Al centro hay una plataforma con bordes dorados. Una mujer ataviada con un vestido de flores camina y sonríe. Son las diez de la mañana de un 19 de junio caluroso y el programa Ruta 10 inicia lleno de tonos anaranjados y, en menor medida, azules y verdes.
— Buenos días, Tavo — saluda Jennifer Zubizarreta Arias, directora y conductora a su compañero, Gustavo Sánchez, en un set que es todo luz. Luces y artificios por doquier.
Del lado opuesto al brillo, hay hombres y una mujer detrás de cámaras grandes y pesadas, gente que se mueve y coloca micrófonos, resolvedores de problemas de último minuto. Se mueven por todos lados, organizan y sudan en el proceso. Un esfuerzo que se repite cada día. Una pequeña magia cotidiana para que la emisión inicie a tiempo. Dan forma y orden a la maravilla no tan común de encender la pantalla y encontrar allí una historia, un debate, algo que atrape.
Pero antes hubo un salón con maquillistas que, mientras aplican color en la mirada y rubor a las mejillas, hablan sobre programas de televisión y de cuáles rostros pasan por sus manos. Todavía más temprano, hubo un chofer que recorrió la Habana desde el amanecer para dejar en la entrada del icerreté, frescos y lozanos, a conductores, trabajadores y especialistas para que toda la maquinaria funcione a tiempo.
Choferes, maquillistas, operadores de cámaras y asistentes trabajan cada mañana para que ocurra este instante, el arranque.
Hablan sobre el día de los padres; sobre las paternidades que ejercen abuelos, tíos y cómo son iguales de hermosas; de la necesidad de festejar, pero también reflexionar en algunas fechas sobre las luchas necesarias, como el día internacional de la mujer. La guagua se acerca poco a poco al tema del día, la sororidad. Las entrevistadas esperan cerca ya con el micro ajustado. Hay una mujer de pelo corto y mirada dulce que, de algún modo, parece no sentirse nerviosa. Se llama Zaida Capote. Es ensayista e investigadora literaria en el Instituto de Literatura y Lingüística José A. Portuondo Valdor. Su obra Tribulaciones de España en América recibió el Premio Alejo Carpentier en 2021. Tiene publicaciones en extremo valiosas como Contra el silencio. Otra lectura de la obra de Dulce María Loynaz (2005), también Premio Alejo Carpentier, La nación íntima (2008) y Loynacianas (2017). Es también una mujer sabia, crítica y rebelde ante la injusticia, rebelde ante las estructuras y pensamiento patriarcales que violentan a las mujeres, que borran sus obras.
«Además de la Editorial de la Mujer, en cuanto a proyectos editoriales, pudiéramos mencionar la Colección Mariposa, que rescata y publica obras de mujeres, también publica obras de autoras actuales. Ediciones Unión también tiene una línea muy clara de autoras cubanas», dice Capote sobre las propuestas editoriales. El fondo rojo contrasta con su vestido azul y destacan líneas plateadas en el pelo. Si se desvía la atención, quienes están conectados a la pantalla pueden perderse una de las reflexiones más agudas sobre feminismos y equidad de género en el pensamiento literario.
«En el caso de la crítica literaria, desde el feminismo, nos toca rescatar las voces de esas mujeres. Legados de mujeres que vivieron antes que nosotras y pensaron la sociedad y la pensaron del mismo modo que lo hicieron otras feministas después. Recuerdo a Camila Henríquez Ureña, que murió en el 73, decía que las mujeres se veían en relación al padre, al esposo, al hijo y que debíamos ser por nosotras mismas. La filosofía feminista habla sobre cómo las mujeres están educadas patriarcalmente para ser un ser para los otros y cómo debían construirse para ser un ser para sí mismas. La sororidad es fundamental, tienes que tener redes de apoyo y convivencia que te impulsen a tomar esa ruta».
Rescatar las obras de las mujeres cubanas, las feministas, las luchadoras por los derechos de las mujeres. Voltear la mirada al pasado no solo para tomar nota de fechas importantes — y olvidadas — en la historia de Cuba, sino para estudiar cuánto de emancipador tiene su pensamiento y cuáles de sus luchas nos son comunes…
El programa llega a su fin a eso de las once de la mañana. Vienen las despedidas, ocurrentes y divertidas, al ritmo de un «apretadito, pero relaja’o». Zaida Capote sale luego a una luz sin artificios, la que se derrama por toda la calle M y que nada tiene que ver con focos u obreros de la pantalla, sino con el sol radiante del mediodía.
Santos Suárez resulta un barrio tranquilo, de vecinos amables y parques llenos de brisa para sentarse en la hierba y conversar. Pero hubo una época en que era en extremo autosuficiente; no había necesidad de caminar fuera de sus predios para encontrar cines, dulcerías. Era otro barrio que parece no existir más, excepto en la memoria de quienes vivieron allí en los setenta y ochenta del siglo pasado. Allí vivió su infancia Zaida Capote, en Luis Estévez, 257, entre Concejal Veiga y Juan Bruno Zayas, en la casa de su abuela. Creció en una familia inmensa, con tíos y primos, en una constante turbulencia familiar.
«Después nos mudamos a Mayía y Luis Estévez. Por donde está la parada de la 174. Viví allí toda la adolescencia hasta que mi hijo nació. Fue desde sexto grado a la universidad y todavía vivía allí cuando empecé a trabajar. Santos Suárez era un barrio muy especial. Viví una infancia bastante feliz; el vecindario era muy solidario, los patios se comunicaban. Detrás de mi casa había un pasillo donde vivían otras familias y siempre te pasaban un buchito de café. Los niños jugábamos muchísimo. Recuerdo los apagones de los setenta que eran con mechones. No había linternas, sí me acuerdo farol. Tengo esos recuerdos muy vívidos.»
La Zaida Capote del 10 de mayo del 2023 se hace chiquitica en la memoria mientras cuenta cómo las niñas y los niños de la cuadra salían a jugar en medio de los apagones; iban todos en pandilla a la calle. Ella nació en el 67. Esta realidad que describe fue a mediados de los setenta. Y, además de los apagones y la retozadera feliz de la infancia, recuerda los misterios del barrio. El taller de Amelia Peláez sería uno importante, un espacio mítico a sus ojos.
«Era misterioso para nosotros porque estaba lejos de la calle. Era una excursión casi siempre desde afuera. Igual que la mataperrancia de ir a tumbar mangos al patio de los vecinos. De Santos Suárez, recuerdo mucho — mucho — mucho el tema de los cines, de las guaguas. Estaba súper bien conectado, comodidad que perdió cuando el Periodo Especial. Todas están en la actualidad. La 83 y la 15 existen todavía. Sí. Pero ya nunca las veo. La 37 que era la que venía a la escuela, a la universidad. El barrio era autosuficiente. Eso de venir al Vedado a ver cine no existía, porque en Santos Suárez y en Diez de Octubre había no sé cuántos cines: el Santos Suárez, el Alameda, Santa Catalina, el Mara, Los Ángeles, el Mónaco. Conté seis cines así de rápido. Después viví poco allí porque apenas iba los fines de semana. Estaba becada. Hice la secundaria en el campo y el pre en los Camilitos. Iba al barrio los fines de semana, no más. Tengo muy buenos recuerdos, hasta que empezó el periodo especial y mi hijo estaba en un círculo aquí en el Vedado. Mi mamá decidió mudarse y lo que apareció fue una mudanza para Playa, que era peor que Santos Suárez porque el transporte era un lío, luego fue que permutamos para acá en el Vedado. De vez en cuando voy a ver a los viejos vecinos.»
Pero si Santos Suárez resultaba un barrio a la par de familiar y misterioso, lleno de cines, maravillas y juegos, los libros y revistas viejas tomarían parte de su vida. Quién sabe si al punto de definir su pasión por las letras y los archivos. Y es algo que, confiesa, la hace sentir mayor. La imagen nítida de cada casa con un librero, de las gentes leyendo en las paradas, en las guaguas, en las colas; del libro como un hecho cultural accesible a todas las personas; el tiempo de leer privilegiado en la vida cotidiana. Ser lectora dio paso a otras pasiones que irían desarrollándose entre el asombro y el descubrimiento de la escritura.
— ¡¿Ustedes no van a hacer nada que sirva?! — les preguntaba la abuela al encontrarla junto a su hermana en el cuarto de archivo, tiradas en el suelo fresco e inmersas en la lectura de revistas viejas. Entre el polvo, había publicaciones cubanas de antaño. Quizás de ahí viene su interés por investigar la obra de Ofelia Rodríguez Acosta, feminista y periodista cubana que publicó entre 1930 y 1932 una «Campaña Feminista» en la Revista Bohemia.
La abuela que vivía en Güira tenía aquel tesoro de Bohemias, Vanidades y Ellas en Romance, algo apartado, en un cuarto, pero no lo suficiente para evadir la curiosidad de las adolescentes. El librero de un tío suyo fue otro espacio de recreo y descubrimientos. Pero, cómo dudarlo, Zaida no sería igual sin los libros valiosos que le regalaba Conchita, antigua directora de una escuela. Llegado el momento de elegir, y a pesar de estudiar en los Camilitos, eligió la carrera entonces llamada Filología.
«No suelo dedicar libros, me da un poco de pudor dedicarle un libro a alguien, me parece como exponerme, no lo hago con la familia. Pero decidí dedicarle Tribulaciones de España en América a Mercedes Pereira, la maestra que nos daba Literatura Hispanoamericana I, cuando ya nos estábamos especializando. Para mí fue una persona muy importante. Me apoyó mucho. Yo tenía muchas dudas porque decía todo el tiempo: “a mí lo que me gusta es leer, no escribir”. Ella me dio mucha confianza. Fue mi tutora de tesis, pero desde que fui su alumna ayudante, fue muy amable y solidaria».
Y en este punto de la conversación repasa mentalmente algunos profesores que impactaron su formación. Beatriz Maggi con sus exámenes peculiares, y la forma de dar clases, a la par de exigente y libre; Luis Enrique que enseñaba estilística y llevaba a analizar en clases canciones de Chico Buarque y de Serrat para estudiar el estilo y entonces. «Era saber que todo iba más allá de la litertura escrita y publicada en libros. Las clases eran muy lindas».
Zaida Capote entró al Archivo Nacional de Cuba en agosto de 1989 y para octubre tenía otro trabajo en el Instituto de Literatura y Lingüística. Su rutina consistía en realizar el boletín del Archivo por las mañanas y en las tardes trabajar con documentos de la emigración española, con papeles que había que transcribir, contar. Fue su primer trabajo con archivos, con los libros de registro de migrantes españoles en Cuba. Era un trabajo hermoso para quien apenas se había graduado semanas antes. Pero no llegó tan siquiera a diciembre allí.
«La directora se paseaba con su perro por los pasillos, contra toda norma de higiene y conservación. Y aquel sistema que había en el archivo… Soy muy — baja la voz — rebencúa, y tenía conflictos porque tocaban un timbre para salir a merendar, otro timbre para volver. Era muy agresiva la manera en que estaba todo organizado. Pero me acostumbré. Tuve un problema con un jefe y de repente se convirtió en una caza de brujas y se realizó una asamblea para acusarme de no sé cuántas cosas. Mi mamá intervino, fue directo a la entonces Academia de Ciencias a hablar con la Ministra, y al otro día me mandaron a una enviada a verme, para decirme que me ofrecían un puesto en el Instituto de Literatura y Lingüística, y yo dije, me quedo aquí porque quiero acabar con la injusticia, inmolarme. Cuando llegué a la casa mi mamá me dijo “no, tú te vas de ahí porque no tiene sentido”. Les llevé mi tesis y en unos días me aceptaron en el Instituto. Le agradezco a mi mamá que me diera aquel baño de Yo no era Juana de Arco.»
Mientras realizaban la tesis de diploma, Jorge Fornet, su compañero, decidió analizar la novela femenina en el contexto de la revolución mexicana y fue una de sus inspiraciones para acercase a la literatura desde una perspectiva de género. «Qué clase de feminista soy, está del carajo», dice hoy, en la tarde noche del 10 de mayo del 2023. Ella en aquel entonces estudiaba la obra de Mario Vargas Llosa. Pero entre la influencia de las escritoras mexicanas y, luego de pasar por el Archivo y entrar al Instituto, el estudio de la Avellaneda acrecentó el interés por la vida y obra de feministas cubanas que dejaron un legado importante en nuestras letras.
«No sé si decirte que fue casual y que después fue creciendo. Creo que lo primero que hice fue sobre Avellaneda. Era para un congreso en el Instituto. Fue Enrique Saínz quien me invitó a participar. No sé realmente. No sé decirte cómo empezó. Lo que sí sé es que después fue una pasión incrementada. Al estudiar a una, vas descubriendo a otras. Y vas dándote cuenta de que había un contexto que las impulsaba y de las relaciones entre ellas. Ahora mismo estoy escribiendo un trabajo sobre redes de mujeres que aborda esos mismos lazos. Pero no sé cuándo empezó y a lo mejor no es lo importante sino el cómo y el porqué. El impulso fundamental es reconocerte en esas mujeres del pasado. Como son tan diferentes, cada una hizo lo que podía, cómo podía. Eso me ha impulsado más a trabajarlas, a enterarme de lo que hacían.»
Aquí no puede dejar de mencionar a Luisa Campuzano, feminista e investigadora cubana que realiza cada año un coloquio de mujeres en Casa de las Américas. Lo cual representa un reto enorme para la investigación feminista. La libertad para investigar y el interés personal son cuestiones relevantes en su carrera. La capacidad de dejarse sorprender con otros enfoques, también ayuda a su investigación. Una de estas miradas desde América Latina le descubrió, por ejemplo, que Camila Henriquez Ureña puede ser considerada como precursora de las ideas del patriarcado del salario de Silvia Federici.
«Me cambió la perspectiva, porque muchas veces se analiza el pasado, y estudiamos con quiénes se encontraron, pero nunca leemos qué fue lo que aportaron a nuestro presente, siempre las vemos en su época. Ahora estoy preparando un texto sobre Avellaneda, Ofelia y Camila; cuando Avellaneda habla de las academias barbudas es un referente de reflexiones actuales. Estamos viendo en su época lo que hicieron estas mujeres, pero no estamos viendo o a lo mejor no con la suficiente capacidad crítica qué pueden aportarle al pensamiento feminista actual o su significación en el devenir del pensamiento feminista.»
Una vez, inmersa en la investigación sobre Ofelia Rodríguez Acosta, encontró una carta dirigida a Emilio Ballagas donde le escribía que volvería a la Habana, desde México, y se quedaría en una casa que ocupaba los terrenos del edificio en que vive y nos encontramos. Dejaba un teléfono. Investigadores del instituto empezaron a bromear: «márcale al teléfono, que te va a salir». En esa historia radica otro punto de interés; reconocer que habitamos espacios comunes, calles por donde también enfrentaron preocupaciones similares. Se establece un vínculo con ellas. Ofelia escribía de un modo directo y crudo, sin ambigüedades; directo a los males sociales que afectaban a las mujeres.
— Me resulta curioso — confieso — que en la crónica Las mujeres contra Machado de Pablo de la Torriente Brau, fuera Ofelia quien pidiera dejar fuera de la acción a Mariblanca Sabas Alomá.
— Habría que investigar el porqué de la exclusión de Mariblanca . Quizás fue algún desacuerdo porque Mariblanca estaba un poquito mejor ubicada, Mariblanca llegaría a ser la primera ministra sin cartera durante el gobierno de Grau. Habría que ver por qué. Ahí no dice más nada. Pablo cuenta el chisme que le contó Teté Casuso. Pensando en cuánto nos parecemos a ellas. Cuando la solicitud de una Ley Integral contra la violencia de género, que me invitaron a firmar lo que yo hice, cuando empezamos a conversar había mucha diversidad de criterios. A veces, como le sucedía a Ofelia y Mariblanca, compartíamos muchas cosas, pero en otras no estábamos de acuerdo. En ocasiones coincides con gente en una solicitud o en un acto político específico y no hay coincidencias en otros escenarios. Es muy difícil en temas de movilización. Pero tenemos que llegar a puntos de acuerdo en temas específicos para defender cambios que mejoren la sociedad cubana. Tuve esa experiencia y para mí fue muy interesante, porque ya eso lo habían vivido las feministas antes, tú hasta que no lo vives no registras cuánto se parecen unos tiempos a los otros.
— ¿Cómo podemos rescatar la obra de las mujeres escritoras desde la literatura?
— Hay una condición establecida ya en el cannon, de una literatura nacional, de una literatura latinoamericana, y a veces cuando se reconoce que una mujer tiene una gran maestría estilística, literaria o conceptual, muchas de las lecturas que se hacen de la obra están prejuiciadas por la falta de perspectiva de género. Sobre Dulce María se habla mucho del intimismo, del silencio y yo quería cambiar esa perspectiva. A Ofelia lo que se le reprocha muchísimo es lo contrario; que era muy literal, que tenía una escritura muy poco elaborada, y entonces ahí quiero rescatar la intencionalidad estilística de Ofelia, porque tiene escenas expresionistas, hay otras naturalistas casi. Cuenta las cosas como son. Si hay una violación, la cuenta. Sin ahorrar detalles. Tenía un espacio en la narrativa de la época y fue popular en su momento, en la discusión de muchos temas que se estaban debatiendo. Nos toca rescatarlo a nosotras, porque parte de lo que dicta la tradición crítica es como si estas mujeres nunca hubieran existido o lo hubieran hecho completamente lateral o fuera de la tradición. A mí me interesa vincularlas como tradición y como movimiento histórico. Me gusta hacer ese tipo de lecturas al revés, vamos a decirlo así, de otras opiniones críticas.
— ¿Y en la actualidad?
— En espacios contemporáneos también ocurre lo mismo, las propias autoras reniegan del feminismo y de que tengan una preocupación especial por los asuntos de las mujeres y añoran una crítica que diga que no escriben como mujeres, sino literatura. Eso está muy metido en nuestra concepción del mundo. En el medio cultural si tú decides reafirmar una voz de mujer, la cultura patriarcal te va a negar espacios. Es también una especie de negociación, no sabría cómo definirlo, pero sí ocurre o ha ocurrido que a las antologías las mujeres no entraban. Creo que lo peor que nos ha pasado es que no hemos hecho escuela, no hemos creado espacios de aprendizaje conjunto. Cada quien está por su cuenta. Nos reunimos, asistimos a un congreso anual la mayoría de nosotras, nos encontramos, colaboramos, pero no creamos escuela. Hacer algo que deje una huella permanente (o lo que vaya a durar) pero que sea coherente y donde participemos todas en igualdad de condiciones. Entre las carencias que tenemos, la ausencia de hacer un trabajo en conjunto, pero eso queda para el futuro.
«La lengua es tradición y testimonio», dice Zaida Capote. El sexismo en el lenguaje, que es no solo el idioma, sino también el lenguaje audiovisual, gráfico, sonoro, forma parte de sus inquietudes. Es autoconsciente de la forma en que expresa las ideas y esta indagación responde a sus intereses como filóloga y feminista. En el tránsito hacia formas más inclusivas y desprejuiciadas, elige palabras sin marca de género; en lugar de ciudadanos, ciudadanía. La lengua es su pequeño altar y todavía no se siente convencida de la duplicación ya aceptada. La lengua es tradición y práctica, retoma, para dejar en claro que el idioma, como la sociedad, se transforma.
El 13 de marzo de 2015, Zaida expresó ideas similares en una emisión de la Mesa Redonda que rescato por lo valioso del encuentro, tanto por la conductora, Karem Brito, como por la sapiencia de sus panelistas, las periodistas Helen Hernández Hornilla y Dixie Edith Trinquette, junto a la propia Zaida.
«¿Es mayoritario el uso del lenguaje sexista en nuestra sociedad? ¿Cuánto de tradición, prejuicios discriminatorios y desdén están en su uso? ¿Cómo actúan los medios de comunicación y otros actores sociales? ¿Es un asunto que se resuelve con reglas?», fueron las preguntas centrales del encuentro de algo más de cincuenta minutos.
«Ponerle significado al sexismo en el lenguaje, porque el lenguaje sexista es ya el hecho concreto, que sería la discriminación llevado al acto del habla y la escritura, a la gráfica. […] Otro punto que me gustaría aclarar es que el lenguaje es al mismo tiempo patrimonio y testimonio. Patrimonio porque es una herencia histórica que estamos recibiendo, de una cultura que se ha formado. Pero el lenguaje es también testimonio, no deberíamos solo intentar preservar ese patrimonio, sino como parte de la sociedad que estamos viviendo intentar transformarlo. En el caso del sexismo sería una de las vías que habría que discutir con mucha fuerza.»
La discusión sobre el sexismo en el lenguaje debería trascender la academia. Es una urgencia cuestionarse la herencia lingüística sexista, empezando por las acepciones en el diccionario. Zaida Capote — pelo negrísimo, gestos suaves y firmes — recalcó que era necesario buscar nuevas formas para expresarnos y a analizarlo todo con ojos críticos. Desde 1992, académicas españolas demostraron que en el diccionario el despectivo estaba ejemplificado en femenino casi siempre. Si decía cacho, era cacho de tonta, por ejemplo.
«Se reiteraba en la práctica, porque la práctica social es sexista y discriminatoria hacia las mujeres. A veces sin darnos cuenta, negamos el componente cultural y social», decía entonces y apuntaba también la necesidad de cambiar los libros de estudio, desde los textos a las ilustraciones. Ahora, en el 2023, después de ocho años de aquella transmisión persiste en algunas ideas y reflexiones, mientras matiza otras.
«Allí encontré mi fórmula mágica, la unión entre tradición y testimonio. La lengua tiene un recorrido con todo ese saber lingüístico de uso acumulado, pero depende de cómo tú la aplicas».
Mientras que en Argentina es bastante común decir les chiques, en lugar de los niños y las niñas, en Cuba todavía existen reticencias respecto al lenguaje con enfoque inclusivo.
«Una tiene la tentación de que debe haber un acuerdo, porque la lengua es un territorio común donde todos podamos movernos con facilidad, y ese acuerdo es difícil. En ese sentido, es tradición y a la vez testimonio, transformación. Por ejemplo, la e es pronunciable, no como la @ y x, que son solo visuales. Esto parirá algo, pero ahora estamos en el proceso. Forma parte de la historia de la lengua. Notamos cosas que antes no. Sucede igual con las profesiones que se han feminizado. La lengua cambia, evoluciona, no es fija. Tampoco hay que escandalizarse por ello. Las discusiones en el aula siempre son ricas, pero al final cada quien o, en este caso, cada medio de comunicación tiene que llegar a un acuerdo (o cada periodista o cada escritor o escritora) debe decidir cómo expresarse; y además, tenemos el derecho, porque el lenguaje es patrimonio de todas las personas.»
Quienes hablan tienen la potestad de utilizar la lengua a su antojo, pero en ese camino, valdría la pena cuestionarse las elecciones en el habla. De forma histórica el lenguaje ha sido un espacio de poder donde por un lado se ha invisibilizado a las mujeres y la comunidad LGTBIQ+, y por otra parte se les ha tratado de forma despectiva. El uso del lenguaje es libre, pero por una cuestión de justicia social, habría que plantearse qué personas quedan fueran y cómo se pueden reivindicar sus derechos también en la palabra.
«Algunas de las raíces patriarcales en el lenguaje no las percibimos porque no tenemos el hábito de pensar críticamente acerca de la lengua. Pensar críticamente estimula la autoconciencia de las personas, porque debes tomar una decisión y debemos ser conscientes de que el problema existe. Que tenga raíces históricas o se pueda explicar por la sociedad en que vivimos, claro, pero el lenguaje no es la decisión de un gramático. El lenguaje se hace con el uso. Hay que ver si llegamos a un acuerdo.»
Es 13 de junio, 2023. Alrededor hay mucho verde y un tin- tín de un sonajero que no se detiene ni un minuto, impulsado por la brisa. La gata mariposa de nombre Sabina ronronea cerca y a ratos se lanza a una siesta larga. Zaida Capote, mientras transcurre la tarde, conversa con suavidad; la fuerza de sus palabras no radica en el tono, sino en sus significados. Dice cuanto piensa y gracias a esa cualidad de ser honesta y dar argumentos siempre, disfruté el descubrimiento del blog Asamblea Feminista, en medio de un debate de las redes sociales en época de aislamiento social. Es un blog donde se conjugan feminismos, literatura, la lucha contra las violencias machistas… De dónde surgió este sitio tan surtido de buenas ideas, me cuestioné allá por el 2020. Y ahora descubro en voz de una de sus autoras que se encuentra relacionado con una campaña de hace ya diez años tod@scontralaviolencia.
«Sale de una experiencia que tuvimos Luisa Campuzano, Marilyn Bobes, Laidi Fernández de Juan, Sandra Álvarez, Danae Diéguez, Lirians Gordillo Piña, Helen Hernández Hormilla y yo. Se armó tod@scontralaviolencia, por un caso específico y fue de las primeras solicitudes en las redes de una ley contra la violencia hacia las mujeres.»
Ellas sufrieron acoso desde el espacio virtual; incluida la amenaza de golpearles. Enfrentaron la falta de comprensión de algunas instituciones y las acusaciones de ser «oficialistas» o «contrarrevolucionarias». Pero aquello representó una oportunidad de diálogo con algunas instituciones y el espacio para hablar abiertamente. Se organizaron, recogieron firmas, formaron duetos y asistieron a oficinas e instituciones para hacer propuestas sobre cómo se podía contribuir a visibilizar y buscar solución a las violencias machistas, también desde las redes.
«Fue un ejercicio muy lindo y de entusiasmo. Algo hicimos. Plantamos una semillita. De esa articulación de aquellas ocho (que luego aumentaron con las firmas) salió la antología Sombras nada más que propuso Marilyn Bobes y que Laidi Fernández de Juan terminó, de mujeres contra la violencia. Salió también el blog».
Zaida Capote fundó Asamblea Feminista junto a Helen Hernández Hormilla y Lirians Gordillo, y allí empezaron a publicar sobre temas y problemas que les impactaban; una especie de catarsis razonada para pensar Cuba desde una mirada feminista; miradas que se mantienen en la actualidad, con muchísima menor frecuencia, a la espera de la ocasión.
«En la Solicitud de Ley Integral contra la Violencia de Género de 2019 no participé en el origen; fui invitada a participar, y firmé. Fue otro tipo de experiencia porque había firmantes que no conocía, pero creo que una de las riquezas de la militancia es llevarnos a espacios de confraternización o sororidad con personas con quienes tenemos opiniones en común, pero también diferencias.»
Cuando Zaida retoma ese episodio en su vida, recalca casi siempre la diversidad de las firmantes iniciales y que una de sus propuestas al grupo era no dar entrevistas, o en caso de hacerlo, aclarar que se realizaba a título personal. También rememora con algo de tristeza la incomprensión que recibieron.
«Me dio pena que tantas personas atacaran la solicitud porque el origen de la propuesta no era institucional. La propuesta estaba muy bien planteada y podía haber sido útil, como punto de partida para una ley que todavía estamos pidiendo. Ahora hay mayor consenso de que hace falta una atención integral. Hay un problema, un problema serio. Las instituciones están empezando a despertar con esos temas, pero todavía no hemos perdido el prejuicio ese de ver quién está diciendo algo antes de evaluar si lo que se está diciendo vale o no la pena. Y si lo está diciendo alguien que no provenga de una estructura estatal, entonces no vale. Eso también tiene que cambiar, porque lo importante es la discusión de las ideas, pensar cómo vamos a llevar adelante las mejoras que necesitamos en Cuba. Tenemos que educarnos en ese aspecto todavía.»
Vivió la pandemia en automático. Se dedicó a cuidar a su familia, a evitar el contagio. Ayudó a una amiga, que había sido diagnosticada de cáncer y la trajo una temporada a vivir a su casa. Zaida Capote estuvo pendiente de todas las medidas para prevenir el contagio. En cierto modo tuvo éxito, de su hogar nadie salvo ella misma se enfermó. En aquellos días se cambiaron de forma drástica los roles; recibió las atenciones necesarias primero en un centro de diagnóstico y luego en un centro de aislamiento. No sabe todavía si se sentía tan emocionada por cada detalles por la edad que va adquiriendo, por los efectos de la pandemia o por ambos. La conmovían los cuidados cotidianos, la disponibilidad de doctores, el interferón accesible, que le atendieran por el más mínimo síntoma con rapidez y amabilidad.
«Con las carencias me las arreglaba. Todavía recuerdo que con muy poco pollo hacía una comida para cuatro personas. Pero después que pasó la pandemia me he quedado medio sibarita (como que te gustan los placeres). Para mí es una experiencia muy rara. Lo que hice fue trabajar mucho. Para eso me sirvió la pandemia. Armé el libro Tribulaciones de España en América — a raíz de esta publicación sugiere crear una ruta que recuerde a las víctimas de la reconcentración de Valeriano Weyler — . Para eso me sirvió. Y para establecer redes de ayuda que fueron tan importantes, pero lo fundamental fue después que terminó la pandemia, como que me he quedado con un ansia de recuperar tiempo. Y estoy viviendo a un ritmo más acelerado del que vivía antes.»
Y, en cierta medida, es ese el resultado de varias conversaciones, el deseo de aprender y escribir más que antes. Acercarse a la obra de Zaida Capote es viajar a otros tiempos, como los de la colonización, la reconcentración de Weyler, pero también los de Dulce María Loynaz y Ofelia Rodríguez Acosta. Sus ensayos demuestran rigor y belleza, invitan a abrazar la lectura y sumergirse en otra realidad. Son miradas que toman a la Cuba del pasado, en especial a las mujeres y el movimiento feminista, como punto de partida para soñar y luchar por el futuro.
A esa Cuba, Zaida Capote destina cada palabra. Ella es, no quepa duda, una feminista que lleva su militancia en el pensamiento y la acción; una mujer que, a su vez, no tiene reparos en compartir sus visiones, la sapiencia acumulada entre el estudio y el activismo. Con todo aquello me quedo, junto a la imagen de la gata Sabina y al verde de una terraza que es todo luz y belleza. Casi tanta luz y belleza como las de una Zaida, aquella que pude conocer, no exenta de tribulaciones, de conflictos y contradicciones, pero que tiene la mayor belleza: aquella que emana, limpia y cristalina, de la honestidad.
Tomado de El Caimán Barbudo
Foto de portada: Alba Graciela León