No podrá decirse ausente en las vueltas a la ceiba de El Templete en el aniversario 504 de la fundación de La Habana, aunque haya marchado el último octubre. Respetado, estimulado y consultado por el inmenso Eusebio Leal, el arquitecto Severino Rodríguez legó una marca indeleble en los ámbitos de la restauración, conservación y promoción de los valores patrimoniales de la ciudad.
Le fue siempre difícil hablar de sí mismo. Con ademanes sobrios e irradiando simpatía natural, se le encendía la palabra a la hora de exponer rasgos sustantivos y singulares de la capital cubana, y no solo de su centro histórico, sino de otros espacios urbanos en la Víbora, el Vedado, Miramar y Arroyo Naranjo. Eso sí, solía bromear -¿o acaso lo hacía en serio?- con que era el último descendiente de la estirpe del Conde de Cañongo –controvertido título sometido en el siglo XIX en la isla a los avatares de la compraventas de influencias en el negocio inmobiliario-; de ahí su compromiso e iniciativa con las tareas de la Oficina del Historiador de la Ciudad, los cuales resumía en una frase: “A Eusebio no se le dice no, se pone mano a la obra y basta”.
Severino se mostraba orgulloso de haber nacido en Guanajay, “un día de 1933 del que no quiero acordarme para no sentirme viejo”. Estudió Arquitectura en la Universidad de La Habana y se inició en los menesteres de la proyección de edificios y residencias a la vera de cotizados profesionales que entre finales de los 50 e inicios de los 60 animaron el Movimiento Moderno, díganse Ruiz Calcines-Lois y el gabinete de Fernando Salinas, maestro al que estuvo muy ligado en años sucesivos.
Bien pronto, sin embargo, derivó su quehacer hacia la creación y revalorización de ambientes culturales, consciente de la inauguración de una era inédita de ensanchamiento de los horizontes espirituales de las cubanas y los cubanos. En esta faceta, que ya nunca jamás abandonaría, estuvo al lado de Josefina Rebellón, Cecilia Menéndez, Fernando Salinas, fichado por Marta Arjona, más tarde junto a Mario Coyula, hasta que entró en la órbita seductora de Eusebio Leal. Decisivo también sus contribuciones a la Comisión Nacional de Monumentos, el Centro de Diseño Ambiental del Fondo Cubano de Bienes Culturales, codo con codo con Rita Longa, y la Comisión de Desarrollo de la Escultura Monumental y Ambiental (CODEMA), en la que hizo equipo con Margarita Ruiz Brandi.
Cuando se repasa el catálogo de obras destinadas a la promoción del patrimonio cultural a lo largo del país, salta el nombre de Severino más de una vez. En Santiago, el Museo Bacardí; en Guantánamo, el Museo de la Brigada de la Frontera; en Cienfuegos, el teatro Terry. De esta última experiencia, el conservador de la urbe sureña, Irán Millán, recordó: “Cuánto sentimos la partida de nuestro querido amigo Severino. Excelente persona y gran profesional, su huella quedará por siempre en la restauración en 1963 del bello templo Teatro Tomás Terry; me dejó documentos de esta acción que agradeceremos por siempre todos los cienfuegueros”.
En una ocasión pregunté cuáles habían sido los retos mayores en su carrera y señaló, contrario a lo que otros pensaban por su implicación con el proyecto del Castillo de la Real Fuerza, la recuperación y puesta en marcha del Museo de Arte Colonial. “Acuérdate que solo existía el Museo de la Ciudad, en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, y el de Arte Colonial nos exigía refuncionalizar el inmueble de modo que albergara y diera valor a exponentes únicos. Sin la lucidez de Margarita Suárez nada habríamos conseguido. Ahora, si me preguntas por mi mayor atrevimiento, pon la incursión en la escenografía con Teatro Estudio, No sé todavía cómo me dejé convencer por Raquel Revuelta para inmiscuirme en la escena”.
La Habana y Severino sellaron un pacto íntimo. Asesoró la trama de los Museos Arqueológicos de la Ciudad, la renovada proyección de la Casa de las Tejas Verdes y la Casa del Vedado, que en la Calle 23 entre D y E, presenta el ambiente doméstico característico de la vivienda de clase media alta a la altura de la tercera década del siglo pasado.
Estudió los patrones del desarrollo urbanístico de la barriada de Miramar, de lo cual dejó documentado testimonio en la memoria colectiva publicada en 2016 por Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Nada habanero le fue ajeno a Severino. Posiblemente nadie conoció como él las fuentes de la ciudad, las existentes, las desplazadas, las olvidadas. Una verdadera fiesta resultaba preguntar por esta y aquella. “Símbolos que van conmigo y espero vayan con los habaneros que vendrán”, acuñó.
Él mismo se yergue como símbolo de los tantos y tantas que respiran por una ciudad creativa que no se detiene en los fastos del pasado. De modo que en las vueltas a la ceiba de El Templete en este aniversario de la ciudad, sepamos a Severino en viva ronda junto al imprescindible Eusebio.
Foto de portada: El Templete. Tomada de Cuba tesoro
Gracias por todas las palabras ofrecidas hacia mi Primo Severino Armando Rodríguez. Me emocioné mucho al leer el artículo , sus conocimientos ya no se encuentran con nosotros pero siempre lo tendremos en nuestros corazones y mente. Se le extraña mucho su manera de ser, su elocuencia su cariño. Gracias una vez más no lo olviidaremos , los que quedamos de la familia y amigos.