He pasado varios días sin electricidad, sin Nauta-Hogar, con el agua que siempre guardo porque puede faltar en cualquier momento, pensando en mis amigos pinareños, en los que perdieron sus casas, sus bienes, las cosechas, en tanta gente sufriendo el trauma del horror, el miedo ante esa fuerza descomunal de la naturaleza ante la que poco se puede hacer.
Y cómo me enseñaron desde niña sentía que ante lo que ocurrió en Pinar del Rio era vergonzoso quejarse, aunque en La Habana la situación era extrema para muchos, los que sufren mayor fragilidad material. Tantos ancianos que viven solos porque sus hijos abandonaron el país. Tantos que se confiaron a que el ciclón pasaría lejos aunque los meteorólogos insistieron en las bandas acompañantes, y seguramente esa tranquilidad no animó a podar a los árboles casi todos con sus ramas enredadas en los cables eléctricos, ni inspiró a las autoridades municipales a recoger la basura que pulula por toda la capital, ni a los capitalinos a recortar la floresta de sus patios, como también exigen que no haya hierbas, que haya limpieza, pero no contribuyen como ahora algunos esperan, autoridades y ciudadanos, que vengan otros a recoger los desmanes de Ian y no salen a la calle a ayudar en lo que puedan, pero salen a protestar diciendo palabras y ofensas nada pacíficas cuando el país ha sufrido un golpe ciclónico de gran envergadura.
También me enseñaron de niña que hasta Dios advierte: “ayúdate que yo te ayudaré”, y la mayor piedad con los que sufren es la solidaridad que crece dentro y fuera del país, mientras no hemos tenido que esperar un año por la electricidad como les pasó a los puertorriqueños después del ciclón María y eso que se trata de un estado asociado al país más poderoso.
Sí, hay muchas cosas que señalar, exigir, pedir explicaciones, pero hay que hacer cada cual lo que pueda, y agradecer a esos que ponen el pecho al fuego graneado de adversidades, como los trabajadores de la electricidad, los soldados que limpian calles y caminos, los trabajadores que se esfuerzan por preparar alimentos, y hacer de la palabra UNE, mucho más que el nombre de una empresa, si no la empresa misma de nuestras vidas para poder cumplir los designios divinos y los terrestres a favor de nosotros mismos.
Eso es lo que se puede hacer para trascender estos golpes de la naturaleza.