Tan compleja se ha puesto esa categoría criolla que todos llaman «la cosa», que hasta grandes artistas cubanos han tenido que alternar su mirada al mercado del arte con algún que otro guiño comercial casero para salir de lo que sea que les compren. Así fue como, en medio de la XXIII Bienal Internacional de Humorismo Gráfico, Eduardo Abela Torras —nieto, hijo y creador mayúsculo él mismo— abrió su… venta de garaje.
Rodeado de los creadores que participan en la bienal, de los presidentes de la UPEC y la UNEAC —Ricardo Ronquillo y Luis Morlote, respectivamente—, y de la Premio Nacional de Artes Plásticas, Lesbia Vent Dumois, entre otras figuras interesadas en lo que iba a sacar esta vez, Abela confesó que quiso reunir piezas de diferentes momentos y centrarse en lo tridimensional. Sobre el nombre de la muestra, dejó muy poco a la imaginación: «Saqué para afuera todo lo que tenía».
Lo que tiene interesa, ciertamente: la especialista Virginia Alberdi afirmó en sus notas de presentación que «la venta cumple con las expectativas de un arte divertido y estimulante, capaz de hacernos ejercitar el intelecto y a la vez restituir a la pupila la plenitud del goce estético».
Alberdi destacó en particular que Abela acuda, una vez más, al instrumental del grabador «para dibujar certeramente sus personajes criollizados en las calles habaneras o en artefactos de su prodigiosa invención».
De todo eso hay en la muestra Garage sale en la sala Rubén Martínez Villena, desde que el creador decidiera ponerse a tono con esas «palabras de moda». Abela «saca» de casa el mestizaje de iconografía medieval con símbolos contemporáneos, como unas damas con aires de realeza a bordo de un triciclo por las calles de La Habana.
Puede comprarse, con la mirada al menos, un pantéon de estampa clásica para el finado teléfono fijo —que, en verdad nunca se ha fijado del todo entre nosotros—, o el acceso más que alámbrico a www.resolviendo.com , un sitio con su buscador «por la izquierda» y cuya herramienta más útil parece ser un par de binoculares.
Lo artístico, lo natural y lo industrial, domados por el ojo y la técnica de Abela, se enlazan para integrar un conjunto que puede competir con las perchas que, cual naranjas de otro tiempo, cuelgan en múltiples cocheras sin carros de La Habana.
Pese a que es dura la lidia en ese campo, difícilmente otro vendedor de garaje promueva su «busca» con el humor fino y cortante de Abela, que a puros genes y talento propio hace sonreír sin copiar a nadie y, más aun, plasmando un sello que lo preserva de que otros puedan copiarlo.
Porque está en el principio de todas nuestras alegrías y angustias como nación, no puede faltarnos José Martí, ni siquiera en estos negocios mundanos. Abela incluyó en el conjunto par de motivos martianos, aptos para figurar en el más elevado garaje del alma, con plasmaciones pictóricas al amor del Apóstol al caimán —la Isla en nuestro imaginario—, la palma y la estrella que ilumina y mata.
Quizás el Apóstol no esté allí para reír, pero nadie podrá dudar de que, con la sugerencia de Eduardo Abela Torras, y al margen de las mil necesidades que nos obliguen a vender la casa por la ventana, la felicidad y la risa de Cuba están conectadas al orgullo de tener ese Héroe Nacional que nos alumbra.
De modo que esta venta de garaje en la Villena es no solo un punto fuerte de la XXIII Bienal Internacional de Humorismo Gráfico; también resulta, por el barrio de la UNEAC, un buen pulseo con la inefable cola del pollo, aunque nadie debe precipitarse: el maestro Abela III no ha publicado todavía su listado de precios.
Foto de portada: Omara García Mederos / Agencia Cubana de Noticias