Tres periodistas de renombre, devenidos ilustres poetas le cantaron y contaron historias heroicas de los sucesos de Playa Girón. Son ellos Nicolas Guillén, Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) y Fayad Jamis. Sus versos calaron hondo en el pueblo y los niños cubanos. Aquí una muestra de ello.
LA SANGRE NUMEROSA
A Eduardo García Delgado, joven miliciano que escribió con su sangre el nombre de Fidel en una puerta del recinto en Ciudad Libertad, poco antes de morir tras ser ametrallado por la aviación mercenaria yanki durante los criminales bombardeos del 15 de abril de 1961.
Cuando con sangre escribe
FIDEL este soldado que por la Patria muere, no digáis miserere:
esa sangre es el símbolo de la Patria que vive.
Cuando su voz en pena
lengua para expresarse parece que no halla, no digáis que se calla,
pues en la pura lengua de la Patria resuena.
Cuando su cuerpo baja
exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa, no digáis que reposa,
pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.
Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido.
No digáis que se ha ido
Su sangre numerosa junto a la Patria queda.
Nicolás Guillén
ABRIL SUS FLORES ABRÍA
Abril sus flores abría,
manto azul, corona verde,
rey de serena fragancia
que apenas las hojas mueve,
cuando desde el alto norte
flota de piratas viene
a herir con fácil cuchillo,
como los traidores hieren,
el gran pecho de Girón
que junto a la mar se extiende.
Pagados están en dólares
y en inglés órdenes tienen
de que en Cuba ningún ensueño,
ni una flor, ni un árbol quede.
Asaltan de noche oscura
para matar y esconderse,
pero el pueblo los achica,
los achica y los envuelve,
los envuelve y los exprime
y los exprime y los tuerce.
Ante las balas que silban
Temerosas nalgas vuelven:
En el mar buscan refugio,
mas las olas no los quieren;
sus barcos desmantelados
son ruinas que el agua ofende.
Ansiosos de no morir
muertos están para siempre:
el pueblo les enseñaba
que solo vive quien muere
con el pecho entre las nubes
y la sangre a la intemperie.
Nicolás Guillén
Nemesia y una triste historia
Nemesia Rodríguez, la hija de un carbonero, tenía 13 años en abril de 1961. Vivía en el caserío de Soplillar, en la Ciénaga de Zapata. Hasta allí llegó la metralla de los aviones invasores, que alcanzó su casa y el camión donde evacuaban a su familia. Su mamá murió bajo las balas entonces, su abuela quedó inválida, y ella y sus hermanitos corrieron grave riesgo. Sus primeros zapatos blancos quedaron destrozados por la metralla.
Ella ha contado muchas veces:
“En eso vimos otro avión que venía bajito, casi rozando la carretera, detrás de nosotros. Entonces mi papá le dijo a mi mamá: ‘Tócale duro al chofer para que se pare.’ Entonces empujó a mi hermano y le gritó: ‘Tírate en el piso, que ese avión va a aterrizar en la carretera.’ Yo iba sentada sobre una caja de madera con latas de leche condensada y llevaba cargado a mi sobrinito de seis meses.
Entonces el avión comenzó a disparar. Mi mamá cayó, la habían herido en el vientre y en un brazo. A mi abuela una bala la hirió en la columna, quedó inválida. A mi hermano le atravesaron una pierna y un brazo. Me agaché y mi mamá abrió los ojos. Le pregunté si estaba herida. Ella alzó el brazo y quiso tocarme pero se desmadejó. Entonces mi papá me bajó del camión. ‘Si no bajan a mi mamá, yo no me voy, ella está viva.’ Mi papá le había puesto una sábana y no se le veía la herida de la cintura. Por eso yo creía que estaba viva.
“Entonces el viento levantó la sábana y vi la herida. Tenía todo afuera. Yo vi a mi mamá por dentro.”
Sus tristes vivencias de abril de 1961 quedaron en versos para siempre. Este hecho inspiró al poeta cubano y periodista Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, quien escribió la “Elegía de los zapaticos blancos”.
ELEGIA DE LOS ZAPATICOS BLANCOS
Vengo de allá de la ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.
Oídme la historia triste
de los zapaticos blancos…
Nemesia -flor carbonera-
creció con los pies descalzos.
¡Hasta rompía las piedras
con las piedras de sus callos!
Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.
Ya los creía imposibles.
¡Los veía tan lejanos!
Como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.
Un día, llegó a la ciénaga
algo nuevo, inesperado,
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.
Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro,
era el camino triunfante
sobre el infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.
Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
Sobre el carbón despuntando.
Una mañana… ¡Qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.
¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes… ¡despertó
bajo cien truenos de espanto!
Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.
Nemesia vio caer muerta
a su madre. Vio
sangrando a sus hermanitos.
Vio un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.
Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!
Acaso el monstruo se dijo:
Si las madres están dando
hijos libres y valientes,
que mueran bajo el espanto
de mis bombas. ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!
Pero Nemesia no llora.
Sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.
Sabe que nada en el mundo
–ni yanquis ni mercenarios-
apagarán en la patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!
Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí)
Fayad Jamis trabajaba en la sección cultural del periódico Hoy cuando ocurrieron los hechos de Playa Girón. La presencia de los mercenarios le inspiraron unos versos que han quedado como un testimonio de quiénes eran, a qué intereses servían los que hollaron y mancillaron el suelo de patria.
SUS MANOS NO HUELEN A TRABAJO
No vinieron a reunir los ladrillos
de la casa tranquila;
no vinieron a ordeñar la vaca
húmeda de estrellas y rocío;
no vinieron a cortar los viejos árboles
con los que haremos nuestra mesa;
no vinieron a enseñarnos a leer
ni a curar nuestras manos heridas;
no vinieron a acompañarnos a soñar
en el mundo que estamos construyendo
con sudor y alegría.
Sus manos no huelen a tierra.
Sus manos no trajeron penachos de palomas
ni sacos de maíz ni cajones de libros;
sus manos no trajeron barriles de aceite
ni vasos, ni martillos, ni violines;
sus manos no trajeron la esperanza;
sus manos no trajeron el amor;
sus manos no trajeron la amistad;
sus manos no trajeron la alegría;
sus manos no trajeron la paz;
sus manos no trajeron la vida.
Sus manos no huelen a tierra.
Fayad Jamis