Perdimos a Susana Lee. En lo personal siento el dolor de dejar de tener físicamente a quien consideré una hermana.
La última vez que compartí con ella fue en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, en un conversatorio relacionado con nuestras vivencias reportando actividades lideradas por Fidel.
Allí Susana, con su humildad de siempre, narró muchas anécdotas de sus experiencias con el Comandante. Incluso, otros que saben que era de las periodistas cubanas que portaban ese honor, hicieron referencia a esa profesional de la prensa que por más de 50 años la conocí identificada como una fidelista.
Días antes de ese conversatorio por el próximo 90 cumpleaños de Fidel, a Susana se le había otorgado, junto a otros dos destacados colegas, el Premio Nacional de Periodismo José Martí.
Por esa razón la entrevisté para Granma, su periódico, y pude percibir que presentía un fatal desenlace de su salud.
Pero seguía con optimismo. Con la fe que siempre tuvo en la Revolución. Con su amor hacia Fidel.
Me contaba en ese diálogo: “En lo personal, atesoro el enorme privilegio que he tenido en más de cinco décadas de escribir del quehacer cotidiano de nuestro pueblo, que nunca ha sido fácil y le han acompañado esfuerzos, sacrificios, limitaciones, complejidades, sinsabores y los siempre grandes retos de querer construir cada día una obra mayor pero sobre todo mejor, marcados siempre también por la hostilidad de sucesivas administraciones del Gobierno de los Estados Unidos, en casi todas por no decir todas sus variantes que podría resumir en el bloqueo”.
Respecto a su última labor en Granma, en las páginas de los viernes de Cartas a la Dirección, me enfatizaba: “Las secciones de opinión y quejas de la población que aparecen en la prensa son –serían- un buen punto de partida para los cuadros directivos políticos y administrativos…, pero aunque han constituido un paso de avance, lo que se publica no pocas veces resulta inverosímil, en muchas ocasiones ni se responde… y aunque continúa llegándonos abundante correspondencia, la justificación casi perenne, descubrir lo que salta a la vista cuando es publicada y la notoria insensibilidad que prima en muchas entidades, lejos de satisfacer a los grandes públicos, ejerce el efecto contrario”.
Finalmente le pregunté: ¿Te sientes satisfecha de tu obra o te propones nuevas tareas para perfeccionarla y completarla?
Su respuesta fue:
“No, soy una permanente insatisfecha…, aunque mentiría si no admito que algún que otro pequeño logro organizativo, algún que otro trabajo periodístico que por algún motivo destacó, alguna enseñanza debo haber dejado por ahí… ¿Nuevas tareas…? Siempre he dedicado parte de mi tiempo en idear, en inventar, en proponer… por ahí –eso tiene el periodismo- están las ideas, los inventos, las propuestas… en blanco y negro, con o sin mi firma… Y sí, me gustaría que el tiempo y la salud me permitieran dar un poco más… Todavía queda mucho por hacer…”
En sus últimas semanas, hospitalizada, en el Cardiovascular y en el Oncológico, la recuerdo preocupada por no poder cumplir con lo que le quedaba por delante.
Cuando en el primero de estos hospitales se le descubrió que lo del corazón estaba resuelto pero un mal mayor amenazaba su vida, el propio director de este centro —al tanto del caso Susana— me explicó que, además de médico, había que ser una especie de mago para que saliera invicta de las nuevas complicaciones.
Supe que la intervención quirúrgica en el Oncológico fue exitosa. Su corazón resistió y se pudo hacer todo lo previsto.
Pero unos días después de salir del quirófano, una nueva complicación se propuso arrebatarle su vida.
Por todo ello, cuando supe del desenlace final, opté por escribir estas líneas y dedicarlas a ella, a la China que tanto hizo por el periodismo revolucionario cubano.
También lloré, porque había perdido a una gran amiga.