CON DOS DEDOS

Los periodistas también se batían

En Cuba, el duelo es una institución anacrónica desde hace bastante tiempo. Todavía en los años 40 del siglo pasado bastaba con que alguien se sintiera ofendido para que planteara la llamada cuestión de honor.  Designaba entonces a sus representantes, que visitaban al ofensor, y este a su vez designaba a los suyos. Los padrinos de una y otra parte se reunían para pactar las condiciones del lance: lugar,  fecha y hora del encuentro, el arma con la que se dirimía el asunto y la forma en que transcurriría el enfrentamiento.

El arma escogida podía ser la espada o la espada francesa, el sable con punta o sin ella o con filo, contrafilo y punta… Una vez decidida el arma, establecían los padrinos a cuántas reprisses sería el lance, lo que duraría cada una de ellas y el tiempo de descanso entre una y otra. Si se seleccionaba la pistola —el revólver estaba terminantemente prohibido—  se fijaba el número de disparos que harían los contendientes y a cuantos pasos y si dispararían a discreción o a una voz de mando. La cosa se ponía fea cuando se acordaba que el duelo fuera con todas las consecuencias, o a todo juego, como se decía, pero aun así los duelistas debían obedecer las órdenes del juez de campo y acatar sin chistar su determinación de dar por finalizado el lance.

Mientras que el pueblo resolvía las cuestiones de honor a puñetazo limpio y no faltaba quien recurriese a los tribunales en busca de apoyo, a sable, espada o pistola se batían los políticos de la hora, médicos y abogados eminentes y funcionarios de relieve, y lo hacían con total impunidad, pues si bien el duelo no era en sí una figura delictiva, sí eran punibles su concertación y consecuencias, como las de cualquier riña callejera. Los periodistas eran de los más retados a duelo y figuraban entre los que más se batían. Había excepciones. Pepín Rivero, director del Diario de la Marina, se batió dos veces; una, a espada con Antonio Iraizoz, director de los cotidianos La Noche y Alerta, entre otros, y que ocupó importantes cargos públicos y diplomáticos, y otra, a sable, con Alfredo Hornedo, fundador de la empresa El País-Excelsior,  pero tuvo el valor reflexivo de rechazar, a partir de ahí, los numerosos retos que le hicieron. Y Miguel Ángel Quevedo rehusó batirse cuando el doctor Ramón Grau San Martin, ya presidente electo, lo retó por una información aparecida en la Sección En Cuba.

Más lejos fue el genial caricaturista Juan David. Ocurrió en la Republica un fraude colosal; de tales dimensiones que dio pie  a una investigación por parte del Senado. Pero el senador Jorge Mañach, presidente de la comisión senatorial que investigó el asunto llegó a la conclusión de que no existió fraude alguno y David en su columna en información insertó un chivo enorme ante el cual el senador Mañach  afirmaba categórico: “Efectivamente, no es un chivo”. A la tarde siguiente apareció en la redacción de Información el comentarista político y critico teatral Francisco Ichaso, a la sazón representante a la Cámara, que como padrino de Mañach retaba a David a duelo. “Mira, Paco, dile a Mañach que yo trabajo hasta las cinco de la tarde. Que cuando quiera que me espere en la puerta del periódico para caernos  a trompadas en la esquina”.

Duelista notable en el sector de la prensa lo fue Desiderio Ferreira, director que fue de El Heraldo y que, por su pasado machadista, años después de la caída de la dictadura, murió baleado en la puerta de su casa en el apacible reparto San Miguel, situado entre Lawton y Luyanó. Ferreira se batió a espada con el también periodista y maestro de esgrima Ramón Rivera Gollury, que utilizaba el seudónimo de Roger de Lauria, y le propinó una estocada en el vientre, mientras que al cronista social de El Imparcial lo hirió de un balazo en el brazo derecho, pero el proyectil llegó al pulmón, lo que obligó a una delicada intervención quirúrgica.

No todos los duelistas se comportaban con hidalguía en el campo del honor y no eran pocos los que con pretextos ridículos rehuían el enfrentamiento. Gustavo González Beadiville, de Heraldo de Cuba, de tan asustado que estaba cuando se batió con Ferreira, se le escapó un tiro antes de tiempo y se agachó cuando su oponente hizo el primer disparo. Cuando al fin se incorporó, Ferreira le coló una bala en el pecho, a un centímetro del corazón y no pudieron sacársela en Cuba ni en Europa. Vivió con ella dentro desde entonces y murió de otra cosa.

Por nuestra cuenta, Iraizoz se batió diez y seis veces y salió vencedor en más de la mitad de sus lances. Fue protagonista del duelo más  sangriento que registra la crónica republicana al batirse, en 1917, con el reportero Gustavo Rey en un corredor interior del teatro Alhambra. Dejó cinco heridos en total. Iraizoz,  en el pecho y Rey con una herida grave desde el hombro hasta la mano. También resultó herido grave el juez de campo al interponerse entre los contendientes y un espectador cuando el sable de Iraizoz salió disparado hacia el público. Antes de comenzar el encuentro se había herido el médico que debía asistir a los duelitas. Se llevó la yema de un dedo al revisar las armas que cortaban como navajas.

Ramón Fonts consideró que el duelo más fuerte e interesante que ocurrió en Cuba fue el de Susini de Armas, hermano de Justo de Lara,  y el maestro de esgrima Eduardo  Alesson, Ocurrió en 1916 en la sala de armas de la residencia del doctor Grau San Martín, en 17 y J, en El Vedado. El juez de campo fue Pío Alonso y en el combate De Armas recibió un herida de diez centímetros de largo en el hombro izquierdo y su rival una contusión en el cuello, una herida debajo de la oreja y múltiples escoriaciones en el tórax.

Curados ya los heridos, se suscitaron varios incidentes enojosos no solo porque con impertinencia De Armas pedía la reanudación del lance, sino porque algunos espectadores atestiguaban que Alesson había herido a su oponente después de darse la voz de ¡alto!, y otros aseguraban justamente lo contrario. Zanjado este asunto, Alonso, erguido, arrogante, enérgico pidió una reparación a Alesson por haber manifestado días antes que no lo quería como juez de campo. Y ahí no paró la cosa pues dos conocedores casi se van a las manos por su descuerdo con la clasificación de las lesiones que recibieron ambos contendientes.

Cosas cómicas sucedían también en torno a los duelos. El periodista Wifredo Fernández fue de nuestros grandes duelitas. Militante del Partido Conservador, diseñó en el Senado la política del cooperativismo que llevó a Machado a las elecciones de 1929 sin opositor. Al caer la tiranía, su residencia de Reina y Escobar fue “visitada” por el pueblo y saqueada, mientras que Fernández era sacado del barco en que pensaba salir al exterior e internado en las prisiones de la Cabaña, donde se suicidó.

En sus días de pobre, debió batirse con el general Loynaz del Castillo. Como se trataba de un lance a todo juego y con todas las consecuencias, del que salió vencedor, mandó a afilar su sable viejo y mohoso. El servicio le cuesta dos pesos con cincuenta centavos, dijo el amolador. Fernández no los tenia, pero no se amoscó por ello. Repuso son vacilar: “Mire, amigo, póngale peso y medio de filo, que es lo que tengo”.

(Ilustración: Isis de Lázaro).

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Ciro Bianchi Ross
Es un intelectual, periodista y ensayista cubano. Su ejecutoria profesional durante más de 55 años le ha permitido aparecer entre principales artífices del periodismo literario en la Isla. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual. Premio Nacional de Periodismo "José Martí" en 2017.

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