Yoel (Yoe) Suárez Fernández es uno de los 15 periodistas iberoamericanos, y el único cubano, que participa en el taller La mirada extrema, conducido por el destacado cronista argentino Martín Caparrós, del 11 al 14 de mayo en San Salvador, El Salvador.Auspiciado por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, este taller sesiona paralelo al Foro Centroamericano de Periodismo, que organiza el diario salvadoreño El Faro.
Durante cuatro días, Yoe, junto al resto de los participantes seleccionados, realizará un ejercicio de reportero: cronicar historias cotidianas de San Salvador. Para ello, aprehenderá experiencias de la carrera profesional y de las técnicas narrativas con que elabora sus textos Martín Caparrós, uno de sus paradigmas en el oficio periodístico.
Con este joven periodista y poeta, graduado en el año 2014 de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, y reportero de la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina, conversó Cubaperiodistas.cu previamente a su partida hacia el país centroamericano, sobre su impronta en el quehacer de los leads y la inmediatez, y también de su obra más literaria.
– Estudiaste Informática durante la enseñanza media, ¿cómo llegaste al Periodismo?
Resulta que no me interesaba el pre en el campo: soy muy “paticaliente”, me gustaba salir a sitios nuevos, conocer gente, y la beca me olía a prisión. Algunas amistades la anhelaban para poder hacer lo que en la ciudad, a la vista de sus padres, les estaba vedado; tampoco eso me era un rollo: en casa me dieron confianza para tomar decisiones cuando así lo estimara.
De manera que opté por un técnico medio en Informática, quizá porque la especialidad estaba de moda, pero siempre tuve claro que lo mío era escribir. Leía mucho y de todo, un tipo raro entre tantos ceros y unos, una polilla viviendo en un trozo de fierro. Pasaron así tres años en los que aprendí a jugar handball, y de los que no guardo un solo recuerdo útil para arreglar computadoras.
La gente le temía a las Pruebas por Concurso para ingresar a la universidad, pocas plazas, muchos aspirantes. Las hice y Dios quiso que quedara entre los seis seleccionados en 2008.
-¿Qué momentos te marcaron durante la carrera?
Te contaré solo dos historias. Nunca había hablado de esto, pero es parte de mi vida y son de las cosas que me han martillado en la corta fragua de mi existencia.
Estrenándome en el aula nos impartió Redacción, Marcia Fernández de Chávez, experimentada lingüista, maestra de la ironía y vallista de los cinco minutos entre turnos. La profesora, tan crítica e inconforme, era modelo de puntualidades de antaño y de un humor cáustico con el que todos disfrutábamos pero del que nadie quería ser víctima. Ese razonamiento plural y fustigador sobre la Cuba diaria y la de su juventud me despertó del letargo maniqueo en que vivía y en el que me creía muy rebelde.
Llego al segundo año. Finalizándolo escribo una noveleta de cuyo nombre no quiero acordarme -pero sé que muchas actas sí lo recuerdan- sobre una persona que lucha en Playa Girón por defender a su país de un grupo invasor, pero sin creer en el Socialismo. El texto, que entregué como trabajo final de una asignatura, provocó incomodidad en la Facultad, que pronto se extendió a las más altas instancias de La Colina. Dos comisiones “analizaron” el documento y la posibilidad de expulsarme de la carrera.
Se gestó un ambiente opresivo por semanas: murmullos y silencios en los pasillos cuando pasaba, amistades negando la mano, alumnos que desde el anonimato presentaban “prueba” y “testimonio” de mi mal comportamiento, un profesor, que por demás era coronel de la reserva, llegó a amenazarme de muerte, de bala en la cabeza si escribía otra vez. Fue duro, era ingenuo, no creí que pudiera ocurrir en mi tiempo; que algo así eran palabras para historias de viejos.
Sentir a los 21 años que todo un ambiente está en tu contra es muy peligroso, pero decidí no convertirme en un monstruo, que el resentimiento perdiera. La gente me saluda con un afecto especial, cierto respeto, luego de aquel trago amargo, quizá porque tuve el valor que ellos hubieran querido; el tiempo cambió a los amigos de recitación por otros auténticos; sé cada uno de los nombres de aquellos informantes, hoy me siguen e imagino se avergüenzan mucho de sus envidias; el coronel paleolítico fue expulsado al año siguiente a petición de un grupo de alumnos a causa de sus cuadraturas en las aulas.
Aquel momento marcó mi interior y el modo en que muchas personas me recuerdan. Gracias a Dios egresé con honores, con la mejor nota de la promoción, y lo más importante: una medalla invisible en el pecho.
-¿Por qué tu inclinación hacia el Periodismo Cultural?
Cuando estudiaba estaba en boga aquel término, que de tanto emplearse, se ha ido desplumando: el Quinquenio Gris. Me llamó la atención ese período histó(é)rico y me adentré en el ámbito de las políticas culturales.
Por otro lado, una de las cosas que me fascina de la profesión es la autoridad que le da al reportero para fisgonear. “Hola, soy periodista, me interesa entrevistarle”. Esa presentación es suficiente para conversar si se da la oportunidad, con tus íconos políticos, musicales, deportivos, o con gente sin fama pero muy interesante. Tengo inclinaciones literarias y una hora de charla junto a Leonardo Padura, Mirta Yáñez o Heras León me ha aportado tanto como leerlos.
-¿Qué consideras le hace falta a nuestra prensa cultural?
Es interesante cómo en el caso cubano, esa, que pareciera una “esfera noble” se ha convertido en el escenario para decir tantas cosas inteligentes y necesarias sobre nuestra sociedad. Las publicaciones culturales son, amén de sus cortas tiradas (¿o será: a propósito esas cortas tiradas?) un espacio para el debate y la denuncia que no tiene reflejo en otro ámbito del periodismo nacional.
Luego, claro está, quedan huracos como de dinamita, que hace falta cubrir. El más profundo es en mi opinión el de la crítica (literaria, escénica, plástica, musical): se encuentra en un estado crítico. Un joven colega dijo ante un panel en que participé: “La gente no se va a buscar un problema con un escritor por 70 pesos”. Ahí quizá hay un motivo, no obstante, la laboriosidad que exige el trabajo del crítico espanta a no pocos.
-¿Cuáles son tus paradigmas del oficio?
Juan Villoro, porque a veces no sé si está contándome un hecho o está haciéndome un cuento. Kapuscinski, que lo descubrí gracias a un profe muy querido y curtido, Roger Ricardo Luis, y me demostró que se podía novelar con lo real sin faltarle a la verdad. Y Ciro Bianchi, que cuenta nuestra Historia grande a través de ocultas y pequeñas historias, un interés que comparto. Sumo otro: el argentino Martín Caparrós.
-La persecución de lo insólito ha marcado también lo que haces en el Periodismo…
Es algo que me gusta. Viene quizá de la niñez, cuando mi madre me dormía con leyendas taínas y de la colonia; pero cuajó, estoy seguro, leyendo y conversando con ese inmenso periodista que es Luis Hernández Serrano, un sabueso de lo curioso.
Por otro lado soy fan del senderismo y la escalada libre. Vengo acampando con mis amigos desde hace varios años por casi toda Cuba. Es un hobby, pero llegado un punto se convirtió en obsesión: descubrir, caminar, dormir bajo las estrellas….y luego escribir. De ahí nació Tour al Fly, un grupo en Facebook que me inventé cerca de un año atrás a sugerencia de Reno Massola, fotógrafo y ferviente promotor del excursionismo.
Las experiencias surgidas de ese y otros proyectos quedaron en las páginas del libro de periodismo narrativo La otra isla, Finalista de la Beca Michael Jacobs de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano 2016. Aun no le he presentado a ninguna editorial, pero estoy seguro que será de interés cuando lo haga.
-Has dicho en otras ocasiones que tenías muy claro desde el segundo año de la carrera tu pasión por el audiovisual, ¿por qué entonces acabas en la agencia Prensa Latina? ¿No hubiera sido más lógico que tomaras otra opción al graduarte como el Sistema Informativo, por ejemplo?
En 2011 codirigí un documental sin muchas pretensiones, de aprendizaje, con el joven cineasta Axel Arzola. Aquellos veinte minutos que titulamos Normadentro, terminaron en la selección competitiva del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, y luego en la Muestra Joven ICAIC ganando el Premio Documental Memoria Joven. Imaginarás que estando en el segundo año de la carrera creía que me iba a comer el mundo y que mi verdadero nombre era Oliver Stone.
Después de aquello me embullé. Aprendí a editar mirando a los que sabían, sobre mis propios errores rectifiqué lo básico de la fotografía, y pedí sin temor las cámaras a mis socios. De ahí salieron un par de películas que considero buenas, y otras muchas que son tanteos.
Me gusta el audiovisual y lo he ejercido seriamente, pero escribir es mi verdadero interés. Pasa como con la poesía: recurro a la cámara cuando me sobresatura el periodismo.
Aunque el documental me atrapa no pude resistir la tentación de ficcionar, y recién terminé un cortometraje con música original de J. Simón, producida en La Oficina Secreta íntegramente y con la que quedé muy satisfecho.
-Explícame un poco el término “Cine del cuarto mundo”…
Eso es una broma, pero una broma seria. La gente habla del cine pobre, de la gran industria, de todo eso, pero en mi caso los problemas de producción se resuelven pidiéndole a los amigos un cable, una luz, una cámara, un boom…es decir, el cine de la caridad, que está en peores condiciones económicas que el del Tercer Mundo.
No he recurrido a fondos de ninguna productora porque cuando tengo una idea me desespero, la paciencia no es mi fuerte, y además, soy muy malo haciendo lobby. Hay gente que se pasa una vida chicharroneando fondos para lo que hacen, riendo chistes que no dan gracia, yendo a fiestas que detestan. Yo no puedo, me da asco eso.
-Has tenido grandes oportunidades como entrevistador…
Antes que acabe este año debe estar a la venta un libro al que le tengo mucho aprecio: Los hijos del diluvio. Es la compilación de entrevistas que realicé mayormente estando en la universidad con autores de la llamada Generación del 50, aunque incluye a Graziella Pogolloti que no es poetisa. Ahí reúno parte de esos diálogos en los que me he sentido un interlocutor favorecido. Algunas de esas charlas lo hacen sentir a uno que está en el oficio correcto.
El libro recorre la vida de ese grupo de intelectuales que hizo la Revolución, y que ahora, en el otoño de sus vidas, vuelve sobre sus pasos. Lo interesante es la pluralidad de posiciones que está recogida: Pablo Armando Fernández es un amante del proceso revolucionario, Rafael Alcides vive en Cuba pero no se publica aquí como autor, Manuel Díaz Martínez vive su exilio en una isla de repuesto.
Recorrer tiempos que no conocí, rehacerlos a través de las voces de personas como estas es un privilegio para alguien que disfruta tanto la historia cubana como yo.
-¿Qué tenías que decir antes de Tenía que decirlo?
Mi blog cumplió un añito en abril, y sobre aquellas fechas yo estaba muy frustrado porque tenía cosas para decir, y pocos espacios donde hacerlo.
Un amigo me había hablado sobre cómo cada periodista en Estados Unidos, donde él estudia y reside, tiene un blog, yo había oído algo en la Facultad, pero siempre pensé que era una carga extra (y lo es) y no le hice swing a la idea.
Los primeros trabajos que publiqué fueron los que nadie quería publicarme. Desde el inicio tuvo muchas vistas y tocó temas candentes. Luego, como todo, el cauce se aplacó, porque es casi imposible mantener a la par de las exigencias diarias laborales, tal nivel aluviones. Ahora sigo diciendo, pero con más tiempo de por medio.
-¿Qué es el “Periodismo real”?
“El Periodismo real revela, investiga o enfada, lo demás no sé qué es”. Esa es una etiqueta que me inventé con el blog y como a toda etiqueta no se le debe hacer sino el caso necesario. Por otra parte, es una aspiración personal, y como a toda aspiración personal se debe perseguir hasta el cansancio.
-¿Qué es Cuba crucis? ¿Cuánto hay de ti en ese proyecto?
Cuba crucis es una trilogía de libros en producción sobre la historia y la actualidad de la comunidad evangélica en el país. Surgió como idea cuando publiqué en 2012 el libro Pasajes de la Luz, relleno con textos periodísticos para cartografiar la primera década del siglo XXI de ese grupo social tan poco estudiado. Me percaté que quedaban muchas cosas por contar y que podía hacerlo conectando otros libros.
Si el primero abordaba el presente desde diversos géneros del periodismo, el segundo, Tú no te llamas desierto, se ocupa del pasado valiéndome de un género tan versátil como el testimonio. El tercero, para el que ya he comenzado la búsqueda de información hablará sobre problemáticas en el futuro de la Iglesia cubana y en ese caso la novela será la mejor plataforma para narrar.
De modo que Cuba crucis es: un ejercicio creativo ambicioso, un estudio necesario para la memoria nacional. Hay mucho de mí en este proyecto, es un trozo de mi vida, porque soy parte militante de ese mundo que describo. La Iglesia es tanto mi casa como las calles de Marianao o el número 507 del reparto Cubanacán.
-Sobre el segundo volumen de la serie, Tú no te llamas desierto, ¿por qué ese nombre?
Ese libro describe y problematiza sobre el medio siglo que va de 1949 a 1999. En ese período huracanado tenemos una dictadura y una Revolución; las tensiones y distensiones, encuentros y desencuentros están retratados de un modo vivencial, con una apropiada revisión bibliográfica como apoyatura.
El nombre no es más que una conclusión, la principal del estudio: a pesar de esas circunstancias que parecían adversas para el mantenimiento de la Iglesia nacional, el destino no fue de lloro, sino de permanencia, de crecimiento, de victoria.
-Hay una distancia de cuatro años entre que el primer libro y este segundo salen de imprenta. ¿Por qué ocurre eso? ¿Qué peculiaridades del más reciente te llevaron a dilatar tanto la entrega?
No hay misterio. Las dificultades para imprimir, unidas a una rigurosidad que me obligué a cumplir en Tú no te llamas desierto fueron las principales condicionantes.
No me avergüenzo de Pasajes de la Luz, estoy orgulloso de él, pero sin lugar a dudas es una propuesta perfectible y que armada a los 20 años tiene mucho de impulso y novatada. Quizá me faltó el oportuno jalón de orejas de un buen editor. La reedición, que saldrá en breve, es muestra de ello.
Entonces quería que Tú no te llamas desierto fuera diferente en ese sentido. Recorrer 50 años tampoco es algo que puedo hacer a la ligera. Estaba diciendo cosas muy fuertes, que nadie antes había contado del modo en que lo hice, y entonces necesitaba constatar, conversar, contrastar. No podemos olvidar, es cierto; pero entonces hay que recordar bien.
-¿Cómo fue el recibimiento del libro?
Los aplausos y los embates han llegado de los sitios correctos. Me hubiera preocupado si fuera de otro modo. Ya el libro ha merecido el interés por parte de centros académicos cubanos y extranjeros como la Universidad Evangélica de San Salvador. Ha corrido con suerte en los medios: desde youtubers dedicándole un aparte en su canal, hasta la prensa cubana publicando sobre él tanto en la radio como en la web.
La primera vez que se lanzó, en media hora vendió más de 100 ejemplares. A los pocos meses de salir de imprenta los editores expusieron su interés por una reedición y la traducción al inglés. Una joven realizadora ya trabaja en un guión basado en algunas historias del libro, con la intención de llevarlo al cine.
Otros detalles lo ponen a uno como escolar enamorado: decenas de personas contactando por Facebook, llamando a la casa, abordándome en la calle para hablar del libro o saber dónde lo venden. Es bonito lo que ha estado ocurriendo. Me siento muy afortunado.
– Y tus poemas, ¿cuánto dicen ti?
La poesía es un espejo que me revela como ninguno. Precisamente la poesía es el lenguaje de la desnudez. Comenzó, como en casi todos los casos, para enamorar a una mujer. Pero a veces algunas personas, se dan cuenta que cuando pasa ese amor las raíces de los versos duelen cuando se halan. No las puedes arrancar. La vocación te esclaviza y el árbol crece y crece hasta enramarte el pecho.
Como vía para decir es excepcional. Se puede poetizar el mundo, ver por otro cristal. Es, digámoslo así, un contrapeso para la terrenalidad que exige el Periodismo; cosa que me encanta, pero que a ratos agobia.
Mi primer poema publicado salió en El Caimán Barbudo que es una revista con la que extrañamente siempre me he sentido en familia. Digo extrañamente porque antes de conocer al actual grupo de trabajo, desde mi tiempo de estudiante estuve vinculado con Víctor Casaus y Félix Contreras, poetas los dos, miembros del grupo fundacional, y con Paquita Armas, directora en los 80.
Luego, como colaborador de la publicación, la empatía, el apoyo y la aprobación hacia mi manera de escribir me han unido mucho más a los caimaneros.
Yoe Suárez es un joven sin más pretensiones que hacer lo que le gusta para que “el tiempo corra como un río furioso: veloz y lleno de agua”, como le confesó a Cubaperiodistas.cu.
Su accionar nos demuestra lo que puede alcanzar el talento encauzado, y articulado con las ganas de hacer, de crear, de dibujar una sociedad y un país; de rescatar la memoria histórica que se nos va desvaneciendo.
Su impronta, tan corta y tan fructífera, invita a caminar por un periodismo más propositivo, reflejo de los intereses de nuestros lectores, oyentes, televidentes. Que sea, parafraseando al entrevistado, una piedra en el zapato de los artífices de los cortapisas y de las mentalidades encartonadas.