Cuando por enésima vez la guagua que maneja en la UPEC le dejó, y a nosotros con él, literalmente «tirado en la carretera», sugiriéndole con crudeza que no le ama, que no corresponde sus continuos mimos… vaya, que se busque otra en cuanto pueda —cuando haya presupuesto, digo yo— porque bajo lo claro del velo ella no es más que un «Volvo casquivano», Alejandro Perdigón, un tipo serio donde los haya, se veía decepcionado.
Era sábado, íbamos a Pinar del Río, y el espíritu de la comitiva —el presidente Ricardo Ronquillo; el vicepresidente Ariel Terrero; Luis Curbelo, vicepresidente económico-administrativo; Belkis Pérez, colega y flamante funcionaria del Comité Central del Partido, y Eduardo Guerra, el joven Regis y el reportero de Cubaperiodistas, como tripulantes de apoyo— estaba bendecido por la hermosura de la misión, de manera que, cuando a la altura del kilómetro 24 de la autopista a Vueltabajo la guagua se apagó, algo se nos apagó con ella.
Entonces Ronquillo improvisó una clase práctica de la cada vez más frecuente comunicación de crisis: Regis, su chofer temporal, que pretendía solamente ir parado en el pórtico de la Volvo, como «copiloto» de Alejandro, fue designado como «enviado especial», corresponsal sin avión —ni maletas de vuelta— que debía regresar a La Habana a buscar, en apoyo, su carro.
Para ser su primera cobertura, no le fue mal con la inmediatez: pasó a las sendas contrarias de la autopista y en un instante una guagua Diana —blanca como el aliento solidario de un conductor de nombre desconocido que no solo le llevó gratis, sino que, ya en la capital, lo dejó a pocas cuadras de la Casa de la Prensa— le sumó entre sus pasajeros.
Hacía falta más, porque el grupo llevaba la donación de periodistas de todo el país para los colegas pinareños afectados por el ciclón Ian: un cheque noble y unas cuantas decenas de cajas y paquetes que no cabían en un carro ligero, así que fueron llamados a reportar(se) Juan Carlos Ramírez, el organizador de la UPEC nacional, quien vino en chancletas desde su cercano Guanajay con un porrón de agua que calmaría la insaciable sed de esa Volvo en resaca con la que Alejandro —reprochándose cosas mutuamente, como toda buena mala pareja— regresaría a La Habana, pasito a pasito.
También fue llamado a filas Héctor Novoa, chofer del panel de la UPEC, quien ese día le pasaba la mano a su finquita, allá por Bejucal, asegurando a su prole, entre otras cosas, el grito más anhelado de Cuba que todos quieren oír como preludio del plato fuerte de fin de año.
De modo que en pocas horas se hicieron varios milagros: Regis llegó y Héctor lo esperaba; ambos fueron —con La Niña y La Pinta al kilómetro 24, donde Juan Carlos, con una Santa María que no habría de navegar a Pinar…— ya reforzaba al equipo. Todo listo: el mediano Peugeot tomaría la carga que la veleidosa Volvo no pudo llevar, pese a sus anchas caderas.
Para algunos, fue el primer tráfico de nuestras vidas: en plena autopista, con el sol repleto de luz y todos bajo el foco de los drones y satélites indiscretos de este mundo que escudriñan sin pena hasta la intimidad bajo las faldas de las lomas, el grupo «fondeó» la Peugeot junto a la Volvo y comenzó el traspaso de carga, en una cadena humana que no quedaba en nueve «estibadores de dudoso somatotipo», sino que se extendía a eslabones de todas las provincias: los compañeros del gremio que, sin hacer siquiera las preguntas clásicas del lead… compartieron aquí y allá su suerte y sus recursos con los periodistas pinareños.
«¿En qué negocio extraño andarán estos locos?», puede haberse preguntado más de un chofer que pasó por la zona. Aquí la respuesta: el más honroso del mundo: la solidaridad.
Más pecho que camisas…
Llegamos a Pinar de Río acabando la tarde. En la Casa de la Prensa nos esperaba Félix Témerez, el presidente provincial de la UPEC, con un grupito de incondicionales de varios medios que saben que cualquiera se queda «botado» en la carretera, pero el amor siempre llega.
Cadena humana de nuevo, para bajar una carga que ha re/pasado, una y otra vez, miles de manos y corazones en hogares, casas de la prensa, oficinas, coches de ferrocarril, vehículos de motor, bicicletas, infantería pura…
Témerez, que no parece un presidente, sino un amigo de toda la vida —y eso lo hace el presidente— dio a Ronquillo y su equipo de «náufragos» la mejor bienvenida: «Como todos los cubanos, los periodistas somos grandes. Hay momentos en que no nos damos cuenta del tamaño de las cosas que hacemos, pero nuestro altruismo es permanente. ¡Gracias a todos los colegas del país!», dijo el anfitrión, una vez acomodada la carga.
Ronquillo siguió sus líneas: «Esta es la práctica de la UPEC: acompañar a los colegas. Es la bonita antesala de los 60 años que cumpliremos en julio. La mayor importancia de nuestra Unión… radica en lo humano, en hacer que la gente no se sienta sola. Y eso vale no solo para las cosas graves del país; también para las personas. El periodista que tenga un problema tiene que sentirse acompañado», afirmó.
«Este ha sido —continuó Ronquillo— un movimiento a lo largo del país. Ahora, en el balance del XI Congreso, que nos lleva a muchas partes, los colegas nos mostraban cómo avanzaban las donaciones para ustedes. Es una ayuda para los reporteros, los trabajadores de los medios y los estudiantes de la carrera en la provincia».
En total, dijo el presidente nacional, los periodistas cubanos dimos a los hermanos pinareños 113 000 pesos. La cifra, sin embargo, es una suerte de «noticia en construcción», porque aún hay disposición camino a concretarse.
Cuando se trata de afecto, a veces funciona aquello de «mientras más lejos más cerca». Guantánamo, una de las provincias más generosas en esta iniciativa, inspiró un recuerdo de Ronquillo: «Una vez estuve en la emisora de Baracoa y sus periodistas, que hacía poco habían sido azotados por el huracán Mathew y después recibido ayuda, vestían con orgullo las camisas de las donaciones. “¡Estas son!”, decían».
Quién sabe si ahora camisas baracoesas anden la bella Pinar del Río, en torsos de reporteros, pero lo que ya es seguro para Cubaperiodistas es que una afiliada del Guaso ha impuesto en agenda un dilema.
El periodismo tiene preguntas difíciles que pueden valer… 20 000 pesos. ¿Nombrar u ocultar la fuente? ¡Ahí sí hay dilema! La zozobra es sin embargo dichosa si se trata de honrar el gesto de una afiliada de la UPEC que decidió donar a la causa doméstica de nuestra gente ¡20 000 pesos!, pero que también dejó claro, modestia a pulso, que de su nombre no quiere acordarse.
El propio Ronquillo, que la llamó para agradecerle personalmente el gesto, no cesa de encomiar a esta cubana que aun teniendo dos hijos a cargo decide compartir lo suyo con personas que —periodistas y todo— le resultan desconocidas.
«Lo da porque tiene, dirán algunos, pero ¿cuántas cosas relega en función de esta entrega?», se anticipa el presidente nacional a la probable maledicencia de quienes, sobre todo en redes y coloquios siniestros, no se cansan de hallar manchas hasta en los actos sublimes.
El empinar de Pinar
Témerez representa en su provincia a unos 90 miembros de la UPEC. De ellos, más de 60 resultaron afectados por el huracán Ian, a lo que se suma un grupo de trabajadores —no afiliados— de los medios y estudiantes de periodismo, quienes cuentan para esta ayuda como siempre han contado para el trabajo y el amor a la carrera. Aún con sus techos volando, algunos querían dedicarse a reportar.
La plantilla de Radio Guamá, emisora provincial, fue la más golpeada: 33 trabajadores están en la lista de los daños. Por eso, ante la ayuda de Cuba, la periodista Yusimy García no se limita a agradecer; algo que dice recuerda que en cualquier sitio de Cuba, después de un ciclón, puede producirse un desembarco de camisas, como pasó en Baracoa: «¡Pinar del Río está aquí, para lo que haga falta!».
Antes de este apoyo, casi pisándole la cola al huracán, la prensa pinareña había activado su propia industria de amor: entre ellos mismos compartieron ropas, enseres, elementos de aseo… que despejaron un tanto la nubosidad de sus pechos.
Ahora, Témerez y su equipo deciden, a partir del levantamiento de daños, a quién entregar cada cosa. Somos grandes, como él dijo.
Hablamos. Comimos. Hablamos más… y otro poco. A la vuelta, el grupito de la UPEC nacional llegó a La Habana pasada la una de la madrugada. A esa hora, el noble de Alejandro seguía susurrando al oído de la Volvo, su amor imposible, botado en la esquina de Vía Blanca y 10 de Octubre.
Viéndolo allí, firme y controlado en un puesto que jamás lleva crédito en los textos periodísticos, se podía entender mejor por qué en Cuba se estrellan, uno por uno, los ciclones.
Ante la estampa se podía recordar la canción El huracán y la palma —inspirada en el árbol que, después del ciclón de 1926 en La Habana, seguía erecto pese a ser apuñalado por un madero empuñado por el viento—, del inmortal Sindo Garay, y conectar el pasaje con una imagen que habíamos visto en la Casa de la Prensa de Pinar del Río.
Era otra metáfora de la nación: mientras los hermanos compartían su cena en nuestra mesa, veíamos el oscuro tronco del chirimoyo que después de los mil zarandeos de Ian enseña, al centro del patio de la UPEC —como la palma de Sindo o como los brotes gozosos de los pinos nuevos descritos por Martí—, los verdes retoños de la gesta que cubrimos.
Foto de portada: Félix Témerez agradece el gesto, en nombre de los colegas.