Transcripción del panel realizado en la Unión de Periodistas de Cuba, el 30 de marzo de 2023.
Ana Teresa Badía. Profesora Titular de la Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.
Juan Antonio García Borrero. Investigador y crítico de cine. Centro Provincial de Cine, Camagüey.
Javier Gómez Sánchez. Realizador audiovisual. Decano de la Facultad de Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual, de la Universidad de las Artes.
Jorge Legañoa. Periodista. Vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).
Rafael Hernández: Tenemos la dicha de poder realizar este panel en la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), donde no es la primera vez que hacemos un Último Jueves; de hecho, realizamos uno que fue memorable, acerca de la imagen de Cuba en los medios de comunicación, sobre todo extranjeros, muy concurrido. Hace unos meses hicimos, en esta misma sala, un panel dedicado a la Crisis de Octubre, de 1962, que tuvo la participación de un nutrido grupo de asistentes y de otros a distancia.
Tampoco es la primera vez que, en términos generales, hacemos un panel dedicado a la comunicación social. En el número 7 de Temas, de1996, apareció uno sobre el diseño en la comunicación social, donde participaron Frémez, Juan Ayús, Mirella Crespo, Inola Díaz Muñoz, Santiago Dórquez, Germán Piniella y Alfredo Rostgaard, todos destacados diseñadores o comunicadores. Algunos, lamentablemente, ya no nos acompañan; pero forman parte de este acumulado de la revista en relación con estos temas.
El número 20-21 de Temas, del año 2000, que titulamos “Cultura y comunicación social”, está dedicado casi por completo a ese tema. Tiene textos de Enrique González Manet, Miriam Rodríguez Betancourt, José Ramón Vidal, Vicente González Castro, Jorge Carlos Otroni, y otros investigadores no cubanos.
Y el más reciente número dedicado a la sociedad de la información o del conocimiento, y que aborda muchos de los problemas de la comunicación, es de 2013. Tiene textos de Rosa Miriam Elizalde, Lázaro Blanco, Milena Recio, Julio García Luis, Dairon Roque, y de otros estudiosos del tema.
En los últimos años hemos publicado trabajos sobre este tema en la revista, y paneles dedicados, por ejemplo, a la relación del público con la prensa, a Cuba en la prensa extranjera, a la radio como espacio de debate, al capitalismo de las plataformas digitales, y el más reciente, en 2021, sobre redes sociales, que se titula «¿Con todos y para el bien de todos?».
Este panel es parte de esa serie de abordajes y de debates acerca de los problemas de la comunicación social. No se propone ser un espacio de discusión sobre la ley de comunicación social, aunque, por supuesto, está en el horizonte, sino apenas examinar algunos problemas que les hemos propuesto a este destacado grupo de especialistas que nos están acompañando en la sala y fuera de ella.
Obviamente, la comunicación no es solamente los medios de difusión por muy importantes e inseparables de ella que estos sean. Otros agentes, como las instituciones de gobierno, las educativas, las culturales, las de investigación científica, las de salud pública, los sindicatos; además, las asociaciones, las iglesias, los creadores artísticos, los intelectuales, los campesinos, los estudiantes, los jóvenes, generan y representan diversas vías de comunicación social.
De hecho, nos ha sido difícil seleccionar este grupo. Hubiéramos querido tener aquí al doctor Francisco Durán, quien nos mantuvo a todos expectantes en relación con el tema de la COVID-19; al doctor José Rubiera, desde la Meteorología. Ellos mismos son medios de comunicación y figuras importantes en la orientación de la opinión pública en Cuba. Así que las preguntas que le he propuesto al panel se centran en el carácter de la comunicación; como un vehículo, un instrumento; como una dimensión del desarrollo; su significado para las libertades ciudadanas en sus distintas acepciones y ángulos; su relación con el control social; y los factores políticos que la condicionan. Esa selección de áreas de problemas es suficientemente amplia para una sesión como esta.
Hemos optado por la variante democrática de empezar no por mis preguntas, sino por las del público, tanto del presencial como del que participa a distancia. Les damos la palabra, entonces, a aquellos que quieran preguntar algo al panel o hacer algún comentario.
Manuel Orrio: En cuanto a la relación con el público solamente quiero recordar algo de Carlos Marx: «La prensa libre es el ojo siempre abierto al espíritu del pueblo, el lazo parlante que une a los individuos con el Estado y el mundo»; muy lejos, pues, de que la ley de prensa sea una medida represiva en contra la libertad de esta; tendría que consignarse lo contrario, que la falta de una legislación es una exclusión de esa libertad, y de la jurídica, pues la libertad reconocida jurídicamente existe en el Estado en forma de ley. Las leyes no son medidas represivas; un código de leyes es la Biblia. La ley de prensa es, por lo tanto, el reconocimiento legal de la libertad de prensa. También según Marx, «la censura no elimina la lucha [entre verdad y falsedad, o entre buena y mala prensa], la hace unilateral, convierte una lucha de principios en una lucha entre el principio sin poder y el poder sin principios». Opino que cualquier relación que tengamos desde una prensa socialista con el público parte de estos pensamientos de Marx.
István Ojeda: Recuerdo ahora una serie animada de televisión, que vi hace un tiempo, que tiene que ver mucho con la comunicación. Había un personaje que decía que los medios no tienen la capacidad de alterar lo que pasa, pero sí la percepción que tienen las personas sobre lo que ocurre. Por ahí vienen los caminos de la comunicación y su relevancia en la contemporaneidad. Esa creo que es una primera cuestión importante.
La segunda es que la digitalización, las redes sociales y la Web 2.0 alteraron de una manera radical la manera de hacer comunicación en Cuba, la relación de los medios con el sistema político, y, en el sentido más amplio, con el público.
Y, en tercer lugar, que estamos abocados a un escenario de introducción paulatina de mecanismos económicos en la gestión de los medios de comunicación públicos cubanos, y es un reto muy importante, que estamos asumiendo con valentía, yo diría, pero que plantea muchas interrogantes. No podemos renunciar a él porque ahí va el futuro de la comunicación que se hace en Cuba, junto con la aprobación e implementación posterior de la ley de prensa.
Carlos Alzugaray: Me parece excelente la idea de tener un panel sobre este tema y no dedicarlo a la ley de comunicación social. Me alegro mucho de que estén estos panelistas porque creo que todos ellos, de una forma u otra, han estudiado a Habermas, y yo confieso mi total simpatía con las tesis habermasianas en dos aspectos importantes, la política o la democracia deliberativa, y la autonomía de la esfera pública. Son dos conceptos muy avanzados. Lo que predomina hoy en el debate político es la polarización y no la apelación al raciocinio, que es lo que caracteriza a la política deliberativa, donde se razona. Se apela más a las emociones, se insulta; es una esfera pública, donde casi no se puede deliberar.
Me gustaría saber la opinión del panel sobre estas ideas. Esa sería la primera pregunta, y la segunda si este modelo habermasiano es útil e importante para pensar, en un país como Cuba, cómo se crea una esfera pública autónoma que pueda liberar el debate de la polarización que generalmente existe. Creo que ese es un problema en el que debemos pensar los que tenemos que ver con la comunicación social, y las tesis de Habermas me parecen muy adecuadas.
Alberto Céspedes Carrillo: Soy salubrista. Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Salud Pública; por lo tanto, mi pregunta va hacia un elemento que tiene que ver con la salud. El médico de familia necesita de la comunicación para su labor de agente de cambio de la comunidad, no solo para afrontar enfermedades, sino para trabajar sobre las determinantes sociales de la salud. ¿Considera el panel que es necesaria una formación en sociología y en comunicación de ese médico que está directamente tocando a la comunidad y que desempeñó un papel tan importante en el enfrentamiento a la COVID-19?
Rafael mencionó al doctor Durán, y tenemos aquí a otro comunicador, el doctor Julián Pérez Peña, que conduce el programa La dosis exacta, que hemos visto que se ha ido desplazando hasta ponerlo en una programación pegada al Noticiero Dominical. Prácticamente ya nadie lo ve, nada más que los viejitos, que son los que le escriben al doctor Pérez Peña para saber qué medicamentos tomar, qué alternativas hay, en el momento actual, a los que no hay, y sobre eso no hay una comunicación que llegue de verdad a quien le tenga que llegar.
Gisela Arandia Covarrubias: Quisiera que exploráramos, entre el panel y el público, el papel del periodista desde la perspectiva de una representación sociológica de la sociedad; es decir si, como enlace, es más que comunicador, porque incluso puede hacer la noticia; no tiene, necesariamente, que reflejar algo que haya acontecido, sino colocar un tema sobre la mesa. En mi caso, hace muchos años tuve la oportunidad, desde el periodismo, de comenzar a estudiar el racismo en Cuba, un tema que en ese momento era muy mal visto. Creo que el periodista, el comunicador, tiene que saber lo que está pasando en la sociedad, por tanto, necesita un vínculo esencial con las ciencias sociales; no puede ser solo un vehículo externo de comunicación de hechos mediante los medios, las tecnologías, etc. Sabemos lo importante que es eso, pero tiene que conocer un poco de historia, de sociología, de filosofía, para poder trasmitir, con conocimiento de causa, esa realidad social. Por tanto, debe tener determinadas capacidades y determinada vocación para estudiar la sociedad, el medio; para mirar el mundo desde una mirada plena, no asociada a estereotipos, y trasmitir esa esencia al público. Hay una fatiga de la población en relación con el mundo de las noticias, incluyo a todos los medios, también a las redes, porque repiten lo mismo, porque no hay una esencia humana, no hay un conocimiento, no hay un amor, no hay una solidaridad; no están las cosas que realmente le interesan al público.
Rafael Hernández: Les pido a los que tengan preguntas y comentarios que esperen a la ronda siguiente, ya que el panel va a intervenir a partir de este momento. Mi primera pregunta tiene que ver con la cuestión de la comunicación en el desarrollo; pero tomando en cuenta lo que han comentado algunos de los que han hablado en relación con la diversidad de emisores y razonadores que hay dentro de la sociedad, y no necesariamente a través de un medio de comunicación, quiero hacer algunos comentarios. En efecto, muchos están ejerciendo la comunicación y eso implica la desigualdad de enfoques. En la teoría de Habermas, una de las premisas es que todos los participantes de la esfera pública son iguales, y hay algo que nos hace sospechar de que todos tengan la misma capacidad de participar.
Sin tomar posición en relación con el concepto, me sirve para para poder preguntar: ¿Se requeriría —dadas esa diversidad y esa desigualdad existente en relación con los distintos sujetos y actores relevantes para una participación en el proceso de la comunicación social, visto como conjunto— políticas que abarcaran las múltiples prácticas comunicativas y que promuevan la integración entre diferentes campos que generan sus propios problemas y demandas de comunicación, además de los informativos, culturales, científicos, etcétera, diseñadas para incorporar no solo las modernas teorías de la información, sino para fundar prácticas comunicativas descentralizadas? Porque la sociedad no es un orden central, es un organismo vivo que, por su propia naturaleza, tiene un carácter descentralizado, por decirlo de alguna manera. ¿Cómo esas políticas pueden contribuir a un desarrollo social más repartido, diverso y equitativo? Políticas comunicacionales, no una sola, que con las metas mayores de representar los intereses del conjunto de la sociedad, cuyo alcance no se reduce a una sola formulación jurídica, vayan más allá, o sea, al problema mismo, entendido como el proceso de la comunicación y el desarrollo.
Ana Teresa Badía: Creo que en el tema de la comunicación todavía hay que reescribir muchas teorías. Está pasando lo mismo que pasó en su momento con la izquierda en América Latina, que la praxis se fue por delante de la teoría. No hay ninguna, a estas alturas, que pueda sustentar los cambios comunicacionales que estamos viviendo en pleno siglo xxi, con una transformación donde ya la comunicación no es emisor→mensaje→receptor, porque estamos viviendo en un mundo convergente, en una era digital en la cual emisor y receptor están en un proceso constante de intercambio de roles, por tanto los que reciben ya no son ni usuarios, ni receptores, ni nada. Hay unas teorías que pueden llamarlos prosumidores, criticadas por lo comercial del término; pero, en fin, están ahí, prosumen, co-crean contenidos, y eso tira por la borda toda teoría previa en relación con el proceso de comunicación.
Hay que entender qué es lo que está pasando; desde ese punto es que tenemos que partir, entendiendo la comunicación, reitero, en este momento, como un proceso de intercambio permanente de roles entre emisores y receptores, en un contexto en el cual los medios, por ejemplo, son cada vez más socializados, más de comunicación y menos de difusión, porque esta puede dar un sentido masivo, y ya los mensajes no pueden ser masivos; las audiencias no son homogéneas; los públicos están, cada vez más, segmentados, como mismo se ha segmentado nuestra sociedad. Hay los que tienen más recursos económicos, y los que tienen menos; los defensores de teorías y sus grupos seguidores; afrodescendientes, gays, sindicaleros…; en fin, lo mismo que ha ocurrido a nivel social ocurre a nivel de nuestras audiencias; por tanto, es un error continuar viéndolo todo como un globo homogéneo, donde cabe todo.
También, cada vez menos existen líneas divisorias entre géneros periodísticos, entre medios de comunicación, entre periodismo y literatura. Ya un periodista no se sienta a decir: «Voy a escribir una crónica», solo escribe algo o hace algo, y entonces decide qué cosa es. Esa es la realidad de lo que hoy está pasando, un amasijo de técnicas.
El diseño de políticas de comunicación descentralizadas no puede venir desde arriba, como su nombre bien lo indica. Cada organización mediática u organización —término que incluye lo institucional y lo empresarial— debe diseñar su propia agenda; creo que ese es uno de los problemas esenciales que afrontamos hoy: no tenemos una concepción proactiva ni del periodismo ni de la comunicación; estamos a la espera de un desmentido, en momentos en los cuales sabemos que lo que prevalece es 70% de noticias falsas; que no tiene sentido desgastarnos tantas veces en desmentirlas, y nos preguntamos quiénes hacen nuestras agendas mediáticas. Desmentidos, recorridos de funcionarios que sabemos que no es noticia: esa es la función del funcionario, no puede ser, tres veces, titular en un noticiero. Eso es un error, porque justamente estamos creando el efecto contrario.
En la era digital tampoco tiene mucho sentido hablar de ámbitos comunicacionales, porque todos estos son procesos que van ocurriendo de manera transversal.
La apropiación por parte de los ciudadanos de las nuevas tecnologías ha superado la mirada investigativa desde teorías como la de usos y gratificaciones. Estamos pretendiendo investigar estos fenómenos con indicadores de décadas atrás, eso hay que actualizarlo; por ejemplo, hoy yo no puedo hacer un estudio de recepción de televisión ni de radio sin tener en cuenta una mediación tecnológica tan sencilla como es la cajita decodificadora; pero en los indicadores de hace veinte años no está esa mediación tecnológica.
Entonces, en el sentido de lo que decía Gisela, hay que buscar siempre una correspondencia entre lo que se está representando, comunicando, y la realidad que la gente vive. Eso está descrito, desde el año 1984, en los estudios culturales; por ejemplo, en los británicos, sobre todo por el profesor Stuart Hall, que fue el creador del paradigma codificación-decodificación. Si yo recibo una cosa que no tiene nada que ver con el contexto que estoy viviendo, excluyo al periodista y al medio. Ese es el fenómeno que se produce cuando existe este tipo de comunicación. Por tanto, que hay que actualizar nuestros indicadores investigativos.
La modernización de las prácticas comunicativas no va a generar cambios si estas se hacen únicamente desde la base tecnológica; hay que reinventar el discurso de los medios, de los políticos y de la comunicación en Cuba. Hay frases gastadas que no motivan ni convocan a nada. Ahí hay un reto fundamental, y va en la línea de lo que se decía: si no se reinventa el discurso de los medios, el discurso comunicacional, y si no se rediseña el de los políticos, no vamos a tener ninguna eficiencia, ningún alcance, en momentos en los cuales, y no solo en Cuba, la derecha se ha apropiado del discurso de la izquierda; cuando un político habla, no sabemos si es de derecha o de izquierda; por ejemplo, cuando un ultraderechista como Jair Bolsonaro dice que va a dar ayudas, bonos sociales, etc., se puede confundir todo el mundo. Es en ese contexto que pienso que hay que reinventar el discurso, entendido en el sentido de Habermas. De este pensador lo único que no me gusta es la mala interpretación que le han hecho en relación con la comunicación para el consenso, teoría nacida hace algunas décadas, sobre todo en los 80, que tomó precisamente como base algunas esencias discursivas del pensamiento de Habermas que han sido superadas. Se comunica, pero no necesariamente para lograr un consenso en ese momento, y en ese acto comunicativo, hay que contar también a los que disienten; todos deben estar incluidos en ese proceso. Reitero que es una de las teorías que pudieran estar superadas en estos tiempos.
En otro momento me voy a referir a la importancia de la comunicación para la ciencia y a la comunicación en salud.
Rafael Hernández: En alguna medida, Ana Teresa ha entrado en mi segundo tema, que es el más popular entre los panelistas; todos han optado por ese problema, que es el de la comunicación que cultive la libertad ciudadana.
En la dinámica de la esfera pública se minimizan las diferencias entre hablante y auditorio, y al mismo tiempo se proscribe y se sataniza todo tipo de filtro, de edición, la función editorial desaparece. Una visión libertaria, bastante extendida hoy, tiende a confundir la libertad de pensamiento y palabra con la de hablar. Esta representación identifica las normas de convivencia, el diálogo y el respeto al otro como formas de coerción y censura, y califica la sociedad civil como una especie de potrero en donde todo vale. Muchas apelaciones a la sociedad civil se identifican con ese significado. ¿Se necesitarían políticas y prácticas comunicativas que reconozcan y ejerzan nuevas normas y nuevos criterios de intercambio y comunicación dirigidos a reforzar la educación eficaz para el uso inteligente y cultivado de internet, y de los medios digitales en general, por utilizar un eufemismo que a veces encontramos en las redes sociales, fomentar la transparencia y desestimular la irresponsabilidad? ¿Se trata de cultivar, no de imponer, un nuevo consenso basado en la cultura del diálogo y del debate, en vez de recurrir a mecanismos prohibitorios unilaterales que no solo han probado su ineficacia sino resultan contraproducentes en muchas ocasiones? Esa es mi provocación al panel para la segunda vuelta, y le quiero preguntar a Juan Antonio García Borrero, que está en ese “país” llamado Camagüey, si está listo para comentar sobre esta pregunta que él también eligió para decir lo que piensa.
Juan Antonio García Borrero: Es un tema sumamente provocador, como suele ser lo que se asocia a Temas. Desde luego, es algo que lo va impregnando todo, lo transversaliza. Yo escuchaba las intervenciones de mis compañeros en el panel, y vi que se adelantaban algunas ideas que, de alguna forma, yo me estaba planteando mientras preparaba mi intervención.
Lo primero es que siento que estamos, en cuanto al tema de la comunicación, en algo que desde el pensamiento socrático ya se comienza a adivinar, a pesar de que ha transcurrido tanto tiempo y de que estamos viviendo una época aparentemente distinta; pero la necesidad de la comunicación sigue siendo primordial. Sócrates, en su momento, decía algo que a estas alturas me parece fundamental: «Habla para que yo te vea», decía en una época en que era más fácil descubrir a la otra persona, a la que estaba, de alguna manera, proponiendo una suerte de diálogo, de debate y demás. Pensemos ahora, cuando, a mi juicio, el gran peligro estaría en la llamada intoxicación; o sea, en el hecho de que se nos comunican tantas ideas que al final no interiorizamos ninguna. Es lo que expresaba, de modo magistral, un humorista —del que ahora no recuerdo el nombre—; decía que hoy en día en cinco segundos nos enteramos de todo y en cinco segundos lo olvidamos. Creo que ahí comienza a plantearse uno de nuestros problemas más fuertes en términos comunicativos. Estaríamos hablando de la era de la comunicación, pero a partir de la incomunicación. Si constantemente estamos recibiendo mensajes que nos dejan en el mismo lugar, en el mismo plano, en ese sentido siento que en este país necesitamos políticas públicas que acompañen el desarrollo que estamos percibiendo desde el punto de vista tecnológico. Constantemente tenemos quejas de ETECSA; con precariedades que existen en determinadas zonas con el desarrollo de lo digital, de las carencias de la infraestructura tecnológica; pero lo cierto es que tenemos esa infraestructura; el mayor problema estaría en que no sabemos cómo usarla.
Sería imprescindible promover una política pública donde, incluso, podamos hablar de una segunda campaña de alfabetización, que en este caso sería funcional y tecnológica, porque el solo hecho de tener en nuestras manos un dispositivo inteligente, un teléfono que nos permite establecer un diálogo, una información, o este tipo de debate, no va a garantizar, de por sí, que la comunicación sea efectiva. Lo que debemos perseguir todos es que sea fecunda; para qué estamos comunicando algo. Siento que, en medio de todo tipo de desarrollo, evolución, o involución, debería ser la pregunta esencial.
Cuando dos personas no están, necesariamente, debatiendo, sino comunicándose ideas, estas van a dar lugar a una instancia superior, que es lo que de alguna forma estaríamos pretendiendo todos, o van a quedar en un ecosistema donde nada crece, sino que todo está como asociado a una base muy falsa, algo que no va a propiciar el desarrollo; por tanto, siento que sí estaríamos necesitados de una segunda campaña de alfabetización donde nos adentremos, a partir de ella, en la búsqueda de una autonomía para el ciudadano, y ahí es donde me asociaría a lo que plantea Rafael en cuanto a la libertad ciudadana, y a qué le vamos a llamar así. ¿Es simplemente que yo pueda decir lo que quiera en mi muro de Facebook o en cualquier otro lugar, o tendría que asociarse a esa vía comunicativa, crear o participar en entornos donde efectivamente gracias al desarrollo de estas tecnologías se va expandiendo el sitio que voy a habitar?
Algo que a mi juicio sigue siendo una asignatura pendiente en nuestros estudios es, por ejemplo, lo relacionado con las audiencias transnacionales. Casi siempre estábamos hablando, en términos de comunicaciones, en los tiempos en que yo comenzaba, de un público que era como cautivo, que estaba vinculado a lo que en política cultural se establecía que podía o debía consumirse, pero esto no está pasando en la actualidad, es decir, hoy el consumo no puede ser más transnacional.
Rafael decía que vivo en Camagüey, pues yo diría que ahora mismo vivo en Los Coquitos, que es un lugar que está apartado del centro de la ciudad, y desde aquí me estoy comunicando con ustedes, y además, me puedo comunicar con buena parte del mundo, y establecer determinadas alianzas, proyectos, en fin, que estaría trabajando sobre la base de una comunicación que trata de superar a la que se llama monológica, donde constantemente estamos hablando a partir de lo que queremos escuchar o de lo que decimos y los otros van a asumir como el fin de la historia.
Insisto en que necesitamos esa política pública, y sobre esa base lograr un resultado mucho mejor. No hacemos nada con establecer políticas locales, donde yo pudiera estar actuando en un sector donde, incluso, puedo tener resultados positivos; pero, si no logramos darle una visibilidad a eso que se está haciendo en lo local, va a pasar lo que Sócrates, en su momento, nos estaba diciendo: háblame para que yo te vea.
Rafael Hernández: Gracias, Juan Antonio. Esa idea de la alfabetización te la he escuchado antes. Recuerdo que lo más difícil de enseñarle al campesino, cuando fui a alfabetizar, no era dibujar las letras y poder leerlas, sino explicarle, de manera que él pudiera incorporar a su mente, a su experiencia de vida, que la tierra no era plana, sino esférica; y ahí es donde está una parte importante de este desafío.
Javier Gómez Sánchez: Indudablemente, que estemos hablando y prestándole atención a este tema, a la dimensión que ha tomado en cuanto a la necesidad de una legislación, y muchísimos otros aspectos, a cuánto ha crecido el tema de la comunicación, es por la irrupción de los espacios y redes sociales digitales.
En el año 1999, cuando en Cuba ni remotamente se podía pensar en socializar Internet, y no existían en el mundo redes sociales digitales en la manera en que las conocemos hoy, en la ciudad de Seattle se realizó una cumbre de la Organización Mundial del Comercio, que tuvo una gran repercusión mediática porque generó grandes protestas y marchas como hacía tiempo no se veían en los Estados Unidos, y eran específicamente de jóvenes anticapitalistas. Estas manifestaciones tuvieron una característica novedosa en ese momento: primero, se convocaron por cadenas de correo electrónico, y segundo, los manifestantes se movían en grupos, comunicándose a través de celulares y de cadenas de SMS. Eso hizo que por primera vez estuvieran en un escenario de este tipo dos recursos tecnológicos que hasta ese momento habían estado en manos de las autoridades: la comunicación masiva y la móvil e instantánea. Hasta ese entonces, la ciudadanía no tenía forma de poder ejercer algo similar a lo que hacían los medios de comunicación masivos, y hasta ese momento solo la policía podía, en un escenario de calle, comunicarse relativamente fácil por radio o walkie-talkies. En fin, las personas comenzaron a tener una nueva manera de intercomunicarse.
Tiempo después, en 2004-2005, comienzan a aparecer las primeras redes sociales digitales, YouTube, Facebook, Twitter, y el escenario va cambiando, y las personas empiezan a tener un poder mayor. Muchas veces oímos que Facebook solo conecta con una burbuja; es cierto, pero esa burbuja está llena de gente, puede llegar a una gran cantidad de personas.
Vivimos en un país donde la industria editorial cubana a duras penas puede tirar tres mil ejemplares de un libro; de pronto, alguien pone un post más o menos extenso y tiene determinado éxito, y cuando viene a ver tiene cuatro mil, cinco mil, no sé cuántos miles de «me gusta», compartido, leído. Tenemos cantautores que llegan a más gente y más rápido con un post en Facebook que con una canción en un disco, que tiene que esperar por toda la industria discográfica, conciertos, no sé qué más, para que llegue el mensaje que se quiere emitir, de pronto su rol social está descansando mucho más en esa actividad en la esfera digital que en la musical que realiza.
Otro punto de referencia que pudiéramos tomar: en el año 2002, cuando se emite por primera vez en Cuba la prohibición de fumar en espacios interiores, eso no llamó la atención en ese momento, por la demora en la impresión de la Gaceta Oficial. Como seis meses después, se publica en digital, y otros seis meses después es que se imprime. Bueno, ninguna institución aplicó la norma hasta que saliera en papel, que era cuando consideraban que era oficial. Hoy a nadie se le ocurriría ignorar una norma porque no le ha llegado impresa; pero tomó tiempo para que la gente entendiera que lo que está en forma digital es real, y tiene un impacto en la vida. Por lo tanto, hay que prestarle atención y respetarla.
Ahora bien, como sociedad, tenemos una dificultad grande con espacios que conquistar en cuanto a opinión como derecho. No pensemos ingenuamente que somos una sociedad donde hay total tolerancia al ejercicio de la opinión, no solo al derecho a tener una opinión, sino a emitirla en público, y con esto no quiero decir que si usted es un funcionario salga en Facebook ventilando interioridades de la institución hacia la cual tiene un deber, una responsabilidad. No se trata de eso, pero con frecuencia vemos que todavía en una reunión se levanta alguien y dice: «Tenemos que tener cuidado en la manera en que estamos usando las redes sociales, porque la gente las usa irresponsablemente, y somos “empleados públicos”». Ese término nunca lo había escuchado en Cuba. Lo dijo alguien respecto a que la gente se queja en Facebook de determinadas cosas. Si la gente se queja es su derecho como ciudadano y a no tener un problema por ello, siempre y cuando respete la ética normada por las leyes que existen hace muchísimo tiempo: no difamar, no discriminar, no insultar, etc.
Es una ingenuidad muy grande pretender legislar sobre espacios que responden a una diversidad tan enorme del ejercicio como pueden ser los blogs, Facebook, Twitter, YouTube, más allá de lo que está determinado por la convivencia y el respeto al derecho individual, y al colectivo. Debemos entender la necesidad de legislación a medios que pueden ser considerados como tales y no como soportes. Para eso ya tenemos legislaciones que rigen las normas de cualquier sociedad y cualquier sistema social.
Y por supuesto, entendiendo esto como un derecho, lo que sí debemos comprender y apoyar es el respaldo a las demandas del ciudadano, y que se obligue a los funcionarios a informar. El día que en Cuba se considere el acto de desinformar a la ciudadanía como una irresponsabilidad, y por tanto punible, por parte de un funcionario, empezaremos a ser un país distinto.
Hace poco hubo una fake news diciendo que una fábrica de alimentos cerró, y los funcionarios no sintieron el deber de salir a desmentir esa información, aun sabiendo el daño que provocaba en la ciudadanía. Debieran ser responsables ante la ley, porque de alguna forma están contribuyendo a la intención de esa noticia falsa; pero eso no está legislado, la ley no los obliga. Es muy penoso que todavía hoy no haya una ley que los obligue, ni que respalde el derecho de los ciudadanos.
Jorge Legañoa: Ya casi no queda nada que decir. Antes de empezar a hacer algunos paralelismos con los que me antecedieron, agradezco a Temas y a todos los que están aquí. Yo empezaría por un titular, que sería, «Cuba, más de siete millones de analfabetos». Posiblemente eso no sería creíble para un cubano, a lo mejor es creíble para algún estadounidense perdido y enajenado en el fondo de Texas o de Utah; pero si el titular ampliara una palabra más y dijera: «Cuba, más de siete millones de analfabetos funcionales», ya va entrando en caja, y si agregara, «en materia digital», ya estaríamos hablando bien claro. Casi no hace falta el lead para para referirnos a lo que Juan Antonio decía ahora mismo.
Se hizo una primera Campaña de Alfabetización en Cuba en los años 60, por la brillantez de Fidel para identificar una necesidad urgente. En los 2000 Fidel está con un niño y un mouse en un Joven Club para aprender a manejar la computadora; en diciembre de 2018 millones de cubanos tuvieron datos de Internet en los celulares —cosa que aplaudo completamente—, sin embargo, no hubo una campaña de alfabetización mediático-informacional. Cuatro años después, estamos disfrutando, lo digo con ironía, sus efectos y de haber dejado que campeara por su respeto la ley de Internet en Cuba, sin haber preparado un sujeto crítico, que pudiera enfrentarse a la realidad de internet desde una posición informada.
La pregunta que siempre nos hacemos es: ¿estos más de siete millones que tenemos conectados a Internet —son cifras de ETECSA, no de la UPEC ni nada por el estilo— conocen las redes sociales digitales, los algoritmos que están detrás de las plataformas de ellas? ¿Saben qué es una noticia falsa, cómo se puede reconocer o cómo se desmonta? ¿Tienen las herramientas para eso? ¿Saben cómo enfrentar una campaña de mentiras y de manipulación? La mayoría no, por eso hablo de más de siete millones de analfabetos funcionales que tenemos en este país. ¿Qué vamos a hacer con eso? Juan Antonio hablaba de una segunda campaña de alfabetización; yo le pusiera un plus, que es que tiene que ser transversal, según la palabra de moda, porque si no lo es en la sociedad, empezando por incluirla en los programas del Ministerio de Educación, del de Educación Superior, de los diferentes ministerios que tengan capacidades de comunicar hacia afuera y hacia adentro de sus públicos, y esto no se convierte en algo que realmente se construya de manera reticular, estamos embarcados; no vamos a lograr recuperar lo perdido.
En días pasados coincidí con unos conferencistas y les decía: «Piensen en un doctor en ciencias, en un trabajador de un ministerio, en un vendedor de cualquier cosa, enfrentándose a una noticia falsa». Ana Teresa hablaba de cifras, solo 30% de las personas que consumen una noticia falsa ven el desmentido, 70% se lo quedan clavado en el hipotálamo. Por eso, cuando hace como quince días empezó la historia de que Richmeat —la empresa de la que hablaba Javier—, que está en El Mariel, había cerrado, estuve allá y lo primero que pregunté fue si estaba funcionando. Me dijeron: «Sí, a plena capacidad». Dos días antes yo había comprado picadillo y vi que era Richmeat, y los compañeros de la tienda, después de diez días de la noticia falsa, se estaban dando el lujo de dudar, de qué hacer, y esas personas a las que fui a ver por cosas de trabajo, les dije: «¿Me pueden llevar a la fábrica?», porque con una foto del día, en esa fábrica, con un picadillo en la mano, se iba a saber que Richmeat estaba funcionando; ni siquiera hacía falta un comunicado que tendría que revisar el jefe A, que se lo pasaría al jefe B, que llegó al jefe C, que tuvo dudas y lo regresó al jefe A.
Hoy la comunicación en el mundo no funciona así; sus ciclos tienen veinticuatro horas, y lo que usted no desmienta en ese tiempo ya ni siquiera es una crisis comunicacional de su institución, es que usted se quedó en el 70% que no va a ver nunca el desmentido de una noticia falsa.
Entonces las complejidades que tenemos hoy son muchas, diversas, yo solo he descrito una minucia de un problema que es mucho más complejo, en un país en el que muchos compañeros creen que saben de comunicación porque tienen un celular en la mano, y por lo menos se comunican, o por lo menos escriben, o por lo menos leen, pero la concreta es que hay mucho voluntarismo y poca estrategia y, como decía Juan Antonio, pocas políticas públicas en este sentido.
En julio es el aniversario 60 de la UPEC, y se debe hacer su Congreso; soñamos que supuestamente los astros estaban, o están, alineados para que entonces ya estuviera aprobada la ley de comunicación, con un Instituto de Información y Comunicación que está aprobado hace casi dos años, pero entró en reformulación, o actualización, o como se le quiera llamar. Esta organización está metida en un grupo de experimentos para la transformación de la gestión editorial y económica de los medios de comunicación en Cuba. Para nadie es un secreto, más bien es un deporte nacional, criticar a los profesionales y a los medios de comunicación, pero muy poca gente sabe cómo se trabaja hoy en ellos, y las carencias no solamente económicas, sino también humanas que vamos sufriendo, porque es un sector pequeño en el que todos los grandes rollos de este país, incluido el tema migratorio, igual nos están pegando.
Entonces este año soñamos con toda esa transformación, un experimento que tribute a un tema fundamental como es el de la innovación en materia comunicativa, hablamos maravillas de lo tecnológico, el logro de las vacunas, pero ¿estamos innovando en comunicación o reproduciendo el mismo esquema ochentoso de lemas y consignas, sin revisar nuestros públicos, buscando e investigando a quiénes estamos llegando y si estamos llegando; no hay que ir a estudios teóricos para darnos cuenta de que hemos perdido una relativa hegemonía de los medios de comunicación en nuestro país. Digo relativa porque cuando hay una catástrofe como la del hotel Saratoga, o la base de supertanqueros de Matanzas, todo el mundo gira el radar hacia los medios del sistema público de comunicación —o estatales, como les quieran llamar—, para el Noticiero de las ocho, para saber la verdad. El desafío es no llegar a perderla completamente en un futuro no muy lejano.
Entonces esos son de los grandes retos que estamos viviendo hoy, el año de la comunicación, que todavía no se ha concretado plenamente; esperamos llegar al Congreso con ese espacio ya legitimado donde comience la transformación, porque creo que la ley es un punto para continuar, para comenzar a crecer y crear un sistema de medios de comunicación en Cuba.
La comunicación no son solo los medios. Orrio hablaba de la ley de prensa. En Cuba no vamos a tener una ley de prensa; ahora mismo la tienen Vietnam, China, Venezuela, con la Ley Resorte; Argentina con la del espacio radioeléctrico. Nosotros vamos a tener un instrumento que tiene una complejidad superior, en el que se está hablando de comunicación institucional, comunitaria, de publicidad y patrocinio, que en ocasiones pueden llegar a ser malas palabras. Estamos metidos en la transformación de la comunicación social en Cuba, no solamente la UPEC, están la Asociación de Comunicadores y el ICRT trabajando de conjunto, buscando que a través de experimentos que ya están diseñados, empiecen a cambiar los roles de los medios por una comunicación que realmente llegue a las personas.
Ana Teresa Badía: Dos minuticos nada más para sintetizar algunas ideas que se han dicho aquí. Creo que tiene que ser un interés para toda comunicación que hagamos, incluida la mediática, formar cada vez más individuos críticos. Tenemos que contribuir, además, a que la gente no pierda la capacidad de asombrarse, como decía Gabriel García Márquez.
Hemos hablado también de algo que tiene que ver con la alfabetización mediático-comunicacional; hay muchos proyectos en curso. En la Facultad de Comunicación, por ejemplo, hay dos, asociados, sobre todo, al trabajo de bibliotecas, pero creo que la universidad puede incluir muchos más. En Ecuador he visto universidades que abren los sábados para enseñar a personas de la tercera edad a usar la tecnología. Esas son experiencias interesantes. Creo que aquí alguna que otra universidad, no sé si la CUJAE o la UCI, lo han hecho en algún momento. Eso sería parte de esa alfabetización mediático-comunicacional, cómo hacemos ese trabajo más amigable a las personas de la tercera edad. Sobre cómo enseñar a las personas, a los ciudadanos, a detectar noticias falsas, es un gran tema pendiente.
Unido a todo esto, hay algo que ha pasado y a veces no nos damos cuenta: esa sobreabundancia de información que causa saturación, y hace que el papel mediador del periodista y el comunicador haya cambiado. Tal vez no nos hemos dado cuenta de que informar dejó de ser algo exclusivo de periodistas y comunicadores, y que ahora, como decíamos al principio, cada ciudadano puede emitir cualquier noticia, y eso cambia el papel mediador del periodista. Hay que hacer más investigación, más trabajos de fondo, una agenda más proactiva.
No quiero mencionar a ninguna empresa ni nada de eso, pero ¿por qué la empresa X no convoca en su momento a la prensa, por ejemplo, para promocionar los productos que vende? Esa es una deuda que tenemos todavía. Todo el mundo está encerrado en un cascarón. ¿Por qué no sale un vocero de la empresa Y a dar una información determinada sobre lo que produce, para tratar de venderlo y de aplicar estrategias comunicacionales para insertarse en un mercado mundial?
Creo también que los propios medios tienen que articular, cada vez más, agendas propias, porque en un convergente escenario digital mundial, como decía Juan Antonio, todos nos vamos a parecer a todos, y lo único que nos va a hacer diferentes y que garanticemos nuestras audiencias es ese diseño de una agenda comunicativa propia.
Y cerraría con el tema de la comunicación en salud y ciencia, que creo que es muy importante, porque uno de los aspectos que Cuba puede exhibir, a nivel mundial, en esa materia, es la experiencia que tiene en ella. En Ecuador, como parte del doctorado en Ciencias de la Comunicación, que hemos hecho entre nuestra Facultad y la Universidad Católica de Cuenca, hay una propuesta teórico-metodológica para la enseñanza de la comunicación a estudiantes de la carrera de Medicina, y creo que eso es importantísimo, y la Escuela Nacional de Salud Pública está preparando también un texto de Administración de salud en el que han incluido el tema de la comunicación y el de la gestión de riesgo como parte de la crisis, y la emergencia en salud.
Son algunas ideas que no quería dejar sueltas.
Rafael Hernández: Gracias. Tiene la palabra el público nuevamente.
Disamis Arcia: Una parte de lo que iba a decir, ya el panel lo ha adelantado. Me recuerda la película que ganó el Oscar este año, Todo en todas partes y a la misma vez, porque eso nos pasa con las problemáticas y los desafíos nuevos de la comunicación social. Ahora estamos muy concentrados y muy enfocados en la avalancha del entorno digital y la transversalidad que tiene en nuestras vidas, y eso nos ha hecho olvidar otros espacios que ya estaban ahí, que son de socialización, de interacción, que antes de lo digital se atendían con problemas, estaban muy mediados por la visión de los medios masivos de difusión, y que siguen ahora más complejizados, más complicados, por esa transversalización del medio digital, en el orden de lo comunitario, de lo institucional, y dentro de este, de los grupos, de las organizaciones.
Me gustaron mucho las intervenciones del público, porque también complejizan la mirada sobre este tema, porque las problemáticas de la comunicación social no tienen solo que ver con la política, ni con la agenda deliberativa, sino con la vida cotidiana, y son espacios que ahora se están descubriendo como también problemáticos. Quisiera que el panel nos dijera algunas de sus reflexiones en torno a cómo ver todo en todas partes y a la misma vez en estos procesos en los que se debe mirar con una visión sistémica y no por los pedacitos a los que estamos acostumbrados.
Luis Rubén Valdés: Soy profesor de la Universidad de La Habana, específicamente de la asignatura Teoría Política. A raíz de la intervención de la doctora Gisela, y después de las de los panelistas insisto en algo que creo importante. Durante el período pandémico fui uno de los profesores que tuvo que insertarse en toda esta plataforma digital para poder continuar con el proceso docente, y me di cuenta del poco conocimiento que tenemos del tema de las redes digitales, del analfabetismo al que se hacía referencia Legañoa. Independientemente de la transversalidad que tiene que existir en esa alfabetización digital pienso que es importante que el espacio académico se convierta en abanderado de la alfabetización tecnológica de que se habla. De hecho, es un espacio de comunicación; todos los que impartimos docencia somos comunicadores, y para las nuevas formas de comunicar, debemos tener las herramientas que necesitamos para ello; hay que saber cuáles son las reglas, los preceptos, los principios que rigen una buena comunicación para poder trasmitir conocimientos.
Rodrigo Huaimachi: Me quedó claro que este panel no es sobre el proyecto de Ley de comunicación social, en medio de una guerra mediática atroz, y parafraseando un poco lo que dijo Javier Gómez, Cuba necesita una ley de guerra, por lo tanto, creo que va a ser inevitable debatirla, a partir de lo que dijo Legañoa sobre que la ley es un punto de comienzo. Su importancia es trascendental.
Quiero comentar la idea de la segunda campaña de alfabetización de que habló Juan Antonio García. Esta, y la de la comunicación masiva, son elementos que deben estar incorporados en un debate nacional, no solamente dentro del gremio.
Con lo que refiere Javier Gómez, y con lo que agrega la profesora Ana Teresa de trabajar con la gente de la tercera edad, se puede empezar a pensar qué vamos a hacer con esta segunda campaña de alfabetización. Se habla mucho de llegar a los jóvenes, pero también hay que llegar sectores tan importantes como ellos: los que estamos por encima de los cuarenta o cincuenta años, y en especial la gente de la tercera edad. Creo que es un desafío y una necesidad del país llegar a todos los sectores, sobre todo a aquellos que pertenecen a generaciones menos “de cristal” como es la que estamos viendo en los últimos tiempos.
Me llamó mucho la atención cuando se habló sobre la inmediatez. Creo que eso tiene que ser abordado desde distintos puntos de vista. Estoy de acuerdo con lo que dice Jorge: hay poca estrategia y hay una política pública que necesita ser reforzada, ser superior; necesita ser transformada.
La pregunta que nos hace Legañoa, ¿estamos innovando en comunicación?, creo que nos la debemos hacer no solamente para ese caso, sino para todo; y deberíamos profundizar en ello, porque si consideramos que los medios de comunicación son básicos para un proceso en cualquier país, para Cuba son un arma estratégica. Tenemos que asegurarnos que el debate que se propone sea nutrido desde todos nuestros puntos de vista; no tenemos que, cuando alguien haga una crítica, saltar con la misma banalidad de llamarnos neo-marxistas, ultras, y esas cosas que se acostumbran a decir en las redes sociales.
Por supuesto que no queremos volver al período ochentoso ni a las consignas, pero tampoco irnos a la banalidad y a la construcción de egos, de vanidades y a comerciar, porque el punto complicado de esto es quién paga, y ahí es donde he tenido que aportar un poquito: he crecido en un país capitalista, miembro de una familia de periodistas, conozco el periodismo, y cómo funciona la comercialización que puede haber detrás de la comunicación; por lo tanto, pienso que eso tiene que estar insertado en una lucha ideológica y con una ética, y en el caso de Cuba, una ética revolucionaria y una moral comunista. Tenemos que representar claramente esa postura.
Por supuesto, como dice Jorge, lo que se proyecta no es una ley de prensa, es algo superior, y por esa razón haré una pregunta a todo el panel. Si consideramos que esta ley es necesaria, y va a abarcar —por lo menos en lo que hemos visto en los anteproyectos y los proyectos— muchos aspectos, más allá de los intereses de un gremio, los de todo un país, de todo un Estado, e incluso del futuro; y si reconocemos que estamos en una guerra mediática y sabemos que no la estamos ganando; que estamos perdiendo las redes sociales, donde incluso la defensa es desarticulada y estamos más interesados en tirarnos puyas para acá y para acá y nos perdemos, aquí va mi pregunta: teniendo en cuenta que la nueva legislatura debe revisar y aprobar una versión nueva del proyecto ley de comunicación social, ¿cuándo se va a llevar a debate nacional?
Katia Sánchez: Estuve como panelista en un Último Jueves sobre redes sociales. Estudié Comunicación social, trabajé en un ministerio, en un medio de comunicación, y luego hice una agencia de comunicación digital. Cuando no se podía hacer comunicación de manera independiente en Cuba, ya yo estaba haciendo publicidad, gestionando redes sociales, y llevando un equipo de manera alegal, con licencias que nos permitían, más o menos, explorar la actividad sin entrar en ella directamente. He sido muy abierta con respecto a eso siempre, todo el mundo lo sabe. Teníamos licencia y pagábamos impuestos, era lo que nos permitían.
Quiero provocar un poquito con respecto al tema de la campaña comunicacional. Jorge dijo que estamos sufriendo las consecuencias, cuatro o cinco años después, de haber abierto masivamente Internet sin haber hecho una campaña de alfabetización primero; y me pregunto si no le estamos echando mucho peso a la comunicación, y si incluso los problemas que no son de su área los vamos a resolver con ella. A veces pienso que si muchas de esas instituciones o de esas estructuras tienen un flujo de comunicación muy descendiente, si son autoritarias, si hay poco espacio para el diálogo, si la gente muchas veces tiene miedo a hablar, cómo entonces desde una campaña vamos a resolver esos problemas. ¿No hay primero, o al menos a la par, que actuar o trabajar sobre esos sistemas que no están funcionando?
Mi emprendimiento ha hecho muchísimo trabajo de educación en temas de comunicación digital para negocios, instituciones, comunidades, etc., y siempre que vamos con una campaña de comunicación nos dicen: «No queremos comunicación, queremos que se resuelvan los problemas reales». Estamos hablando de comunicación y de la campaña comunicacional, ¿y cómo van a dejar de ser ochentosas si la estructura en sí, la institución en sí lo es y tiene prácticas así? Creo que no va a ser coherente, que no va a funcionar, que no va a fluir.
Hace poco alguien me preguntó por qué el equipo de comunicación de la Presidencia es tan malo. No creo que sea malo, sino que hay un problema de efectividad, de liderazgo, de carisma, que involucra a cómo se comunica, porque la comunicación no puede hacer magia, no está para maquillar las cosas que no funcionan. Por ahí va mi reflexión en torno a si se debería actuar a la par, o pensar primero en cómo trabajar en esos sistemas para que la comunicación sea funcional y no sea solo un parche que pongamos, mientras todo, por detrás, sigue siendo precario y ochentoso.
Ed Augustin: Soy un periodista británico acreditado aquí, vivo en Cuba desde hace diez años. Considero super interesantes las intervenciones de todos. Como extranjero, trato de entender Cuba, y me parece que el tema del periodismo es muy interesante.
A veces hago contrastes entre un médico, por ejemplo, y un periodista cubano. En el caso de los médicos, estudian para serlo y están realizados, aunque haya mil problemas ahora mismo con los medicamentos y otros recursos. Están muy cansados quizás, pero realizados en su trabajo. Mis amigos periodistas que trabajan o trabajaron para el Estado no lo están. La mayoría de ellos estaban muy contentos con la formación que recibieron en la Facultad; pudieron leer muchísimos ejemplos de buen periodismo, hicieron proyectos periodísticos, y se sentían realizados. Pero luego, cuando entran en el periódico Granma, por poner un ejemplo muy obvio, se sienten trancados, hay mucha censura, muchas cosas que ellos saben que no pueden decir, los editores cambian sus artículos. Eso crea un problema que tiene que ver con mucho de lo que la gente ha hablado en sus distintas maneras, que contribuye bastante a una de las crisis que está viviendo la sociedad cubana. Para mí, es una tragedia que haya tantos y muy buenos periodistas en Cuba, y pocos que quieren quedarse trabajando con el Estado. Incluso algunos están trabajando para medios antigobierno, porque pagan muchísimo mejor, y el Estado cubano no tiene cómo competir con eso. Otros están trabajando en la mal llamada, para mí, prensa independiente, porque la mayoría de las veces está financiada directa o indirectamente por los Estados Unidos.
Hay un problema de migración de talentos, y en parte existe porque la formación periodística que recibieron es tan buena que se sienten muy frustrados en el momento de trabajar. Creo que si existiera voluntad política de dejar de controlar a los periodistas que están trabajando por el Estado o en el espacio público, quizás paradójicamente habría menos demanda para la propaganda que está financiada por los Estados Unidos.
Claudia Beltrán: Soy estudiante de cuarto año de Comunicación social. Con respecto a la ley de comunicación, su proyecto tiene diferentes aspectos que quisiera comentar, inclusive en la cuestión del financiamiento y también de la transversalización, porque hasta las nuevas formas de creación artística que se aprobaron de lo que antes sería creación independiente también son parte, creo, de las nuevas relaciones económicas que se están estableciendo y que todos los que conformamos la sociedad cubana somos, en mayor o menor medida, agentes de comunicación.
Creo que el término de organizaciones mediáticas en la ley de comunicación es desacertado. Creo también que tenemos que hablar de comunicación organizacional, en lugar de institucional, porque es un concepto más amplio.
Otra cosa: no creo que solamente por tener a Habermas va a resolver el problema. Es un teórico que tengo que estudiar a profundidad, lo reconozco; estoy en el proceso de construcción de ese conocimiento, pero creo que también es útil tener a Manuel Castells, y a otros muchos teóricos de la comunicación, y aplicar esas teorías a los contextos que existen. Las teorías de la comunicación nunca van a estar completas, siempre va a ser un tema abierto porque es un proceso de construcción colectivo, difícil y complicado. Y tomar en cuenta a una persona super necesaria y que nunca me había percatado de que era tan crítico, tan emancipador: Julio García Luis. Tenerlo presente, sobre todo su sentido de la ética, para que la ley de comunicación sea cubana en toda su extensión, es super importante.
También hay que tener en cuenta las formas de financiamiento. Puede sonar descabellado, pero todavía a Cuba le falta, en el proceso de transformación digital, el uso de las criptomonedas, que a pesar de que son finanzas descentralizadas estamos hablando del dinero.
Además, no solamente crear la polémica en estos espacios que son dados a eso, sino en lugares que no estén adaptados a la crítica. Somos parte de las ciencias sociales, y estas crean la crítica, y su ejercicio desde ellas permite la corrección de los errores.
Arianna Martínez: Soy directora de Comunicación del Consejo Nacional de Casas de Cultura. Además de ser este un espacio super bueno para obtener herramientas para lo que hacemos día a día, que es comunicar, yo vine, más bien, para pedir ayuda, porque para nadie es un secreto que visibilizar la cultura comunitaria, la labor del sistema de casas de cultura, es un tema delicado y muy sensible, ya que a veces los medios son un poco elitistas y dejan la cultura comunitaria en segundo plano. Es una batalla campal que se haga visible lo que se hace en las casas de cultura, y en los proyectos comunitarios.
Los comunicadores sociales quieren, mayormente, estar en empresas, en mipymes, en otras instituciones, y se nos hace difícil que lleguen a ser parte de nuestras casas de cultura, de los centros y las direcciones provinciales. El comunicador de nuestras instituciones culturales comunitarias tiene que trabajar las redes sociales, el tema de los proyectos comunitarios, y en las quince provincias y el municipio especial solo dos son licenciados en Comunicación; el resto son graduados de otras carreras y están asumiendo el trabajo comunicativo. ¿Qué podemos hacer para la superación de esa persona que asume la comunicación sin ser comunicador? ¿Cómo, desde la Unión de Periodistas, la Asociación de Comunicadores o desde la propia Universidad, podemos darles herramientas a estos trabajadores que asumen la comunicación comunitaria?
Por otra parte, Frei Beto está impulsando en Cuba la aplicación de la Ley de soberanía alimentaria y nutricional. la estrategia de comunicación la hizo la Asociación de Comunicadores, y al Ministerio de Cultura le corresponde el eje de comunicación desde el plan temático. Pido ayuda por si alguien, tanto del panel como de los que están acá, pudiera sumarse al grupo de los que estamos atendiendo esto, para llevar una campaña de cómo aplicar la ley de soberanía alimentaria desde la comunicación. Les agradecería también su presencia en los trabajos de mesa que se están haciendo sobre ese plan.
Leandro Hernández:He estado fuera de Cuba desde hace mucho tiempo y eso tiene que ver con mi pregunta. Tengo un doctorado en Física y he estado relacionado con la ciencia de datos. Tengo curiosidad acerca de qué tanto esos estudios para saber si una cosa es muy exitosa o no, se basan en los análisis de datos. La economía digital es una de las cosas que permite usar números, métricas, para saber si algo funcionó o no, y experimentar también un poco con eso.
Para terminar, quiero hacer un comentario muy general sobre algo que dijo Legañoa. Curiosamente —al menos, yo tuve esa experiencia personal—, uno podría pensar que una persona que sabe mucho de un tema puede debatir exitosamente con alguien que no sabe; pero yo he presenciado ejemplos espectaculares de lo contrario; por ejemplo, una persona que sabe mucho sobre ovnis, la directora del Instituto de Astronomía de la UNAM, en México, tener un debate con un tipo menos preparado, y perderlo. Entonces la cuestión es simplemente racional; no es nada más tener la razón y poder demostrarlo; hay una parte emocional ahí que, hasta cierto punto es manipulación, pero que está ahí.
Rafael Hernández: Muchas gracias por todas las intervenciones. Mis dos últimas preguntas casi están a punto de naufragar en esta marea de interesantísimas cuestiones y perspectivas. Una tiene que ver con la comunicación y el control social, y la otra con el hecho comunicacional y la mentalidad de fortaleza sitiada. Los panelistas, a quienes dirigí las preguntas, saben lo que les propuse que discutieran, y ahora como lo que nos queda son apenas quince minutos, le voy a dar la palabra a Juan Antonio García Borrero, para que, desde su transnacional Camagüey, pueda responder a la pregunta relacionada con el tema del control social.
Juan Antonio García Borrero: Voy a tratar de ser bien concreto. Sobre el control social, pienso en la necesidad de que intentemos entender, a mi juicio, lo que está pasando con la comunicación en el siglo xxi. Creo que el panel ha hecho un ejercicio de diagnóstico, de examen, y ha reconocido cuáles pueden ser los principales problemas que se estarían viviendo en esta época.
Pero siento que ese tema pasaría, hoy en día, más allá de lo tecnológico —que puede ser importante, pero no es lo único— por el cambio cultural que se está percibiendo, porque a nivel nacional la vida está cambiando en buena parte de la población. También a nivel local hay una serie de cambios que se van siendo percibidos y, evidentemente, eso también es necesario estudiarlo.
Una de las cosas que más me preocupan de este país, más allá de la censura, es la autocensura, que a mi juicio ha ganado muchísimo terreno entre nosotros, y eso también es una manera de comunicar o de incomunicar. Tendríamos que comenzar por revisar los mecanismos de control, porque a veces se piensa que se está controlando para bien de la Nación, y el resultado no lo demuestra. Si esos mecanismos de control fueran más plurales, si formaran parte de un arte política más colectivista, muchos de nosotros no tendríamos que comenzar a repensar los modos de una verdadera participación de los individuos en todo este sistema comunicacional.
Ya sabemos que el control no se puede ejercer de la misma manera que en épocas anteriores, en cuanto a lo que se puede leer, dejar de leer, etc. Hace poco yo ponía en Facebook el ejemplo de Neil Postman, un sociólogo de los que más estudió este tema de las nuevas tecnologías; y él hacía un paralelo entre lo que proponían, respectivamente, Georges Orwell, en su famoso 1984, y Aldous Huxley, con Un mundo feliz. Él argumenta la contraposición de ambos a partir del hecho de que en Orwell está presente el miedo a quienes nos obligan a no leer, a censurar, y en Huxley la preocupación estaba en que ya no tendría que prohibirse la lectura de nada porque a nadie le iba a interesar leer eso que estaba enfrente de nosotros.
No obstante, creo que todos estamos obligados a aprender. Cuando yo hablaba de la campaña de alfabetización digital trataba también de llamar la atención sobre el hecho de que esta alfabetización —a diferencia de aquella antigua, cuando podíamos encontrar a un profesor que, unidireccionalmente, al frente del aula, podía enseñar a quien lo escuchaba la técnica de lo que iba a aprender— es totalmente diferente, porque estamos obligados todos a ir aprendiendo sobre la marcha, sobre el camino, y por tanto tendríamos que pensar en ese modo de estimular no ya el control, la censura de determinadas zonas, lecturas, etc., que pueden ser incómodas por las más diversas razones, sino en cómo lograríamos a través de esa alfabetización estimular el pensamiento crítico, que ya también aquí se está condicionando en un momento determinado. Ese es el gran desafío que yo veo: no solamente del Estado cubano; estoy hablando incluso de algo que sería parte del espíritu de la época, de cómo vamos a conseguir que nuestra manera de interactuar en estos campos incluso transnacionales —desde Camagüey, desde Los Coquitos, no solo estoy interactuando con ustedes que están en La Habana, sino con personas en España, en Italia o en Argentina— empiece a adquirir un sentido creativo a partir de ese pensamiento crítico que tenemos que estimular.
Coincido con una de las personas que intervenían en que tenemos que pensar este problema más allá de la comunicación en sí, tenemos que verla como algo que forma parte de un ambiente que tal vez merece ser repensado entre todos, sobre cómo vamos a impulsar la creatividad, la libertad ciudadana, y el hecho de que la autocensura, por ejemplo, no siga siendo uno de nuestros grandes problemas.
Javier Gómez Sánchez: En la medida en que iban hablando los que intervinieron, iba pensando en posibles comentarios o respuestas a sus preguntas; pero realmente son muchas para abarcarlas todas. Me referiré solo a algunas.
Sobre lo que planteaba Rodrigo acerca de por qué no hemos tenido un debate nacional sobre la Ley de comunicación: sencillamente porque no tenemos cultura de debate; no existen espacios de debate en nuestro país para poder abordar una ley de la envergadura de esta. Eso no forma parte de nuestra idiosincrasia, no sé si llegaremos a ese estadio, pero hasta ahora no lo tenemos. No tenemos programas de televisión donde pueda ir la gente y debatir de alguna manera. Tenemos esas carencias no por gusto, sino porque hemos sido un país asediado, agredido, una fortaleza sitiada que nos ha obligado a esos silencios permanentes, a esa ausencia de debate. Y a eso que somos tenemos que enfrentarnos, luchar contra eso. No podemos hablar de comunicación, o de ley de comunicación, o incluso hablar de democracia, sin esos necesarios debates. Para colmo, cuando alguien sale a cuestionar algo sobre la ley lo insultan los mismos que hablan de democracia. Entonces, eso también necesita una alfabetización.
Es cierto, Katia, el cambio no es solo comunicacional, es político también. Si no se sabe qué se va a comunicar, si no hay algo que comunicar, por supuesto que no va a funcionar la comunicación; o sea, esta parte de la política, no al revés, la política es quien la hace; por lo menos es la manera en que yo lo entiendo.
A veces se dice que Fidel lo comunicaba todo, y se idealiza un poco. No es exactamente que en esa época todo se divulgara; es que Fidel no solo hacía discursos, sino que había todo un proceso social que comunicar. Si hemos caído en un estadío nacional en el que evadimos aquello que debemos dar a conocer, por supuesto que vamos a tener una comunicación evasiva, que omite cosas, y que no va a llegar a los receptores porque ni siquiera se les está hablando de los problemas que viven y que tienen; y por tanto, jamás se van a conectar con ellos.
Recientemente, por una investigación que estaba haciendo, estuve hablando con algunas personas que coincidían en que llegó un momento en que se ponderó tanto la comunicación que parecía que iba a ser la solución absoluta: para ellos bastaba tener una magnífica campaña y cualquier conflicto social se iba a solucionar. Estamos en tránsito hacia conflictos muchísimo más grandes, a los cuales no nos hemos enfrentado en décadas; vamos a la estratificación más compleja de este país en más de sesenta años. Somos, nos duela o no, una sociedad en transición, y allá el ingenuo que piense que se trata de una transición socialista, no va a ser al socialismo ni socialista, y el país en el que vamos a vivir va a reflejar, cada vez más, esa situación; y si tuvimos en la televisión ese programa tan polémico, CheFarándula, fue porque teníamos un actor social de la élite económica trasmitiendo para una masa receptora proletaria.
Quisiera también responder al profesor Alzugaray sobre la polarización. Creo que es un término edulcorado con el que nos han convencido para que dejemos de hablar de lucha de clases, y lo sustituyamos por este. A veces uno termina asumiendo eso porque en cualquier evento, en cualquier país, el tema principal es la polarización en el mundo; y nos van metiendo eso en la cabeza, y ya queremos interpretar el mundo a través de la polarización. El mundo es mucho más complejo que eso. La polarización no describe la realidad de Cuba, ni de los Estados Unidos, ni de ninguna parte.
¿Cómo asumir ese discurso que nos imponen sin abandonar la conciencia de que hay muchísimas otras cosas? Creo que en Cuba todavía no tenemos una lucha entre las clases, pero sí una diferencia entre ellas en la lucha por la vida; y eso, como quiera que sea, va a tener su reflejo en todo el universo de la comunicación, no va a estar ajeno a eso. Tendremos que dar respuestas, aunque no queramos hablar de muchos de esos temas a nivel de gobierno hasta muchísimos otros niveles. Aquí mismo se paró un periodista británico a decir lo que a un cubano le cuesta mucho trabajo decir: los medios que están financiados por los Estados Unidos. Lo dijo con una naturalidad, como si se estuviera tomando un vaso de agua, y qué difícil nos ha sido a los cubanos hablar de ese problema. Siempre nos hace falta un Máximo Gómez, un Henry Reeve, una gente que venga de afuera con otra visión y nos diga: «¿ustedes no se dan cuenta de que tienen un monstruo metido aquí dentro?».
De la misma manera, tenemos que darnos cuenta de esos otros monstruos que van creciendo, que parecen pequeñitos, les decimos mipymes, emprendimientos, cositas; y parece que nos van a salvar. Tenemos que ver cómo vivimos con ellos para que no nos devoren, sino que convivamos; respetar debidamente las tres formas de propiedad —privada, cooperativa y estatal— y que puedan convivir unas con otras; no que desaparezca una, la estatal, que casi está en vía de extinción. ¿Qué va a pasar a partir de eso? Nada de esto está desconectado de la comunicación, del escenario legislativo respecto a eso, y de nuestra realidad en la vida. Ese es mi criterio.
Jorge Legañoa: Lo bueno que tiene la comunicación es que ha creado aquí un ambiente en el que todo el mundo ha dicho lo que quiere; por tanto, libertad de expresión total en la UPEC.
Sobre la pregunta de Rodrigo: soy delegado de circunscripción, cuando a lo mejor un día llegue al Parlamento, le podré decir cuándo y cómo será el debate que menciona. Lo que le puedo decir ahora es que hay un proyecto de ley que volvió a revisar el Consejo de Estado y que en algún momento se hará público. No sé cuándo se va a llevar a la Asamblea Nacional —obviamente será en la nueva legislatura— y cuál será el derrotero se informará en su momento; pero no tengo la menor idea. Lo digo con total transparencia. Hay que preguntarle al Parlamento.
No coincido con que no hayamos tenido debates sobre la Ley de comunicación, si se refiere a uno como el que se hizo para Código de las Familias, es verdad que no lo tuvimos, pero a lo largo de todo el país un grupo de compañeros escuchó y recogió opiniones, al punto de que esta versión que se presentó al Consejo de Estado y a la Asamblea Nacional está mucho más enriquecida que la de diciembre, con cambios significativos y con conceptos más precisos.
El tema de la fortaleza sitiada y cuánto nos ha hecho retrotraernos de alguna manera, no es un problema exclusivo de los medios de comunicación Estos son expresión de un sistema político, y eso tiene que quedar claro. Toda la culpa de los silencios y de los vacíos no es de los periodistas y de los medios de comunicación. Tampoco coincido con la idea de que todos los periodistas que trabajan en el sistema de medios públicos son infelices y frustrados. Sí hay un núcleo que puede ser la burbuja de que habló el amigo británico que está frustrado. Bien, que busquen la felicidad en otro lugar. Yo no puedo decir que soy un periodista frustrado, porque me pueden haber cambiado una coma o un punto; pero que se pare un solo periodista de este globo terráqueo al que un editor no le haya quitado una línea, una oración, un punto, o incluso le hayan dicho que ese texto no va a salir, porque “no está alineado con la política editorial” de su medio de comunicación. Cuba no es la diferencia. Lo contrario es una utopía, el que piense que es posible que se vaya a otro planeta
Acerca de las redes sociales: en efecto, estamos perdiendo, pero depende de cómo se vea; en primer lugar, las plataformas no son nuestras, son transnacionales; los chinos son mil seiscientos millones, y para felicidad de ellos salieron de Facebook, y le hacen la competencia con WeChat, una plataforma que tiene más o menos la misma cantidad de usuarios. Nosotros somos once millones, ni siquiera inventando un Facebook para Cuba vamos a ser una burbuja en ningún lugar. No hay carné de identidad para un ciudadano de Cuba o de los Estados Unidos en Internet; todos somos ciudadanos de Internet en cualquier lugar, y ese cambio de paradigma tenemos que orquestarlo en el cerebro. Ellos, que tienen la plataforma, nos censuran cada vez que les da la gana, cierran el perfil de cualquiera, les quitan los seguidores de Twitter, etcétera.
Pero sí tenemos serios problemas internamente, y tenemos que reevaluar la articulación coherente de nuestro sistema comunicacional; algo tan obvio como que el pueblo cubano, en mayoría, está en Facebook, y el gobierno está en Twitter. Ahí hay una disonancia.
La estudiante habló de Julio García Luis, y de la ética. En efecto, yo mencioné la alfabetización mediático-informacional, o comunicacional, pero esta tiene que ir acompañada de ética, y eso hoy no se enseña prácticamente en ningún lugar; solo en la universidad, en carreras especializadas como la nuestra, con la asignatura Ética y Deontología del Periodismo.
Julio —Dios lo tenga en la gloria— estuvo en el proyecto de Ley de prensa, de los años 80; aquí está todavía su borrador. Gracias a él, y a su libro Revolución, periodismo y socialismo, tenemos nociones más interpretativas de nuestra realidad y del periodismo que se hace en Cuba. Él tampoco hablaba de censura, sino de regulación, que es diferente. Cuando hay ética, cuando hay una responsabilidad social de la profesión que uno desempeña o de la postura de uno en la sociedad, no es lo mismo Rodrigo como habitante de un país, que descarga su encabronamiento en una red social, que Rodrigo representante gubernamental, viceministro de un país donde todo el mundo tiene una sola identidad o cuenta en una red social. ¿En el mundo, cómo lo resolvieron? Si usted es periodista de EFE, el código de trabajo de esa agencia de noticias dice que no puede tener red social si no es vinculada a ella. Fíjense qué democrático. En los Estados Unidos, los periodistas tienen una cuenta en Twitter que dice #FulanodeTalTelemundo51, pero por otro lado tienen su cuenta personal en la que desbarran de lo que quieran, menos, por supuesto, de su centro laboral. Por tanto, la responsabilidad social no la podemos dejar a un lado, porque seamos periodistas; pero no me puedo cambiar de ropa para decir que soy delegado de la circunscripción o decir: «ahora estoy hablando como ciudadano». Hay que tener una sola postura ética ante ese fenómeno que se llama Internet, y si no asumimos eso, si no le enseñamos a las nuevas generaciones ese tema, estamos embarcados.
La comunicación social es algo que tenemos que seguir construyendo en nuestro país para llegar a ese consenso o a ese diálogo necesario; que lo hay, pero es preciso profundizarlo y, sobre todo, crear más espacios de participación; es el mayor reto que hoy enfrentamos para poder seguir teniendo el país que queremos e incluso que sea mucho mejor.
Ana Teresa Badía: Soy una mujer de radio, confíen en que voy a resumir al máximo mi intervención. Estoy de acuerdo en que, en esta época, la libertad de prensa es una utopía. Hay códigos de ética, en el caso del uso de redes sociales, para periodistas y trabajadores de otras empresas, que regulan también su presencia en ellas; de hecho, gobiernos y empresas internacionales muy democráticos han prohibido, en los últimos días, el uso de TikTok, por poner un solo ejemplo. La democracia no es pareja.
En redes estamos desarticulados, pero ese puede ser otro tema, coincido con lo que dice Rodrigo, y mi gran preocupación en relación con eso es que vamos a estar divididos, incluso desde posturas de la izquierda. Entre nosotros mismos nos estamos clavando puñales, y eso no está bien desde el punto de vista comunicacional.
Katia, la comunicación no resuelve procesos organizacionales, pero sí está obligada a usar nuevos formatos, maneras más atractivas de comunicar no solo la política, sino el quehacer organizacional en general de una determinada manera. Sí se puede hacer y no parecer ochentosa.
Sobre el tema de lo comunitario: si no hay transformación comunitaria, y mucho más desde la cultura, no hay desarrollo posible, no va a existir.
Por otra parte, hay que explorar nuevos formatos, nuevos géneros. La historia de vida de la gente es lo importante en este momento en el periodismo y en la comunicación, de la gente que no puede pagar a las pymes una libra de leche, por ejemplo; la historia de la vida de ese ciudadano es lo más importante; que reflejemos cómo lo hace.
Y, por último, una reflexión: yo he impartido Metodología de la Investigación en algunos momentos de mi vida; por tanto, soy fanática de los datos; además, como desde la comunicación o el periodismo no tenemos nada palpable que mostrar; no hacemos vacunas, por ejemplo, los datos en la era big data son muy importantes si se emplean, sobre todo, para procesar información, o hacer diagnósticos. En este tiempo se utilizan también softwares de inteligencia artificial, de uso de las nuevas tecnologías, pero hay un indicador que quiero destacar, que tiene que ver con la calidad: soy de una postura opuesta a que a un periodista o un comunicador de una empresa o de una determinada organización se le pida que haga ocho tuits u publicaciones en una jornada. Eso es un escándalo, porque se está jugando con la calidad como un indicador importante de la innovación periodística. Reitero que soy defensora del dato, pero del interpretativo, no del puro dato que nos diga cuántas publicaciones tenemos que hacer, ni nada por el estilo.
Rafael Hernández: Quiero darles las gracias a todos los panelistas, por la posibilidad de hacer un Último Jueves cumpliendo con los requisitos que este espacio ha tenido durante veinte años: —libertad para debatir, foco centrado en el tema, etc. Estamos entrando en el año número 21, y este es el número doscientos dos de los realizados. Pudimos hacerlo compitiendo con la ley de comunicación todo el tiempo, a lo largo de este debate, que es un océano de problemas, diversidad de opiniones contrastantes, incluidas las antagónicas, y finalmente algo que en esta sesión ha sido particularmente bueno, el diálogo real entre el público y el panel. Muchísimas gracias a todos.Foto: Pedro Pablo Chaviano/Revista Temas