Por Elena Álvarez Mellado
Hace unos días, el periódico El País publicaba una entrevista a la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo titulada con el siguiente extracto entrecomillado: Cayetana Álvarez de Toledo: “La Guerra Civil se produjo tras un golpe de Estado“.
El titular daba pie en Twitter a una conversación entre periodistas señalando lo interesante del titular: por un lado, resulta un tanto extraño elevar a titular lo que aparentemente no es más que la enunciación de un hecho histórico objetivo (que la Guerra civil española se produjo a raíz del golpe de estado del 36). Pero al mismo tiempo, la existencia de un sector revisionista dentro del PP que cuestiona este hecho hace del entrecomillado un titular pertinente.
La elección de este titular (cuyo contenido es en apariencia obvio, pero periodísticamente atractivo) es en realidad un buen ejemplo de lo que en Lingüística se conoce como la teoría de la relevancia, una teoría formulada por los lingüistas Sperber y Wilson en 1986 y que supone una vuelta de tuerca sobre las máximas de Grice (de las que ya hablamos aquí en su día).
La teoría de la relevancia busca explicar cómo los hablantes interpretan los enunciados. A fin de cuentas, casi todo lo que decimos en una conversación es incompleto, ambiguo o presupone un conocimiento previo del mundo. Estructuras lingüísticas con una apariencia superficial semejante pueden esconder intenciones comunicativas muy distintas: ¿Me puedes pasar la sal? (petición) ¿Te apetece un café? (ofrecimiento) ¿Pero tú sabes la hora que es? (reproche). Lo que se quiere transmitir casi nunca coincide con lo expresado de forma literal en la conversación, así que emisor y receptor tienen que estar activamente reconstruyendo contextos compartidos y presuponiendo la intención con la que el interlocutor dijo algo para poder entenderse. Aun así, los hablantes sortean estos escollos lingüísticos sin problemas y consiguen llevar la comunicación a buen puerto. ¿Cómo es posible que ante todas las interpretaciones posibles que tiene un enunciado los hablantes sepan seleccionar la adecuada? ¿Cómo saben los hablantes qué interpretación es la más relevante?
Según la teoría de la relevancia, en la comunicación intervienen dos fuerzas antagónicas: por un lado, nuestras ganas de incorporar información nueva del mundo que nos resulte útil; por el otro, nuestra vagancia natural. Para juzgar cuánto de relevante es algo que nos dicen tenemos que poner en la balanza dos aspectos: cuánto de informativo es el contenido del mensaje que nos están dando (cuánto nos hace modificar o reforzar nuestro conocimiento previo del mundo) y cuánto de costoso nos resulta descodificar el mensaje. Ante un cierto enunciado, los hablantes tenderemos a quedarnos con aquella interpretación cuyo contenido nos resulte más informativo pero que no nos lleve demasiado esfuerzo descodificar. Dicho de otro modo, preferiremos la interpretación que nos aporte más información a menor coste de procesamiento.
Una interpretación extremadamente sencilla de procesar pero con un contenido que apenas nos resulte informativo será considerada menos relevante que otra interpretación con más intríngulis en la descodificación pero cuyo contenido produzca un gran efecto sobre nuestro conocimiento del mundo. Por otro lado, por mucho interés que tenga una interpretación determinada, si resulta ininteligible (demasiado costosa de procesar), el hablante le asignará baja relevancia.
Haciendo un paralelismo, podríamos pensar en la relevancia como en cuánto de apetecible nos resulta una película. Estaremos dispuestos a tragarnos una película aunque su trama sea difícil de seguir (porque tenga saltos en el tiempo, por ejemplo), siempre que consideremos que el contenido tiene algo interesante que aportarnos. También puede ocurrir que, si el argumento es excesivamente confuso, acabemos por desconectar, por profundo que sea el mensaje último que la película quería transmitirnos. Por otro lado, por muy fácil de seguir que sea, es poco probable que un adulto esté por la labor de enchufarse un episodio de Dora la Exploradora por gusto porque la sencillez del argumento no compensa la falta de interés del contenido.
Volviendo al titular de El País, un titular es bueno si logra el máximo efecto posible al menor coste de descodificación lingüística, entendiendo que un enunciado es efectivo si lleva al lector a actualizar algún aspecto de su conocimiento del mundo. En el caso del entrecomillado que titula la entrevista (“La Guerra Civil se produjo tras un golpe de Estado”), la interpretación más sencilla sería pensar que Álvarez de Toledo está simplemente enunciando un hecho objetivo (como podría serlo “El agua hierve a 100ºC” o “La Tierra es redonda”), pero esta interpretación sería informativamente muy insatisfactoria (no produciría ningún efecto porque no supondría ninguna actualización en el conocimiento el lector) y por lo tanto resultaría poco relevante. Solo es posible interpretarlo como relevante sabiendo (o suponiendo al menos) que existe un contexto en el que hay una corriente revisionista que pone en duda que el golpe de estado fuera el detonante de la Guerra Civil. Esta perspectiva es interpretativamente algo más costosa (nos conlleva conocer o reconstruir el contexto) pero máximamente informativa (una diputada del PP se distancia de esas tesis revisionistas y de paso desautoriza a la cabeza de su partido), por lo que resulta en una relevancia óptima.
Bajo esta perspectiva, la creación de titulares se revela casi como una labor de orfebrería lingüística. No se trata de entender el titular como un resumen del artículo (no lo es), sino de aprovechar su posición privilegiada dentro de la pieza para tratarlo como el cepo pragmático que es. La creación de titulares es una tarea fina que conlleva comprender en profundidad el conocimiento del mundo que tiene el lector del medio y conocer sus expectativas (es decir, tener claro cuál es el contexto compartido entre el lector y la noticia) para poder ofrecerle la información más relevante posible, esto es, aquella que produce un mayor efecto de la manera más sencilla posible.
Tomado de eldiario.es
Este material me trae al recuerdo a quien fue uno de nuestrosprincipales titulistas: Tomás Lapique Becali, cuyos pasos fueron seguidos por Simeón Acosta.
El titulista es una figura q no pocos abogan porq retorne a los medios, al menos de la prensa escrita.