Con esa ingenuidad propia de los genios… ¿Habré comenzado bien?
Bueno: con esa ingenuidad tan suya, que envidiarían hasta los mismísimos genios, tuerce el cuello y, sin quitar los dedos de la laptop, queda ensimismada, mirando como una niña, la gozadera que a pocos metros empiezan a armar Filiberto, Alexey, Delicia, Yaudel, Mayito, Ortelio, el estudiante José Alemán… y hasta Roberto Carlos: el director de Invasor.
¿Será que Cuba, por fin, ganó en la pelota? —se pregunta, con otros cinco peldaños de candidez en la sonrisa, hasta que, no pudiendo soportar más, se une al “jolgorio sin sentido”, en medio del salón de periodistas.
Entonces una de esas voces de mando, que nunca faltan en momentos de emboscada, ordena bien alto y claro: ¡A cargarla!
Y, entendiendo aún menos (o aún nada) lo que ocurre, de repente se siente por el aire, entre el lenguaje mudo de brazos que destilan júbilo y la sonora expresión de voces que arman y desarman y vuelven a componer la palabra Felicidades.
¿Pero por qué, caballeroooooo? —atina a preguntar, con un sobresalto (por los saltos) en el pecho.
(Decididamente siempre “la víctima” es quien último se entera —pienso, mientras aprieto, no sin aprietos, el obturador)
Y dentro de la Nikon, y de mí adentro, va quedando congelada la calurosa imagen de Katia Siberia García.
“¡Es que volviste a ser el Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez!! —le dice, en preventiva confesión precordial, por fin, Roberto Carlos.
Y la mano derecha se le dispara buscando refugio rumbo al pecho.
Y creo que por la abertura de su boca le cabe un camión con remolque y todo, cargados de sorpresa a punta de estaca.
Y no habla. No puede. Creo que sonríe, sin saberlo. O quizás solloza, o se aprieta en un nudo para no desatarle riendas al llanto.
“Pero si ya fui Premio el pasado año…” —ataja, incrédula, tal vez deseando mostrar la posibilidad de un error que, desde luego, no cometieron los miembros del Jurado.
¡Y eso qué importa! —ripostan casi al unísono dos o tres voces— ¡Lo tienes otra vez!
Lluvia de besos. Aguacero de abrazos. Invasor está invadido. Invadido por el orgullo; por el privilegio de tener a esa mujercita con estatura física de maíz en grano y dimensiones de palma real a la hora de zancajear los surcos de la verdad desde el teclado.
Lo dejó nítidamente claro e irrefutable el jurado en su veredicto:
Por el brillante abordaje controversial de zonas de la realidad nacional y el sector público, a través de un sobresaliente manejo del lenguaje, un estilo muy personal y un elocuente y rico empleo de géneros, destacándose entre ellos el llamado periodismo de investigación.
Por el compromiso profesional desde la honestidad y la valentía, en un conjunto que sobresale por su integralidad y que demuestra un proceso de maduración profesional…
Y me callo… lo más sensato es hablar o escribir muy poco, cuando se tiene al lado tanta Katia.
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Otra lectura recomendada: “No soy ejemplo para nadie”, entrevista con la joven colega publicada en Juventud Rebelde