Des Freedman es catedrático en Goldsmiths, University of London y activista por la reforma democrática de los medios de comunicación en el Reino Unido. Tras su conferencia en el VIII Congreso Comunicación y Paz de ULEPICC-España (Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura) en la Universidad Complutense de Madrid, conversamos sobre el estado del sistema de medios y las posibilidades de avanzar hacia una democracia mediática.
—En relación con su trabajo como docente-investigador ha dedicado mucho tiempo al activismo para la democratización de los medios, especialmente en la Media Reform Coalition (MRC). ¿Podría recordar a los lectores de CTXT a qué se dedica esta coalición?
—La MRC se creó para intentar que los medios de comunicación rindieran cuentas como un grupo de presión, para que el gobierno desarrollara políticas que abordaran la concentración de la propiedad de los medios, que introdujeran resortes más eficaces para apoyar a los periodistas que realmente quieren pedir cuentas al poder mediático.
—¿Qué dificultades han encontrado?
—Ha sido muy difícil porque la reforma de los medios no es un tema del que los propios medios quieran hablar. Pero no son nuestro público principal: la gente a la que nosotros hablamos son los partidos políticos, los sindicatos, la sociedad civil, a quienes decimos «tomad en serio la propiedad de los medios, la falta de transparencia, la necesidad de que se responsabilicen, la exclusión de grupos enteros de personas por motivos de clase o etnia, y empezad a organizaros». Si eres un sindicato o un grupo que hace campaña por el medioambiente, tienes que hablar de las representaciones mediáticas, porque mucha gente se entera de lo que pasa a través de ellos. Tienes que situar a los medios y su falta de diversidad en el centro de tu campaña. Si nada cambia, me preocupan también otros movimientos.
«Me ha recordado lo que decía Umberto Eco, seguramente idealizando el pasado: los medios de comunicación solían ser ventanas abiertas al mundo, pero cada vez hablan más de sí mismos; anuncian sus propios programas, comparten contertulios, se referencian entre sí, etc. Sin embargo, Eco nunca mencionó que los medios no hablan de sus propietarios e intereses, como los grupos financieros.
«¡Están obsesionados unos con otros! En las cenas de gala y en Twitter, que parece que existe para que los periodistas y editores puedan hablar entre ellos. Lo que es mucho más difícil para ellos es dilucidar algunas cuestiones básicas sobre la concentración de la propiedad de los medios en los que trabajan».
—¿Cómo intentan llegar a sus públicos?
—Hemos ido a muchas conferencias de partidos políticos y celebramos un festival anual sobre democracia mediática que reúne a periodistas, activistas y estudiantes universitarios. Hemos redactado manifiestos, desarrollado investigaciones y elaborado informes sobre a quién pertenecen los medios de comunicación. La publicación de estos informes ha tenido cierta cobertura, pero la mayoría de las veces hay muy poco interés por parte de los medios, así que seguiremos insistiendo.
—La MRC es una referencia para ULEPICC y para muchos otros colegas aquí en España y en América Latina. Pero, por ahora, no se atisba capacidad de lanzar algo similar.
—Hay un par de cosas que quisiera decir al respecto. En primer lugar, tomamos algunas de nuestras herramientas del movimiento de reforma mediática en EE. UU. Fue realmente inspirador ver el trabajo de construcción de Free Press realizado por gente como Robert McChesney. Fui a un par de sus conferencias. Eran muy grandes y un poco desordenadas. Patti Smith fue la oradora principal en una de ellas. Fue un día fantástico, y realmente atrajeron a otros movimientos, sobre todo a comunidades diversas. Han sufrido altibajos, como muchos otros movimientos, pero hemos aprendido de ellos.
«Aquí en España teníais posibilidades. En el apogeo de los movimientos sociales, Podemos podría haber considerado la reforma y democratización de los medios de comunicación como absolutamente central para ellos. La gente rehúye el tema porque quieren que el editor de turno les diga “por favor, venid al programa”.
«Tengo que decir que Jeremy Corbyn, antiguo líder del Partido Laborista, fue una excepción a esta tendencia y, por ello, fue absolutamente vilipendiado, crucificado por los medios británicos. Pronunció nuestro discurso de apertura hace un par de años y expuso estos problemas. Era víctima del acoso de los medios y lo expuso de todas formas. En general, los actores políticos de primera línea no quieren tocar el poder de los medios de comunicación porque saben que les morderán. Bueno, quizá a veces te tienen que morder».
—Parece que Podemos consideró la reforma de los medios como un tema de posible derrota en la batalla por la hegemonía, así que lo mantuvo fuera de la agenda. Sigue sin aparecer con Sumar.
—Eso reproduce el poder mediático a menos que empieces a decir «basta». Es maravilloso cuando lo ves, sobre todo en televisión. Recientemente ha habido muchas huelgas en Gran Bretaña y un líder sindical, Mick Lynch, del sindicato de ferrocarriles, que tiene la costumbre de enfrentarse a los entrevistadores y decirles: «¿Por qué tengo que responder a esa pregunta? ¿Por qué no me hacen esta otra?». Con el poder de los medios, hay que decir «Espera. Alto. Tenemos que recapacitar». No es justo que un número ínfimo de empresas gigantes detenten así el poder mediático. No puedes llamarte democracia si los medios por los que nos comunicamos están concentrados en manos de unos pocos. Es como si otras perspectivas no se consideraran dignas de entrar. No tenemos una democracia si ese es el caso.
—Una de las líneas de trabajo de la MRC son las políticas públicas mediáticas y culturales. ¿Podría desarrollarlo?
—Estamos intentando conjugar los abordajes ascendente y descendente. Intentamos diseñar políticas que desarrollen estructuras mucho más plurales. Esto es un enfoque de arriba abajo. Hubo una oportunidad cuando se aprobó la ley audiovisual en Reino Unido antes de que la tumbasen. Siempre hay momentos de oportunidad y, si no se está ahí proponiendo políticas, es un desperdicio.
«Por otro lado, si todo lo que haces es contribuir a la elaboración de políticas públicas, me preocupa que te conviertas en otro experto en políticas, en un empollón de las políticas. También se necesitan la disciplina y la energía de las bases para facilitar un nuevo tipo de poder mediático democrático y diverso en el que la gente corriente vea expresadas sus opiniones. Hans Magnus Enzenberger ya dijo hace cincuenta y tantos años que las audiencias deben ser los productores. Tenemos que redescubrir eso. Y, por supuesto, la tecnología debería permitirnos hacerlo.
«En este sentido, Frantz Fanon es realmente importante. Escribió que la radio se convirtió en una herramienta de los oprimidos en la guerra contra los ocupantes franceses en Argelia. También era una herramienta de los opresores, que difundían propaganda. Y, cuando se dieron cuenta de que la voz de los argelinos de a pie podía movilizarse a través de la radio, los franceses intentaron inmediatamente cerrarla, pero no lo consiguieron.
«Tampoco hay que fetichizar. Yo aprenderé de cualquier comunidad que me diga que las cosas se pueden hacer de otra manera. Quiero aprender de la clase trabajadora de Gran Bretaña tanto como de la fantástica historia de democratización mediática en América Latina, y de gente como Fanon teorizando sobre Argelia. Juntando todo eso se consigue tener una panorámica de la situación, porque hay una relación entre los movimientos sociales y los estratos gubernamentales y empresariales de alto nivel. Tu visión de lo que es posible proviene de lo que ha hecho la gente corriente, pero, al mismo tiempo, intentas utilizarlo para decir que las cosas también tienen que cambiar en la cima».
—Usted habla de las contradicciones del poder mediático, un enfoque dialéctico que cuestiona enfoques deterministas y mecanicistas que sólo ven los medios en términos de control social. Propone centrarse también en las posibilidades de acción, de cambio, de intervención, de democratización.
—Es un enfoque optimista. Aunque no siempre me sienta optimista, hay un optimismo subyacente porque las situaciones nunca son estables. Eso lo aprendimos de Gramsci. Se puede teorizar sobre la hegemonía todo lo que se quiera, pero, por favor, no pienses en la hegemonía sólo como una herramienta mediante la cual se produce el consenso. Como revolucionario, Gramsci señaló que la hegemonía no es algo establecido. La cuestión siempre reside en cómo explotar esas contradicciones. ¿Cómo ensanchar las grietas? ¿Cómo llevar a la gente corriente a ese escenario?
«Supongo que este optimismo subyacente es extraño, porque la mayor parte del tiempo nos dedicamos a criticar a los medios dominantes. A mí me gusta Succession, producida por HBO, que no podría ser una cadena más comercial. El sistema de mercado ha producido esta serie maravillosa, pero su atractivo viene de una insatisfacción generalizada con la lógica de mercado, con las formas extremas del capitalismo. HBO, como una empresa capitalista, está aprovechando ese tipo de espíritu anticapitalista según el cual estos personajes superricos son gente horrible.
«Además, no creo que la gente sea un recipiente vacío. Lo que pasa no es simple y llanamente que la propaganda nos llene el cerebro; también nos resistimos».
—Parece que hay más creatividad, libertad y diversidad en la ficción y el entretenimiento que en la información, donde el control es mucho más férreo, especialmente con las guerras y los temas relacionados con el poder de las élites. Aun así, también ha analizado las contradicciones en el ámbito de la información y el periodismo.
«Hace exactamente 20 años, cuando la guerra de Irak estaba teniendo lugar, Estados Unidos y Gran Bretaña estaban lanzando cantidades devastadoras de bombas y ocupando el territorio, y todos sabemos qué consecuencias tuvo esto. El Daily Mirror, uno de los mayores tabloides, lanzó una serie de portadas realmente polémicas, casi antiimperialistas. El editor del diario era Piers Morgan, a quien probablemente no asociarías con un antiimperialista. ¡No lo es! Pero se encontraba en una situación compleja, en la que el sentimiento antibélico de millones de personas en todo el mundo estaba creciendo. En este contexto fue posible que un periódico de gran tirada publicara en portada fotos de Tony Blair con las manos manchadas de sangre. Necesitamos redescubrir los movimientos sociales –el movimiento por la paz, el movimiento contra la guerra–, y al mismo tiempo asegurarnos de que nuestras demandas hacia los medios de comunicación estén claras».
—Ha sido uno de los ponentes principales de nuestra conferencia sobre comunicación y paz. ¿Podría darnos unas pinceladas de cómo ve las relaciones entre los medios de comunicación y el binomio guerra y paz?
—Aquí hemos hablado de comunicación y paz, pero la verdadera discusión es sobre los medios y la guerra, porque la guerra vende, y la paz no. ¿Quién quiere informarse sobre la paz? El modelo de negocio de los medios está mucho más orientado hacia el conflicto: basta con pensar en toda la cuestión del terrorismo posterior al 11-S, que siempre se enmarcó como un asunto de seguridad nacional y de defensa contra el terror. El miedo vende, mientras que la paz es algo difícil de vender.
¿Qué diablos significa eso? En la era nuclear la paz debe ser el asunto número uno. Ahí deberían ir la mayoría de las energías de los medios, los académicos y los movimientos sociales, pero la lógica empresarial de los medios no favorece la paz y, además, hay demasiados gobiernos a los que les pone nerviosos que se les presente como amantes de la paz o débiles. Hay que tener en cuenta las íntimas conexiones entre los estamentos militares y los gobiernos: están tan arraigadas que estamos luchando todo el tiempo para que la paz parezca un objetivo deseable. Lo vemos con la guerra en Ucrania. No hay apenas ningún cuestionamiento a la idea de que existe un consenso tácito para seguir armando a Ucrania, sean cuales sean las consecuencias.
«Hay periodistas muy valientes que han ido a cubrir guerras y han sacado a la luz comportamientos terribles. La guerra de Estados Unidos en Vietnam tuvo algunas de las portadas más nefastas, glorificando la invasión, pero también hubo coberturas realmente valientes. Es similar a la guerra de Irak: debido al creciente movimiento antibelicista y a las fisuras en el ejército, las cadenas de noticias empezaron a ponerse nerviosas y a plantearse preguntas como “¿vamos a ganar la guerra? ¿Debemos quedarnos?”. Estoy a favor de exacerbar esas tensiones todo el tiempo para asegurarnos de que las voces contra la guerra y las perspectivas a favor de la paz salgan adelante».
—En los medios hay falta de debate sobre posibles soluciones negociadas a la guerra en Ucrania. Hacen periodismo de guerra, pero ¿qué piensa del periodismo de paz?
—El periodismo de paz es valioso de muchas maneras, como en su desafío de las nociones aceptadas de objetividad e imparcialidad. Ha ayudado a decir: «Un momento, ¿existe el periodismo objetivo?». Es muy útil porque aborda las causas profundas del conflicto. Pero, al mismo tiempo, no estoy seguro de que llame la atención sobre las causas profundas del abuso de poder de los medios de comunicación. Ahí falla. Por eso me gustaría trabajar a partir del periodismo de paz, pero también ampliarlo.
Tomado de CTXT