Trescientos ochenta y cinco núcleos familiares habitan la comunidad Tierra Brava, sita en un área montañosa al sur de Guanabo, en el municipio Habana del Este, y colindando con el de Guanabacoa. La originaron familias que ocuparon hace más de veinte años lo que quedaba de una unidad militar desmantelada, cuando ya sus instalaciones constructivas eran objeto de “canibaleo”.
Al testimoniante le gustaría especular sobre el origen del topónimo Tierra Brava, y habrá quien piense en la telenovela cubana de igual nombre. Pero quede el punto para la imaginación de quienes pudieran leer esta nota. Versiones hay varias. Solo añádase que, entre prejuicios, bromas y verdades, la comunidad parece haberse ganado el bautizo.
Forma parte de los grupos poblacionales que hoy va siendo común, y no fortuito, considerar vulnerables o en desventaja, y para los cuales se han puesto en marcha iniciativas como los denominados talleres de transformación del barrio. Pero se pueden ahorrar explicaciones: sobre el tema viene informando la prensa, con hechos como encuentros de la máxima dirección del país celebrados —a nivel de la tierra y los oídos puestos en ella— con pobladores de esos espacios.
Apláudase que, en medio del recrudecimiento de todo lo que, con el bloqueo imperialista en el centro, agobia a la nación —a la gran mayoría de sus habitantes—, la cuestión de la vivienda se asuma como un problema cuya solución urge porque resulta estratégica para la sociedad cubana. Puesto a decir, el autor no elude considerarlo de seguridad nacional, junto con eso tan básico y vital como la comida.
¿Que el de la vivienda es un atolladero a nivel mundial? Lo es, pero no vale conformarse con saberlo. Cuba no es un pedazo cualquiera de este mundo, sino un vivero de esperanzas, y sus enemigos intentan asfixiarlo, para que no cunda. A ella le toca sobreponerse a todo, enfrentarlo, y buscar soluciones, como si no tuviera ante sí, y a veces dentro, los graves obstáculos que debe seguir encarando y venciendo, consciente de que los tiene, para poder actuar con eficacia en la búsqueda de soluciones.
Una revolución verdadera es, entre otras cosas, una fábrica de expectativas, o no es. Y debe cargar responsable y orgullosamente con esa misión. Antes de 1959 no se hablaría de barrios en desventaja, o vulnerables: esa era una realidad extendida en campos y ciudades, y a pocos interesaba. Era algo tan natural que tal vez ni a quienes lo sufrían se les habría ocurrido transformarlo. Interesaba, sí, a las vanguardias revolucionarias y a quienes con ellas defendían la justicia, aunque no lo hicieran más allá de abrazar insatisfacciones y a veces ni siquiera esperanzas que era heroico abrazar.
Entonces, aunque tenebrosas, estaban claras las opciones con respecto a la formación de comunidades del tipo de Tierra Brava: o no surgían, porque quienes ostentaban la propiedad del suelo echaban de él —incluso con auxilio de los machetes de la guardia rural y los toletes de la policía, o balas mediante— a quienes osaran ocuparlo. Y si el barrio se formaba, como Las Yaguas, en La Habana, por poner un ejemplo célebre, ¡que se pudriesen quienes vivían en él!
Para la Revolución Cubana no hay ni podrá haber, ni querrá que las haya —dejaría ella de ser lo que es—, tales “soluciones”. Tampoco debe descuidar la legalidad, pero sí saber, y regirse por ese conocimiento, que la brújula de sus leyes radica en defender al pueblo, y movilizarlo para trabajar en la búsqueda de las soluciones necesarias. Eso le dará mayor autoridad moral incluso para enfrentar a quienes violan las normas y hacen de la vida de los demás un conato de infierno. ¿Solamente un conato?
Entre quienes la ocuparon y la habitan, y en una alta proporción han nacido en Tierra Brava, hay médicos, profesores, técnicos en distintas especialidades, obreros de la construcción… No es un hato de personas analfabetas o poco instruidas, como habría ocurrido antes de 1959. Se trata de una muestra de la sociedad cubana. Su origen, su radicación en aquella comunidad, viene, como en tantos otros casos, de haber salido de sus territorios de origen —en gran parte, las provincias orientales, pero también de más acá— en busca de mejores condiciones de vida, persiguiendo esperanzas, ilusiones, sueños. Pero ¿no tienen acaso ese derecho?
La nación asume cada vez con mayor claridad —aunque también con insuficientes recursos materiales— el deber de mejorar la vida de esas personas, como parte de todo el pueblo. De ahí el sentido de talleres de transformación del barrio. Ya en Tierra Brava están próximas a terminarse las tres primeras nuevas casas —casas—, destinadas a quienes más las necesitan, como una madre que atiende ella sola a varios hijos.
Y al fondo de esas tres viviendas una explanada anuncia lo que será la primera construcción reclamada por el vecindario: la escuela. Luego vendrán el consultorio médico y la farmacia. La población infantil no ha tenido que esperar más para disfrutar el parque, espacioso y humilde, incipiente, donde se divierten con implementos bien hechos por integrantes de la comunidad.
En todo eso pensaba quien esto escribe cuando en la tarde del pasado sábado visitó Tierra Brava por invitación de la compañera Lizette Martínez —diputada a la Asamblea Nacional por Habana del Este, y funcionaria del Ministerio de Cultura—, que atiende la comunidad, donde nada más hay que echar un vistazo para ver que el vecindario la respeta, la ama. Se lo ha ganado con su trabajo, como otros cuadros y altos ejecutivos también sumados a los afanes por lograr que esa población vea crecientemente satisfechas sus necesidades fundamentales. Para eso también ella pone el hombro, los brazos, el corazón.
Al visitante lo impresionó, en medio de “viviendas” precarias, la existencia de una bibliocasa; en uno de los portales, un cartel alusivo a La Edad de Oro martiana; el encuentro de narración oral para niñas y niños por parte de la narradora Mirta Portillo; la cordialidad de todas las personas con quienes dialogó o simplemente lo saludaban como a un desconocido que estaba de paso en la comunidad; la alegría de quienes allí viven; la bandera cubana desplegada con respeto y humildad en varios sitios.
La mayor parte del tiempo transcurrió al aire libre, ante la pantalla de cine con que el ICAIC —representado en la ocasión por su presidente, Ramón Samada— ofreció a la comunidad la proyección de un corto de Elpidio Valdés, y tres vinculados con uno de los temas que animan a la sociedad en estas fechas: la lucha contra la violencia de género y en favor del justo y pleno desarrollo de la mujer. El encuentro finalizó con una conga protagonizada principalmente por niñas y niños.
Sí, una revolución verdadera, una Revolución como la cubana, es una fábrica de expectativas, de ilusiones, de sueños, y cargar con esa responsabilidad es uno de sus más grandes honores. Siempre que se esmere por convertirlos en realidades o, cuando menos, mantener vivo el fervor necesario para alcanzar tan ingente propósito, sin sucumbir al pesimismo ni a la frustrante “sabiduría” pragmática.
Esta nota me tocó una fibra íntima de ternura. Doy por sentado que, viniendo de la pluma de Luis Toledo (elegante, cultísima) el texto es una muestra de la calidad literaria que puede alcanzar un artículo periodístico. Este escrito ostenta el enfoque propio de la vanguardia política, siempre pertinente; pero, además, tiene un tono tan cálido, tan humilde, tan humano, que me conmovió, reafirmando mi convicción de que el socialismo es el modo más alto y noble de vivir.