Una declaración de principios, una herida en el pecho para mostrarse por dentro y hasta un ejercicio de exhibicionismo ético puede encontrar el lector que se acerca a Pasiones Insulares, un texto de la consagrada escritora, crítica, periodista y miembro de la Uneac, Soledad Cruz Guerra, que con buen tino nos regala Unicornio en su versión digital, gracias a una colaboración con el portal Cubaliteraria.
Sin necesidad de hacerlo, puesto que Soledad es dueña de un prestigio y una trayectoria destacada dentro de las letras cubanas, en las páginas de este texto se percibe la necesidad de decir. Planta la autora su bandera roja, sus cartas credenciales, sus amores ocultos sin intenciones de que sean aceptados. No busca aprobación. Pone sobre la mesa todas las fichas y mira desde las páginas con suficiencia. Soledad y la palabra viven el sortilegio de la desfachatez. Reniega el pudor y la tramoya al tiempo que grita a todo viento y con orgullo su condición de mujer.
Eso encontramos en Pasiones Insulares: a una mujer. Sin atavíos y sin melindres. A una mujer campesina, lectora, sin grandes atributos físicos y sin embargo hermosa con mayúsculas en su simpleza, familiar, ilusionada y deseosa de la plenitud de los amores todos, sin que la concreción de ese deseo conlleve mutilaciones a quien es, quien quiere ser y está dispuesta a defender a capa y espada.
La nota de presentación habla de cambios y retornos, de candentes pugnas por establecer otro paisaje favorable que no acaba de emerger bajo la presión de un acoso que llega desde diferentes direcciones. Algo se espera de esta mujer que es varias mujeres y a la vez la misma. Algo debe ser aprobado, aceptado como una buena práctica y eso solo es posible cuando se justifica en el supremo ejercicio de la defensa del amor. Un amor novelado a veces, otras platónico, un amor de romance y marxista, un amor de combate y visceral que es leitmotiv de estas historias, y si se quiere, de la obra toda de Soledad.
Pasiones Insulares comienza con la presentación de su autora y concluye con una declaración pública y optimista de un amor victorioso. En el intermedio hay lugares comunes traídos con destreza, atmósferas bien hiladas del campo cubano, el secadero de café, la escuela, la bodega, los campos de caña…
Son muchas las locaciones de quien parece acudir a la escritura como una urgencia, de quien pasea (transmuta) por muchos personajes porque sufre el Síndrome de la búsqueda infinita. Una Cuba de singular belleza está en sus páginas. La de la zafra del 70, la de la Columna Juvenil del Centenario, la de los planes y las emulaciones, la de la Operación Mambí y las Columnas Juveniles Agropecuarias. En Pasiones Insulares el galán es el hombre de carne y hueso de un país de pétalos recién abiertos, el ideológico, el profesor, el cuadro.
Como si hiciera falta nos confiesa la autora que lleva a su isla entrañable en el corazón, orgullosa de sus mil verdores, de todas las gamas, como si el origen del verde hubiera sido allá, y también el del azul. Nada es verdaderamente azul en este planeta, solo ese mar que empuja y acaricia la isla, sin moverla, y la torna columpio, mecedora perenne que desborda las ansias y obliga a mirar al cielo para ensancharse. Ella vive orgullosa de las gentes que se dan en esa isla, donde la grandeza fructifica mejor que la caña de azúcar y el tabaco, y no se cansa de alabarlas…
Podría prescindir de tales confesiones. La insularidad es un tatuaje en el cuerpo de este libro. Puede olerse en las introspecciones, en la búsqueda continua, en la exageración y la extravagancia con que se aborda la existencia, en la poesía de las cosas, en la palabra que señala al horizonte y al mañana.
Once cuentos después, quien lee dejó de ser el mismo. El contenido hace que valga la pena acudir a la pantalla del celular. Los valores del libro están en su epidermis, no necesitan inmersiones profundas. Hay oficio asentado en las historias que se cuentan y se agradece a Unicornio el acierto de traer esa luz a su catálogo.
Pasiones Insulares nos deja a veces sin aliento, también nos pone frente a un espejo para encontrarnos a pie de renglón. Es un libro de una cubanidad acendrada y donde, sin embargo, se percibe algún miedo. No es posible que esa mujer que dice sin cortapisas solo hable para sí. Esa pasión que guarda dentro y tiene nombres y apellidos, por la que no pretende dar explicaciones, la lleva a compartirse. Es una suerte que lo haga. Pasiones Insulares es un libro que nos sacude y nos deja orgullosos, porque también pudiera no ser una mujer sino la isla quien escribe y uno mismo, el humilde lector, descubrirse como el origen de esa pasión bendita.
Tomado del sitio web de la Uneac