Estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) indican que la contribución de los Brics al PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo será superior al 50 por ciento en 2030. En 2020, la contribución del grupo ya era del 31,5 por ciento, frente al 30 por de los países del G7, eclipsando así a las principales potencias occidentales.
Juntos, los cinco países del bloque —Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica— también representan más del 40 por ciento de la población del planeta, lo que configura más de un tercio del suministro mundial de alimentos. Debido a estos números y al creciente interés de varios Estados en unirse al grupo, asistimos al ocaso de los (antiguos) ídolos del sistema internacional, lo que indica el nacimiento de una nueva era.
Es el reconocimiento inequívoco del papel de los Brics como factor de transformación política global, que muestra el camino para establecer un mundo verdaderamente multipolar.
El ascenso del grupo, por su parte, se da en medio de un telón de fondo de desconfianza respecto a los desorbitados privilegios de Estados Unidos en el sistema (principalmente por el papel del dólar como moneda de cambio internacional y reserva de valor), así como por una crisis de legitimidad sufrida por las principales instituciones financieras multilaterales de la posguerra, como el Banco Mundial y el FMI.
En consecuencia, Brics se ha presentado como una especie de abogado de los países en desarrollo, en defensa de un orden mundial más justo basado en la elección soberana de cada país con respecto a su organización social, económica y política.
En efecto, la obsoleta noción de que las grandes potencias de Occidente eran las únicas capaces de dar estabilidad al sistema internacional no era más que un medio para justificar el mantenimiento del statu quo y oponerse a los cambios en curso, cambios que beneficiarán los intereses de un grupo de países cada vez más amplio.
La relativa fortaleza de los estados pertenecientes al G7 durante la década de 1990 y mediados de la de 2000 residía —en parte— en la falta de coordinación política existente entre las economías emergentes, que no encontraban espacio en los organismos internacionales para defender sus intereses y aumentar su voz y poder de voto en los procesos globales de toma de decisiones.
Ahora, desde su primera declaración, el grupo ya ha destacado la necesidad de aumentar la «voz y representación» de los países en desarrollo en los mecanismos de gobernanza mundial, con el fin de promover una «globalización económica abierta, inclusiva y equilibrada», corrigiendo así la obsoleta dicotomía Norte-Sur y contribuyendo a la promoción de la democracia en las relaciones internacionales.
Al mismo tiempo, los Brics no cuestionaron la relevancia de las propias organizaciones internacionales, sino las desigualdades políticas y económicas presentes en sus estructuras. Este discurso sirvió como telón de fondo principal para la aproximación de otros países importantes al grupo a lo largo de los años, tal como sucedió en el ámbito del formato Brics+.
Además, otra de las razones que explican la importancia de los Brics es su resistencia al orden unipolar y al papel hegemónico de Estados Unidos. En este contexto, los movimientos reformistas en defensa de la mejora de los principales mecanismos de gobernanza global, en los que los estadounidenses disfrutan de notorios privilegios estructurales, solo pretenden hacerlos más representativos teniendo en cuenta la nueva realidad económica y política global.
Por si fuera poco, un análisis de los documentos emitidos por los Brics a lo largo de los años demuestra que el grupo siempre ha enfatizado la importancia de la existencia de múltiples centros de influencia cultural y civilizatoria en el mundo, un discurso que va en contra del pretendido universalismo de los valores norteamericanos y del llamado American way of life.
Esto se traduce en el reciente interés de varios países del mundo islámico en unirse al grupo (como Túnez, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Egipto y otros), que también están interesados en defender la pluralidad de civilizaciones y sistemas de valores en las relaciones internacionales.
Al cooperar con los Brics, el mundo musulmán tendrá un mayor capital político para hacer frente al imperialismo cultural de Occidente que está teniendo lugar hoy, representado por la desvergonzada práctica de clientelismo que estadounidenses y europeos siguen realizando hacia otros pueblos del mundo.
Los Brics, a su vez, representan un límite a este nuevo proceso global «civilizador» emprendido por los antiguos ídolos, apoyándose en la experiencia de sociedades con tradiciones milenarias, como Rusia, India y China.
Como países anteriormente situados en los círculos exteriores del «poder», el surgimiento de los Brics sirve para demostrar el carácter históricamente transitorio de la dominación occidental en las relaciones internacionales.
Lo que explica esta situación es precisamente la inviabilidad de un modelo hegemónico global, en el que un único centro de poder tenga la capacidad de imponer sus opiniones y preferencias a los demás actores del sistema.
La antítesis de este modelo, a su vez, es precisamente lo que representan los Brics: un proyecto basado en un liderazgo «colectivo» en defensa de la multipolaridad en el mundo. La intención es construir un escenario más justo para un mayor número de pueblos y sociedades a través del fortalecimiento y ampliación de esta alianza.
Todo en la vida tiene su ciclo y duración. Hoy asistimos al declive de las potencias occidentales, debido a la dispersión del poder político y económico hacia nuevos centros de influencia. El día está llegando a su fin para los viejos ídolos. Pero apenas está comenzando para los Brics.
Tomado de Sputnik