Lochy Batista Le Riverend es una de las mujeres de la ciencia cubana. Casi recién graduada, en 1988, e inmersa en el diagnóstico del Virus de la Tristeza de los Cítricos, fue la autora principal de un anticuerpo monoclonal imprescindible para la prospección de la enfermedad en el país. Ella, junto a su equipo científico, consiguió poner al alcance de la agricultura nacional un anticuerpo que aún es diferente a los de su género en el mundo.
A su entrada en los laboratorios donde las probetas están salpicadas de tierra, le había precedido una experiencia corta en el entorno aséptico de la biotecnología de las vacunas, medio en el que se desempeñaba su madre. Pero el futuro de la investigadora, de formación en Bioquímica, se asentaría definitivamente en el universo de las plantas.
Encabezó entonces, y durante una década, el departamento de Virología del entonces Instituto de Investigaciones de Cítricos y otros Frutales (IICF), así como la atención a una red de laboratorios creada en el Centro Nacional de Sanidad Vegetal y encaminada al diagnóstico del virus de la tristeza en las poblaciones cítricas cubanas. Largas jornadas en el campo extremaron sus faenas en aquella etapa, recompensada en 2001 con la defensa de su tesis doctoral.
Los desafíos de los cítricos
A la suerte moldeada por el trabajo le acompañó entonces una formación académica en el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias, solo un año después de haberse graduado. De regreso a Cuba, asumió la conducción del Laboratorio de Virología del entonces IICF.
Fue la época en que dio vida al anticuerpo monoclonal para el diagnóstico del Virus de la Tristeza de los Cítricos. Y en la que inició la prospección sobre la enfermedad en todos los campos del cultivo en el país, basada fundamentalmente en dicho aporte científico.
Transitaban entonces los momentos más hondos del periodo especial, faltaba lo necesario para la aplicación de las técnicas requeridas, pero la investigación fue hecha con la amplitud y calidad deseada. Su impacto fundamental consistió en los aportes que hizo al conocimiento teórico acerca de cómo se diseminaba el patógeno en la isla. La aplicación inmediata fue el perfeccionamiento de la estrategia de manejo de la enfermedad.
Con la llegada del nuevo milenio la situación de los cítricos en Cuba no fue más indulgente. Apareció Huanglongbing, la llamada enfermedad del brote amarillo (en chino), de origen bacteriano, que transformó el panorama de forma aún más desfavorable. Lochy comenzó a dedicarse a la epidemiología del microorganismo. Desde esta disciplina, ya había estudiado antes cómo se manifestaban las epidemias y qué puede hacerse para retrasar su impacto y el avance de las enfermedades.
Porque si la tristeza es la enfermedad viral de los cítricos con mayor impacto económico —acota—, Huanglongbing es la que más afecta a estos cultivos.
En la atención a las dos enfermedades centra Lochy su actividad científica, “para evitar que esté ocurriendo una epidemia tristeza y no la estemos viendo, mientras enfocamos la mayoría de los esfuerzos a la otra”.
Como Académica Titular, de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), durate dos periodos: 2012-2018 y 2018 a 2024, Lochy da continuidad a una tradición familiar: su abuelo, Julio Le Riverend, fue vicepresidente de dicha institución.
Aunque para ella, esta es, sobre todo, una oportunidad para llevar a la Academia los problemas y las necesidades que tiene la ciencia en Cuba, de manera que tales requerimientos de nuestra realidad puedan encaminarse según aspiran los investigadores
Durante dichas etapas, la investigadora tambien ha estado a cargo de la Secretaría de la Red Interamericana de Cítricos (RIAC), donde su labor consiste en la búsqueda de financiamientos para proyectos, el establecimiento de coordinaciones entre los países para el desarrollo de eventos conjuntos, además de atender un sitio web y la publicación de una revista bilingüe. Esta faena la mantiene todo el día conectada con colegas de otras latitudes.
Recientemente, subraya, logramos dos proyectos internacionales a los que presenté a convocatorias y fueron aprobados. “De uno de ellos, soy la coordinadora (participan siete países) y del otro (tres países) una muchacha joven del Instituto”.
Cuando habla de gratificaciones y realizaciones profesionales, Lochy distingue el haber obtenido varios premios Academia. Menciona, además, el reconocimiento de laboratorios e investigadores de primera línea en el mundo. Y, también, poder viajar a distintos países y conocer sus labrantíos, así como los campos de Cuba.
“Las capitales no dan la dimensión real de una nación. Es la vida en el campo la que permite comprenderla mejor. Ver su cultura, cómo vive la gente, cómo trabaja, cómo se gana la vida. Porque en todas partes hay cosas buenas y malas. Pero tengo claro que mis realidades están en Cuba”.
Hacia la prevalencia de la generosidad por encima del egoísmo, Lochy inclina la balanza entre el bien y el mal. Tiene la suerte —asegura— de conocer a muchas personas bondadosas. O quizás es que ella busca a las buenas y a las otras les pasa por el lado.
Y es en esa armonía que concibe el mundo. Fue en un ambiente semejante en el que transcurrió su primera experiencia con el grupo del que formó parte en el departamento de Virología, durante los años iniciales de trabajo en el IICF. Entonces, faena y diversión eran tomadas con igual entusiasmo y responsabilidad. Pero lo singular de aquella fortuna lo ha descubierto con el paso de los años, al darse cuenta de la excepcionalidad de una circunstancia que había dado por sentada en el terreno de las probabilidades vivenciales.
Foto de portada: Lochy Batista Le Riverend, Investigadora titular del Instituto de Investigaciones en Fruticultura Tropical.
(Tomado de Cuba en Resumen )