La opinión basada en un subjetivismo exaltado, sin tener en cuenta la realidad, hace daño. En un profesional de la prensa es un error muy grave. A una parte del público la guía hacia un ensueño irrealizable. Entre los conocedores del tema pierde credibilidad. Este desaguisado aparece en cualquier rama, y ocurre frecuentemente en la especialidad deportiva. En el presente texto presentaremos algunas de estas fallas:
Primer Mundial de Boxeo Amateur, La Habana 1974. Existe una especulación demasiado optimista relacionada con la pelea que sostendrían el cubano Jorge Luis Romero y el puertorriqueño Wilfredo Gómez. Los demasiados osados —los menos, es cierto— coronan al compatriota en sus sueños. Una sola palabra noquea esa visión: imposible… Jorge Luis ha estado muy bien, pero le tocó la final con una estrella. Para muchos, la de más luz en el torneo.
Nuestro representante se da entero, intercambia, lo tumban varias veces, se levanta, vuelve a batallar… hasta que el árbitro detiene el combate. Ha caído frente a un hombre con dinamita en cada puño, superior libra por libra al oponente como se dice en el “idioma” del pugilismo. El boricua vive un feliz momento; no existe en el mundo algún púgil de su peso que pueda vencerlo. Lo demuestra al brillar enseguida en el profesionalismo donde conquista el título del orbe.
Salto hacía atrás. Melbourne alberga los Juegos Olímpicos de 1956. El soviético Vladimir Kuts ha mostrado condiciones para imponerse en 5 mil y 10 mil metros planos, aunque enfrentará a competidores de consideración, con el inglés Gordon Pierre a la vanguardia.
Hay mucho de interés político en lo que un periódico australiano ha publicado en las vísperas de la lid, en la mayor de las dos distancias. No falta el matiz chovinista. Por la sede participan Lawrence, Power y Stephens. Se pusieron a soñar. Algunos lo creen. Pierre es el primero. Más que creerlo, quieren creerlo.
Leamos parte del comentario: “¿Podrá un robot derrotar a un atleta que piensa? No. En una batalla de ingenio, de inteligencia, de táctica, Kuts está perdido”. En otro párrafo citan sobre ese aspecto a Roger Bannister, el recordista de la milla: “Kuts es solo una despiadada máquina de correr…”
Diciembre 23 de 1956: Gordon ya se ve triunfador. Lo motiva bastante aquella lectura y la de otros periódicos seguidores de esa corriente. Kuts aprieta desde el inicio y escoge un ritmo bueno para los mil 500 lisos. No afloja en las vueltas posteriores. Disminuye la velocidad en la decimosexta. De pronto, acelera. Cunde la desesperación entre los contrarios. En la 20, Pirie se atreve a situarse al frente. En la 21, Vladimir aprieta el paso. Pierre trata de seguirlo. ¡No puede! Lo sobrepasan varios adversarios, es la agonía misma en lo que resta de la prueba, se queda sin medalla, mientras Kuts encabeza la vuelta 25 y, al cruzar la meta, conquista el galardón dorado y rompe el récord olímpico con 28:45. 6. Silencio, Pirie declara a la prensa: “Me ha matado. Es un rival con el que no puedo competir. Es un corredor al que jamás podré vencer”.
El rotativo que más lo atacó destaca una foto del vencedor junto a este pie: “El fabuloso Kuts ha conquistado el corazón de los australianos”. Bannister pide disculpas: “Me equivoqué. Kuts no es únicamente poder corporal sino, además, un cerebro bien dotado”.
En los 5 mil vuelve a triunfar el ganador de los 10 mil y Pirie, que había aprendido la lección, se cuida para no explotar y alcanza el segundo puesto.
Vamos hacia el caso Valeri Brúmel. El mejor saltador de altura de los Juegos de Tokio, en verdad el uno de su época, se preparaba para la cita de México, 1968. En una moto con un amigo. La colisión. El as sufre una lesión de cuidado en una pierna. Varias operaciones. La extremidad que había perdido dos centímetros regresa a la normalidad. Pesas. Carreras. Saltos. Retorna. En una justa en su patria se imponen con 2.06 metros. Un comentarista narra y agrega su pensar: “¡Ahí viene Valeri Brúmel! ¡Qué paso…! Ha superado la altura… ¡Cómo en sus mejores tiempos! Pronto lo veremos en las más importantes competencias…”
Valeri sabe que no. Ha vuelto, obtuvo una presea, ha sido atleta otra vez. Mas, no se aferra a un canto desafinado. Durante el certamen de Moscú ‘80 le confiesa, en una entrevista, al periodista cubano Ricardo Sáenz: “Comprendí que ya no era el mismo y que nunca volvería a serlo. Preferí dedicarme a descubrir a las promesas, a entrenarlas”,
Cuando Yurik Tarmak, el compatriota del llamado Saltador Cósmico, se impuso en Munich, 1972 al vencer la varilla en 2.23 metros, declaró a los reporteros: “Las victorias de Brúmel y su odisea ante la adversidad me ofrecieron una gran inspiración”.