Hoy cumple 80 años Guillermo Cabrera Álvarez, el Genio, como lo llamó Fidel; el Guille, para muchos; mi profe, para mí. Un periodista galáctico, un hombre entero, un revolucionario leal a Cuba y —como él decía— «poeta hasta que se demuestre lo contrario».
Podría decir que lo conocí en el 2006, en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí que él dirigió, cuando estaba yo en mis trajines de tesis. Allí lo conocí con Katiuska Blanco, cuando el periodismo de Fidel que ellos impartían en un curso, me llevaba a mi tema de Raúl Gómez García.
Desde entonces, hasta julio de 2007, tuve un gran maestro y un amigo, y un cómplice de aventuras «coco glacé». Pero Guillermo, sin ánimo de colocarlo en pedestal alguno aunque sí de hacerle justicia en tiempos en que su pluma y sus ojos urgen, es más que cualquier vivencia personal, escribió Dayli Sánchez Lemus.
Guillermo es referente imprescindible en varias generaciones de periodistas cubanos; el que enseñaba que los que elegimos esta profesión leemos mucho, escribimos mucho y vivimos mucho, y que además somos felices viviendo, leyendo y escribiendo, todo en demasía.
Expresa que el Guille, que tenía la certeza de que siempre hay cosas nuevas por decir, que el conflicto de medios se da en los periodistas, que era muy difícil elegir cuando cada uno posee su atractivo; pero que por encima de todo, lo importante era expresarse, no importa si en radio, televisión o prensa escrita; y más importante aún: que el mensaje llegue, que se entienda.
El que decía que no me angustiase pues hay tres etapas en la vida de un periodista: C, B y A. La categoría C «Corre pa aquí y Corre pa allá»; la segunda, «Ve pa allá y Ve pa acá»; y la primera mucho más codiciada «Arranca pa aquí y Arranca pa allá»….con lo cual, al cumplir las tres, ya estaría graduada.
Guille, que nos enseñó desde aquellos días angustiosos de julio y agosto de 2006, que Fidel es una idea, un pensamiento, una isla entera; que la vida no es un día, ni una semana ni un momento, sino una carga inmensa de emociones; el que tenía en Camilo al héroe de pueblo leal, pero sobre todo con la certeza de que era la imagen de un país que llegaría a la luna si era preciso por defender su Revolución. El que defendió a los Cinco, a Elián, y quería seguir buscando a Camilo.
Creó una columna, La Tecla Ocurrente, en este diario de la juventud cubana porque siempre fue joven, en la que hizo posible unir a personas de todo el país esperando su texto cada jueves; nos hizo recorrer cientos de kilómetros para conocernos, esperar el cumpleaños 80 de Fidel en el Pico Turquino, soñar expediciones en línea con la historia que amaba y defendía.
Fundó, así, una red de personas que amaban y fundaban, como quería Martí, cuando las redes sociales ni siquiera existían. Con La Tecla inventó una columna con la característica de no tener características, en la cual podía desalmidonar las palabras y que ellas dijeran lo que querían decir, sin envolturas doctorales y reverentes.
No era un hombre de consignas vacías, sino de hechos y de palabra exacta, de mirada honda —doble, triple y cuádruple— y capaz de acallar a cualquiera con una frase corta, en genial síntesis de sentidos. Un revolucionario leal a Fidel y con la sensibilidad de un verdadero seguidor de los pasos de Celia a la hora de cuidar la historia. A más de uno ayudó a echar a andar sus palabras y sueños, que luego siguieron con paso propio; el que no siempre aceptaba «concordar» sino «conlocar» porque decía que eso es lo que hacemos los orates utópicos que poblamos el archipiélago de la mayorcita de las Antillas.
El Guille sigue acompañando a Somos Jóvenes, a Granma, a su Instituto Internacional de Periodismo José Martí y al Costillar de Rocinante; con la historia de su perro Igor o del Niño; a la Upec, con su humor y amor infinito a todos.
Tomado de la Agencia Cubana de Noticias