Hay gente que viene a la vida y no admite dobles, ni réplicas. El güinero Walón es de esos seres, que como expresa un gastado axioma: “El que lo imite fracasa”.
Lo conocí en 1984 cuando entré a la Academia Superior de Guerra Máximo Gómez para un curso de corresponsales. Me desilusionó conocerlo, pues consideraba que yo iba a encabezar la escuadra del antiguardia, del antimilitar, pero al observar cómo él se entallaba el uniforme y su modo de actuar, me confesé compungido: “Coño, el tipo me va a opacar. Más rega’o que este no lo hay en el planeta”.
Entonces me designé su segundo al mando y lo comencé a distinguir como El general de las ocurrencias, y yo su fiel cabo de carpeta.
Juvenal Balán, quien venía con él desde las tropas reporteriles del Ejército Occidental había ya sufrido las walonadas, como la ocasión que, al no tener baño sanitario, se orinó en la gaveta donde el gordo guardaba sus cámaras y agendas periodísticas. Juan Bacallao Padrón, el alumno más disciplinado de nuestro grupo, para sorpresa de todos, tenía en Alberto Gutiérrez Walón a su mejor aliado y compañero.
Walón siempre fue muy puro, muy bueno y muy trasparente. Caía bien desde que lo veías por primera vez; pienso ahora que los oficiales y profesores de la academia, al verlo, chiquito, gordito, con la visera de la gorra de medio lado, la camisa semi por fuera, y el pantalón por debajo de las verijas, les causaba gracia y a admiraceión a la vez; y por ello nunca tuvo el menor contratiempo.
Confieso que me sorprendió la noticia de su muerte. Cuando el joven periodista Darián me lo comunicó por el celular, pensé que era otra de las ocurrencias de Walón para saber que reacción yo tenía, pues él sabía cuánto lo quiero y admiro. (fíjense que lo escribo y lo escribiré en presente).
Walón es de esos periodistas de olfato divino para encontrar la noticia por mucho que se les escudriñe. Le inyectaba poesía a las ltras y eso todo el mundo no lo sabe ni lo puede hacer. También supe que se distinguió como directivo de órganos de prensa, lo cual, acepto, ni remotamente lo imaginé.
Me gustaría terminar con una anécdota este desahogo letrado:
Partimos hacia Angola, para nuestras funciones de corresponsales de guerra, y nos entregaron una guayabera blanca y un pantalón negro a cada uno. Yo era alto y flaco y Walón chiquito y gordito, como dije antes. Cuando arribamos a Luanda le expresé emocionado. “¡Parecemos dos diplomáticos cubanos!”
Él me miró, soltó su risita inconfundible y ripostó:
“¡Que diplomático, ni que co… ¡Nos parecemos a los mismísimos Justo Vega y Adolfo Alfonso, improvisando en Palmas y Cañas!”
Publicado orginalmente en la versión impresa del diario Mayabeque