Hace unos meses, la celebración de asambleas con todos los miembros de la Unión de Periodistas de Cuba, en provincias y en cada órgano de prensa, mostró, más que todo, que el periodismo cubano se sabe presente, y no para hacer catarsis ante los conocidos problemas, que en un lugar u otro pueden afectar, en mayor o menor medida, al ejercicio de esta bella profesión.
Tampoco fueron asambleas complacientes, y la apología no apareció en intervención alguna. Los colegas se refirieron, sí, a problemas que todavía existen con las fuentes de información, a la falta de cuadros y periodistas en muchos órganos de prensa, a la necesidad que tenemos de trabajar en varios lugares, espacios, o como colaboradores, para que el salario devengado pueda, al menos, servirnos para el sustento familiar.
Ahora, a las puertas del cónclave, a celebrarse los días 2 y 3 de noviembre, se impone un análisis en el que todos participemos. Hay que ahondar en las causas y soluciones para que nuestros colegas, cuando empiezan a ejercer la profesión, lo hagan, además de enamorados, convencidos de que van a ejercer el periodismo por el que apostaron y contribuir, de conjunto, a lograrlo en cada medio.
Que, como redactores o directivos, fomentemos la confianza en lo que hacemos y el compromiso de hacerlo cada vez mejor. Y hacerlo aquí. Mejorarlo aquí. Criticarlo aquí.
Dejar la profesión para irnos a una Paladar o a una oficina de empresa que nos pague más, no es prohibitivo. Tampoco lo es emigrar, a sabiendas de que ello puede significar un adiós para siempre a la profesión que estudiamos y que un día abrazamos.
Somos parte de los afectados por los bajos salarios y, más que todo, por la inflación desenfrenada en la que cada quien pone el precio que quiere a los productos que vende, lo mismo en una carretilla por las calles, que, desde mochilas convertidas en almacenes minoristas, cuando se trata de productos generalmente sin existencia legal justificada.
Se hace urgente que reaparezcan ante los ojos de la población, los inspectores encargados de aplicar leyes y otras medidas contra los infractores. Será una forma de devolver la confianza y la seguridad de quienes se ven vulnerados por tantas acciones que laceran generalmente a los más desprotegidos.
Hay que poner coto mediante la ley a esta yerba mala que ha florecido en los últimos años, la de los que lucran a costa del pueblo y lo hacen impunemente, hasta por las redes sociales, donde lo anuncian todo y a cualquier precio y con servicio a domicilio incluido.
Los periodistas podemos formar parte activa, con nuestras investigaciones y denuncias, de los tan necesarios, yo diría imprescindibles, defensores de la ley, la seguridad ciudadana y el control popular.
Es hora de poner freno a especuladores, a los que exacerban el ambiente tóxico de altos precios y hasta “toman la batuta” de la oferta y demanda e imponen el dólar como patrón de medida para cada cosa que compramos, sea en pesos cubanos o en alguna que otra moneda.
Los periodistas —y si son jóvenes mejor— deben afrontar estos dilemas, y luchar para llegar a la verdad y formar parte, no de los que hacen catarsis, sino de quienes, desde dentro, asumimos ese mundo de dificultades; mostrarnos tal como somos y proponer soluciones tan necesitadas en tiempos de crisis.
Esa es nuestra realidad y quizás podríamos ayudar a la comprensión de algunos de estos problemas, si indagamos bien, con fuentes seguras y sin temor a la autocrítica.
Estoy seguro de que muchas cosas se podrían explicar y entonces ser más realistas, no para conformarnos, sino para dejar abiertas todas las puertas que nos lleven a la comprensión —con crítica incluida—, como una forma de ayudar a la autoestima y lograr que todos nos incorporemos a perfeccionar la obra.
Me cuentan los directivos de la UPEC que dirigieron el proceso en todas las provincias y delegaciones de base de la organización, que el tono, de casi todas las intervenciones, fue de compromiso, de romper con la inercia y enfrentar los problemas, y siempre de mantener la moral bien alta y no ceder ante censores, ni ante supuestas “mediaciones” que pudieran conducirnos incumplir con nuestro deber fundamental de llevar la información al pueblo, con la verdad como premisa y la ética en cada palabra que sustentemos en la prensa escrita, la web, ante las cámaras de la televisión o el micrófono de la radio.
Las redes sociales —usadas para todo, hasta para las cosas más antisociales que existen—, llegadas al periodismo a través del uso de los servicios de internet, constituyen en esta época elementos intrínsecos para nuestra profesión; por ello, la respuesta a tiempo, adecuada y audaz debe ser contundente cuando se trata de quienes la usan con el interés de convocarnos a claudicar.
Con nuestra verdad, tenemos que combatir la moda virtual —las fake news—, sin parches ni edulcorantes, para hacernos mejor aquí y desde aquí.
La mayoría de los periodistas cubanos son jóvenes egresados de nuestras universidades. Muchos con títulos de oro, todos académicamente muy bien preparados.
¡Cuánta diferencia entre nuestros periodistas y los que —pocos, por cierto—, con una u otra nacionalidad —pero sin Patria—, se hacen de un micrófono, una cámara de televisión o una web, para, desde una potencia foránea, servir como mercenarios y pedir invasiones a Cuba, hacer llamados a matar, a que el bloqueo continúe y se fortalezca aún más, a los que tienen como patrón comunicacional las noticias falsas y las medias verdades, ahora muy de moda en manos de lo peor de muchos seres humanos!
No obstante, es la escuela de la vida, el ejercicio diario de la profesión, la indagación y el análisis, la confrontación de las fuentes, la profundización en cada detalle, el complemento que lleva a ser verdaderos PERIODISTAS.
Un periodista cubano no puede olvidar por un instante siquiera, en qué país vive, cuál es nuestra verdad —con aciertos y desaciertos—, el por qué se nos ataca. Y, muy importante, saber cuál es nuestro papel como cubanos y estar preparados para defendernos y defender y perfeccionar nuestra hermosa y perfectible obra.
Converso con muchos jóvenes colegas, entre ellos, algunos que cuando estudiaban preuniversitario me hablaron de su deseo de ser periodistas y luego, desde el examen de ingreso, la carrera, hasta la preparación de la tesis de graduado, hemos mantenido amistad familiar, intercambios de ideas, compartir proyectos de trabajo profesional, hasta la necesidad que tengo (60 años después de comenzar a trabajar como periodista) de oír a los jóvenes, saber cómo piensan, cómo conciben el periodismo de hoy que, por supuesto, no es el mismo de mis primeros años en Juventud Rebelde o en el periódico Ahora, de Holguín.
Me dicen profe y yo me siento no más que un aprendiz de ellos, con la posibilidad que me ha dado la vida de actuar como periodista por seis décadas, y haber tenido el privilegio de coincidir en tiempo y espacio con los que considero “grandes del periodismo”, como Marta Rojas, José A. Benítez, Juan Marrero, Julio García Luis y otros que, quizás, valdría la pena recordarlos más en presente, estudiar sus textos, conocer sus reportajes, sus crónicas, como imprescindibles para hacer un buen periodismo, sea el tiempo que sea.
Con los jóvenes hay que hablar más, sin temor a lo que digan, a que discrepen, a que podamos no coincidir. También fuimos jóvenes y luego hasta pensamos que ya lo sabíamos todo ¡Que error más grande! En esta profesión se aprende todos los días y minutos de esta vida. Tenemos que leer y volver a leer. Estar actualizados de los problemas nacionales e internacionales y, solo entonces, creernos que empezamos a adentrarnos en el periodismo.
De un tema muy criticado, pero poco corregido, también hablamos y comparto con ellos el rechazo a las “actas” de reuniones, como género periodístico, que no lo es. Rechazo los párrafos con algunas palabras en otro idioma, sin el significado en nuestro rico español y el lenguaje rebuscado más cursi que intelectual, que aparece en nuestra prensa, tal como si olvidáramos algunos conceptos que podrían ser viejos, pero constituyen un sostén en la profesión.
El periodismo tiene que ser veraz, inmediato, que no quiere decir perder la precisión y la veracidad de la información, conciso, fresco, y requiere de técnicas y reglas que hay que tener presentes, seamos jóvenes o menos jóvenes.
Finalmente, pienso que si dedicamos más tiempo —el que se necesita— para tratar estos temas con los jóvenes, si logramos que se tome conciencia de ello, también haremos un mejor periodismo, como el que necesitamos y como el que nuestros colegas más nuevos saben hacer.
Hay muchas cosas que perfeccionar y el llamado debe ser a sumarnos desde dentro, a esa grande y hermosa tarea. Adelante. La catarsis no puede ser la opción, como tampoco la apología o la torpe creencia de que ya lo sabemos todo. Estamos a tiempo —yo también— de aprender. No perdamos la oportunidad.