El 28 de abril de 2022, pocos días después de llegar a Beirut, Leslie Alonso y Yodeni Masó, corresponsales de Prensa Latina (PL) en la nación árabe, escribían esta crónica:
Llegar al Líbano en el mes del Ramadán, a semanas de las elecciones y en medio de una crisis económica presupone todo un reto para cualquier ciudadano ajeno al mundo árabe.
La ausencia de alumbrado público en algunas zonas residenciales contrasta con las vallas lumínicas y la opulencia de los centros comerciales; esta es la primera impresión al cruzar la línea de salida del aeropuerto Rafic Harriri en la capital libanesa.
Altos edificios con ventanales de cristal y complejas estructuras arquitectónicas dan cuenta de la modernidad presente en una nación de geografía montañosa y bendecida por las costas del mar Mediterráneo.
El reconocimiento de 18 confesiones de fe y la presencia de refugiados sirios, palestinos y armenios y de otros inmigrantes africanos, hablan de la diversidad de la población, en la que cristianos y musulmanes se distribuyen por mandato constitucional los puestos en el gobierno.
Los restos de disparos en edificios y puentes, las estatuas a los mártires, los constantes puntos de control policial y las cercas de alambre por toda la ciudad, recuerdan los conflictos internos y regionales de ayer y hoy.
Al borde de la bahía capitalina (San Jorge), gigantescos silos aún perduran como testigos de la explosión del puerto de Beirut que cobró la vida de más de 200 personas y destruyó en agosto de 2020 parcial o totalmente las residencias de unas 300 mil.
Su infraestructura vial denota progreso con carreteras, autopistas, túneles y elevados, saturada por los miles de autos que circulan a diario.
Sin embargo, Beirut, pese a una marcada influencia europea, carece de un sistema de transporte público que sostenga la cotidianidad de su gente.
La actividad comercial la caracteriza la importación de productos por estar muy deprimida la industria nacional como resultado de políticas neoliberales.
En su cocina confluyen la gastronomía internacional con las más arraigadas tradiciones culinarias árabes.
Por sus calles pululan mendigos, niños pobres y ancianos, como testimonio de la desequilibrada distribución de la riqueza y resultado de la peor crisis económica y financiera de los últimos 150 años.
Los días de Ramadán (mes sagrado para los musulmanes) transcurren en un ambiente de reflexión familiar. La jornada laboral se acorta, disfrutan de días feriados y el rompimiento del ayuno (iftar) constituye un verdadero festín.
Con ocho de cada 10 personas por debajo del umbral de la pobreza, los libaneses asumen con escepticismo las elecciones parlamentarias previstas para el entrante mayo y con ellas la oportunidad del surgimiento de un gobierno capaz de impulsar la recuperación económica.
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“En Beirut el tráfico es agobiante; hay muchos puentes y muchos elevados; hay muchos edificios, porque el Líbano es un país muy pequeño”, dice Yodeni para esta entrevista.
—Uno de estos días, salimos en el auto bien temprano en la mañana, que es cuando mejor se puede conducir, y mientras circulábamos por la ciudad, yo pensaba: ‘No sabemos cómo suena una bomba, pero si cae una bomba aquí, todo se vuelve cenizas, como está ocurriendo en Gaza’.
“Tenemos acceso a muchas imágenes y testimonios; es muy doloroso todo lo que vemos en las pantallas. Y uno se pregunta: ¿cómo Naciones Unidas —aparentemente— se queda de manos atadas ante Estados Unidos y sus aliados, que son realmente los que están dirigiendo esta guerra?”
Nosotros —añade Leslie— hemos llegado a este momento de la guerra después de un año y medio en el Líbano, cuando ya hemos consolidado nuestra manera de asumir la causa palestina.
—Sin exagerar, creemos que en esta batalla que se está librando dentro de Palestina se evidencia la crisis de valores esenciales que vive la humanidad. Es un horror que la gente vire la cara ante cinco mil niños enterrados, veinte mil personas heridas y una franja de Gaza con casi dos millones de seres sin acceso, siquiera, al agua; e hirviendo la del mar para sobrevivir.
“¿Qué mundo es este en el que nacimos? ¿Cómo va a ser así? ¿Cómo cuatro cancilleres, cuatro o cinco representantes de países, sentados en una mesa van a poder determinar cuántos civiles tienen que morir para supuestamente derrotar a un grupo terrorista? ¿Cuántos civiles cuesta un supuesto terrorista palestino? ¿Hasta cuándo? Es demasiado.
“Y salvando las distancias, porque no soy ni miliciana ni palestina, siento que desde lo que hago aporto algo a la defensa de la verdad y a la justicia, porque esa gente desde hace 75 años ha estado obligada a vivir en las peores condiciones”.
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En agosto de 2022 —39 años después de la masacre de Sabra y Chatila— Leslie y Yodeni visitaron por primera vez un campamento de refugiados, justo el de nombre Chatila. Desde la diáspora, dice ella, en este lugar se tropieza directamente con las desgracias que padece el pueblo palestino.
“Cuesta creer que haya personas en el mundo que vivan como se vive en estos campamentos: pésima higiene, hacinamiento extremo, ausencia de alcantarillas, aceras y calles: solo recovecos.
“Mientras caminas por esos vericuetos un chorro de agua de origen desconocido puede caerte encima sin tiempo a reaccionar, en medio de tendederas de cables eléctricos que cuelgan por todas partes”.
A dichas condiciones —precisa Leslie—apenas descritas en estas líneas, se adicionan los escuálidos medios de sustento con que cuentan los habitantes de los campamentos para mantenerse. Ellos solo pueden trabajar en la prestación de servicios, en aquellos en los que no obran los libaneses. Algunos, en el interior del propio refugio, abren un pequeño negocito o son empleados en los mercaditos internos. En el Líbano, los palestinos son indocumentados y no pueden ejercer en las instituciones del país.
“Aun así, las personas edifican su existencia en ese medio y circunstancias, que son las que tienen para vivir, y también son capaces de reír y estar alegres; no están tristes o amargados, y mantienen sus tradiciones. La mayoría son hijos de padres que fueron desplazados. A los niños se le ve jugando”.
—¿Sus vidas solo transcurren dentro de los campamentos?
—No, también afuera. Limpian calles, arreglan casas, hacen trabajos de plomería, albañilería. Algunos han logrado emanciparse más, como los graduados de Medicina en Cuba que abren un consultorio dentro de los campamentos. Otros, que se hicieron ingenieros en la isla, se van a otros países, precisa Yodeni.
“Hay palestinas que se casan con libaneses para obtener la ciudadanía. Porque en el Líbano, los refugiados no tienen derecho a tener pasaporte”.
—No tienen legalidad en ninguna parte…
—No, no, no…
Leslie explica que los palestinos que viven en los 12 campamentos de refugiados existentes en el Líbano, están asentados en registros y que ahora también hay muchos sirios en esos mismos reductos. “Se habla de un millón y medio, aunque no todos están inscritos por Naciones Unidas”.
Las facciones palestinas, que son muchas, gobiernan en el interior de los campamentos —detalla Yodeni— y ante cualquier suceso, ni el gobierno libanés ni el ejército puede intervenir.
—No es secreta la presencia de altos dirigentes de las principales facciones palestinas en el país. De hecho, en medio de los actuales acontecimientos en Gaza, un secretario adjunto de Hamas está en el Líbano. Y también hay líderes de los Frente Popular y Frente Democrático, Yihad Islámica, que junto con el líder de la Resistencia Hizbullah, analizan el devenir de las operaciones conjuntas; por lo tanto, los vínculos entre el Líbano y Palestina son bien cercanos.
No sólo con la causa —acota Leslie— sino con la Resistencia, con los grupos armados, con las milicias.
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Leslie y Yodeni visitaron el campamento Chatila en agosto de 2022. A ella nunca se le borrará de la memoria el testimonio de Nouhad Srour, una señora sobreviviente de la masacre de Sabra y Chatila, ni los detalles de cómo su familia fue asesinada frente a ella, cómo lo vivió y lo recuerda.
—En su cara se reflejaba la expresión de una palabra horrible de mencionar: odio. Mientras hablaba, sus ojos se llenaron de odio hacia los israelíes, y si el odio tiene alguna representación física, es la mirada Nouhad. Es imposible no solidarizarse con estas personas.
En los campamentos, Naciones Unidas tiene algunos centros educacionales, la mayoría sin recursos. En el Líbano —afirma Leslie— no hay sistema de escolaridad pública, solo privada, inalcanzable desde el punto de vista económico para las familias pobres. “Quien logre incorporar a sus hijos a una escuela del sistema de Naciones Unidas, es más que dichoso. Muchos niños aprenden a hablar y a escribir un par de palabras porque se las enseña el tío, el primo, el padre; nunca llegan a saber lo que es un pupitre”.
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Entre los acontecimientos recientes ocurridos en el Líbano, Leslie evoca el día que martirizaron a un corresponsal de Reuters en el sur del país. Explica que Yodeni y ella habían salido muy temprano para apertrecharse de algunas reservas, ante el riesgo de que la guerra llegara a Beirut.
—Buscábamos, sobre todo, equipos con baterías recargables, porque en el Líbano el servicio electroenergético tiene un pésimo estado, al punto de que a veces te pasas el día entero sin corriente del gobierno; y en otros, solo aparece una hora al día. El resto del tiempo, hay que valerse de generadores privados, a pagar por una cantidad de horas o amperes. Entonces, compramos algunas baterías y lámparas, power bank y cosas de esas para habilitar las computadoras.
—Apertrechados de nuestras provisiones, vimos mediante los chats de trabajo en que estamos con los equipos de Al Mayadeen este mensaje: “Último minuto, urgente, movilizado todo el mundo, bombardearon el sur y hay un corresponsal asesinado, muerto”. Y ahí Yodeni me dijo: “bueno, si creíamos que esto todavía estaba lejos ahora sí está tocándonos la espalda”.
—En ese momento no sabíamos si el agredido era el corresponsal de Al Mayadeen, que lo conocemos y hemos compartido con él en el canal. Incluso, el día antes, nos despedimos del enviado especial que Telesur mandó desde Venezuela, un chileno que además estuvo en Ucrania. Golpeados contra esa dura realidad, pensamos: “esto puede ir a peor en cualquier momento”.
—¿Cómo hacen para abarcar ese aluvión de hechos que se suceden uno tras otro desde la agresión de Israel a Gaza?
—Tratamos de buscar fuentes de información que sean lo más cercanas posible a Palestina, porque los grandes medios de comunicación te distancian cada vez más de la causa. Es muy fuerte la hegemonía, el control que tiene Israel sobre los medios corporativos en el mundo. Así que lo logramos a través de Al Mayadeen, que tiene un departamento de monitoreo de la prensa israelí con personas que hablan hebreo, como los israelíes, explica Leslie.
“Nosotros tenemos acceso a todos esos materiales que ellos producen como insumos para los periodistas del canal. Esa es una gran ayuda para acceder a la información, porque obviamente no leemos ni escribimos en hebreo y ni siquiera podemos hacer una búsqueda en Google en esa lengua. Lo otro es que estamos suscritos a canales oficiales de la Resistencia en Telegram, y por ahí también recibimos información de forma continua.
“Al Mayadeen, más que un medio de comunicación, es un eje estratégico dentro de la liberación de Palestina. Su nivel de dominio de la información y del escenario de operaciones en el campo va más allá de lo que puede tener cualquier medio de comunicación tradicional, porque es parte de la batalla y de la causa palestina en sí; no con armas, sino con computadoras, creadores audiovisuales y periodistas.
“Los traductores de Al Mayadeen también nos apoyan, mediante esa colaboración que tenemos establecida. El árabe es un idioma muy distante del español en todos los sentidos y no se puede confiar en las plataformas de traducción online, porque te llevan por otro lado distante de la verdad.
—Ustedes están muy entusiasmados con el trabajo, a pesar de las circunstancias potencialmente peligrosas en que se hallan…
—Mis padres y la mamá de Yodeni están viviendo una etapa de mucha tensión; están preocupados, asustados, quieren saber constantemente de nosotros. Cuando les contamos que hicimos una entrevista, que alguien nos grabó unos audios, mi mamá siempre dice: “Ay, Dios mío, esa emoción me tiene mal de los nervios, me pone peor”.
“Pero desde el 15 de octubre, nosotros salimos de la casa donde está nuestra corresponsalía, del lugar donde vivimos aquí en Beirut; una semana después de que estalló la guerra en Gaza. Porque en 2006, que fue la última vez que Israel bombardeó Beirut, entre sus objetivos estuvieron los puentes elevados que conectan a las dos alas de la capital para cortar la comunicación entre el sur y el norte del país. Esa carretera también conduce a la autopista Damasco, que te saca a Siria.
“Nuestra corresponsalía está justo después del último puente; o sea, en las afueras de Beirut, por eso nos pidieron salir de allí. Y, en medio de toda la emoción nuestra que usted ha notado en la entrevista, andamos con una maleta con unas mudas de ropa dentro del auto. Estuvimos unos días en la embajada de Cuba, y ahora en una casa en un barrio supuestamente más seguro donde nos han abierto las puertas”.
Trabajar y adquirir experiencias —subraya Yodeni— es lo que nos propusimos desde que vinimos para acá. Las limitaciones del idioma nos impiden tener amigos, colegas con los que podamos socializar. Y como los dos somos periodistas, pues ninguno se pone bravo por el tiempo que el otro le dedica al trabajo. Así que en nuestra relación de pareja eso no es un problema; todo está en armonía.
—¿Es la primera corresponsalía de ustedes?
— Sí, ya le decía que yo nunca había trabajado en Prensa Latina; entré por primera vez a las oficinas de la agencia cuando fui a firmar el contrato para venir para acá con Yodeni.
(Imagen de portada: Con niños palestinos en Campamento Sabra y Chatila. Ellos hicieron estos dibujos a Leslie y Yodeni. Julio 2022. Foto: Cortesía de los entrevistados.).
(Publicado en Cuba en Resumen)