En cuanto llegué a Moscú, con el objetivo de reportar para Juventud Rebelde los Juegos Olímpicos de 1980, busqué más noticias sobre la corredora soviética Tatiana Kasankina. Lo que había leído en los últimos tiempos sobre ella no era feliz.
En varias notas se atrevían a decir que posiblemente no podría actuar en la justa. Al indagar allí con un especialista, me alimentó la preocupación. “Le detectaron algo serio: problemas en el corazón”, me dijo mientras se tocaba el lado izquierdo del pecho tratando de enfatizar. Sentí bastante molestia al saber que algunos no creían en la gran campeona.
Sin embargo, desde la historia, desde el pasado bastante remoto, un atleta cubano me transmitía esperanzas sin haberlo conocido: Rosendo Brunet. Pugilista, ciclista, corredor, se había impuesto en una carrera programada a 7.5 kilómetros de Caunao a Cienfuegos, en 1938, cuando tenía 16 años. Había nacido el primero de marzo de 1922, en esa central provincia, llamada la Perla del Sur.
Entre las cuerdas atesoraba algunas victorias. Prometía mucho más, cuando un examen médico reveló que sufría de un soplo cardiaco y debía abandonar el deporte. Dejar el amor tan fácil no es cosa de enamorados verdaderos. Costara lo que costara, él se mantuvo abrazado a su pasión. Se cuidó mucho más; siguió un tratamiento médico que dio resultado.
En los Juegos Centrocaribes de Ciudad de Guatemala, 1950, Rosendo ganó bronce en boxeo, en los 60 kilos. También contendió en la carrera de los 1 500 metros sin pasar de la etapa semifinal.
El aporte investigativo del historiador y periodista, Mario Torres de Diego, muestra que en la hoja de servicios de Brunet, aparece el mérito de ser el primer hombre de su país en bajar de los 16 minutos en los 5 000 metros y ser el inicial as en los 3 000 con obstáculos, prueba en la que triunfó en varias oportunidades. En su honor se realiza un Memorial que lleva su nombre.
Por eso no me sorprendió ver a Tatiana Kasankina en la pista moscovita. Era de la misma estirpe que el cienfueguero. Ella luchó, apoyada por los médicos, y pudo vencer el mal que la amenazaba. Estaba curada. Lo demostró desde la primera fase. Si había vencido en los 800 y los 1 500 metros planos en la gran cita efectuada cuatro años atrás en Montreal, con tiempos de 1: 54.94 (roto el récord mundial) y 4:05.48, en la XXII edición, se reservó para los 5 000 y ser la mejor con 3:56.6.
Ahora sí se despedía del deporte activo, pero por todo lo alto y noqueando a quienes no confiaron en ella.
A mi periódico, en aquel momento, le envié la siguiente crónica, de la que cito ahora sus últimos párrafo, titulada “El corazón no le falló a Tatiana Kazankina”:
De sus propias filas, la más difícil oponente: Nadezhda Olizarenko, joven con ansias enormes de vencer. Victoria actual en los 800 con 1.53.43, nueva marca mundial. No se conforma con ese galardón. Va por más. Heredó el sitial de Tatiana que en 1976 no solo conquistó el oro en los 1 500 sino que encabezó la batalla en las dos vueltas al óvalo con 1: 54.94, entonces mejor que la plusmarca del orbe.
La contienda promete ser sabrosísima. Si la titular anterior de los 1 500 quiere triunfar tendrá que bajar de los 4: 05. 48 de aquella ocasión. La Olizarenko está que corta… ¡Arrancan! Piernas, técnica y coraje en acción. ¡Miren, hay otra invitada: la alemana democrática Christiane Wartenberg tiene para imponerse. Físico, técnica, deseos…
El trío se separa de las demás. Hacia la meta… Calor, sudor, puede aparecer la fatiga… Bueno, separarse de verdad, Tatiana. La Olizarenko cede. También la germana. Van quedando atrás. Oro de nuevo para la Kazankina. Ahora con 3:56.6 para decir adiós a la plusmarca del clásico. Plata para Christiane con 3:57.8; Nadezhda entra tercera con 3.59.6. El corazón no le falló a Tatiana Kazankina.