Cuando Winston Francis Groom cerró los ojos el 17 de septiembre de 2020 en la localidad de Fairhope, levantada en un recodo de la bahía de Mobile, Alabama, los medios recordaron que el escritor había sido el creador de un personaje instalado en la imaginería popular estadounidense no tanto por habitar en las páginas de su novela más difundida, sino por la exitosa y no muy fiel versión fílmica del texto literario, Forrest Gump.
A Groom le fue difícil sobreponerse a la fama de la película de Robert Zemeckis, estrenada en 1994 con Tom Hanks en el papel protagónico; los Oscar llovieron, seis en total, repartidos entre producción, director, actor, guión adaptado, efectos especiales y edición; la taquilla recaudó en el mundo más de 677 millones de dólares, solo superada entonces por El rey león. Groom recibió la parte más estrecha del pastel, algo que se quejó durante toda su vida, únicamente compensado por las reediciones de la novela publicada en 1984.
Más allá de la plata otro fue su dolor: cuando en 2011 la Biblioteca del Congreso inscribió la cinta en el Registro Fílmico Nacional (National Film Registry) por ser “cultural, histórica y estéticamente significante”, un periodista lo contactó para saber su opinión: “Me entero ahora, debían haberme avisado”.
Antes de Forrest Gump, el escritor era uno más en el gremio literario de su país. Nacido en la capital de la nación en 1943, quiso en su juventud ser abogado, mas el servicio militar en las tropas que invadieron Vietnam cambió sus horizontes.
Al regresar de la experiencia bélica trabajó en el diario The Washington Post y comenzó a urdir su primera novela, “Mejores tiempos que estos”, en la que expuso sin mucha fortuna una arista del conflicto relacionada con la industria armamentista.
Forrest Gump fue la cuarta novela y quinto libro, puesto que en medio publicó una larga entrevista, “Conversaciones con el enemigo”, con la que trató de reivindicar a un piloto prisionero de los vietnamitas a quien en Estados Unidos acusaron de colaborar con sus captores. Es muy probable que allí naciera la ambigüedad del protagonista de la novela: entre el heroísmo y la ingenuidad, entre la credulidad y la debacle.
La novela, para los que buscan mero entretenimiento, es algo trabajosa de leer, no así la película que despliega las argucias narrativas de la gran industria hegemónica.
Groom apeló al lenguaje que utilizaría alguien como Forrest al escoger la primera persona como punto narrativo: faltas de ortografía, giros lexicales de la calle, oraciones incompletas, errores sintácticos, circunloquios imprevistos.
Esto, para algunos, dio más carácter al libro, porque estaba escrito como lo haría un idiota, como lo haría Forrest. Un ejemplo: “Papá trabajó en los muelles como estibador y un día una grúa estaba bajando una gran carga de plátanos de uno de los barcos de la United Fruit Company y algo se rompió y los plátanos le cayeron a mi papá y lo aplastó como un panqueque. Una vez escuché a algunos hombres hablar sobre el accidente, decir que fue un desastre, media tonelada de plátanos y mi papá aplastado debajo. Yo no me preocupo mucho por los plátanos, excepto por el pudín de plátano. Me gusta eso, está bien”.
La novela es con mucho más oscura y aguda que la película. El Forrest de Zemeckis / Hanks despierta simpatía y va madurando a su aire y en medio de la tontería. El de Groom, noveladamente tosco, no deja de ser idiota y no es tan puro como el de la película; en la novela consume marihuana y aunque exhibe habilidades en las matemáticas y el juego de ajedrez, se comporta hasta el final como un redomado idiota. Salvo la muerte del padre, no hay otras bajas significativas en el libro; la fijación con la amada Jenny no se resuelve con el Sida, sino con una cruel ruptura sentimental.
Coinciden libro y película en la oportunidad del protagonista para hallarse en el momento adecuado en el lugar indicado como para entrar en la Historia, pero mientras en la escritura la historicidad de Forrest obedece a un trazado irónico, en la película se exalta lo que el poeta Lezama Lima calificaría como azar concurrente.
A alguien le escuché decir que, en comparación con los libros, descontando los que se precipitan por las fórmulas netamente comerciales, las películas tienden a centrarse más en la posibilidad de conquistar vastas audiencias y obtener más ganancias. Para que la película sea rentable, tiene que satisfacer las expectativas dictadas por la industria cultural y para ello se valen de una linda historia de amor, el éxito de una persona común y un final feliz. Los productores, y por supuesto el director, alteraron parte de la historia original de Groom para obtener dividendos jugosos.
En la pantalla dicha operación rebasó los tópicos sensibleros y simplificadores al uso, eficaces como para sacer lágrimas y horadar las corazas sentimentales más fuertes. Mientras hay quienes leen la película como confirmación del renovado énfasis patriótico que sucedió en Estados Unidos a la caída del Muro de Berlín, la Operación Tormenta en el Desierto y la puesta de moda de la filosofía del “fin de la Historia” -Forrest corre imbatible con sus zapatillas Nike-, otros critican el lavado de la imagen de la guerra de Vietnam y la ligereza con que transcurre la historia de los EE.UU en esa época. El escritor cubano Abel Prieto fue lapidario: “La inteligencia estorba para integrarse al Sistema. Forrest Gump es un paradigma del idiota feliz e integrado”.
Winston Groom lidió a brazo partido por sacar réditos de la fama de Forrest Gump, pero no avanzó más ni como escritor ni como aportador a la conciencia crítica de su sociedad. Mediocre fue la secuela de la novela, Gump and Co. Y lamentable el breviario “Ronald Reagan: nuestro cuadragésimo presidente”, publicado en 2012, donde coloca al impúdico político como ejemplo para la actual generación de jóvenes estadounidenses. Por suerte todavía por ahí circula un meme que hizo época y vuelve a cobrar actualidad, el que pinta a un personaje llamado Forrest Trump.
Foto de portada: Winston Francis Groom / Anders Krusberg (Associated Press)