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¿Somos cada vez más tontos?

En 1934 T.S. Elliot publicaba «The Rock», una obra de teatro en cuya pieza central un coro declamaba con tristeza: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?».

En el año 2008, James Flynn, un investigador neozelandés, evidenció que la inteligencia general (CI) se había incrementado en los últimos 70 años de manera consistente un 15%, es decir, éramos sustancialmente más inteligentes que dos o tres generaciones anteriores.

Esto es fácil de justificar si tenemos en cuenta factores ambientales como la mejora de la educación, la alimentación y la salud. Como dijo Salomón, «Nada nuevo bajo el sol».

¿Y ahora en 2022? ¿Qué seremos? ¿Un 20% más listos? ¿O quizás un 25%? Pues lo siento por su antropocentrismo, pero nos estamos volviendo más tontos, y eso ha quedado constatado hace pocos años por dos investigadores noruegos.

A raíz de ese hecho contratado, hordas de investigadores se han tirado a la arena de la ciencia o de su hermana bastarda, la pseudociencia, a justificar por qué pasa esto. Eliminado su origen en una mutación genética, pues es materialmente imposible en tan poco espacio de tiempo, expongo a continuación algunas explicaciones ambientales que, ojo, no son excluyentes.

– La supremacista: La recepción de inmigración ha afectado negativamente al CI de la población. – Refutada porque la caída del CI se constata dentro de la propia familia -hijos con respecto a padres-.

– La demográfica: Los padres con mayor CI tienen menos hijos. – No es necesariamente cierto-.

– La romántica: La interacción social es más acusada y hemos delegado procesos cognitivos en la inteligencia colectiva.

– La medioambiental: Es una de las más aceptadas y tiene que ver con la ingesta de químicos y la polución. De hecho, se sabe que el ambiente contaminado afecta a nuestra capacidad de razonar. En 2020, en la universidad de Ámsterdam se comprobó que una partida de ajedrez en un ambiente polucionado aumentaba un 25% los movimientos erróneos y se producían más tablas.

– La del desentrenamiento: La llegada de las nuevas tecnologías portátiles provoca que utilicemos menos recursos cognitivos, como es el caso de la memoria, la expresión verbal elaborada, o la orientación espacial. Se nos están atrofiando y los test de inteligencia se apoyan mucho en ellas.

– La sobreestimulación: El cerebro es capaz de procesar entre 11 y 60 bits/seg. Hoy recibimos millones que no filtramos y nos adentran en territorios frívolos, triviales y poco estimulantes, intelectualmente hablando.

¿Usted por cuál o cuáles se inclina? Si ya tiene hecha su apuesta, deje hueco para una nueva que llegará en pocos años: el impacto del COVID en la educación.

(Publicado originalmente en Psicología y Digital)

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Antonio Pamos
Doctor cum laude, socio y director del Grupo FACTHUM, pertenece a la junta directiva de la Sociedad Española de Psicología (SEP), al consejo asesor de la Organización Internacional de Capital Humano (DCH). Es profesor en la Universidad Camilo José Cela.

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