La hoy más que centenaria Bohemia —decana de la prensa en Cuba—, durante sus balbuceos no pasaba de ser otra publicación en el alud de las que cultivaban la a veces indecorosa croniquilla social.
Véanse, en aquellos números aurorales, las imágenes de las damas de la high life —en fotos “iluminadas” con óleo transparente, pues aún no existía la fotografía a color—, que los redactores calificaban como “distinguidas señoras”.
Pero pasó el tiempo. Y, el 4 de julio de 1943 ve la luz en la revista la sección “En Cuba”. Se había producido el colosal, acrobático salto: Bohemia transitaba hacia el moderno periodismo político. Y sería popular lo mismo en nuestra Habana que en Bogotá o Nueva York.
El alma de aquellas columnas fue Enrique de la Osa (Alquízar, 1909 – La Habana, 1997), Enriquito para sus amigos, quien nunca se graduó de periodismo pero ya entonces contaba con larga trayectoria en las redacciones, iniciada a los diecisiete años de edad, cuando publicó una semblanza de Liev Trotski.
Un día, bastante confianzudamente, se me ocurrió preguntarle: “Enriquito, ¿cómo demonios has logrado permanecer vivo?”. Como única respuesta, él solamente me dedicó su risa contagiosa, sin entregarme las claves del misterio, las que le permitieron no residir en la Necrópolis de Colón, lo mismo por efecto de los plomazos disparados por “los muchachos del gatillo alegre” —los gángsteres—, que por la policía batistiana.
Pero…hace falta hacer un mínimo de historia. Un pensador latinoamericano dijo que por estas tierras siempre hemos vivido en esta disyuntiva: entre la libertad y el miedo. Y uno se pregunta —sin encontrar respuesta— cómo los redactores de “En Cuba” terminaron vivitos y coleando después de transitar, valientemente, por períodos turbulentos, como el pistolerismo de los regímenes auténticos y el baño sangriento del último batistato.
Nunca les tembló ni un músculo de la mano para denunciar los asesinatos de Jorge Agostini, del dominicano Pipi Hernández, de Arsenio Escalona.
No sólo fue “En Cuba” una sección temeraria, sino que allí se ejerció un periodismo de altos vuelos, de fina factura. Lisandro Otero dictamina la presencia de una “prosa limpia y buenas dosis de bien compuesta escritura”. Y Luis Sexto nos habla de cómo en aquellas columnas “se cultivó un periodismo investigativo y a la vez literario”, con el uso del “lenguaje narrativo para detallar la noticia”.
Es sabido que en la calle Infanta culminaban, en el encontronazo con la policía, las tánganas de los estudiantes provenientes de la escalinata. Entonces, ¿cómo llaman a Infanta en la metafórica sección? Pues “la Línea Maginot habanera”.
Ángel Augier encontró en estas columnas “ironía de buen gusto”.
Cuando se da a conocer que el gobierno batistiano, para localizar a los guerrilleros en la Sierra Maestra, traería de los Estados Unidos perros rastreadores, en la sección comentan que el arribo de los sabuesos se ha dilatado, pues como preparación imprescindible los canes están pasando cursos de español y de geografía sobre el Oriente cubano.
“En Cuba” creó siempre códigos y claves para entenderse con el pueblo. De tal modo que, cuando cesa un período de censura, puntillosamente dan a conocer a los lectores los execrables nombres y apellidos de los censores. Lo que es más, identifican y felicitan a cierto cívico individuo que, al detectar trajines de un grupo revolucionario, los da a conocer a la fuerza pública. (De ese modo ya el barrio estaba enterado de quién era allí el chivato).
Sí, en nuestra historia periodística, “En Cuba” resalta como un monumento esculpido en plomo de imprenta.
Una despedida, muy personal
Por mi parte, a mí… a mí me basta con un orgullo: haber aprendido a leer, cuando tenía cuatro años, en las páginas inmarcesibles de la sección “En Cuba”. Una vez se lo dije a Enriquito y él, hombre corajudo y dado a la chanza, pero también un ser de fina sensibilidad, se estremeció hasta derramar un par de lágrimas que parecían garbanzos. Y yo las recibí como una condecoración.