Tres veces 20, me dijo Santiago Álvarez cuando en 1979 le entrevisté en una de sus visitas a la República Democrática Alemana para asistir al famosos Festival de Internacional Documentales de Leipzig, del cual fue multilaureado. El 8 de marzo los cumpliría pero prefería referirse a esa cifra como equivalente a la juventud multiplicada, que en su caso representaba.
Hago ahora el paralelo ante el arribo a similar aniversario, este 15 de julio, de la existencia de la Unión de Periodistas de Cuba, la cual lo festeja, entre otras acciones, con la concesión de una medalla conmemorativa a unos pocos cientos de sus más de tres mil afiliados.
Y la máquina del tiempo de los recuerdos me lleva al primer galardón que recibí de esa organización gremial, hace más de medio siglo, encarnado en un pequeño distintivo, de fondo blanco y al centro una dorada pluma en ristre como divisa histórica, concedido por haber sido elegido periodista destacado. Aún lo conservo como preciado tesoro de mis inicios en esta interminable devoción, digo, profesión.
Luego, en los años siguientes, vendrían otros con fondo azul, primero, y rojo, después, equivalentes a mantener la condición por segundo y tercer año consecutivo. Al alcanzar los cinco recibí otro y a los 10, uno de mayor envergadura con el rostro de José Martí.
La única distinción oficial que confiere la UPEC, la Félix Elmuza, por al menos 15 años de labores con buenos resultados me llegó en enero de 1985. Más tarde, con mucho orgullo recibí medallas por los 25 y 50 años de fundada, en 1988 y 2013.
Pero más allá del recuento de los estímulos morales que he recibido a lo largo de mis vínculos con la UPEC tengo presente en estos días de balance, festejos, abrazos y llantos de emoción, a los fundadores con los que compartí mis primeros pasos por este interminable camino del periodismo y su gremio.
Por limitarme sólo a este último debo mencionar en primer lugar a Amalia Riverón, mi colega de la Zona África y encargada de la delegación en Prensa Latina, quien quería integrarme a la organización aún antes de cumplir los tres meses de prueba por las que debía pasar antes de comenzar a desempeñarme como auxiliar de redacción.
Luego sería el mismísimo Ernesto Vera, un hombre bueno entre los buenos, el alma de la UPEC desde antes de su fundación, quien fue eje de muchas cosas, desde trabajos agrícolas, fiestas en la casona de 23 e I y conferencias que en ella se daban. Bajo su conducción se crearon cursos de superación de un año en la Ñico López, en cuyo primer curso tomé parte. Mas tarde terminamos siendo hasta compañeros de dormitorio en tareas de la Federación Latinoamericana de Periodistas.
También recuerdo de los primeros tiempos a María Carvajal, la insustituible bibliotecaria que ayudaba a encontrar siempre lo que se buscaba. Y a Bruno y sus pizzas, la merienda a la que acudíamos con frecuencia, que prefería ese ambiente al de un restorán de lujo al que podía acceder por su categoría de maestro de cocina.
Ya vinculado a la organización como miembro de su Comité Nacional me llegan a la mente Georgina, Siria, Rebeca, Angelita, Fifi, Meriño y, aún mas cercanos por haber colaborado con ellos, Julito y Lázaro… Los veteranos saben a quienes me refiero, sin necesidad de apellidos.
A ellos le debemos también que este bastión del periodismo revolucionario cubano, que nos honra con una nueva medalla, lo siga siendo, por la historia que ellos nos legaron, de compañerismo, entrega, conducta y tesón.
Es de destacar, adicionalmente, a quienes hoy son sus herederos, en circunstancias muy difíciles (¿Cuándo no lo ha sido?), en la que la lucha por los ideales que dieron lugar a la unidad del periodismo en Revolución se hace mas compleja, decisiva, vital.
En estas tres veces 20 de existencia, la UPEC se siente viva y con ella, sus afiliados de y para siempre.
Foto de portada: Fundadores y antiguos dirigentes de la UPEC reunidos en la casa de la prensa
