I
Hace unos veinte años, Tubal Páez —por entonces presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec)—, y el que escribe estas líneas, profesor de Arte y Comunicación en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, nos hermanamos en la realización de un sueño: erigirle una estatua a José Martí como Chac Mool en los jardines de la sede de la institución gremial.
El referente estaba a mano: el dibujo que Martí se hiciera como ese dios maya de la lluvia en carta a su esposa Carmen Zayas Bazán. También el escultor, René Negrín, viejo amigo de los tiempos en que ambos éramos becarios en la Escuela Nacional de Arte. Solo faltaba —como siempre— la aprobación del financiamiento, el que llegó año y medio después, si mal no recuerdo.
De tal suerte, comenzó el proceso de concepción de la obra con una previa, como breve asesoría histórica al escultor, por lo que a mí me correspondía. Desde un inicio, Negrín y yo estuvimos de acuerdo en remitirnos a la primera de las más de 100 esculturas de Chac Mool, encontradas hasta el presente.
Es decir, la “descubierta” en octubre de 1875 por el arqueólogo estadounidense Augusto Le Plongeon durante sus excavaciones en Chichén Itzá, la ciudad de la cultura maya del llamado período Posclásico (900 al 1500 n. e). La misma que Martí admiró durante su estancia en Mérida, de paso hacia Ciudad Guatemala, donde al peregrino se le hizo maestro, que fue “hacerlo creador”, según sus propias palabras.
Sin embargo, resulta oportuno acotar que el descubrimiento de la citada pieza aconteció gracias a la información que brindaron los nativos que trabajaban para Le Plongeon, quienes creyeron ver en él a un enviado de los dioses, al verlo tan interesado en la búsqueda de la escultura, además de blanco y barbado al igual que el guerrero esculpido de Chichén Itzá.
II
Desde su conocimiento de la escultura en la ciudad de Mérida, capital del estado de Yucatán, Martí se sintió atraído por ella. De ahí que entre 1885 y 1891, ya convencido de lo impostergable del deber contraído con su América, se dio a proyectar una obra de teatro cuyo tema recrearía la esperanza recién nacida en el pueblo maya con el reencuentro de la escultura del dios Chac.
También, por entonces, se autorretratará como el dios Chac, en una carta que le escribe a su esposa, justo al margen de la siguiente línea de texto: “La convicción del bien obra sin tacha y sin sombra, leída cada mañana en los ojos de nuestro lindo pequeñuelo”.[1]
Su duende pintor lo había llevado cuando joven a matricular en la escuela de arte de San Alejandro, la cual dejó un mes más tarde por no poder pagar la matrícula.
En su primer destierro realizó más de una pintura de paisaje. Y ya en plena actividad revolucionaria, se daba “un día de cuadros cada mes”, como le expresó a Miguel Tedín, en carta de 1889.
Asimismo, en reuniones partidistas o en congresos relacionados con los cargos que ostentaba como representante de países hermanos, o en algún momento de reflexión o exaltación íntima, tenía la costumbre de dibujar sobre el papel que tuviera a mano aquellos asuntos o personajes que más le atraían; era una forma de armonizar el deber inmediato con su sed de conocimiento y belleza.
No es de extrañar, pues, que del nervio de estos momentos nacieran sus dibujos descriptivos de vasijas y objetos de las culturas prehispánicas. En ellos se pone de manifiesto, tanto su relativo dominio de la técnica de la plumilla, como su saber ver y pensar a través de las imágenes visuales, cuando las escritas no le satisfacían.
Dos buenos ejemplos: el retrato a plumilla que hiciera de Bolívar y sus autorretratos; estos últimos, como una forma de reconocerse en lo que era y podía ser… Necesidad que alcanza su mejor expresión justamente en el Chac Mool.
III
El Martí que se dibuja a sí mismo a modo del dios maya, no es el que todos conocemos, sino el que él creyó conocer. Su ágil y brevísima interpretación de esa deidad, propicia el traslado de la fisonomía de su rostro de una edad agónica ―en el sentido martiano del término― a una juvenil.
Pero, ¿con qué lugares y recuerdos puede asociarse esa etapa de la vida del Apóstol? ¿Con La Habana de sus días de discípulo de Mendive o con la Zaragoza de los estudios universitarios? ¿Con la Guatemala de María Granados o con el México donde conoció y amó a Carmen Zayas Bazán? O tal vez, por el citado texto que acompaña al dibujo, ¿con una visión futura de su hijo? La vestidura, la postura y los dones de Chac, no descartan la posibilidad de tales regresiones y proyecciones en el tiempo. Poseedor de la lluvia, lo es también de la primavera, del caudal fecundo y renovador que esta estación proclama cada año desde la noche de los tiempos. ¿A quién le puede disgustar tales ideas? Mucho menos a Martí.
La línea, cual lazo, aprehende la edad del bien soñado, y la viste con el ropaje del dios que, a su benéfica condición, suma el enigma de un descanso sospechoso… “Martí no se cansa”, dijo de él, en un momento difícil. “Está quieto pero no en reposo”, observó Ezequiel Martínez Estrada, al estudiar sus fotos.[2] Su mayor culto es la patria; sus dioses y héroes, los que la hicieron y la hacen, Chac Mool entre ellos.
IV
Desde la primavera de 2006, La Habana tiene su Chac Mool en Martí, con la mirada dirigida hacia el oriente, tal y como Chichén Itzá tiene el suyo en el pórtico del Templo de los Guerreros. De hecho, la escultura de René Negrín, ha venido a confirmar lo que ya en cierta medida intuíamos: el Chac Mool que hoy, más que descansar, parece levantarse en los jardines de la sede de la Upec, en el habanero barrio de El Vedado, es, en esencia, un proyecto de Martí.
Si bien solo pudo concebirlo como dibujo, lo vio y pensó como escultura durante su estancia en Mérida, y como símbolo identitario de las mejores aspiraciones de vida de nuestros pueblos. Así se dibujó él en el benéfico dios: hijo de sus dones, de su arte y de su pueblo. Y así lo vemos ahora, ocupar su enigmática postura, vestir el galáctico traje, proyectar la visión de mundo, aun cuando el rostro no sea el del dibujo, sino el de un Martí adulto, tal y como lo interpretó y concibió nuestro escultor.
Aun así , ello no impide que ya en él, el más universal de los cubanos, fecunde la espera y sueñe, convencido de que su lugar de mayor gloria entre los vivos, sea la intemperie.[3]
(Imagen de portada: Dibujo de la pintora Isis de Lázaro).
Notas:
[1] José Martí. Obras Completas, t. 22, p. 248.
[2] Ezequiel Martínez Estrada. Martí revolucionario, Casa de las Américas, La Habana, 1967, p.435.
[3] Para más información, ver: Jorge R. Bermúdez. Chac Mool en Martí, Pablo de la Torriente Brau, Editorial Unión de Periodistas de Cuba, La Habana, 2006.