El libro Un siglo después de Lenin será presentado este año en Costa Rica
COLUMNISTAS

Para seguir teniendo siglos con Lenin

Esto no es la reseña de un libro: no pasa de ser el aviso sobre la publicación este año (en San José, Costa Rica, por Libros para el Mundo) de Un siglo después de Lenin. La Revolución Rusa y el pensamiento político contemporáneo, obra que merece estudiarse a fondo en la interpretación de la realidad contemporánea para estar en condiciones de transformarla, como urge hacer. Es lo que podría ver con satisfacción el luchador revolucionario que da tema a estas nuevas páginas del historiador costarricense Rodrigo Quesada Monge (1952).

Quien durante décadas fuera, para honor de ese centro, profesor de la Universidad Nacional de Costa Rica, tiene en su haber numerosas obras relevantes. Los títulos hablan de su orientación y de la amplitud de su mirada. Entre sus robustas obras ya editadas figuran la que saludan las presentes líneas, y la que dedicó a una gran revolucionaria alemana: Rosa Luxemburgo. Utopía y vida cotidiana (2018).

Su labor —que le ha valido importantes reconocimientos— ha cuajado también en otros libros, cuya enumeración no cabe en el presente artículo. Con ellos ha penetrado en la historia de nuestra América y, como parte de esta, en la de su país; en las relaciones internacionales de un mundo magullado por el imperialismo; y en figuras relevantes de distintas latitudes, como Oscar Wilde, Piotr Kropotkin, Víctor Serge y las antes mencionadas. En su bibliografía —que, además de una extensa colaboración en publicaciones seriadas, incluye las novelas El poema perdido de Aurora Cáceres (2010) y El Archivo de Vesalio (2015)— se espera la salida del volumen Antimperialismo. La tarea del héroe en Nuestra América. 1821-2021.

Quesada Monge, al recibir en enero de 2021 el reconocimiento de la Editorial de la Universidad Nacional de Costa Rica. Foto: Maritza María Chaves Somarribas.

No es casual que un autor con tales inquietudes haya consagrado al líder bolchevique las más de cuatrocientas páginas del libro ahora saludado. No necesitaba más estímulo que la relevancia de esa figura. A propósito de los estudios hechos sobre Lenin, apunta en el capítulo inicial: “Solo en los Estados Unidos y la Europa anglosajona, la cantidad de trabajos biográficos sobre el dirigente ruso, supera la vida de un ser humano promedio”. Si tal es el reto que tan abundantes acarreos deparan para su lectura, el fondo está en un hecho: “Esta abrumadora cantidad […] tiene una respuesta: la excepcionalidad histórica del personaje analizado”.

Huelga añadir que la selección del entorno escogido para ilustrar el interés suscitado por Lenin tiene importancia comunicativa: no atañe a los espacios donde se supone que podrían predominar el interés en el comunista ruso y la vocación de rendirle lealtad. Muchas señales, o las más dolorosas, de las veces en que esa voluntad ha estado lejos de la altura del líder bolchevique, se ubican en territorios que científica, ideológica y hasta afectivamente cabría suponer más vocados a seguir los caminos del fundador.

Quesada Monge en el Centro de Amigos para la Paz, San José, Costa Rica, durante la presentación este año de su libro Víctor Serge. Individuo, Historia y Revolución, editado en Chile en 2022. Foto: Francis Cruz Mora.

No han faltado aprensiones o rechazos —ni críticas fundadas— desde posiciones verdaderamente revolucionarias. Pero las ha habido de muy diferente índole. Desde posiciones contrarias a la OTAN hubo quien, al denunciar las maniobras de ese agresivo instrumento imperialista en lo tocante a Ucrania, incriminara a Lenin por haber defendido el derecho de los pueblos a la libre autodeterminación.

En general, pese a que los empeños revolucionarios de emancipación no cesan en el mundo —ni debe la humanidad, o la parte de ella comprometida con la justicia, permitir que cesen—, la galopante derechización en boga pone al género humano en peligro no solo de nunca alcanzar grados de justicia básicos, sino de perecer. Las engañosas pero eficaces maquinaciones de la derecha para imponerse culturalmente —y desde la cultura y con ella en el conjunto del funcionamiento social— están teniendo éxito.

No cabe en unos pocos párrafos hacer justicia a los nueve jugosos capítulos de Un siglo después de Lenin: ese logro queda reservado para la atenta lectura que merece. El autor se encarga de precisar que no “intenta hacer una biografía y, mucho menos, convertir a la personalidad estudiada en una víctima, un mártir o un héroe de lo sucedido en Rusia, entre los años 1905 a 1917”.

Y no precisamente porque en gran parte, de entonces para acá, no haya sido de hecho Lenin un mártir (por la causa de su muerte) y víctima de traiciones y, sobre todo, un gran héroe, dada la tenacidad y la coherencia ejemplares de su hacer. El citado juicio de Quesada Monge lo explican estas palabras de la “Introducción”: “Si alguien tuvo suficientemente claro el proceso revolucionario inminente en ese país, fueron Lenin y los bolcheviques, para quienes” dicho proceso “no era el resultado de una voluntad oblicua y antojadiza, sino el producto de un escenario histórico específico”. Un proceso arduo, complejo y hasta cruento, podría añadirse.

Lenin, además de ser consciente de las ingentes dificultades de su tarea, la asumió como el gran ejemplo de trabajador que fue. El estudioso costarricense —que se basa en una rica bibliografía— sostiene que el líder ruso “escribió, habló con la gente, investigó, dirigió y programó, y lo hizo como un poseído, a pesar de contar con siete secretarias”. Así actúan los “posesos” de las ideas justicieras, los grandes emancipadores, esos en cuyo mundo se adentra Quesada Monge al tratar sobre el antimperialismo y el héroe en nuestra América.

Lenin fue un infatigable luchador por la justicia, desde posiciones de veras democráticas: por el pueblo y con él. Eso le valió admiración y respeto no solo de fieles seguidores, sino incluso de adversarios. Los que pudo tener, o tuvo, en las propias filas revolucionarias podían ver en la vida de Lenin, además, garantía para la propia.

Aunque las conjeturas e inferencias deben tener límites en la racionalidad y la ética, hay algo que no parece irresponsable presumir: ningún líder —sea cual sea su orientación— puede hacer todo cuanto desea, dar tantos pasos adelante como querría, sino, a lo sumo, lo más que las circunstancias y su afán e inteligencia le permitan; pero Lenin murió prematuramente y, de haber vivido más, la historia de la URSS habría sido diferente.

Por lo pronto, vale suponer que el socialismo no tendría que cargar hoy con fardos como el llamado estalinismo o, ubicable también en ese mal, la muerte de Trotsky, figura que va pareciendo necesario rescatar no solo de las que podrían ser o considerarse sus faltas, graves incluso, sino también —o sobre todo— de sus más acérrimos seguidores o epígonos. Pero las mayores implicaciones de conjunto en las conjeturas válidas sugieren que Lenin se habría empeñado en impedir que la URSS y el socialismo que él intentó fundar se despeñaran por los excesos y las falencias, por los caudillismos y la corrupción que los llevó hasta lo que Fidel Castro llamaría su desmerengamiento.

El libro estudia a Lenin en la propia “idea de revolución” y “la construcción del partido revolucionario”, en su vida hacia la victoria de Octubre con la Revolución Rusa (1905-1917). Todo eso en el contexto de las tradiciones de Rusia y sus colonias, en el camino que propició que el brillante guía calara reveladoramente en el imperialismo y trazara “una nueva concepción del estado”. Además, afincado en nuestra América, el capítulo final lo reserva Quesada Monge para su entorno histórico y afectivo más cercano a él: “Lenin en América Central y Costa Rica”.

En las “Conclusiones generales” comienza por resumir los propósitos de su empeño: recuperar nada menos que “el pensamiento y el quehacer de una figura como V. I. Lenin”, “sus vínculos reales, operativos y teóricos con la Revolución Rusa de 1917” y su “papel práctico […] en la fundación y realización de la Tercera Internacional de los Trabajadores (Komintern), construida por él y los bolcheviques en marzo de 1919”.

Y para todo ello tiene en mente el autor a “los historiadores sociales y los biógrafos” que “han caído en la trampa, ya sea de distorsionar el escenario político e ideológico en el que se movía V. I. Lenin o de modificar, con fines no siempre nobles, a la figura del personaje”.

Con esto podría terminar quien escribe el presente saludo a Un siglo después de Lenin, y callar —como la modestia y la discreción mandan y él preferiría hacer frente a tanto narcisismo rodeante— la generosidad que el amigo costarricense tuvo al dedicarle no un ejemplar, sino el libro. Pero sería más que ingrato si no lo dijera, no solo por lo que esa dedicatoria tiene para él de honrosa satisfacción personal, sino porque la completa un reconocimiento que lo desborda desde la entrada del volumen: “A la distancia de una revolución hecha con amor, sacrificio y sentido común. La Revolución Cubana llegó para quedarse”.

Para perdurar en su camino, esta Revolución está llamada a bracear en lecciones como las que reúne Rodrigo Quesada Monge. Recuerdan la realidad de un proyecto político revolucionario, emancipador, al que no derrotaron sus encarnizados enemigos externos —frente a los que protagonizó colosales ejemplos de heroicidad, como en la lucha contra el fascismo—, sino los internos: las faltas y desviaciones que lo minaron.

Le ocurrió lo que el Comandante Fidel Castro sigue reclamando impedir que le suceda a la Revolución que él fundó, y de la cual debe y merece seguir siendo no solamente líder histórico, sino El Líder. Desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana no para de convocarnos el discurso que allí pronunció el 17 de noviembre de 2005.

Pese a toda la fuerza y la desvergonzada saña que ha puesto en acción el imperialismo estadounidense en su afán de estrangular a Cuba, el Comandante le hizo a su patria una advertencia cardinal: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.

El Líder, que contaba con la lealtad de su pueblo, también tenía a la vista los sucesos de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, donde Lenin y su Partido fueron traicionados.

Imagen de portada: Rodrigo Quesada Monge, minutos después de recibir el Premio Nacional de Ensayo en Costa Rica por “Rosa Luxemburgo. Utopía y vida cotidiana”. Foto tomada de la página en Facebook de Nadar Ediciones.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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