Pudiera parecer lozano, aunque no lo es. Quien solo se asoma a esa armazón que le ha sostenido desde siempre el cuerpo en letras puede creer que Escambray es tan joven como aparenta. Lo disimulan, acaso, el desenfado con el que se abordan lo mismo las celebraciones de fin año que las deserciones de los peloteros; el rigor con el que se escribe lo mismo de la Tarea Ordenamiento que de la covid; el compromiso con el que se asume la cobertura de un huracán y la visita del equipo gubernamental encabezado por el Presidente de la República.
Mas, detrás de cada texto—y sería casi inocente admitirlo— hay manos que se han engarrotado de tanto tecleo, hay cervicales que se yerguen aun adoloridas por el vicio de escribir, hay ojos que se han perdido delante de un monitor, hay vidas que se han ido creando. A muchos de mis colegas los ha encanecido el oficio. Y es que los periodistas envejecen en los periódicos, por más que los periódicos luzcan aparentemente tan jóvenes.
Lo vital es la brasa de los ímpetus, de la costumbre, de la maldita necesidad de levantarse todos los días para contar historias, de olfatear la realidad con la suspicacia de quien la reescribe tal cual es para que otros lean después hasta lo que viven diariamente, la necedad de los inconformes.
Podría escribirse que Escambray ha estado 43 años (re)naciendo: primero, el parto con el olor contagioso del plomo por todos lados; después, del martilleo de la máquina de escribir a la ligereza de la computadora; del periódico de los sábados en los estanquillos al diario en Internet; del de la página institucional a multiplicarse en los perfiles de Facebook, Twitter, Instagram, Telegram; del medio multicanal que llega hasta fundar un noticiero para las redes sociales.
Y si alguien sopesara su paso por el tiempo aseguraría, tal vez, que nunca antes en 43 años de edad había tenido que reinventarse tanto. Jamás, como en el 2021, tuvo la redacción vacía, el periodismo a distancia y por teléfono, el emplanar cada página con las historias de tantos sobresaltos y por los pocos que se mantuvieron físicamente en el periódico para protegerse y protegernos. Como nunca empezamos a llenar la soledad de la improvisada redacción en casa con las llamadas a deshora, los chats intermitentes, los correos globales que circulaban bajo el título de Señales de cuarentena y que tan solo fueron el pretexto para hacernos sentir como si estuviésemos sentados unos al lado de los otros.
La covid, como a todos los sectores, puso a prueba la creatividad de Escambray. Y se vivió otra vez el diarismo con los partes para informar de la situación diaria de la provincia, las historias de vida que auscultaron tantos dolores y proezas, la crítica para intentar enrumbar las torceduras que también nos ponían en riesgo, la inconformidad para escribir todos los días de lo mismo, pero de modo diferente.
Parecerían motivos de vanagloria; mas, para ser honestos habría de admitirse: ha sido este, tal vez, el peor de los años de Escambray. Y ni tan siquiera el Premio a la Innovación, que por segunda ocasión obtuvo el periódico en el Festival Nacional de la Prensa, ha podido congratularnos. Hay una tristeza plomiza cernida sobre todos y ni la sonrisa a medio labio ha podido disimular tanto dolor.
Casi a los 43 años, Escambray —a causa de la covid— dejó de tener físicamente a Borrego, quien unió y condujo a esta familia durante más de la mitad de la existencia del periódico, exactamente por 24 años, y nunca se es demasiado mayor para perder a un padre. Es este 4 de enero, el primer aniversario que el periódico llega con el abismo de su ausencia.
Quizás, los lectores más avezados ya lo hayan advertido: este año Escambray también ha tenido que resucitar.
Y, por eso, viene a ser ahora más que siempre cobija, el conjuro obcecado para no ceder ni una letra, la inspiración para contar la realidad con su dulzura y su acritud, el alma de un periódico que 43 años después sigue intentando ser imagen y semejanza de su gente.
(Tomado de Escambray)
Excelente crónica de la colega Dayamis, quien a 15 años de su entrada en Escambray ha sentado cátedra de buen periodismo sin olvidar los 28 que ya llevaba luchando este órgano cuando ella y la actual directora en funciones, Gisselle Morales, traspasaron el portón simbólico de lo que hoy -modestia aparte y también con su concurso- ha devenido importante exponente del oficio de informar en la Cuba de hoy. ¡Felicidades!