Al conocer la estampida del tirano, los revolucionarios recluidos en el Presidio de la Isla de Pinos el mismo primero de enero de 1959 tomaron las riendas del lugar. Entre ellos se hallaba Armando Hart, miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio. Entre la incertidumbre y la certeza, el joven abogado y combatiente no dudó en apostar por la última. Con Fidel al pie del combate, todo era posible, nada era imposible.
Lo fue sabiendo no de golpe, sino por convicciones enraizadas. Como los jóvenes de su generación, a la altura de los años 50 del pasado siglo, Hart vivió la debacle republicana, la frustración de los ideales martianos, la sumisión a la órbita imperial estadounidense y la miseria moral.
Encontró en el movimiento encabezado por el profesor Rafael García Bárcenas una punta de lanza contra el régimen dictatorial. Más no suficiente. El 26 de julio de 1953 una luz comenzó a guiar sus próximos pasos: “Aquel día fue para mí –recordó después- la confirmación heroica de todas aquellas ideas y elevó ante nosotros la figura de Fidel y de los aguerridos jóvenes que lo acompañaron a tomar el cielo por asalto. Esos eran, definitivamente, el líder y el movimiento al que aspirábamos, el que Cuba necesitaba y dentro del cual valdrían la pena los mayores sacrificios, incluidos el de entregar la vida misma a la causa de la libertad y la justicia para el pueblo cubano”.
La fundación del M-26-7 tras la excarcelación de los moncadistas, la organización de la lucha clandestina, el encuentro en la Sierra Maestra y la promoción de las bases ideológicas de la gesta de liberación tuvieron en Hart a un activista destacadísimo.
Luego no hubo tarea encargada por la dirección política del país, y de Fidel, a la que no consagrara pasión, inteligencia y compromiso, desde el Ministerio de Educación hasta el de Cultura –parteaguas este en la restitución de la política cultural revolucionaria-, desde las misiones partidistas en la esfera de organización y en Oriente hasta la puesta en marcha del Programa Nacional Martiano.
Para conocer con más profundidad y detalles acerca de la relación entrañable entre Fidel y Hart, recomiendo la lectura de la compilación de artículos y ensayos titulada Cuando me hice fidelista (1952 – 2016), segundo tomo de la colección Cuba, una cultura de liberación (Editorial Verde Olivo, 2017), proyecto a cargo de la doctora Eloísa Carrera.
A partir de la revisión de las páginas allí reunidas, y de bucear en mi experiencia de trabajo directo con Hart, quisiera subrayar tres aristas determinantes en la comprensión de la dimensión política, histórica e intelectual del líder de la Revolución cubana.
Una de estas radica en los vasos comunicantes entre la teoría y la práctica. De una a otra iba Fidel permanentemente, ajustando tácticas sin abandonar jamás los principios. Hart insistió muchas veces en el estudio de los aportes teóricos de Fidel –lejos de dogmas y academicismos- a la construcción del socialismo en un país del Tercer Mundo, cercado y hostilizado, por lo que implica para la renovación y puesta al día del marxismo-leninismo y los desafíos a vencer en la demolición de los hegemonismos coloniales, neocoloniales y neoliberales.
Otra apunta al papel de la cultura, entendida esta desde una órbita holística dialécticamente articulada: cobrar conciencia de los orígenes, del legado martiano, de las fuentes y las contribuciones de los revolucionarios y pensadores de la mal llamada periferia, y cribar y asimilar las nuevas experiencias dictadas por el devenir.
Y, por supuesto, la ética. “Si tuviera que resumir el rasgo más característico de Fidel –escribió-, no vacilaría en señalar su pensamiento ético, el que demostró y puso a prueba en los momentos más difíciles, desde los tiempos del Moncada hasta que se convirtió en la fuerza esencial de la Revolución”.
Por si fuera poco, en varias conversaciones le escuché decir: a Fidel hay que sentirlo, en lo visible y en lo invisible, en actos, hechos, e intuiciones; en la cultura de hacer política.
El 25 de noviembre de 2016 Fidel transitó hacia la eternidad. Un año y un día después Hart dijo adiós. Imagino lo que representó la pérdida del líder, del amigo, del hermano para quien fue uno de los más fieles seguidores, creadores e intérprete de los conceptos fidelistas.
Pero lo que bien se siembra, germina. Fidel y Hart nos arropan, inspiran y acompañan.
Foto de portada: Fidel y Hart en 1961. Imagen tomada de Associated Press