Alarmémonos por la contaminación ideológica burguesa que intoxica, impunemente, la vida material e intelectual del planeta. Escandalicémonos por la polución conceptual que degrada la vida y reduce todo a mercancías. Hedores del capitalismo para adueñarse de materias primas, mano de obra y conciencias. El mundo está haciéndose irrespirable por la emisión descontrolada de baratijas intelectuales con que se quiere debilitar toda organización social emancipadora, toda fuerza rebelde y toda insurrección de la inteligencia ante los basurales filosóficos burgueses.
Nada más tóxico que imponer el individualismo como camino meritócrata hacia el confort y el éxito de élites. Nada más asfixiante que la lógica mercantil embadurnada con empirismos y escapismos solipsistas; nada más contaminante que la avaricia, la moral bélica, la voracidad bancaria y las anestesias mediáticas. Todo revuelto en la licuadora posmoderna con tufo neoliberal y palabrerío autocomplaciente predicados con tono pontificio. Nauseabundo.
A la ideología dominante le encanta que sus hedores sofísticos floten por el mundo, impúdica e impunemente. Se esmeran en esparcir dogmas de clase a los cuatro vientos hasta enrarecer toda atmósfera, cercándola con charlatanería de mercado para todos los públicos. Lo mismo diseminan bagatelas místicas que tesis doctorales emanadas de las cloacas creacionistas, negacionistas o conspirativas. Lo mismo parlotean con su halitosis mercenaria que se autocomplacen con flatulencias teóricas. Son hedores tóxicos emanados por la descomposición del capitalismo.
El plan de ellos consiste en imponernos sus basureros como paraísos terrenales. Aspiran a distorsionarnos toda noción democratizada de la economía, de la política y de la inteligencia emancipadora, para que nos quedemos contentos, resignados y mansos. Que no se nos ocurra organizarnos y, si se nos ocurre, fallezcamos de pavor por el miedo al enojo oligarca y a sus represalias. Que aceptemos que somos menores en inteligencia, en fuerzas y en espíritu. Que aceptemos la superioridad de ellos porque siempre han tenido la razón de tratarnos como nos tratan y que encontremos la felicidad en las migajas que nos tiran.
Así se ha hecho insoportable el medioambiente intelectual intoxicado por los medios de comunicación, las demagogias reformistas que nos han infectado con emisores de boñigas disfrazadas de información, opinión, relatorías deportivas o moral de concursos… hasta la náusea. La derecha inunda al mundo con su estiércol eidético para hacerle la vida insoportable al pensar crítico, a la acción transformadora y a la voluntad revolucionaria. Ellos han esparcido los efluvios tóxicos de sus antivalores hasta imponernos derechósferas insufribles que hacen de la vida un muladar.
Nada nuevo, por cierto. A los pueblos les han dejado, históricamente, para vivir, los peores lugares, la peor comida, la peor ropa y las peores violencias… la mugre, los páramos y la miseria enervada en los hacinamientos, en las paredes, en las almohadas, en las mesas y en las letrinas. Para los pueblos el desamparo y la indiferencia, la muerte, la podredumbre y la peste. Es una historia larga, larguísima, de canalladas descargadas contra las clases subordinadas, como si se tratase de heredades del destino, como si la miseria fuese genética, como si se tratase de un castigo que solo se sobrelleva con obediencia y mansamente.
Ellos expelen a la atmósfera terráquea sus deyecciones «intelectuales» y sus detritos sabiondos convertidos en eslogan, en propaganda… enciclopedias del gusto burgués, artes decorativas del ego y dogmas reverenciales de la propiedad privada, instintos violentos contra las protestas sociales, y la condena estigmatizante contra el pensamiento y las organizaciones hartas de la polución intelectual. Esos desechos ideológicos crean nubes teledirigidas que intoxican, incluso, porque se apuntan hacia sectores de población, y por edades, discriminados meticulosamente.
Esas derechósferas se crean, e infiltran, desde la infancia más tierna. Se desplazan como un gas subterráneo que va ganando zonas profundas y extensas. Van tomando bajo control espacios emocionales y plataformas conductuales desde donde asaltan, cotidianamente, con preferencias, inclinaciones y simpatías hacia todo lo que implique nuestra propia esclavitud. En el momento más insospechado inclinan la balanza de las decisiones, de los placeres, la admiración y las predilecciones, en favor de los intereses de la clase dominante. Y, frecuentemente, se ve a los oprimidos solidarizados con la lógica y la conducta de los opresores. Eso es un peligro para la humanidad, por cuanto implica poner en peligro su propio destino en un mundo acosado objetiva y subjetivamente. Es, en su forma más descarnada, la manipulación simbólica.
Con las derechósferas se actualiza y expande el opio del pueblo. Es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella, es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Esta vez, también, convertido en negocio rentable y en sistema de salvaguarda para derrotar a toda voluntad de organización comunitaria, popular y soberana, antes siquiera de que se exprese. Sin disparar una sola bala, pero con la metralla ideológica opresora tableteando, día y noche, contra nuestras vidas. Hasta asfixiarnos. Hay que revolucionar los ecosistemas intelectuales. Urge.