Cuando cumplimos cincuenta años de vida editamos un libro imprescindible: Casa de las Américas 1959-2009, que da cuenta de los momentos más importantes vividos en nuestra institución relacionados con la labor de contribuir a la difusión y el reconocimiento de la obra de los creadores latinoamericanos y caribeños. El volumen comienza con una breve introducción escrita por el presidente en aquel momento, Roberto Fernández Retamar. Este 28 de abril la Casa, sus trabajadores y amigos, los artistas y escritores del Continente, celebramos sus 64 años de creada y nos ha parecido pertinente compartir el texto de Retamar, cuyas palabras burlan con éxito el paso del tiempo.
Creada en abril de 1959, a menos de cuatro meses del triunfo de la Revolución Cubana, durante sus cincuenta años de vida la Casa de las Américas se ha propuesto establecer o aumentar nexos entre los escritores y artistas del continente y difundir sus producciones. Al principio, se trató casi exclusivamente de hispanoamericanos, pero con el tiempo fueron incorporados brasileños, y caribeños de lenguas inglesa y francesa, y también se ha prestado atención a los pueblos originarios, herederos de los únicos auténticos descubridores de América. En todos los casos, la meta ha sido siempre aspirar a los más altos niveles de creación. El resultado ha sido que, con muy raras excepciones, los mejores escritores y artistas latinoamericanos y caribeños de este tiempo han estado vinculados a la Casa de una manera u otra. No pocos de ellos, así como muchos más provenientes del resto del mundo, se conocieron personalmente en encuentros, premios, exposiciones, representaciones teatrales, conferencias o conciertos organizados por la Casa. Sus obras figuran en nuestras publicaciones, nuestras galerías, nuestras grabaciones, nuestros documentos, nuestra biblioteca, y forman parte del rico patrimonio atesorado por la institución. No es dable historiar lo que ha sido la cultura latinoamericana y caribeña a partir de 1959 sin tomar en consideración a la Casa de las Américas.
La compañera Haydee Santamaría debió haber sido la autora de esta breve introducción. Ella fundó la Casa de las Américas hace medio siglo y la marcó con su sello indeleble. Su fascinante personalidad atrajo a numerosos escritores y artistas de nuestra América y aún más allá, sin los cuales no se hubiera realizado el ambicioso proyecto con que nació y creció la institución. A Haydee le gustaba repetir que los trabajadores de la Casa de las Américas no eran solo los que laboramos en sus locales, sino también los que le han prestado las más diversas formas de colaboración, y que, por distantes que estuvieran, la hacían vivir.
A quienes tuvimos el privilegio de conocer de cerca la conducción de Haydee nos incentivó el amor por la patria grande bolivariana y martiana y por los pobres de la Tierra; nos hizo apreciar en su justo valor las faenas, por humildes que fueran, de los que desde la base hacen posible logros más a la vista; nos enseñó a asumir una dirección colectiva. Los actuales trabajadores de la Casa de las Américas nacieron en su mayoría después de creada la institución. Pero también en los nuevos, es decir, en los continuadores de aquella labor, perviven las lecciones de Haydee. Si en 1959 ella era ya una leyenda viva por sus hazañas revolucionarias, a partir de esa fecha se revelaría igualmente una excepcional organizadora cultural. En este orden, la Casa de las Américas es su obra perdurable.
Tomado de La ventana