Si la entrevista es —como dijo en la sala Villena de la Uneac el Premio Nacional de Periodismo «José Martí por la Obra de la Vida» José Alejandro Rodríguez— una aventura impredecible, un duelo fascinante, un escarceo por descubrir, como un ultrasonido espiritual, lo que está muy dentro del entrevistado, entonces hay que convenir en que Rodolfo Romero Reyes es un interrogador de ley.
Tal constancia quedó clara en el encuentro siempre agradable de un presentador —esta vez, Pepe Alejandro— y un autor de nuevo libro —Romero Reyes y (su) La oportunidad de conversar— ante un público que supo aquilatar las millas eternas que, ¡gracias a Dios!, hay todavía de la charla común o el cotilleo en redes hasta el diálogo periodístico.
Publicado como parte de la colección «Diálogos en contexto», de la Editorial Ocean Sur, La oportunidad de conversar presenta 16 entrevistas —la mayoría publicadas previamente en la revista Contexto Latinoamericano— que polemizan en torno a las realidades de Cuba y de América Latina.
Comunicación, cultura, diversidad en las diversidades, solidaridad, resistencia, contrahegemonía y otros conceptos que definen no a una persona o a un pueblo, sino la existencia regional, son tejidos a muchas manos por Romero, y un puñado de coautores reconocidos por él, con figuras como Julio García Luis, Gerardo Hernández Nordelo, Tristán Bauer, Abel Prieto, Carlos Lazo, Abdiel Bermúdez, Katia Siberia…
Son dieciséis. La foto de «familia», más amplia, permite entender que las entrevistas comenzaron hace mucho, cuando Romero era aún estudiante de periodismo y todas esas personalidades estaban entre nosotros. Y lo curioso, marca del periodismo valioso, es que los textos no pierden interés humano, calado conceptual ni valores formales.
Ante el presidente nacional de la Upec, Ricardo Ronquillo, y el vicepresidente de la Uneac Pedro de la Hoz, ambos periodistas como Romero, el joven colega comentó su satisfacción por reunir en el volumen momentos importantes de su vida profesional, lo que le llevó a mencionar a grandes paradigmas del gremio, como el ya desaparecido Julio García Luis, rara avis que brilló simultáneamente en la teoría y la práctica periodística, pero sobre todo en la verticalidad ética.
La manera en que García Luis —siendo decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana— recibió al imberbe estudiante para darle una entrevista con todas las de la ley se erigió, más que en trofeo reporteril, en una lección de humildad que Romero quiso homenajear con la anécdota.
El libro guarda más, para el autor y su público. A Rodolfo no deja de conmoverlo que Gerardo Hernández Nordelo, un héroe a prueba de presiones, se emocionara, ¡hasta las lágrimas!, al contar un pasaje de amor, no de él y su Adriana, sino del hermano René y su esposa Olga.
Hay mucho bueno que llevarse a los ojos en La oportunidad de conversar. En su presentación, José Alejandro Rodríguez agradeció a Romero por demostrar que la prensa, para ser fiel a la Revolución, no puede caer en el silencio, la autocensura, la conformidad y la zona de confort. Por el contrario —afirmaba el Premio Nacional José Martí—, ella tiene que ser vigilante, lúcida y atrevida, como las preguntas de este volumen.
Es cierto. La resultante del género siempre será mayor que las preguntas y más grande que las respuestas. A ambos lados de una grabadora, aún con sus ángulos propios, quien pregunta y quien responde pueden demostrar en cada duelo —como es el caso de este libro— que una buena entrevista siempre será oportunidad para el buen periodismo.