Como suele ocurrir desde 1992, sólo dos países votaron en la ONU a favor del bloqueo a Cuba: Estados Unidos e Israel. Sin embargo, esta vez no se ha sentido igual la rutina del mundo contra dos gobiernos sordos a perpetuidad en Naciones Unidas. Los que siguen justificando las sanciones contra mi país son los actores principales de la masacre en Gaza que demuestra cómo las políticas de máxima presión a un pueblo pueden conducir no sólo a la abominación moral del apartheid, sino al genocidio directo y programado de la población civil.
En Cuba seguimos los ataques de Israel a la población palestina y las justificaciones de la Casa Blanca, con indignación y plena conciencia de que esas bombas pueden caer también sobre nuestras cabezas, porque el preámbulo de esa guerra la hemos vivido y la seguimos viviendo en carne propia.
El bloqueo más la inclusión de Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo han deteriorado las condiciones de vida en este país a niveles casi insoportables, lo que tiene un vínculo directo con la emigración a Estados Unidos –cerca de 500 mil cubanos en los últimos dos años llegaron a la frontera sur–.
“El gobierno de Estados Unidos no ha sido eficaz en su objetivo número uno de derrocar al gobierno que no le agrada, pero lamentable y dolorosamente ha sido muy eficaz a la hora de dañar en muy poco tiempo a la población cubana… Para mucha gente, es mejor irse del país”, reconoció la semana pasada, en entrevista con NBC News, la subdirectora de Estados Unidos en la cancillería de Cuba, Johana Tablada.
Salvando distancias geográficas e históricas, hay simetrías evidentes entre la isla del Caribe y los territorios palestinos ocupados. El bloqueo a los alimentos, las medicinas, el oxígeno para los centros hospitalarios durante el covid, el combustible y los artículos de primera necesidad, llevan a la desesperación de seres invisibles y descartables que viven, como en el cuento “Embargo”, de José Saramago, atrapados en una máquina que ni el individuo ni la colectividad pueden controlar, que lesiona la capacidad de entender la naturaleza del crimen y conduce a la devastación.
Como el bloqueo a Cuba, la tragedia de Gaza no empezó ahora. Los informes de Naciones Unidas han reflejado el impacto de 18 años de aislamiento y sanciones para los 2.2 millones de gazatíes. Antes del 7 de octubre, la tasa de desempleo era allí la más alta del planeta. Según el Banco Mundial, se elevaba hasta 46.6 por ciento (62.5 por ciento para los menores de 30 años). Dos de cada tres habitantes de Gaza dependían de la ayuda internacional para poder comer (1.5 millones de personas estaban inscritas como exiliados en la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, la UNRWA). La única planta eléctrica del territorio apenas cubría la mitad de la demanda, lo que causaba apagones de entre 12 y 18 horas al día. El 80 por ciento de las familias vivía por debajo del umbral de pobreza.
Cada una de esas cifras tiene un correlato en las Antillas después de 60 años de bloqueo estadunidense. Si no se ha llegado a una situación peor ha sido por obra y gracia de las políticas sociales y porque la mayoría de los cubanos se apretaron el cinturón, sin ignorar que se han cometido errores y bandazos no imputables a la gente que resiste, que no tiene planes de emigrar y que intenta, como decía el escritor Cintio Vitier, construir un parlamento dentro de una trinchera.
El enfoque de Israel hacia Gaza, caracterizado por Efraim Inbar y Eitan Shamir en un editorial del Jerusalem Post como la estrategia de “cortar el césped”, no es muy diferente de lo que se escucha como “solución” para Cuba en medios y plataformas sociales de Florida. El problema no es la mentalidad conspirativa y los llamados a gritos para invadir a la isla, siguiendo el ejemplo del Estado sionista. Cada quien puede creer o descreer lo que quiera, incluso creer en cosas que rayan en el delirio. Lo grave es la gente intoxicada por teorías que se han convertido en “sentido común”, que se sostienen con soporte financiero del gobierno estadunidense y que alientan la intransigencia e incluso la agresión militar.
A pesar de las resoluciones de la ONU que han denunciado por años la intención explícita de exterminar a un pueblo declarado culpable por el mero hecho de existir, de ser lo que es, está muriendo cada 10 minutos un niño palestino. Con rabia y dolor Cuba se mira en el espejo palestino.
Dolorosamente, no es una tesis exagerada. La apuesta está planteada hace más de 60 años, en aquel célebre memorando. Y como no han logrado el propósito, tampoco han dejado de dar vueltas al torniquete del “embargo”. La oleada migratoria, eficientemente estimulada por ellos mismos, les anima a seguir apretando.