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Algunos deslindes fundamentales

Cuando los Estados Unidos se formaban como nación, ya urdían con respecto a Cuba aspiraciones que de distintas maneras y por diferentes caminos llegan a nuestros días, y a menudo por los mismos caminos y de iguales maneras. Ni a corto ni a mediano plazo parecen tener un final previsible.

No eran aspiraciones aisladas: encarnaban la estirpe de quienes llegaron de Inglaterra a lo que ya se llamaba América para formar, en la región Norte de estas tierras, y desde allí, una nueva forma de monarquía. En ella los “padres fundadores”, y sus herederos —también blancos y con riquezas, o en busca de ellas—, no tendrían rey que los sometiera. Ellos serían los reyes no solo de sí mismos, sino de todo y de todos.

Su actitud hacia Cuba se correspondía con la que tuvieron hacia las poblaciones originarias que ellos aniquilaron o acorralaron. Era parte de la “misión mesiánica” por la cual se creían llamados a dominar, e imponerle sus designios, al mundo. Una versión estética de semejante actitud, con el alcance “occidental” que los Estados Unidos capitalizan hoy, la plasmó a finales del siglo XIX un autor británico nacido en la India: el Rudyard Kipling de “The White Man’s Burden” (“La carga del hombre blanco”), poema escrito de mano maestra… y racista, y tan colonialista como colonizada.

Si la anexión de Cuba a los Estados Unidos no tiene futuro no es solo porque no la desean quienes continúan viéndonos como a pueblo inferior, y en 1889 lanzaron contra la todavía colonia de España conocidos insultos: los que José Martí ripostó con su enérgica “Vindicación de Cuba”. Habrá quienes se empecinen en ignorar hechos como esos, pero el “desconocimiento” irá a su cuenta.

El cierre del camino a la anexión lo asegura la voluntad de Cuba de seguir siendo la nación independiente y soberana que logró ser. Pero el anexionismo conserva peso como lacra ideológica peligrosa: puede debilitar el espíritu nacional y de resistencia emancipadora, y abrir las puertas al poder de quienes continúan empecinados en reconquistar a Cuba como dominación colonial, la que perdieron en 1959.

Dato de esencia: mientras José Martí organizaba la guerra necesaria contra el coloniaje español ya tenía presente —incluso lo consideraba su deber mayor: así se lee en su conocida carta póstuma a Manuel Mercado— la urgencia de “impedir a tiempo” que los Estados Unidos se apoderasen de Cuba, con lo cual dominarían a nuestra América toda.

Ese sería un paso hacia la hegemonía mundial que visiblemente empezaron a labrarse en 1898, muerto Martí en 1895, en la guerra en la que Cuba independentista merecía frente al coloniaje español la victoria que el Norte interventor le arrebató. Y vale precisar la Cuba independentista, porque todo pueblo es heterogéneo, y siempre hubo, y parece ser que hay y habrá, otra Cuba, que, aunque minoritaria y detestable, no se debe ignorar.

No es científico ni honrado analizar ninguna arista del pensamiento político de Martí, si se omite el peso decisivo del elemento perturbador que servía a los imperialistas. Eso vale para el ideario martiano en general, ya sea su voluntad justiciera y sinceramente democrática, su latinoamericanismo, su sentido del deber con la humanidad o concretamente sus aspiraciones cubanas, incluido su ideal de república, también necesitado de salvar el equilibrio mundial que los Estados Unidos se aprestaban a romper criminalmente en beneficio propio.

Hay algo que parece ser común entre quienes desean seguir citando a Martí —no cuestionemos sus intenciones, aunque sean fallidas—, y distanciarse de la Revolución que tiene tanta deuda con él, tanto deber por cumplir o continuar cumpliendo: como norma, excluyen de sus análisis o comentarios cualquier alusión a los peligros representados por los Estados Unidos para Cuba, nuestra América y el mundo. Esa es una actitud tan reprobable por lo menos como la de quienes intenten escudarse en la hostilidad imperialista para justificar faltas e ineficiencias propias.

En lo tocante a Cuba en particular, entre los peligros o flagrantes embestidas por parte de los Estados Unidos —las que abarcan agresiones armadas y terroristas— sobresale el Bloqueo. Es un crimen rotundo, aunque haya quienes, como un paso para exorcizar posiciones revolucionarias que pueden haber tenido, lo edulcoren y, coincidiendo con quienes lo promueven, sustituyan su nombre por el de Embargo.

Actitudes tales asoman incluso al tratarse asuntos que no parecen terrenales. No se debe sucumbir a ingenuidades ni a modas, y mucho menos a eso que la sabiduría popular llama con un término que ya merece considerarse categoría de las ciencias sociales: culipandeo. Lo que pudiera faltarle —y acaso llegue a tener— de “glamur académico”, le sobra de eficacia comunicativa.

Tampoco es necesario ofender credo alguno para señalar a quienes, en nombre de una determinada fe, escamoteen la realidad. Con ello, más a la corta que a la larga, les hacen el juego a las fuerzas que desde el exterior, con la complicidad de sirvientes vernáculos, se afanan en estrangular a Cuba y al proyecto revolucionario que ella debe salvar.

Se trata de un proyecto que mucho ha tenido de cristiano. Lo tendrá mientras sea fiel a sí mismo, y lo tuvo incluso cuando en circunstancias complejas, ensombrecidas por manipuladores de credos —y no hay por qué descartar que también por errores tácticos propios—, lo impulsaron a una confrontación más afín quizás a dogmas que a un proyecto político emancipador como el cubano. Otros habrán hecho o harán sobre esa realidad el análisis que no está entre los modestos fines de los presentes apuntes hacer.

A veces, para no darles beligerancia ni aportar megas de ladrillos al pedestal que puedan estar buscando erigir para sí, bastará no mencionar a quienes entran en rejuegos contra Cuba, háganlo en el nombre de lo que lo hagan. Pero habrá ocasiones en que se requiera, por lo menos, hacer una leve alusión discrepante que fije posiciones y no deje margen a dudas, para que no se confundan quienes no se quieran confundir. Cuba tiene demasiados enemigos para fortalecerlos ella misma o inventarse otros, pero tampoco debe permitirse desconocer los que tiene, porque les propiciaría enmascaramientos.

Desplegar hasta con entusiasmo el reportaje sobre una procesión religiosa hecha con todos los derechos, pero rematada por una voz que en nombre de la fe arremete contra la realidad cubana y no hace la menor alusión —no digamos ya condenarlo— a un crimen genocida, a un pecado de las dimensiones del bloqueo, puede no ser aconsejable desde el punto de vista político. Ni para la percepción de religiosos honrados que abrazan el proyecto revolucionario desde su propia fe.

La unidad es fundamental para la patria y su salvación, máxime en encrucijadas que llegan a ser no solo harto complejas y retadoras, sino también dolorosas. Pero la unidad no puede renunciar a deslindes que acrisolen su calidad, su fuerza, su valor. Un discurso como el de José Martí que ha pasado a la historia con el título que le da su expresión cardinal —“Con todos, y para el bien de todos”— evidencia centralmente el rechazo explícito a quienes por intereses de bolsa y de poder, o búsqueda de una y de otro, se autoexcluían de esa totalidad, de la aspiración emancipadora personificada en el orador que echó su suerte con los pobres de la tierra.

Cuando se hable de estrategias informativas o de comunicación social —que se deben defender con leyes e ideas, y con acciones sensatas y resueltas—, se debe tener presente lo que el propio Martí escribió de la activista Lucy Parsons, compañera de uno de los obreros asesinados en 1887 a raíz de los sucesos de Chicago, a quienes ella defendía.

En crónica neoyorquina fechada el 17 de octubre de 1886 —que no se incluyó en sus Obras completas (1963-1966) porque aún no había sido hallada en El Partido Liberal, de México, rotativo donde se publicó el 7 de noviembre de aquel año— alabó a Lucy Parsons, y sostuvo: “au­ditorio conmovido quiere decir orador triunfante; pero a ella, más que del arte natural con que gradúa y acumula sus efectos, le viene su poder de elocuencia de donde viene siempre, de la intensidad de la convicción”.

Lo sabía y lo ejemplificaba quien, teniendo un altísimo sentido de la responsabilidad, en su semblanza de 1871 acerca de Nicolás del Castillo había escrito: “Me he propuesto únicamente decir la verdad, y nada más que la verdad, pese a quien pese, y sean cuales fueran las consecuencias”.

Foto de portada: Tomada de Sputnik

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Algunos deslindes fundamentales

  1. EXCELENTE esta nueva entrega de Toledo Sande.
    Es muy pertinente los deslindes con aquellos que, disfrazados sus discursos de críticos con lo mal hecho, nada dicen o soslayan la importancia que el bloqueo estadounidense le hace al buen desempeño de nuestra Revolución.
    No se trata de utilizarlo para todo, como justificación banal, sino precisamente, traerlo a colación cuando se pretende hacer un discurso objetivo sobre nuestra realidad.
    Decir la verdad es lo más revolucionario.
    Martí y Fidel así lo predicaron.

  2. Esencias, principios, lo que debe decirse, la consecuencia martiana. Nunca deja de crecer mi admiración, tal alta como el infinito afecto que te profeso. Abrazote.

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