por la entrevistadora. Bien por el entrevistado. Al margen de cualquier otra consideración, sin entrar en detalle alguno de otra índole, lo primero que se percibe pertinente es reconocer la fibra de periodista de Ciro Bianchi Ross. Él honra al medio o a la agencia que lo tenga en su fuerza de trabajo. Eso es él: fuerza de trabajo, de trabajo fértil, indetenible, inteligente, estimulante, que enseña. ¿Cuántos periodistas podrán mostrar su currículo, su productividad, largamente plasmada en incontables páginas de publicaciones periódicas y en numerosos libros propios? Estamos ante un profesional que no necesita más evaluación que los frutos visibles de su quehacer. Puede incluso aportar una vara para evaluar a otros, aunque en eso pudiera tener un “defecto” molesto, imperdonable: tomado él como referencia, pondría el listón tan alto que sería muy difícil saltarlo limpiamente. Limpiamente debe él ser valorado. Lo merece. Hacerlo así será un honor para quien tenga esa responsabilidad y esa capacidad. Seguramente lo saben quienes trabajan más cerca de él. Lo intuye o lo sabrá también el público lector. Ahora una nueva confirmación de su relevancia para el periodismo cubano se la debemos a Flor de Paz. Felicitaciones para ambos, y para Cubaperiodistas, que difunde una entrevista como el acto de justicia que es.
Luis Toledo Sande
Mis felicitaciones para bianchi, hombre exepcional, gran periodista, conocedor y persona. Cuantos conocimientos acumulados. Siento envidia. Muchas gracias por sus numeros trabajos. Rubiel