Una periodista valenciana, Bárbara Blasco, se preguntaba en la edición del diario El Mundo, el pasado martes, cuándo nos volvimos tan locos como para que la letra de una canción tontorrona sobre un asunto del corazón parezca lo más importante de la hora actual.
El cuestionamiento aludía a un fenómeno viral que ha inundado los medios convencionales y digitales desde el 13 de enero: la canción de Shakira registrada en la denominada Sessions #53 del productor y dj argentino Bizarrap, que prefiere darse a conocer con el acrónimo BZRP. En apenas una hora alcanzó tres millones de reproducciones, según las estadísticas de Youtube. En su primer día batió el récord de descargas de la plataforma Spotify y 72 horas después mantenía el puesto número uno del canal. A más de calificar como el tema más escuchado en los mercados de habla hispana, lograba posicionarse entre los diez primeros en Suiza, Luxemburgo y Malta. Que conste, detrás del suceso figura un joven letrista colombiano llamado Keityn que en sus colaboraciones con Maluma, J Balvin y Karol G da la medida de su pobreza versificadora.
Obviamente, detrás de esas cifras está una campaña publicitaria previa que siguió paso a paso la novedad del lanzamiento. Pero sobre todo estaban las expectativas generadas por el seguimiento mediático a las turbulencias sentimentales de la principal protagonista.
Como se sabe, Shakira fue la pareja de uno de los futbolistas más reconocidos por la afición, el español Gerard Piqué. Cuando se enamoraron, casaron y tuvieron hijos, la prensa rosa a escala planetaria no dejó de hacer un escrutinio riguroso de sus vidas. Cuando se separaron, la intromisión fue mucho mayor.
Eso de ventilar a los cuatro vientos infidelidades y pleitos patrimoniales ha devenido perniciosa pero muy jugosa costumbre para la industria del ocio y sus protagonistas. Llueve el dinero para unos y otros mientras la ética falta, la decencia se esfuma y las audiencias, a las que han anestesiado el sentido crítico, se rinden seducidas ante la estulticia.
No merece otro calificativo una andanada de insultos en los que se pretende rebajar al excónyuge y a su nueva pareja. Algunas voces falsean la perspectiva de género al decir que si las plataformas se han calentado, es porque Shakira es mujer, dando por sentado que de haber sido hombre otra sería la historia, cuando la baja catadura moral que revela el suceso opera y lacera con independencia del género.
Mas no se trata solamente de una disputa marital expuesta de manera burda e insidiosa a los cuatro vientos. Las menciones de marcas comerciales líderes como Rolex y Casio en la canción de Shakira y Bizarrap parece no ser inocente, sino un filón para obtener réditos adicionales.
Tampoco deja de ser curiosa la evolución, o mejor dicho involución de Shakira. De Bizarrap o BZRP nada extraña cuando se conoce su trayectoria. En poco tiempo, basándose más en la habilidad que en el talento, más en el olfato que en el oído, ha levantado un negocio desde su natal Argentina a partir de la penetración de eso que se ha dado en llamar de manera imprecisa música urbana. Habría que señalar como aporte ingenioso en la carrera de Bizarrap la concepción de una cadena de colaboraciones –las sesiones numeradas- con figuras establecidas en la industria del espectáculo, las cuales se apoyan en el productor argentino para refrescar carreras y repertorios.
Shakira es harina de otro costal. En un momento de su ascensión pareció que tenía potencial para colocar una perspectiva interesante por encima de las medianías niveladoras de la estética pop. Volver a escuchar a estas alturas sus álbumes de los años 90, Pies descalzos y Dónde están los ladrones, en los cuales se advierte la mano de Luis Fernando Ochoa, pudiera ser un ejercicio que recordara una promesa que no acabó de cuajar. Los mecanismos de la industria, insaciables e implacables, más la falta de consistencia del calado de la artista, obnubilada por los premios y las dádivas del sistema de fabricación de las estrellas, limitaron la espiral de Shakira a un círculo donde la fama vale por encima de todo.
De aquella muchacha que llamó la atención de su compatriota Gabriel García Márquez –llegó a escribir en 1999 que “la precocidad descomunal de Shakira, su genio creativo, su voluntad de granito y una ciudad natal propensa a la invención artística solo podían ser los gérmenes de un tan raro destino”- a esta de ahora quedan sombras.
Lo de menos es que ella sea emisora de una canción tontorrona, no solo en la letra como se pregunta la colega valenciana citada al comienzo de esta nota sino en la música, sino que se refuerce la idea de que la sesión de Shakira y Bizarrap sea el paradigma del éxito.
Mera operación comercial. Nada de calidad, mucho chancleterismo, y falta de ética y pudor. Yo sólo pienso en los hijos de ese matrimonio roto, por la causa que sea. Esos niños no merecen ser expuestos como lo hace su madre, quien lidera toda esa “operación” mediática. Nunca me gustaron la voz ni las canciones de Shakira, pero ahora se pasó.