Tal vez tuvo antes referencias sobre él, pero la primera vez que el autor del presente artículo fue consciente de una información relacionada con el profesor Carlos Lazo, líder de la actual —y activa— campaña de Puentes de Amor, y con quien no ha intercambiado palabra, ocurrió de forma indirecta. Le llegó de un sitio caracterizado por una manera de hacer periodismo que algunas voces han llamado barriotera, y sin más reciedumbre que la tenacidad en el afán de socavar a la Revolución Cubana.
Según tal sitio, el gobierno cubano, afanado en boicotear el cese del bloqueo para seguir “viviendo de él”, había bloqueado por su parte el programa informático donde el mencionado profesor publicó una carta en que le pedía al entonces presidente Donald Trump que aflojara el cerco contra Cuba, al menos durante la pandemia de covid-19. Se puede estimar que el reclamo era insuficiente, pero no ignorar su sentido humano, ni que el enemigo de Cuba era (es) la potencia genocida, no el promotor de la carta.
A este articulista no le cabía en la mente que el gobierno de su país quisiera silenciar la iniciativa de Lazo, y le sobraban razones para desconfiar del sitio “periodístico” aludido. Pero política, científica y éticamente lo razonable era hacer la debida comprobación, porque tampoco cabe descartar que en ocasiones se cometen errores lamentables que, aunque después se corrijan, dejan malas secuelas.
Con “la internet de palo” que entonces sufría, se empecinó en conectarse con la plataforma informática supuestamente bloqueada por Cuba y, pese a lo calamitoso de la conexión, lo consiguió, y encontró la carta, que no tardó en suscribir. Añadió, eso sí, dos salvedades: entendía, y entiende, que el levantamiento del bloqueo no debía hacerse depender de la crisis sanitaria desatada por la pandemia, y que Cuba encaraba con mayor eficacia que los Estados Unidos: no porque tuviera una varita partidista mágica, sino por el sistema político que —pese a los efectos criminales del bloqueo y a deficiencias internas— le permitía poner todos sus recursos al servicio del ser humano, no de intereses económicos.
La otra salvedad era menor, pero simbólicamente fuerte, si bien podía verse al margen de las intenciones del profesor Lazo. En la inercia de la retórica epistolar anglosajona, su carta estaba dirigida al “Querido Presidente” de los Estados Unidos. Aunque en dicha retórica el dear deba traducirse al español no precisamente como querido, sino como el estimado más formal del caso, la traducción mental del texto le impedía al articulista sentirse libre de escalofríos al pensar en un “querido presidente Trump”.
Tales pudores, sin embargo, podían pasar como simples melindres ante una realidad: la perversa acusación contra Cuba de intentar que el bloqueo se mantuviera —intento que habría sido un crimen inaceptable— se fue a bolina. Algo de esfuerzo costó en la paciente lidia de varios minutos con una conexión seguramente mucho más precaria que la disfrutada por un sitio periodístico con apadrinamiento en el exterior.
Algún mensaje recibió desde otras tierras el articulista, de personas que deseaban comprobar si efectivamente era él quien había logrado conectarse con la plataforma y firmar la carta. Aunque no especule ahora sobre las intenciones de dichos mensajes, que pueden haber sido varias, en algún caso le pareció que la consulta buscaba saber si el acceso a la plataforma y la firma de la carta habían sido obra personal suya, o de un hacker del tipo que hace años habría sido calificado de “ñángara”.
Pero se desmontó el fantasma fabricado para acusar al gobierno de Cuba de estar interesado en la permanencia del bloqueo con el fin de tener a quién culpar de sus fallas. La “tesis” se cae sola: si la potencia imperialista creyera que el bloqueo es solo fuente de pretextos para que el gobierno cubano justifique errores internos, lo levantaría y dejaría colgado de la brocha al gobierno cubano. Pero esa potencia sabe que el bloqueo —declaradamente instaurado para privar a la Revolución del apoyo del pueblo— obliga a Cuba a vivir haciendo magia para no terminar asfixiada.
El articulista pensó que ahí terminaría el episodio, y que de cerca recibiría expresiones de satisfacción, no personales, sino por el desmontaje de la calumnia: hasta donde él sabe, desde ese momento quienes fabricaron el fantasma guardaron silencio, al menos en lo tocante a la carta de Lazo. Pero no fue así, y parece explicable por los recelos y paranoias que un engendro como el bloqueo ha instalado durante décadas.
Algunas recriminaciones contra el hecho de que la carta hallara en Cuba firmas revolucionarias tenían asidero —no del todo infundado— en que se pidiera el levantamiento del bloqueo solamente, de manera explícita al menos, mientras durase la pandemia. Se pasaba por alto un hecho: que el gobierno de los Estados Unidos no solo mantuviera el bloqueo en medio de la crisis provocada por una enfermedad letal, sino que lo recrudeciera con numerosas medidas criminales implantadas para ello —como hizo el “republicano” Trump y hace el “demócrata” Joseph Biden— desacredita aún más a la potencia genocida, que desoyó y desoye la petición, ruego si se quiere, de que le diese al país bloqueado una tregua para que pudiera enfrentar mejor la covid.
Otro asidero remitía al reclamo de que no firmáramos una carta de alcance limitado y lanzada desde los Estados Unidos. Debíamos tener una carta propia, escrita en Cuba y con los términos de la radicalidad revolucionaria cubana. Pero ¿no está claro que esa carta está escrita y circula de distintos modos en cuanto pronunciamiento han hecho contra el bloqueo el pueblo de Cuba, su sociedad civil y su gobierno?
En esa carta multitextual se incluye y descuella la resolución que durante casi treinta años ha sido presentada en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y aprobada en favor de los derechos de Cuba y la legalidad internacional por la inmensa mayoría de los países participantes en la votación. Virtualmente vale decir que solo los Estados Unidos e Israel, su cómplice orgánico, han votado contra la resolución cubana.
No basta lo que hagamos desde Cuba. Es necesario seguir promoviendo la más fuerte campaña contra el bloqueo en todo el mundo, y particularmente en las entrañas del monstruo. Si la burguesía estadounidense, o la gran mayoría de ella, se convenciera de que le conviene más levantar el bloqueo que mantenerlo, los días de este estarían contados. Pero no es seguro que ese convencimiento se dé pronto.
Es una burguesía demasiado convencida de que puede jugar con el mundo, aunque vayan abundando señales de que tal poder se resquebraja cada día más. Aun cuando ella quiera ignorarlo, los propios manejos de sanciones unilaterales contra gobiernos que no le son dóciles o le hacen sombras a su potencia, habla más de inseguridad que de otra cosa. Quiéralo o no, su hegemonía se acaba.
Por otra parte, aunque para Cuba sería importantísimo que el bloqueo cesara, no pude ni debe sentarse a esperar a que sea levantado para hacer lo que necesita hacer, ni suponer que los Estados Unidos levantarían el bloqueo para ayudarla a cumplir sus planes. Lo haría para influir más sobre ella, y tragársela, lo que no ha conseguido hacer con su genocida hostilidad.
A eso se habrán referido distintos autores, y el de este artículo lo ha hecho en ocasiones como una entrevista que se le hizo recientemente. Apueste Cuba, pues, y no hay razones para dudar que lo hará, por crecer y desarrollarse con sus propios esfuerzos, y pese a todo —bloqueo incluido—, como ha hecho en la salud y la industria biotecnológica, que son casos ejemplares, pero no únicos.
Aunque el presente texto no aspira precisamente a cumplir los oficios de la alabanza, el autor intuye que las posibles suspicacias con respecto a Carlos Lazo han venido mermando, o haciéndose notar menos, ante los frutos de la campaña Puentes de Amor, que él lidera junto a otras personas movidas por la dignidad y sentimientos de justicia, y con presencia y elogios en medios informativos cubanos. Pero tampoco lo más fértil sería una aceptación que, por acrítica y resignada, pueda parecer o ser no más que el extremo opuesto a las reacciones contra la firma de su carta mencionada al inicio.
Todavía puede haber quien diga, razonablemente, que solo con amor no se rompe la férrea estructura de odio del bloqueo. Pero sin amor la quiebra de esa estructura estaría incompleta, aunque la ruptura fuese total. Podría quedar atascada en intereses políticos y económicos que el gobierno de los Estados Unidos maneja sin escrúpulos.
En su Cuaderno de apuntes identificado con el número 18, José Martí sostuvo: “Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin amor, no puede ver”, y en su carta-ensayo de 1965 El socialismo y el hombre en Cuba, el comandante Ernesto Guevara le escribió a su destinatario: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Esos dos textos de Martí y del Che, y otros suyos, evidencian que no veían en el amor una fuerza que bastara por sí sola para resolver los grandes problemas de la humanidad. Provisoriamente el asunto puede zanjarse recordando palabras de Martí que hablan de sí mismo y valen para representar también la actitud y el pensamiento del Che. Su programático ensayo “Nuestra América”, donde expresó “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, lo escribió cuando daba pasos decisivos hacia la preparación de una guerra liberadora, con trincheras de piedra y armas para defender cumplidamente las ideas.
Mientras no se pruebe lo contrario, cabe considerar desmesurado exigir que todas las personas de buena voluntad —expresión cara a Martí— tuvieran, como esos dos héroes, la fuerza de brazo y mente que el primero apreció en Antonio Maceo. Pero una campaña de amor que no se queda en la teoría y enfrenta peligros, ataques y amenazas de muerte, puede sembrar valores, conceptos, aspiraciones, ideas capaces de dinamitar las piedras de las trincheras de odio en que se agrupan quienes defienden el bloqueo y ven en él una manera de aplastar a Cuba.