El fenómeno Trump, que aparentemente ha sorprendido tanto a especialistas en el estudio del sistema electoral estadounidense como a observadores de todas las tendencias y preferencias, ha servido, además, para alertar a muchos acerca de la inminencia del peligro fascista en el corazón del capitalismo mundial.
“Las elites universitarias que, en nombre del empresariado, llevaron a cabo un salvaje asalto neoliberal contra los trabajadores pobres, ahora se lo están haciendo pagar. Su doble juego, como en el caso de políticos como William e Hillary Clinton y Barack Obama, fue exitoso
durante décadas. Estas élites, muchas de ellas de las escuelas de la Ivy League (que agrupa a centros elitistas de altos estudios de Estados Unidos), hablaban el idioma de los valores, el civismo, la inclusión, la condena al racismo abierto y la intolerancia. Se preocupaban por la clase media, al tiempo que le clavaban un puñal en la espalda de esa subclase, para satisfacción de sus amos
corporativos. Este juego ha terminado.
“Hay decenas de millones de estadounidenses, especialmente blancos de clase baja que, legítimamente enfurecidos por lo que les han hecho a ellos, sus familias y sus comunidades, se están alzando para rechazar las políticas neoliberales y de corrección política impuestas por
universitarios de las elites de ambos partidos políticos: los blancos de clase baja están abrazando un fascismo americano”.
Los anteriores son párrafos de un artículo del influyente diario digital Truthdig, en el que su columnista habitual, Chris Hedges, advierte, en un comentario titulado “La venganza de las clases bajas y el alza del fascismo americano”, que estos ciudadanos aspiran a una especie de libertad para odiar, libertad para idealizar la violencia y defender la cultura de las armas. Quieren la libertad de tener enemigos, castigar físicamente los asaltantes musulmanes, a los trabajadores indocumentados, los afroamericanos, y a los homosexuales…
Quieren, así mismo, libertad para recordar eventos y figuras históricas condenadas por las élites de la educación superior, incluyendo el Ku Klux Klan y la Confederación del Sur. Quieren libertad para silenciar a quienes pretendan decirles cómo comportarse. Y libertad para el disfrute de su hipermasculinidad, el racismo, el sexismo y el patriarcado blanco, sentimientos básicos todos ellos del fascismo, engendrados por el colapso del estado liberal”.
El artículo sostiene que los demócratas están jugando un juego muy peligroso al situar a Hillary Clinton como su candidata presidencial. Ella enfatiza el doble juego de las élites de educación superior universitaria que hablan del dolor de los hombres y mujeres, y sostienen la Biblia de la corrección política mientras venden a los pobres y a la clase obrera al poder corporativo.
Los republicanos, energizados por la versión de estrella de la realidad de los Estados Unidos que es Donald Trump, han ido captando votantes, especialmente votantes nuevos, en tanto que los demócratas están muy por debajo en tales desvíos respecto a 2008. En una votación muy reciente, 5,6 millones de votos fueron emitidos para los demócratas mientras que 8,3 millones fueron a los republicanos. Estas cifras prácticamente se invirtieron respecto a las de 2008 cuando 8,2 millones fueron para los demócratas y unos 5 millones para los republicanos.
Citando a George Orwell, el trabajo publicado en la columna semanal habitual de Chris Hedges en Thruthdig, advierte que el lenguaje y los símbolos de un auténtico fascismo americano tendrían poco que ver con los de los modelos europeos; tendrían que ser tan familiares y tranquilizadores a los ciudadanos estadounidenses tal como la lengua y los símbolos originales del fascismo europeo eran familiares y tranquilizadores a muchos italianos y alemanes. “Hitler y Mussolini, después de todo, evitaron parecer exóticos a sus conciudadanos”.
Por eso no hay suásticas en el fascismo americano, sino estrellas y barras patrióticas, y cruces cristianas. Nada de saludo fascista, solo juramentos de fidelidad. Estos símbolos no contienen ningún elemento de fascismo en sí mismos “para no ser detectados por el enemigo
interno”.
El trabajo de Hedges concluye pronosticando que, si Hillary Clinton prevaleciera en las elecciones generales, Trump pudiera desaparecer, pero los sentimientos fascistas se expandirán. “Un daño enorme se ha hecho por el poder corporativo y las elites universitarios a nuestra democracia capitalista. Las élites, que supervisaron este fenómeno en el país por encargo de las corporaciones creyendo que si bien sería un mal triunfo para Estados Unidos, por lo menos sería bueno para el beneficio de las corporaciones, comprobarán que lo peor está por venir”.