Este 24 de enero, el mismo día en el que la presidenta de Perú, Dina Boluarte afirmó que la Policía de ese país (PNP) “actúa dentro de la ley y sus protocolos” y descartó posibles excesos en la represión de las manifestaciones de protesta que han dejado más de 60 fallecidos desde diciembre, a Guadalupe Pardo le salvó la vida su propia cámara que recibió el disparo dirigido al ojo de la fotorreportera.
La Asociación de Fotoperiodistas del Perú (AFFP) denunció este martes que la Policía Nacional (PNP) disparó perdigones a su reportera gráfica, una realidad que también vivieron los fotoperiodistas Sebastián Castañeda, de la agencia Reuters, y Ernesto Benavides, de la agencia France Presse, aunque ellos sí resultaron heridos, de acuerdo con el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS).
Después de siete días de protestas convocadas en Lima, el centro histórico de esa capital se ha convertido en un campo de batalla: de un lado, bombas, armas y cascos; del otro, palos, hondas y piedras. Esa es la descripción gráfica de la violencia que se incrusta en las calles y en los cuerpos de los peruanos desde que campesinos y estudiantes universitarios convocaran a una manifestación pacífica contra el actual gobierno, que ha sido reprimida por las fuerzas policiales.
Asociaciones de periodistas han exigido respeto por el trabajo de los reporteros en su misión de mantener informada a la ciudadanía.
En la noche del 19 de enero, el Consejo de la Prensa Peruana denunció en su cuenta en Twitter, “ataques cobardes a periodistas de al menos ocho medios de comunicación”.
De acuerdo con La República, ese mismo día, la cifra de casos conocidos ascendió según un comunicado de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú, que denunció 16 ataques a reporteros durante el primer día del paro nacional: 12 agresiones en Lima y cuatro en Arequipa.
Posteriormente, el 20 de enero, la reportera de RPP Andrea Amésquita fue apedreada mientras cubría las protestas y el videorreportero de La República Omar Coca fue agredido durante una transmisión en el centro de Lima y sus herramientas de trabajo fueron destruidas.
Contar las manifestaciones desde su propio centro implica un compromiso social, profesional y también carnal que muchas veces no se contabiliza. Es como llevar la vida en una mochila y la necesidad de narrar lo cotidiano en el centro del pecho.