Seguramente tenga que ver con esa cualidad el sentido de la resistencia de este pueblo, que no pasa inadvertido para muchos en el mundo, por lo cual lo singularizan entre la admiración y el asombro; incluso, aspiran a que lo premie esta humanidad tan sufrida como no pocas veces desesperanzada. Así que, con independencia de cualquier previsión, inferencia o análisis, llegamos a la antesala de este 25 de septiembre con el grado de incertidumbre más alto entre los innumerables y trascendentes actos democráticos de los que fuimos testigos a lo largo del período revolucionario.
No son solo las duras condicionantes económico-sociales o de otra naturaleza las que pesan sobre la conciencia de cada cubano en edad de ejercer su derecho a votar. También lo hace la incesante artillería de una guerra político-comunicacional que quisiera convertir el de este domingo en un plebiscito de carácter político, en vez de en un referendo de significaciones humanas trascendentales.
Esto último es preciso discernirlo, y diferenciarlo, entre tantas aguas turbias, de los segmentos sociales que, con base en sus credos o concepciones legítimas del mundo, o sus referentes morales o éticos, difieren de postulados recogidos en el nuevo Código de las Familias y, con base en ello, tendrían el derecho soberano a oponerse…
Así que el primer «valor» que ya se le puede atribuir a la propuesta, con independencia de la suerte que corra en las urnas, es el de la valentía —podría decirse hasta el arresto—, que debió tenerse para decidir que se mantendría en esta fecha y condiciones.
Hay causas que merecen los riesgos. Por ello es tan importante que comprendamos que la elección que tendremos delante este día no es política, es humana. Al serlo, humaniza profundamente la política, cuyo sentido verdadero, y único, debería ser la felicidad humana.
Todo lo que niegue a esta última hiere la plenitud de ese don precioso, celestial, que es la vida. Frente a las urnas, o alejados de ellas, en el espacio que marquemos o dejemos de hacerlo, estaremos dando testimonio de nuestra propia divinidad —en correspondencia con todas las demás— como seres de bien.
Lo segundo a destacar, antes de cualquier resultado de las votaciones, es el saldo de sensibilidad social despertado en temas de naturaleza muy sensible y polémica, en los que se entrelazan o divergen concepciones nacionales y mundiales y visiones del mundo y de la propia condición humana. Ello fue posible por la amplia discusión y exposición que abrió la campaña hacia el referendo.
Lo tercero a justipreciar sería el influjo que todo el debate y el grado de participación inédita en una disposición de este carácter nos deja para el enriquecimiento de la cultura democrática, en una sociedad cada vez más heterogénea y plural, urgida siempre de la unidad con independencia de las diferencias.
Y un cuarto mérito anticipado lo constituye la forma en que la discusión aceleró la maduración de una percepción más abierta e inclusiva de nuestras vanguardias —en las que no faltaron, en algún momento, también prejuicios de todo tipo.
Este día de gracia del 25 de septiembre de 2022 estaremos decidiendo si el bienestar, la plenitud y el respeto al prójimo se ubican en el amor más sentido de nuestro espíritu. También si hemos logrado la madurez civilizatoria suficiente para dar otro salto en la cuesta escabrosa para que nuestros semejantes logren liberarse de toda enajenación y disfrutar de su propia libertad, en armonía con la del resto de la especie.
Lo anterior sería impensable sin dotarnos de las garantías jurídicas, que comenzarían por sanar añejas y lacerantes heridas para terminar por abrir otros prometedores horizontes.
Desde la aprobación de la última Constitución de la República, con su voluntad de avanzar hacia un Estado socialista de derecho y justicia social, pocos de los renovados instrumentos jurídicos que le dan cuerpo a esa aspiración apuntaron tan profundamente a la refundación de nuestro humanismo.
«Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre…» (…) «Solo los necios hablan de desdichas, o los egoístas. La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad».
No olvidemos este domingo el alma generosa, reconstituyente y renovadora del Apóstol nacional con sus significados en nuestro tiempo. Tú eliges, yo elijo, nosotros elegimos, vosotros elegís.
(Publicado originalmente en Juventud Rebelde)